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Comprender la experiencia del otro

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Comprender la experiencia del otro

En épocas de crisis el imperativo moral obliga a la búsqueda del espacio común en el que es posible la comunicación con el otro
Vivimos tiempos donde las fuerzas centrífugas parecen más audaces que las que rigen la cohesión social. Pero los directivos y gerentes tienen la obligación de retener, contener y darle sentido a esta experiencia inédita de confusión, vacío y conflicto.

 

 

 

La gente se ha reducido a percepciones y emociones extremas. Y no es para menos, porque el inconsciente colectivo está movido y perturbado por el mal extenso que todos estamos experimentando.

 

 

 

La violencia, el crimen, la impunidad, el desparpajo y la verborragia ineficaz e inútil que practica el gobierno no permiten ni serenidad, ni sosiego, ni paz. Y solo en paz y entereza prosperan los pueblos. No debe ser fácil experimentar este cuarteto apocalíptico que cabalga en nuestra realidad: la inflación que no encuentra quicio, la escasez que te vuelve improductivo y masa inerme, el apagón productivo y la precarización del empleo, y esa “mala vibra” del que se dispone a un transcurrir mientras tanto ocurre esa oportunidad que desvela y distrae. No debe ser fácil vivir el hambre y el empobrecimiento, la acumulación de carencias y de deudas, los efectos acumulativos y devastadores del miedo y del desánimo, y también de la falta de agua que nos hace perder higiene -tan sagrada para los venezolanos- o la escualidez de los recursos que nos hace ir raídos por los pasillos de la oficina.

 

 

 

El cielo se está derrumbando, pero lo está haciendo sobre nosotros. Repito, el inconsciente colectivo está procesando todas estas malas noticias.

 

 

 

Cada quien vive esta realidad desde sus propios atributos cognoscitivos, valorativos y morales. Pero los directivos y gerentes tienen el deber de comprender la experiencia del otro para atajar, contener y refrescar lo que puede ser una experiencia intensa. Isaiah Berlin, tal vez el más grande historiador de las ideas del siglo XX, comentó alguna vez lo decisivo que podía ser este esfuerzo. “No es una cuestión de escalpelo, platina y etiqueta ni tampoco un problema que pueda resolverse estableciendo un ideal racional y midiendo las distancias que separan de él a la otra experiencia.

 

 

 

Tampoco se resolverá con la solidaridad entre los particularismos, tan propio de las tácticas nacionalistas. La solución está en reconocer al otro como capaz de dar sentido, aunque lo haga de una forma que dista mucho de la nuestra”. Esta crisis que estamos viviendo todos los venezolanos, que no se queda en las puertas de las empresas, tiene que ser reflexionada y comprendida como parte de la vivencia de todos, para que entre todos se busquen las mejores vías de trascenderla. Porque si no las sorpresas nos estallan en la cara. La sorprendente noticia del que se va de un día para otro; la del que comienza a faltar a su trabajo porque no tiene como hacerlo; la del que comienza a pensar que puede robar un poco aquí y otro poco allá para compensar el empobrecimiento atroz. La del que comienza a pensar que todo esfuerzo es inútil y cae en la improductividad. La del que mira con suspicacia a su jefe. La del que tiene que simular su repugnancia porque se siente aplastado por una ideología que obliga y coopta. Y quien sabe cuántas otras expresiones del desánimo nacional que se están conjugando en el país.

 

 

 

En épocas de crisis el imperativo moral obliga a la búsqueda del espacio común en el que es posible la comunicación con el otro. Los líderes deben tener disponible al máximo su capacidad de juicio para apreciar apropiadamente lo que está ocurriendo y capacidad pedagógica para contribuir a una significación que no derive en disolvencia.

 

 

 

A tiempos extraordinarios corresponden medidas extraordinarias. Los valores no son palabras vacías sino hábitos eficaces. Francisco decía recientemente que “la misericordia de Dios hacia nosotros está relacionada con nuestra misericordia hacia el prójimo; cuando falta esto, también aquella no encuentra espacio en nuestro corazón cerrado, no puede entrar”.

 

 

 

Son tiempos para la misericordia y la solidaridad, no la que algunas ideologías quieren imponer por la fuerza, que siempre terminan en ineficacias y represión, sino aquella que es más verdadera y más íntima, la del que comparte la misma ruta y la misma suerte. También el Papa apuntó al estilo de los verdaderos líderes, acorde con las terribles circunstancias que nosotros estamos viviendo: “Sencillo”, “esencial” y sobre todo “creíble”, advirtiendo además que deben ser hombres de paz y de reconciliación, una señal y un instrumento de la ternura de Dios, atentos a difundir el bien con pasión.

 

 

 

No es el momento del aislamiento directivo. Francisco recomienda el “estar en medio” acercándonos, casi en punta de pies a alguno de los muchos empleados que trabajan en nuestras empresas; dejemos que el rostro de uno de ellos pase ante los ojos de nuestro corazón, y preguntémonos con simplicidad: ¿qué hace gustosa su vida? ¿Por quién y por qué cosa empeña su servicio? ¿Cuál es la razón última de su compromiso y desempeño?”.

 

 

 

Las respuestas que florecerán los ayudarán a individuar también las propuestas formativas sobre las que invertir con coraje”, porque de eso se trata, de sacar lecciones y de ayudar a los demás a hacer lo mismo. Son épocas de inversiones. Los líderes deben estar dispuestos a amar y a servir. Solamente así podremos rescatar al país.

 

 

 

victormaldonadoc@gmail.com
@vjmc

 

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