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La “revolución” que terminó debajo de la cama

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La “revolución” que terminó debajo de la cama

 

 

Eran los últimos días de noviembre del año pasado, transitaba por las montañas altas del Estado Táchira, en el Páramo La Negra, y me paré en un caserío, donde unos tres hombres arrancaban zanahorias y papas de la tierra. Fue fácil conversar con ellos, preguntarles sobre sus productos, las semillas, los mercados, los precios. Al mayor de ellos, el de piel de cartón y de edad indescifrable le pregunté cómo veía el país.

 

 

– ¿Y Usted de dónde es? me repreguntó

 

 

– De Caracas, le dije

 

 

– Aaahh, por acá las cosas están muy mal. No se consigue nada. Ni carne, harina, arroz o leche. Mire, tengo un nieto pequeño, de 7 años de edad. A ese muchachito sólo le consigo alitas de pollo, a veces huevos carísimos y un poquito de leche en polvo que hay que rendirla mucho. ¿De qué tamaño va a ser ese muchacho cuando crezca? ¿Cómo cree usted que será cuando se haga hombre comiendo así? me preguntó alzando la voz

 

 

– Esto no sirve, señor… me dijo mientras me miraba fijamente a los ojos.

 

 

Y volvió a su faena. Ni le interesó mi punto de vista, algún comentario.

 

 

– Bueno… hasta luego. ¡Buenos días! expresé. Sólo alzó una mano en señal de despedida mientras con la otra escarbaba la tierra.

 

 

Hace una semana, lunes, día que por mi cédula me toca la posibilidad, si se consigue algo, de comprar algún producto básico, escaso y regulado. Pasé por el supermercado de una urbanización del este de Caracas cerca de las 7 pm. Siempre paso por ahí vía mi casa. Y la señal era clara: Había algo, por la cantidad de gente en la cola y las motos paradas frente del local.  Estacioné mi carro en la calle, y entré directo al pasillo donde colocan en paletas los bultos de los productos que llegan.

 

 

“Sacaron mantequilla” me dijo una señora de aspecto humilde que cargaba dos potes de medio kilo cada uno de margarina.

 

 

– ¿Y hay algo más?

 

 

– Había pasta al precio nuevo, pero sacaron muy poquito. Ya se acabó, me dijo.

 

 

Tomé mis dos potes de margarina, esa es la cuota racionada, y me dirigí a la caja. No tomé nada más. No había carne de res, huevos, leche, arroz, pasta, harina de maíz o de trigo, azúcar, salsa de tomate, mostaza, pollo, jabón de baño, champú, galletas de soda, aceite, cera para el piso, cloro, lavaplatos, toallas sanitarias, afeitadoras, jabón en polvo, cereales, de una lista que mi mujer me metió en la cartera hace un año y que invariablemente queda sin tachar.

 

 

En la cola para pagar, enorme, un hombre con un carrito a medio llenar estaba delante de mí. ¿sólo va a llevar eso? me preguntó. Si, de lo demás que buscaba no había un carajo, le dije. Hoy también es mi día, busque dos más que yo se las paso. Así lo hice. En mi casa se consume muy poca margarina, de vez en cuando para hacer alguna torta cuando hay harina de trigo, le dije mientras colocaba los dos nuevos potes en su carrito y le pasaba los 5 billetes de 100 para que pagara los 490 bolívares de las dos margarinas.

 

 

– ¿Y por qué no las lleva para usted? le pregunté

 

 

– Ya estoy full de esa vaina. Cuando se podía compré bastante. Las guardo debajo de la cama. Junto a las latas de sardinas y de atún. Con los nuevos precios ya no se puede. Todavía me queda aceite y harina Pan. Y arroz dos paquetes. A veces cambio la margarina por café. Y continuó

 

 

– Yo estoy agradecido con la gente de acá. Me decían que eran unos coños de madre, pero que va. Acá puedo comprar sin rollo, cuando se encuentra. Yo vivo en El Valle y me vengo de allá para acá pasando por varios supermercados. De acá arranco para la casa. Mi mujer me está esperando afuera en la moto. Yo trabajo de Alguacil en un tribunal. Allá de vez en cuando vendían un combito con lo básico para los trabajadores. Cuando vi eso me dije, esta vaina va muy mal. En esa época la jueza me quería poner a firmar contra Obama y ella en la Semana Santa arrancó de vacaciones para Estados Unidos. Y llegó cargada de toda vaina. ¡Qué bolas las de esa vieja! Creen que uno es güebón. Y ahí le dije a mi mujer, vamos a guardar que esto se jodió.

 

 

– y cómo ves el futuro?

 

 

– Muy mal. Acá se acabó lo que se daba, y no es por el petróleo, porque ya Maduro lo tuvo a 100 y hasta acá nos trajo.

 

 

– Pero todavía tienes algo guardado…

 

 

– Si, pero no mucho. Todo sube, mira el atún. ¿Quién puede comprar esa vaina? No joda. Cuando se me acabe la caleta debajo de la cama no se lo que voy a hacer.

 

 

Guardé silencio ante esto último. El amigo pagó sus cosas y mis margarinas y esperó que yo pagara las mías. Lo ayudé a cargas las bolsas hasta la moto. Ahí, como un mago con la ayuda de unas cintas elásticas con ganchos las ajustó en una parrillita. La mujer como un koala se ajustó dos entre su vientre y la espalda del alguacil. “El truco es el balance mi pana” me dijo mientras tomando el manubrio de la moto le colgaban dos bolsas más en sus muñecas. “Y pilas con los malandros, que andan de su cuenta” remató al arrancar.

 

 

¿A qué vienen los relatos?

 

 

Los dos, rigurosamente ciertos, me marcaron de manera diferente: El abuelo curtidísmo, de piel de cartón, que no ve futuro para su nieto. El del alguacil amable, con la “revolución” reducida a unas pocas cosas debajo de su cama.

 

 

Ciertamente, son apenas dos relatos, pero que están atornillados del “ethos” social. A esa forma colectiva de interpretar los momentos. Y de ahí, la disonancia roja, su desconexión con las mayorías que alguna vez los llevaron al poder.

 

 

Quedó plasmada una nueva mayoría el pasado 6 de diciembre. No porque no existiera, sino que ahora adquirió legitimidad. Y le dió a los actores políticos un mandato claro de cambio.

 

 

Y aquí cito una reciente conversación que tuve con el psquiatra Roberto de Vries, en relación al momento social actual. Me decía de Vries que “Imagínate un plano con dos ejes perperdiculares, en un eje se representa la inclusión social, de no incluídos a incluídos. En el otro eje, el tamaño del grupo social, de minoría a mayoría. Pues bien, la oposición pasó de ser minoría excluída a ser mayoría y por lo tanto incluída”

 

 

Y agregó “Las minorías exlcluídas se cohesionan y crecen con base a los hechos, a la denuncia. Una vez que alcanzan ser mayorías, demandan cambios, correcciones, en fin, justicia”

 

 

Pero Maduro y sus cleptócratas se empeñan es desconocer el clamor de justicia. Y por lo tanto pretenden mantener excluída a la mayoría.

 

 

Desde hace unos cuatro años hemos sostenido que la mayoría del país rechaza al gobierno marxista y “revolucionario”. Que ese rechazo está suficientemente sustentado en los “hechos”. Llegó el momento en que legitimada demanda justicia.

 

 

Justicia que incluye la seguridad personal, los alimentos, las medicinas, la atención médica, el transporte público, el agua, la electricidad… y la libertad de disentir y de exigir.

 

 

Y he aquí el momento, ¿se puede acorralar el ethos social, domesticarlo y darle justicia sólo en momentos electorales? Opino que no. Es más, creo que darle la espalda fue el monumental error de la cleptocracia roja que nadó en petrodólares.Es la despedida de la corporación en la que se transformó la “revolución”

 

 

Reducir a momentos electorales las demandas de justicia es liberar de toda responsabilidad a los gobernantes. Sea presidente, gobernador o alcalde. Y es conducir a una sociedad a la anarquía, como de hecho ha sucedido con Venezuela.

 

 

A los que pidieron votos y que resultaron elegidos: Ahí tienen una mayoría legítima, excluída que clama justicia.

 

 

Pregunto, ¿sabemos con qué se come eso?

 

 

David Morán Bohórquez:

@morandavid

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