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Las urgencias de los migrantes

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Las urgencias de los migrantes

Sabemos los motivos de la diáspora venezolana: la búsqueda desesperada de sobrevivencia. Las personas a quienes se cierran las posibilidades de mantenerse con dignidad, o de encontrar el pan de cada día, meten en el equipaje sus anhelos marchitos para tratar de volverlos realidad en otras latitudes. Estamos frente a una calamidad inédita que ha producido la dictadura, que requiere un comentario capaz de poner sobre el tapete lo que realmente significa.

 

 

Familias divididas y rotas, incertidumbre en grandes masas de la población, distancia de afectos y sentimientos, exploración de ambientes desconocidos que pueden ser hostiles, forman los ingredientes de un desafío que debe atribuirse a políticas macabras del gobierno frente a las cuales no cabe la posibilidad de justificación. Pero, para calcular la magnitud del descalabro, el tamaño de la dolorosa migración, conviene detenerse en el aspecto fundamental que la hace más agobiante y desafiante.

 

 

Venezuela ha sido una sociedad básicamente sedentaria. Sus habitantes se fueron asentando progresivamente, aun en la precariedad material y en las modestias del siglo XIX, sin buscar la alternativa de asentarse en el extranjero. El país se formó en un conjunto de existencias lugareñas, en vidas atadas a lo doméstico. De allí la fragua de unos hábitos que se convirtieron progresivamente en esencia de la nacionalidad.

 

 

Apenas sucedieron movimientos migratorios caracterizados por la fugacidad que provocaban las guerras civiles y las peregrinaciones de líderes políticos a quienes perseguían las dictaduras, pero que solo pensaban en el momento de regresar. Hablamos de contados contingentes de población y de grupos estelares de la escena pública, sin influencia real en la evolución de la vida. La situación se superó con creces en el siglo XX, debido a que la riqueza petrolera y el desarrollo de la colectividad industrializada no solo permitió el mayor alivio de los perseguidos, sino que, además, acostumbró a la recepción de grandes masas procedentes del extranjero para que Venezuela adquiriera la formación abierta y aún cosmopolita que la distinguió hasta el advenimiento del chavismo.

 

 

La diáspora de la actualidad es un fenómeno capaz de producir  una ruptura histórica. No se trata de acompañar el dolor de los venezolanos que emigran hasta llegar a estadísticas millonarias, sino de saber que tales movimientos significan un corte abrupto de vivencias establecidas desde la antigüedad republicana.

 

 

Lo sedentario se volvió nómada, el  apego a raíces remotas fue sajado de un tajo, la familiaridad con una vida hecha a su modo por los antepasados se volvió salto de mata provocado por la fuerza, sin considerar la evolución de la sociedad o saltándola a la torera por unos mandones ignorantes, además de despiadados.

 

 

Los venezolanos de la actual diáspora no solo padecen los aprietos propios de todas  las migraciones, sino el divorcio drástico de unos hábitos fraguados durante siglos de existencia. No solo deben buscarse la vida en escenarios inéditos, sino hacerlo sin la pedagogía de una sociedad en cuyos horizontes jamás estuvo presente un problema semejante.

 

Editorial de El Nacional

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