La experiencia enseña que el peor error en que puede incurrir un analista político es asumir el papel de adivino.
Cada vez que alguien escribe sobre “posibles escenarios” tenga usted por seguro que ninguno de ellos se va a dar. Ahí reside precisamente la fascinación que sobre muchos ejerce la política: ella es cambiante, está sujeta a incidentes, sigue las normas de la contingencia y, por lo mismo, no es predecible.
El tiempo verbal del analista no es el futuro. Su lugar de análisis es el pasado. Pero a diferencias del historiador que asume un pasado largo, el del analista político es el más reciente: un pasado que todavía no ha pasado. Uno sobre el cual puede volar en cualquier momento un cisne negro el que, al cambiar el futuro, cambiará también al pasado.
Escribo estas líneas cuatro días antes del la gran marcha, llamada “toma de Caracas”, convocada primero por Henrique Capriles, asumida por toda la MUD y hoy objetivo unitario de la gran mayoría del pueblo venezolano. Fue propuesta hace casi un mes. Para muchos, un error. No fue convocada para un fin de semana. Para muchos, otro error.
La realidad ha demostrado, sin embargo, que los errores no fueron tales. El largo plazo que va desde su anunciación hasta ahora, ha tenido la virtud de crear un clima de tensión. Evidentemente, no se trataba de sorprender al adversario con tácticas guerrilleras. Pero sí de darle su última oportunidad. Un tiempo largo para que el gobierno reflexione y ordene a su ministerio electoral (CNE) dar curso a la normativa constitucional del 20% de las firmas.
Desgraciadamente para Venezuela, el régimen parece haber perdido la segunda oportunidad para reivindicarse ante la ciudadanía. La primera la perdió después del 6-D al bloquear a la AN, único lugar en donde podía darse un dialogo entre oposición y gobierno (para eso no eran necesarios ni Samper ni Rodríguez Zapatero). Pero fiel a la concepción
totalitaria legada por el difunto, el régimen ha intentado, vía TSJ, anular al Parlamento, la expresión más genuina de la voluntad soberana del pueblo.
La fijación del día Jueves tampoco fue un error. En días laborales los ciudadanos están comunicados entre sí. Los centros de trabajo, las escuelas, las universidades, los vecindarios, los mercados, las colas, se convertirán en centros de agitación popular. Llamar el Jueves significa, además, asumir la posibilidad de un fin de semana largo si los hechos así lo obligan. Puede ser que el 1-S sea –no solo en sentido numérico- el comienzo de un Septiembre de luchas.
Nadie sabe como va a terminar esta historia. Pero sí sabemos lo siguiente: los sucesos que comenzarán el 1-S, con un pueblo organizado alrededor de una petición tan mínima como es la exigencia del 20%, estarán en gran parte determinados por la magnitud de las movilizaciones. El 1-S -ese es el punto- puede desatar una dinámica hasta ahora desconocida en la historia del país. No me refiero a un “Caracazo”. Me refiero a un “Venezuelazo”. Todo es posible.
Sabemos, además, que la convocatoria ha prendido fuego. La concurrencia será más que masiva. La ciudadanía se volcará en las calles. El régimen, incapaz de frenar una manifestación grande con otra más grande, recurrirá al uso de sus aparatos represivos. No es un vaticinio. Ya está sucediendo. Diosdado Cabello y Jorge Rodríguez no se cansan de anunciarlo. Si eso sucede, el régimen obtendrá justamente la derrota que trata de evitar. Las cámaras ya lo están enfocando .
El 1-S será un festival televisivo y fotográfico. Miles de imágenes mostrarán hacia el mundo a un pueblo pacíficamente movilizado, acosado por soldados armados hasta los dientes. Esas fotos serán radiografías. La verdadera naturaleza del sistema quedará al descubierto. A diferencia de Chávez quien decía, “nuestra revolución es pacífica pero armada”,
Maduro solo podrá decir: “nuestra contrarrevolución es violenta y por eso está armada”. La ciudadanía en cambio dirá: “nuestra movilización es pacífica y por eso está desarmada”.
En pocas palabras, las imágenes mostrarán dos lados: a un lado el pueblo del RR16, pacífico, democrático, constitucional, mayoritario y hegemónico. Al otro, un régimen violento, anti-democrático, anti-constitucional, minoritario y represivo.
Hay quienes dicen incluso que los militares, sobre todo los oficiales jóvenes, se pasarán “al lado correcto de la historia”. Hay que tener cuidado. No pocas veces los políticos han confundido sus deseos con la realidad. Por lo demás, a los militares nadie les exige eso. Basta con que cumplan su deber profesional. Eso pasa por ponerse al lado de la Constitución. Aunque el régimen no esté a ese lado.
Nadie sabe, reitero, lo qué sucederá el 1-S. Aparte, por supuesto, de que todos sabemos que ese día comenzará otro capítulo de una (ya demasiado) larga historia.
Fernando Mires