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El Papa Francisco y su presencia en el conflicto político venezolano

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El Papa Francisco y su presencia en el conflicto político venezolano

No es que seamos el país más católico de Occidente, y ni siquiera de la parte norte de Suramérica donde nos toca vivir, pero que por una semana trasladamos todos nuestros sentimientos políticos a la colina romana donde, según la tradición, el apóstol, Pedro, exhaló el último suspiro, no me cabe ninguna duda.

 

Y no habló solo de la mitad que por democrática se confiesa cristiana, adscrita a la corriente católica, apostólica y romana, y acepta, por tanto, al Papa Francisco I como su guía espiritual, sino también de la otra, de la revolucionaria y socialista, que no pocas veces se ha proclamado marxista, y en consecuencia, atea y partidaria de dogmas como aquellos de que “el ser determina la conciencia” y “la religión es el opio de los pueblos” y nunca ha sido una fuerza amiga, sino enemiga de los Papas.

 

Pero ambas, la cristiana y la marxista, la creyente y la atea hambrientas de legitimidad, y como allá en el Vaticano está un líder espiritual y político, uno que es cabeza de una religión de 1000 millones de feligreses y de un estado que es minúsculo pero influyente, influyentísimo, (0,439 km2 y apenas 900 habitantes), pues se volcaron a sus abrazos -más bien a sus pies- en busca del carisma y poder que solo puede darse y ser recibido por la fe y el amor.

 

Dones que también le hacen falta al Papa Francisco, pero no en cuanto no los tiene, sino en cuanto necesita que los demás admitan que los tiene, y puesto que accedió al trono de Pedro en uno de los peores momentos de la iglesia, uno que en muchos aspectos recuerda la tormenta que dio origen a la Reforma Luterana, entonces, nada más apropiado que tratar que el consenso que busca para renovar a la iglesia, saliera fortalecido con la gestión que Dios y los venezolanos le han encomendado para pacificar el país.

 

De modo que, se encontraron la semana pasada en Roma tres fuerzas que se necesitan, que no estaban en ningún sentido haciendo una apuesta desinteresada, por lo que, no hay dudas que la curia romana actuó convencida de que, de prosperar el reencuentro entre los venezolanos, la iglesia y el Papa Francisco saldrían fortalecidos.

 

“Dios no juega a los dados con el universo” decía Einstein, y de la Iglesia Católica se puede decir “Que no juega a los dados con la política”, y ello explica que sea la única institución obra de los hombres que mantiene su vigencia y permanencia después de 2000 años.

 

De ahí que sienta que su participación en la grave crisis política que divide a los venezolanos puede resultar exitosa, ya que, apuntando a la recuperación de la gloria de la iglesia en su bastión latinoamericano, también podría llevar paz y alivio a las dos partes de un país que llevan casi 15 años sin hablarse.

 

No es una tarea fácil, pero no es imposible, pues cómo, tanto chavistas como opositores democráticos han tenido la sensatez de no llevar sus diferencias hasta el derramamiento de sangre, entonces, lo que llaman “odios” podrían transformarse en “intemperancias” que se aplaquen tan pronto una voz superior les demuestre que por esa vía no van sino a la destrucción del país y de ellos mismos.

 

En ese orden, nada más importante que sea la presencia y la autoridad del pueblo, de las mayorías nacionales, las que decidan en elecciones limpias, transparentes e inobjetables cuáles son las autoridades que deben gobernarlos y los rumbos que debe tomar el país, y a través veredictos que sean acatados y respetados por todos.

 

De ahí que, no exista tarea más importante en este momento en la política venezolana que rescatar la confianza en el árbitro electoral que, al estar constituido en su mayoría por militantes del partido de gobierno y no permitir que los resultados electorales se auditen de manera que no dejen dudas sobre quién ganó y quién perdió, es el elemento de mayor perturbación en la reconciliación nacional.

 

Porque vamos a estar claros, Papa Francisco (y perdone que lo tuteé), en un país donde el árbitro electoral no es confiable, pero el gobierno obliga a los electores aceptar sus resultados sin auditarlos, no puede decirse que haya una democracia, sino una dictadura.

 

Una dictadura, no como la militar que sufrieron ustedes los argentinos por allá a finales de los 70 (y de la cual fue un testigo de excepción tendiendo la mano a los desamparados, perseguidos, presos y torturados), pero si una que, en cuanto escamotea el cabal cumplimiento de la ley, anula la independencia de los poderes y pretende acabar la pluralidad de pensamiento imponiendo una filosofía inútil, anacrónica e intolerante como la marxista, pues por lo menos merece el calificativo de neototalitaria.

 

Hay males que se viven, creo, por designios divinos y que no buscan sino robustecer a los pueblos en la búsqueda de los caminos que los conduzcan a la libertad, la democracia, la equidad, la fraternidad y la igualdad.

 

Males en los que se forjó un Juan Pablo II, que como hombre de Dios, conoció en carne propia los dolores que se derivan de los fanatismos, de quienes piensan que los hombres no pueden acceder al bien de la diversidad, ni de la libertad de elegir y necesitan de caudillos fuertes y violentos que los gobiernen hasta el fin de sus días y de sus hijos, nietos y tataranietos.

 

Exculpándome de comparaciones inoportunas, creo que usted se horneó en esa experiencia y que no va a dejar ni a la iglesia, ni al pueblo venezolano solos, que a lo único que aspiran es a vivir en democracia, en libertad y a elegir sin interferencias a los hombres y mujeres que juzgan deben gobernarlos.

 

Se, Papa Francisco, que como cabeza de la iglesia y de un estado laico minúsculo, no cuenta con el poder material para imponerle a nadie su verdad, sus ideas, sus deseos y ni siquiera los principios elementales del derecho natural, pero también que como una vez le dijera el Papa Pío XII en respuesta memorable al dictador, José Stalin, “sus divisiones están en el cielo” y se demostró que resultaron más eficaces que la OTAN y que el poder de las cinco potencias democráticas de Occidente a la hora de derrotar al último de los totalitarismos del Siglo XX, el que se inspiraba precisamente en Stalin.

 

Porque tampoco es que los venezolanos que luchamos por la democracia y la libertad, creamos y pensemos que los actuales nudos que asfixian al país tenga que desatarse por el poder de la violencia y la guerra, que mucho hemos logrado sin apartarnos de la legalidad y la paz, pero sin perder de vista que los fanáticos que se creen portadores de unas fulanas leyes de la historia, que creen en los dogmas de una filosofía decimonónica, son capaces de llegar a los peores extremos…si los dejan.

 

No es poca cosa, Papa Francisco, que hayamos nacido, usted y nosotros, bajo el mismo cielo, que hablemos el mismo idioma, animados por el mismo calor, abrigados contra el mismo frío, con la gloria de los mismos paisajes, y haciendo historia de una parte de la humanidad que no se deja humillar, ni vencer.

 

También que tengamos una experiencia compartida en conocer y enfrentar a esa minoría de individuos de la región que piensa que gobernar es no permitirle la protesta a los otros, ni tolerar que se diga y escriba sobre lo que está mal y debe corregirse.

 

No es poca cosa, en fin, que estemos en la misma trinchera, luchando contra los poderes omnímodos, vitalicios y absolutistas que tratan de convertir nuestros países en una suerte de estancias y haciendas bajo el dominio de capataces que, no solo aspiran a ser los dueños de sus tierras, siembras y cosechas, sino también de sus ciudadanos…!Ayúdenos!

 

Por Manuel Malaver

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