La calma en el caos…
noviembre 28, 2018 10:28 am

 

Vine a la India de trabajo. Pero la política y las ciencias sociales comparadas no me sueltan. Es inevitable centrar la atención en nuestra realidad cuando entramos en contacto con unos de los pueblos más complejos del planeta en lo étnico, religioso, histórico y demográfico. Pero conviven en paz. Eso es India: tolerancia en medio de la miseria, respeto en medio de grandes carencias, belleza rodeada de anarquía y amabilidad a pesar de sensibles dolencias…

 

 

Ellos los indios. Nosotros los estresados…

 

 

 

Cuando llegué al hotel (2:00 am) nuestro anfitrión nos dice: “debemos esperar un poco por vuestra habitación”. Al rompe irritable le digo con tono inquisidor: ¿Cuál es el problema amigo mío? El hombre con mirada noble me ve cálidamente. “No hay ningún problema señor. Sólo queremos estar seguros que su habitación esté como lo merece”. Sin más llamó a su colega quien se acercó aceleradamente y nos llevó casi de su mano: “Acompáñeme Sr. Viera-Blanco. Queremos obsequiarle un té. En ese instante mi esposa interrumpe deteniendo cualquier injusta intemperancia, me mira con ojos de censura y le dice: “Muy amable, con gusto”. (…) En su habitación sólo falta nuestra nota de bienvenida. Sentimos hacerle esperar, sentenció… ¿Nota de bienvenida, pensé? Mi vergüenza se disparó. Así soy. ¿Así somos?

 

 

 

Un pequeño episodio que en 10 minutos representan dos mundos, dos culturas, dos dimensiones, dos versiones de suficiencias o carencias. Las de ellos plenas de paciencia, respeto, comprensión. Las nuestras: reactivas, indómitas, caribes. Al final se impone la calidez, la mirada suave, cordial, de apariencia sumisa (que no lo es). Y responde nuestra camaradería, nuestro acervo maternal, nuestra mujer…

 

 

 

Llegamos pronto a la habitación: Nos esperaban flores, una nota de bienvenida (escrita a mano) y otra de disculpas. ¿En que tiempo escribieron sus dispensas? Me sentí reprendido sin que haya mediado un sola reproche. Así son ellos, así somos…

 

 

 

 

Las costumbres y la política…

 

 

 

Delhi es una ciudad anárquica. Exuberante pero desbordada. Caminar por una autopista de día o de noche ¡es normal! Contrastan los inmensos palacetes y sedes de gobierno con indigentes debajo los puentes. Pero no se sienten así. Es lo que Dios les concedió. Un pasaje de la vida. No sentí inseguridad en ningún momento. La democracia en India [BHARAT]-liderada por élites- avanza trepidantemente en medio del caos, utilizando la tecnología como estrategia de inclusión. Y se siente la potencia del desarrollo, entre vacas y carretas…

 

 

 

Invadido de mística, de la gracia de un saludo continuo a manos juntas [Namaste]”, de sonrisas a toda hora, no he sentido más que paz y afecto. Confirmo que es la cordialidad la que contagia la empatía y convierte la miseria en un hecho pasajero y superable. Magnanimidad espiritual que destierra la violencia. Única manera que 1.2 billones de mortales convivan en una centrífuga de lenguas, dialectos, mitos, religiones y modos, suavemente…

 

 

 

Una lagrima en la mejilla del tiempo…

 

 

 

Deli, Agra y Jaipur. El triángulo de oro. Cruzar India es vivir la abundancia de un país de inmensas extensiones de arroz, pimienta, trigo y lentejas [lo que más comen]. La miseria no hace mella en la cotidianidad del Indio porque su filosofía de vida no tolera sufrimiento por lo material. Para el Indio la vida no es un valor permanente. Es un tránsito por este mundo que aceptan como venga. A fin de cuenta no se es pobre o rico. Se es un alma que levita felizmente y debe hacer el bien porque así será recompensado en otra vida.

 

 

En India conviven regias mansiones con casas humildes. Un indio se puede hacer rico y levantar su palacete en el mismo terreno donde vivió. Sabe que sus vecinos no le envidiarán o atacarán por ser rico… India es la calma en el caos. El tráfico es una locura. Es ver un camión a contravía en una autopista o esquivar personas como pines! Pero nada detiene su vocación de felicidad porque las cosas más simples, más pequeñas, más básicas, más humanas, son su luz infinita de su humildad.

 

 

 

La historia del Taj Mahal descrito por el poeta persa Rabindranath Tagore como “Una lágrima en la mejilla de los tiempos”, es trágica y hermosa a la vez. Un califa Mogol, musulmán (guerrero) que en medio de la pérdida de su amada esposa, Arjumand Banu Begum, le construye un templo de mármol a orillas de rio Yamuna (1631), tapizado de piedras preciosas y oro. Un emperador que llegó al poder tras matar a sus hermanos y que al final de su vida fue encarcelado por su hijo menor que también mató a su hermano mayor para gobernar. El emperador Shah Jahan gastó la fortuna de su dinastía -hoy equivalente a un billón de dólares- para honrar el amor de su vida. 20.000 obreros y 24 años volcados a una obra irrepetible por su perfección simétrica, el alma de India…

 

 

 

Lo que reforcé en India: amar a la familia, a tu gente, a tu país, es un valor superior que no justifica maltrato, desprecio ni orgullos. Es respirar la libertad. El es comprender que lo material es banal… Es amar en medio del caos y redimir en medio del rencor. Mucho que aprender de India como por ejemplo, maltratarnos menos y respetarnos más, aun en medio de nuestras sufridas tragedias e indómitas miserias… Salut!

 

 

Orlando Viera Blanco

@ovierablanco