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La autodeterminación de los pueblos

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La autodeterminación de los pueblos

No existen políticos, mucho menos en funciones de gobierno, que defiendan más intensamente la llamada autodeterminación de los pueblos que aquellos asociados a regímenes totalitarios, comunistoides, fascistas y represivos. ¡Cómo les gusta llenarse la boca gritando a todo pulmón tal monserga! ¿Quién otro, sino Fidel Castro, podría ser el paladín, el vocero más conspicuo? Son miles las veces que el dictador más viejo del Caribe, o quizás del mundo, saborea el concepto de autodeterminación como quien defiende la más pura de las democracias.

 

Y la historia recoge, lastimeramente, tantos ejemplos indignos de gobiernos que fueron sostenidos, dejados impunes, amparados en el uso utilitario de tal concepto: cuando las tropas alemanas ensayaron sus armas de muerte en España, cuando convirtieron en muerte y cenizas al pueblo de Guernica. ¿Ustedes creen que se podría decir que el pueblo español se estaba autodeterminando? Cuando Somoza padre y Somoza hijo reprimían hasta la saciedad al pueblo Nica ante la mirada cómplice y silente, quizás hasta complaciente de sus vecinos de América, ¿estaba entonces el pueblo de Nicaragua autodeterminándose? Cuando durante años, décadas, los tonton macoutes del régimen criminal de Haití asesinaban en las calles a sangre fría a líderes opositores, religiosos y profesionales en ese largo período criminal, ¿el pueblo de Haití estaba entonces en mero y pleno proceso de autodeterminación? Y los muertos por miles que dejaron sembrado de dolor en el alma chilena bajo la bota ensangrentada de Pinochet, ¿eran pruebas de la más pura forma autodeterminística del pueblo? ¿Y el caso de Ruanda y de la Argentina de Videla y Bignone? Hussein con mano de hierro, Gadafi matando para sostenerse. ¿Quién puede sostener la idea de que si el ejército de un país, fuertemente armado, asesina a mansalva, sin que nada ni nadie pueda detenerlo internamente –mucho menos un pueblo desarmado– no se puede invocar la intervención extranjera para que detenga la matanza en razón que la participación de otros países sería tildada de inmediato como un atentado contra la autodeterminación de los pueblos? ¡Por favor!

 

Tal consigna se convirtió con los tiempos en un argumento en defensa de los crímenes de lesa humanidad y en la defensa exquisita de dictadores crueles y bastardos. Fíjense bien quiénes defienden el régimen sirio: dos países comunistas, tres países bajo dictaduras, dos países con gobiernos autoritarios –entre los que se encuentra Venezuela– y uno que otro cuyos intereses comerciales, pecuniarios, empresariales, multinacionales como Rusia, no les importa para nada si mueren 1.000 o 50.000 sirios, o si el gobierno usa o no armas químicas.

 

Muchos afirman que debe ser un organismo internacional (¿pero cuál?) el que autorice la presencia de tropas de intervención. Sin embargo, en la ONU, el poder de veto de China y Rusia impide cualquier acción decisiva y de nuevo ambos países, con los brazos abiertos, exclaman que la autodeterminación de los pueblos impide detener una matanza que, de acuerdo con informes independientes, pasa de las 100.000 víctimas.

 

Es tiempo de llamar al pan pan y al vino vino. Todo tipo de genocidio hecho por un gobierno contra su pueblo indefenso debe ser detenido a toda costa, ¡esté o no validado por la mayoría de la ONU! Escojo votar por la intervención en el conflicto de Siria de Estados Unidos, Francia y no sé cuántos aliados más. Prefiero que la intervención extranjera detenga la matanza con armas químicas a quedarme impávido e inmóvil hablando del principio de la autodeterminación de los pueblos, especialmente cuando se convierte simplemente en un escudo de defensa para el crimen. El principio del derecho a la vida es superior al supuesto principio de la autodeterminación. Callar es convalidar. Callar es apoyar. Callar es ser cómplice. Cada quien con su conciencia.

 

Por Eduardo Semtei

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