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El voto de los engañados e ignorantes vale igual, Marx

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El voto de los engañados e ignorantes vale igual, Marx

 

No es difícil calcular cuánto tiempo hace que mi ex amigo el cronista no repasa los manualitos de Marta Harnecker y Gabriela Uribe que le aclararon los puntos y las íes en los pocos debates en los que participó como estudiante universitario; muchos de los cuales, para eludir trompicones, resolvía con una salida graciosa de las muchas que tenía por ser oriental, anzoatiguense, por más señas. Con la carcajada de la concurrencia sus carencias ideológicas eran olvidadas y su sobrevivencia como dirigente estudiantil quedaba garantizada.

 

 

Sin necesidad de ejercer la profesión adquirida, y valido del respaldo de antiguos adversarios, ni respingó cuando le tocó compartir cátedras, posiciones y las alcahueterías contra las que tanto arengó desde su pupitre de estudiante. En la cátedra era el dueño del conocimiento y los estudiantes de la ignorancia, y encontró maneras de que fuese duradero: jaló, ascendió, jaló más y se alió con quien le garantizó seguir subiendo, en prestigio o en compasión, porque también la hubo “por su debilidad”.

 

 

El ascenso fue emparejado con premios de concursos en los que pocos participaban, siempre era mejor para los patrocinantes que se lo ganara alguien que declararlo desierto. Ya no hizo falta Marx, apenas quedó reducido a una que otra cita nunca confirmada, ni el cuadernito de la editorial Quimantú.

 

 

Aclimatado en el mundo académico, su nombre apareció siempre entre los abajo firmantes y exigiendo mejores salarios. Quien ahora figura entre sus mejores amigos era su peor enemigo en los buenos tiempos de la bohemia. Ahora dicen que eran meras inconsistencias gramaticales, pero le abrió un expediente porque el alcohol lo entretenía fuera de la cátedra, y si en clase hablaba de lo que había aprendido de Federico Álvarez no aguantaba la sed, el cuerpo se le hacía un puercoespín y se caía en un vacío cuando trataba de memorizar a Héctor Mujica y su imperio de la noticia.

 

 

No tenía tiempo para leer a Marx, mucho menos a Manuel Scorza ni a Borges. Una vez en el callejón de la puñalada dijo con petulancia de borracho que cuando tuviera ganas de leer un buen libro lo escribiría. Al rato soltó una carcajada. Ahora es diputado reelecto, por su estado natal, y con los ojos desorbitados, sin asimilar la derrota de su pandilla política, se atreve a decir que aunque el pueblo se equivocó, la actividad de la nueva Asamblea Nacional no será obstaculizada, pero llama a combatir de todas las maneras. Se amarran locos y se cobra el sábado. Vendo ejemplar de Cucurulo y otro de El Bola.

 

Ramón Hernández

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