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El envite griego

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El envite griego

La elección de hoy contiene más matices de los aparentes entre continuidad y ruptura

Grecia, el Estado miembro de la Unión Europea (UE) que ha sufrido el grado más devastador de la crisis económica y su consiguiente descalabro social, afronta hoy una nueva elección anticipada que suscita pasiones encontradas.

 

Se dirime, a primera vista, la continuidad de la política económica de austeridad y estabilidad financiera, que ya recoge frutos, aunque demasiado incipientes, pero que ha generado una preocupante inestabilidad social y tensión en las calles; o bien, su abrupto final. Así que la apariencia inicial apunta matices y contrapuntos: la mera continuidad económica no garantiza la salida del colapso social; a más programa de bienestar, más verosimilitud cobra la hipótesis de un serio quebranto financiero y monetario.

 

Como telón de fondo, el futuro inmediato de la estrategia fiscal de la UE y de la trayectoria de la unión monetaria, recién reencauzada con tino hacia la expansión gracias al BCE. Desde la óptica griega conviene que las opiniones de los otros europeos no sean invasivas. Y que la fiesta de la democracia en que toda elección consiste se celebre sin reservas en el marco de la Unión a cuya pertenencia una abrumadora mayoría de ciudadanos no está dispuesta a renunciar, ni tiene por qué.

 

Desde la perspectiva europea resulta imprescindible subrayar a la ciudadanía y a los próximos Parlamento y Gobierno griegos que el interés de la Unión reside en consolidar la estabilidad del euro, y no ponerla en peligro. Y que siempre los anhelos de cada parte en la Unión deben incardinarse —como en toda construcción federal— en el interés del conjunto.

 

También una eventual victoria de la izquierda radical, inédita en la más reciente historia europea, debe incorporar este elemento. No solo porque figura en el pacto fundacional de la UE y está solemnizado en los Tratados, sino también porque una opción de ruptura del entramado de la unión monetaria dejaría a sus postulantes sin margen de maniobra. Ello debilitaría al euro, sí, pero también generaría enorme frustración y perjuicios domésticos. Asimismo, un hipotético triunfo de la continuidad debiera garantizar el reequilibrio de la factura de la crisis en favor de los más perjudicados, porque Europa debe ser también un espacio social común.

 

Existen muchas vías para asegurar que toda opción discurra entre debates, y no desgarros. Mediante negociaciones, y no desplantes unilateralistas. De nadie.

 

Editorial de El País

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