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El acoso de Podemos

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El acoso de Podemos

Pablo Iglesias y su entorno tienen que respetar la libertad de información

 

 

La libertad de información forma parte de los principios básicos de las democracias cuando funcionan realmente como tales y no como autocracias disfrazadas. Es muy grave que se menosprecie ese criterio, protegido por la Constitución como uno de los derechos fundamentales de los españoles. Por eso, el aldabonazo de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) a propósito de la decena de periodistas que han pedido amparo por sentirse “acosados y presionados” por Podemos, apoyado en testimonios y pruebas documentales, han llevado a la APM a exigir a este partido “que deje de una vez por todas la campaña sistematizada de acoso personal y en redes que viene llevando a cabo contra profesionales de distintos medios, a los que amedrenta y amenaza cuando está en desacuerdo con sus informaciones”.

 

 

Varios portavoces de Podemos se han apresurado a decir que no se reconocen en esa denuncia, pero ha dejado huellas. Las presiones son ahora distintas a las que hacía el propio Pablo Iglesias cuando acusaba en público de mentir —y medrar así en sus medios— a periodistas que cubren la actividad de Podemos. Según la denuncia de la Asociación de la Prensa de Madrid, hay un bombardeo de mensajes que intentan descalificar o ridiculizar a periodistas, origen del amparo pedido por un grupo de afectados.

 

 

El problema de fondo es que Podemos, y muy concretamente su líder, considera a los medios de comunicación un poder no electo; y que la existencia de medios independientes no le parece, en realidad, el estado natural de las cosas. Iglesias, sin duda un comunicador nato, es en gran parte fruto de los medios, y no les criticaba cuando le abrían sus programas o sus páginas, sobre los que construyó su imagen pública. Ahora que Podemos se ha convertido en la tercera fuerza política de este país, lógicamente está sometida a un mayor escrutinio de los medios, que —¡faltaría más!— no esconden las dificultades por las que atraviesa este partido, sus luchas internas por el poder o las diferencias entre los proyectos políticos de sus distintas corrientes.

 

 

 

Los choques y las críticas entre políticos y medios de comunicación vienen de lejos. El problema es que Iglesias —como Trump en EE UU— los considera poderes fácticos que intentan influir y condicionar sin haber recibido el mandato de las urnas. Jamás se ha planteado que las líneas informativa y editorial de los medios de las democracias avanzadas, desde The Washington Post o The New York Times, hasta los europeos más serios, necesiten adquirir una legitimidad electoral que les da o les niega su audiencia cotidianamente, como un contrapoder de la sociedad civil. No entenderlo así es impropio del líder del tercer partido español y de su entorno.

 

 

 

Y si el futuro ambicionado por Podemos fuera que de la información debe ocuparse el poder público, no tiene más que echar un vistazo a lo que ocurre en RTVE a favor del PP, o en TV-3 del independentismo, para comprender la razón de rechazar con energía el dirigismo y la manipulación desde las cúpulas políticas, sean de partidos tradicionales o procedan de nuevas formaciones.

 

 

Editorial de El Paìs

 

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