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Muertos de miedo

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Muertos de miedo


 No otra conclusión puede sacarse de lo que sucedió ayer con la marcha convocada por el presidente interino Juan Guaidó. El miedo corría libre desde Miraflores hasta Chacao. Hubo muchas muestras de ello.

 

 

Estaba claro desde el principio que el régimen no iba dejar a la gente protestar y mucho menos a sus diputados retomar la sede que les pertenece por derecho, porque fueron elegidos por el pueblo.

 

 

Por eso, desde el lunes comenzaron a trancar avenidas y autopistas, así como a sacar tanquetas y contingentes antimotines a la calle. Los alrededores del Palacio de Miraflores estaban llenos de soldados famélicos que cumplen las órdenes de quienes le tienen miedo a lo que viene.

 

 

Incluso apostaron francotiradores en el techo del Palacio Legislativo, como si lo que se esperaba era una horda armada como las que ellos están acostumbrados a utilizar en contra de los ciudadanos.

 

 

El propio número dos del régimen se encargó de asustar a la gente porque aseguró por las redes sociales que grupos motorizados del Partido Socialista Unido de Venezuela recorrerían las calles de Caracas. Eso no era más que una amenaza y un eufemismo para decir que los malandros de los colectivos tenían permiso de aterrorizar a mansalva.

 

 

Pero nada de esto detuvo a los manifestantes. Ni siquiera la cantidad de guardias nacionales que los esperaban en el punto de partida de la marcha, en la plaza Juan Pablo II de Chacao. La gente llegó de todas partes de la ciudad. El miedo está del lado del régimen.

 

 

Muchos eran ciudadanos de la tercera edad que se han quedado solos en el país porque sus hijos han emigrado para poder buscarse el sustento. Muchas eran mujeres aguerridas que quieren defender su patria para las nuevas generaciones. Muchos los hombres que luchan todos los días.

 

 

Los gremios, los militantes de los partidos políticos, los estudiantes, todos acudieron al llamado que hizo Guaidó.

 

Pero no los dejaron dar ni un paso. Como si con bombas lacrimógenas pudieran revertir la ola de cambio que se forma como un gran tsunami y que está por arroparlos aunque se escondan en el último rincón de Miraflores o del Fuerte Tiuna.

 

 

Todo el mundo en este país tiene una queja, todo el mundo tiene razones para firmar un pliego de conflicto y decirle al régimen que no quiere que siga robando y haciendo de las suyas.

 

 

La sociedad venezolana está dispuesta a hacer que esa gran ola se lleve de una vez por todas 20 años de desgracia. Y eso ocurrirá a pesar de las bombas lacrimógenas, los francotiradores y los desacuerdos políticos.

 

Editorial de El Nacional

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