Necesita que la presión de su gente se materialice en negociaciones futuras
Hemos escrito mucho sobre el impresionante resultado obtenido por Capriles a lo largo de la última campaña, que le permitió cerrar una brecha que lucía cuesta arriba apenas un mes antes de la elección. Se consolidó como el líder indiscutible de la oposición y no tuvo costos de derrota, pues en la mente de sus seguidores, e incluso de sus adversarios, es un ganador.
La decisión de pedir una auditoría era racional y legal. Nadie puede negarle el derecho a revisar lo que sea necesario para estar seguro que el resultado es el adecuado, más cuando la brecha fue lo que Chávez llamaría «pírrica» y el desbalance de campaña, en términos de recursos, medios y control institucional, resulta público y notorio.
Pero la pregunta relevante es: ¿y qué hace ahora cuando su adversario tranca las posibilidades de tener una auditoria integral? ¿Qué ruta le queda si el fallo del TSJ podría haber sido escrito hace meses, con puntos y comas, y sabe de antemano lo que dirá? ¿Cómo reacciona ante una evidente radicalización política del gobierno, que intenta congelarlos por miedo o provocarlos al conflicto, para culparlos luego al estilo del niño que le parte la cara a otro y luego muestra su mano ensangrentada para acusarlo de habérsela roto?
Algunos podrían pensar que la única vía que le queda es rebelarse, protegido en su derecho constitucional. Mi opinión, en cambio, es que esa es la peor opción y una ruta directa al fortalecimiento de su adversario.
Entiendo la frustración de quienes se sienten violados en sus derechos, pero también se deben haberse sentido así Gandhi y Mandela cuando abusaron de ellos y, sin embargo, la respuesta inteligente no fue dejarse provocar y desbordarse en actos que no podían controlar, con riesgo de violencia, frente a una fuerza en poder, que podría tomar de ello ventaja perceptual, volteando la tortilla de las responsabilidades.
Tampoco le hubiera servido a los luchadores de derechos democráticos romper los puentes de negociación política o no intentar reconstruir lo que el otro rompe, cerrando todas las puertas a una salida electoral futura, quedando presos de la lucha armada o de la sumisión, en una ecuación binaria, donde la lucha electoral queda inhabilitada.
Suena «valiente» amenazar con defender los derechos con tu «propia vida» (que muchas veces significa la vida de los demás). El tema es que ese sacrificio, además de valiente, tiene que ser productivo y creo que en este caso no lo es. Plantear un conflicto entre dos mitades, cuando la otra tiene la plata, el poder, los medios y el monopolio de las armas no me luce muy sagaz.
Y en paralelo, desmotivar a tus grupos sobre una posibilidad futura de negociación política (que podrías necesitar luego) e incapacitar las salidas electorales futuras, cuando en esta de vaina ganas, incluso con el sesgo y el abuso de poder en contra, sería suicida.
Afortunadamente, no parece que Capriles vaya por esta vía, aunque tendrá presiones de los radicales (y tentaciones chavistas) para tirarse el barranco.
Él tiene el perfil de un líder que puede ser presidente. Con esta ventaja, es el primer interesado en luchar y denunciar, pero a la vez, necesita que la presión de su gente se materialice en negociaciones futuras y en invitaciones a nuevas elecciones que le permitan canalizar la energía hacia donde debe, al voto, incluso en condiciones desventajosas, porque fue así, con la constancia y la lucha, que la India, Sudáfrica o Chile terminaron ganando al final.
La historia nos muestra otras historias de triunfo, pero cuando se queman los puentes y se cierran las puertas, no suele ganar quien tiene la razón… sino quien tiene la fuerza.
@Luisvicenteleon
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