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El verdadero triunfo del castro-madurismo

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El verdadero triunfo del castro-madurismo

 

 

Alguna vez escuché decir que Cuba era “el burdel del Caribe”. Los fines de semana eran de turismo sexual, de conseguir fácilmente “mulatas hermosas”, con seguridad no tanto sanitaria pero sí personal. Sucedía en tiempos del sargento ascendido a general Fulgencio Batista. Eliminar esa vergüenza mediante educación y empleo digno fue un compromiso fundamental de la revolución castrista.

 

 

 

Transcurrido más de medio siglo de castrismo, esa vergonzosa realidad no solo persiste, aumentó. Las causas no son fallas de moralidad, sino una economía arruinada que no ha dejado imaginar futuro a varias juventudes cubanas.

 

 

 

“Burdel” no es solo sustantivo de prostitución. Lo es también de inmoralidad, complicidad, derrota social, de puerta abierta al infierno.

 

 

 

Quienes negocian sexo pueden obtener en una noche lo que un profesional percibe en meses de trabajo. En La Habana se observan sórdidas negociaciones en presencia de monumentos a una revolución especializada en obediencia y sometimiento, con dura represión de cualquier voz que eleve decibeles. La moral ciudadana no se refiere a pecados capitales, sino a subordinación al régimen castro-comunista. Los que se someten, van; los que no, también van, pero a la cárcel.

 

 

 

La prostitución como oficio de vida, o mecanismo para sumar ingresos, ha existido desde tiempos inmemoriales, es parte –no siempre narrada– de la historia humana, en la Cuba castrista se ha convertido en producto nacional.

 

 

 

Venezuela se corroe, con asesoría cubana que aprendió interviniendo en muchas partes y fracasando en casi todas. La ideología policial y militarizada de los Castro se ha hecho experta no en prosperidad, sino en rendición de pueblos.

 

 

 

El gobierno venezolano ha llegado al absurdo intolerable de que poco más de la mitad de su población ha caído en pobreza, por la torpeza y egoísmo de un régimen ciego y sordo que solo mantiene instituciones obedientes. Una sociedad civil defraudada, desesperada, su tejido social deshilachado. Es lo que ha logrado el oficialismo manejado por la arruinada La Habana, que se devora el petróleo y dólares que el madurismo le regala, pero no mejora a los cubanos sino solo a los verdugos y esclavos mentales a su servicio.

 

 

 

Tan incapaces los rojos de aquí que en casi 20 años no han logrado imponer toda la brutalidad que sus maestros impusieron en Cuba. Afortunadamente, sigue habiendo en la patria de Bolívar, al lado de la resignación y el tiempo inevitable para hacer colas y hurgar entre basura, un sentido de resistencia que politiqueros usan para parlotear, ubicarse en puestos remunerados, y el pueblo para protestar cada día un poco más, aunque no salga en los medios de comunicación, lo suficientemente asustados y neutrales –con honrosas, limitadas y riesgosas excepciones.

 

 

Por eso ha sido inevitable, en medio de una revolución sustentada en aprensión, bayonetas, falsedades y fracasos, un sistema tan limitado en talento que hasta las obras sociales capaces de generar agradecimiento popular, como los CLAP, se asfixien entre avalanchas de dinero perdido y frustración de los mismos a los cuales pretenden beneficiar. El gran logro revolucionario ha sido el crecimiento de la impunidad, el abuso y la indolencia que van prostituyendo el sistema, que abre las piernas y otras complacencias al castrismo y chulos que van quedando en la región.

 

 

 

La prostitución y actividades conexas, ilegales e inmorales, no están solas en la cúpula del desastre que ha hundido al país mucho más de lo que ya estaba años atrás. Se hacen comunes los jefazos puercamente enriquecidos que mantienen como reinas, sin disimulos, a jóvenes barraganas ampulosamente operadas.

 

 

Venezuela enrojece por la perversión impuesta, pero también por la furia y la vergüenza; aún quedan venezolanos con edad para avergonzarse, los más jóvenes formados solo piensan en escapar, y muchos de los que dejaron de ir a las escuelas y liceos, en atracar.

 

 

Nuestro país se ha convertido en corrupción generalizada, la del “cuánto hay pa’eso”, la de los servicios que tienen doble tarifa, la oficial y la oculta que hay que agregar para conseguir la atención del funcionario que debería cumplir sus obligaciones para las cuales se contrató y cobra un salario.

 

 

Podredumbre siempre ha habido, sobran casos de quienes fortifican sus bolsillos atendiendo primero a los que hacen finezas económicas y después, a los que no tienen cómo “colaborar”. Igualmente, fortunas en bancos cuyos titulares no podrían justificar en una simple investigación. Y no estamos hablando solo de empleados públicos; los que sobornan para conseguir favores y tratos especiales son igualmente impúdicos.

 

 

Los principios éticos y morales están ausentes de casi toda actividad, las buenas costumbres ciudadanas parecen haber desaparecido y ya es como si nunca hubieran existido.

 

 

Estamos en una abrumadora pérdida de valores que debemos recuperar. Los presos y exiliados políticos que tanto reclamamos no están en cárceles solo porque fueron atrapados, una sociedad abúlica y a la espera de ángeles vengadores que cuando llegan no ejercen desagravio sino que se agarran el poder para ellos, tiene mucha de la responsabilidad, todos los detenidos políticos han sido apresados –“enganchados”, dirían revolucionarios y pajaritos– a la vista pública, sin disimulos, incluso a empellones.

 

 

El caradurismo se apoderó de parte de una sociedad que ya no respeta, perdió el pudor, no cuida la forma, importa poco lo que piensen sus hijos y familias, exhibe sus riquezas mal ganadas sin el menor intento de ocultación, no tiene angustia por la miseria y la vileza, esa es la gran victoria del castrismo cubano y del maduro-chavismo venezolano.

 

 

No solo la estructura estatal, la privada también tiene algo de corrupción y desfachatez, incluyendo unos cuantos que han sido pillados en trapacerías, que se escapan del país llorando por ser “perseguidos políticos” cuando no han sido sino mafiosos que cometieron desafueros con errores y, por ello, descubiertos.

 

 

La Venezuela del siglo XXI es un país gobernado por incapaces, la peor tragedia, un pueblo dejado al garete por gobernantes y muchos que deberían ser inspiradores sociales. No somos solo un país en decadencia, somos una oportunidad derrochada y en caída libre.

 

 

 

 

Armando Martini Pietri

@ArmandoMartini

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