Los catedráticos pobres, o los pobres catedráticos

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Los catedráticos pobres, o los pobres catedráticos



El desprecio de la dictadura por la actividad docente se puede advertir a través de numerosas observaciones, pero el deterioro de la vida de los profesores universitarios es el testimonio indiscutible de un desdén oficial que solo puede existir en situaciones de barbarie extrema.

 


Ciertamente estamos ante un menosprecio generalizado del trabajo de quienes se ocupan de hacer patria en las aulas en las diferentes escalas del proceso educativo. Todos los tutores de la juventud han recibido la patada «revolucionaria». Por todos se debe hablar a la hora de defender reivindicaciones fundamentales en cualquier sociedad civilizada, pero el caso de los profesores de las más altas casas de estudio simplemente clama al cielo y resume la situación en términos escandalosos.

 

 

Visiten las sedes de las asociaciones de profesores universitarios para que observen el declive de los servicios que se ofrecen a los afiliados, antes adecuados o capaces de atender necesidades fundamentales y hoy reducidos a su mínima expresión. Las carencias de presupuesto impiden que un reconocido segmento de la colectividad reciba atenciones dignas y puntuales, hasta el punto de que sean los lugares dedicados a la salud y a la atención de las necesidades perentorias de los catedráticos lo más parecido a una desvencijada casa de caridad para menesterosos.

 

 

Vean la ropa de los que entran decaídos al aula para dar sus clases, o a los gabinetes de investigación o a los espacios de las bibliotecas, para que topen con el desfile de modas de unos harapientos que ni siquiera pueden presentarse dignamente ante los discípulos. O vean el aspecto físico de quienes dedicaron horas preciosas de su existencia a formarse como intelectuales de alto nivel en programas doctorales y posdoctorales, o en la elaboración de investigaciones útiles a la sociedad: la encarnación de la hambruna, la prueba incontestable de un desprecio que no merecen, la máxima expresión del declive moral y material que la grosería del régimen exhibe en el devenir de unos ciudadanos que, por el rol que cumplen, merecen meticulosa consideración.

 

 

No se hace ahora referencia a una situación excepcional. La penuria de los venezolanos es generalizada y ha traspasado límites intolerables, barreras inhumanas, pero la situación de los docentes y de los investigadores de nuestras universidades es una de las más devastadoras en tal sentido. Como solo tienen el ingreso de su magra remuneración, están condenados a un destino de vergonzosa escasez  que bajo ningún respecto merecen. Su vida es un compendio de dolor y el testimonio de una cadena de afrentas que nadie merece, mucho menos unos profesionales a quienes tanto debe el bien común.

 

Editorial de El Nacional

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