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La última posibilidad

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La última posibilidad


 
 No recuerdo si lo hemos citado antes, o quizás el tema es como ese enclenque fantasma que insiste en buscar sitio en una fiesta o una tragedia (todo es posible) en la cual nadie quiere su presencia. Por repugnante, por cínica o porque huele mal en el escenario político, lo mismo da.

 

 

El instinto nos enseña a apartarnos de las deposiciones de caballos y burros, especialmente de estos últimos que han contaminado nuestra perezosa historia.

 

 

Hablemos, pues, de este momento que padecemos, valga advertir, a partes iguales. Unos que han renunciado al honor; otros que han renegado de lo comprometido en un juramento sagrado al pie del samán de Güere con sus antiguos compañeros, pero que hoy nadan en la abundancia vulgar del ejercicio del poder; y otros que, todo hay que decirlo, decidieron no ser soldados sino comerciantes y cobradores de comisiones.

 

 

Qué maravillosa escuela de negocios ha resultado ser esta revolución que se refugió tras la figura de Bolívar, que murió pobre y vestido con ropa prestada. ¿Es esto un insulto? Para nada, basta mirar alrededor de aquellos que juraron por el honor de la patria y que hoy ya son gerentes de negocios muy complejos pero extremadamente oscuros para los auténticos intereses de la patria, para su supervivencia y para su renacer democrático.

 

 

Ahora no ocurre así, de acuerdo con lo que se lee en los medios de comunicación y en las redes sociales de muchos países, en foros internacionales y en denuncias que recorren el planeta.

 

 

Hoy un civil con una franela roja o un uniformado puede llegar a ser señal de una transacción económica, de diligenciar un trámite y no de una batalla por la soberanía, por la vigencia de nuestras fronteras o por la protección de nuestras riquezas naturales.

 

 

Se ha modificado de repente y sin razón, como se denuncia hasta el cansancio en publicaciones serias y respetables, el objetivo único, primordial e innegociable de la protección del territorio nacional. Incluso se da como un hecho endémico la presencia de grupos guerrilleros y  paramilitares colombianos que burlan la esencia de lo que se llama y reconoce como suelo sagrado y definitivo.

 

 

Estos grupos se han atrevido a desconocer que nuestras tierras son intocables y que nada los autoriza a estar aquí. Seguramente están envalentonados porque observan cómo en estos últimos tiempos se firman convenios con grandes potencias para que se establezcan aquí, claven banderas, deterioren el ambiente, hostiguen a las comunidades indígenas y, por si fuera poco, hagan exigencias y chantajes que ningún venezolano honesto puede aceptar.

 

 

Ninguna dictadura ha durado lo suficiente para que sus pecados sean perdonados y sus asesinatos, torturas y secuestros sean olvidados. Eso está escrito en la historia de los países libres de todos los continentes. Y no vale la pena mencionar a Cuba que, por desgracia, ya no es un país sino un cementerio que se derrumba día a día.

 

 

Estos regímenes dictatoriales están condenados de antemano. A sus cómplices de adentro y de afuera solo les queda aceptar ya la quiebra moral y económica de la dictadura y entender que solo en libertad y en democracia se puede recuperar la prosperidad perdida.

 

Editorial de El Nacional

 

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