Es el título de un conmovedor libro que llegó a mis manos hace poco de parte de un amigo en común de su autora, la profesora de la UCV Gloria Cuenca. Para quienes pasamos por esa estupenda escuela de periodismo de la UCV la autora no necesita presentación dado que sus enseñanzas, su sabiduría, su pasión en los temas de la ética, comunicología y libertad de expresión, han quedado arraigadas en al menos dos generaciones de jóvenes que pasaron por esa escuela.
Su escrito no solo es conmovedor sino valiente porque pocas personas son capaces de comprender que en una importante etapa de sus vidas, se estuvo equivocada, pero al mismo tiempo tener el coraje de comprender esa vivencia, las razones que llevan a una persona a pensar y actuar de una manera, pero finalmente tener la capacidad de reconocerlo y rectificar.
Es así que Gloria Cuenca a través de ese relato narra sus experiencias en la lucha política dentro de la izquierda venezolana como militante del Partido Comunista de Venezuela y luego en la ultraizquierda afiliada a la corriente maoista de aquellos años.
Con precisión narra las contradicciones que vivió al haber convivido con una ideología cerrada, en una «utopía cerrada» como la describe, arropada por un dogmatismo que no aceptaba la diversidad de pensamiento.
Esa vivencia encontró una fuerte resistencia en ella misma por ser una mujer que se formaba en una escuela como la querida Universidad Central de Venezuela, que como bien identifica su slogan: «La casa que vence la sombras» siempre fue un centro de debates, de libertades, una institución que ha sobrevivido y ha mantenido su autonomía aún en los tiempos más oscuros de las dictaduras.
Un punto de quiebre en la férrea ideología que la había acompañado en su juventud y luego como profesional, son sus dos viajes a China en 1976 y 1979, durante la llamada Revolución Cultural, en compañía de quien fue su esposo, también profesor de la UCV, Adolfo Herrera.
En esos viajes comprende de cerca cómo los chinos vivían aislados del mundo real, de la información y sus periodistas solo eran propagandistas de la revolución. Seres humanos que vivían con el temor de ser disidente, de pensar en libertad y en definitiva tener que convivir en el dogma por encima del pensamiento humano.
Recuerda en sus tiempos de militancia en el Partido Comunista cómo las acciones y las tareas estaban por encima de todo, incluso sobre la ética. «En el marxismo no existe una conformación de principios de la ética universal. Todo es relativo de acuerdo con las necesidades de la revolución. Si hay que matar se mata; si hay que robar se roba. Por eso se habla eufemísticamente, de ajusticiamiento, de expropiación». Escribe Gloria en uno de sus capítulos. Un aspecto que sería duro de asimilar en una mujer que pasó toda su vida de docente enseñando ética y libertad de expresión.
Lo narrado por la profesora Cuenca en su libro debe reflejar la experiencia de muchos jóvenes que en esos años militaron en la izquierda radical, incluyendo quien escribe estas líneas, pero que luego de contrastar lo que vivieron durante su militancia en estos partidos de izquierda, y lo ocurrido en los países del «socialismo real»: masacres, destrucción de la economía, hambrunas, represión, culto y endiosamiento a los líderes, comprendieron la importancia de los valores democráticos, la libertad individual y el desarrollo personal.
La experiencia narrada tiene mucha pertinencia en lo que ha vivido Venezuela en 17 años de chavismo en donde se ha tratado de imponer una ideología, un pensamiento único y un redentor con todo y mausoleo. Al mismo tiempo se ha destruido el aparto productivo y las políticas gubernamentales se han ensañado en contra de las universidades autónomas y privadas.
Esto último no ha sido casual. Porque son esos centro universitarios de donde están saliendo los nuevos líderes políticos con formación académica y principios democráticos, tal como lo destaca Gloria Cuenca en su «Regreso de la Revolución».
Francisco Olivares
Twitter: @folivares10
