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La procesión sale a la calle

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La procesión sale a la calle

 

Son ya un promedio de 30 protestas diarias en el país, 150 semanales, 600 mensuales –quedan libres de manifestaciones los domingos, fiestas de guardar y fechas patrias que se usan para repetir, reiterar, fastidiar y aburrir, pero con banda tricolor desviada de izquierda a derecha, para proclamar embustes habituales.

 

 

 

No son aquellas movilizaciones de piedras contra fusiles; tampoco es rebelión, peor aún, es hartazgo de aguantar nuevos errores de un régimen que no tiene nada más en el morral que equivocaciones, ignorancia e hipocresía. Mientras el grasiento Ortega y su malvada mujer linchan a mansalva a los nicaragüenses, en Venezuela el chavismo reinterpretado por el madurismo empieza a darse cuenta de que su arma más efectiva, el hambre, está amellada y como los machetes romos golpea, pero no mata.

 

 

 

Los mismos seguidores van colgando, o sepultando en alguna gaveta del rancho o de la vivienda asignada a dedo, pero sin agua ni electricidad, ni comida segura, las franelas, guayaberas y gorras rojas. El lunes antes del aniversario de Bolívar –sea el flaco aristócrata que nos mira cara a cara, sea el tosco baturro que nos ve desde arriba– las entidades financieras no tenían un solo billete de ninguna denominación del cono monetario; en los comercios, grandes, medianos y pequeños, lo que había estaba más caro que el domingo; las bolsas y cajas CLAP desaparecieron; los hospitales seguían enfermos de insuficiencias y sus pacientes muriéndose; Internet seguía siendo expectativa del pasado; el malandraje continuaba en lo suyo, actividad que en este país revolucionario produce algo y no estamos lejos de que los ladrones lleven sus propios puntos de venta, porque en bolsillos y carteras no queda dinero en efectivo y en los bancos no hay billetes para pagar el rescate a los secuestradores.

 

 

 

Los jefes rojos rojitos se miran unos a otros y no encuentran respuestas, miran hacia arriba, hacia Miraflores y al centro del mazo dando, y solo ven vacío y escuchan silencio. Ya están a flor de boca las mutuas acusaciones, los reclamos, algunos hasta entienden que pasó el tiempo de echarle las culpas a partidos y repúblicas anteriores; los pomposos militares continúan sin entender ni resolver nada; los civiles menos, son los responsables de una revolución que boqueó mucho pero finalmente murió. Que sigan en sus camionetas blindadas y rodeados de guardaespaldas armados no significa que tengan poder popular ni ciudadano, el árbol de las tres raíces se pudrió, hojas y ramas se cayeron, ya solo queda el tocón y también descompuesto.

 

 

 

Los dirigentes desconfían y desesperan, ahora sin miedo a ser catalogados de apátridas o burgueses imperialistas y protestan ante la actual crisis. Ya no guardan las apariencias y hasta en VTV proponen corrección, como por ejemplo, desmontar el control de cambio. Expresan molestia por la carencia y el alto costo de la vida y pegan alaridos asombrados. Pasan las horas y más chillidos se unen al coro adverso que anuncia tempestades, y hasta comentan que la crisis es la peor desde tiempos de la Independencia. Ya la excusa de tiempos pasados no podía esgrimirse más, se acabó; reconocen este desastre como propio de la revolución, es decir, los únicos culpables somos nosotros los rojos.

 

 

 

No se tiene poder cuando los gobernados salen todos los días a las calles del país a protestar, a exigir soluciones que un árbol reseco no puede dar, pues sin hojas, flores, ni frutas no es más que una piedra en el camino. El problema es que ya no hay camino, ni caminantes, solo desolación.

 

 

La procesión ya no va por dentro, clama en la calle hambrienta e indignada.

 

 

@ArmandoMartini

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