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La petición de elecciones libres

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La petición de elecciones libres


 
 ¿Por qué la petición de elecciones libres es la piedra que más tranca las negociaciones entre la dictadura y la oposición que se realizan en Barbados? ¿Por qué las ven como enemigo diabólico las fuerzas que usurpan el gobierno en Venezuela? ¿Por qué una petición habitual en el desenvolvimiento de las sociedades democráticas se vuelve valladar insalvable para la llegada de una transición reclamada por las grandes mayorías?

 

 

Precisamente por eso: porque son reclamadas por las grandes mayorías debido a que son unas de las falencias más evidentes en un sistema de dominación que solo recurre a ellas cuando tiene las de ganar, o porque las ha burlado hasta el punto de convertirlas en el puntal de los engaños que ha conducido a la usurpación de Nicolás Maduro. Pese a que el chavismo se ha querido exhibir como el campeón de los procesos electorales de las dos últimas décadas, como el gobierno que más ha consultado la voluntad popular, en realidad las ha utilizado con grosera ventaja para perpetuarse en el poder a través de su manipulación.

 

 

Enemigo de las consultas populares, Chávez quiso tomar el poder a través de un movimiento armado, y solo accedió a jugarse el destino en unas elecciones después de que sus asesores, con Luis Miquilena a la cabeza, lo convencieron de que no tenía posibilidades de perder la presidencia ante unos candidatos decadentes y ante unos partidos en proceso de franco deterioro. Le costó aceptar el consejo, pero fue tan evidente que no tuvo más remedio que ajustar la mandonería de los orígenes a las reglas elementales del juego democrático. Y después de ganar las primeras con toda facilidad, se aficionó a ellas si su causa podía participar en medio de situaciones que le garantizarían controles absolutos de los procesos.

 

 


Ciertamente los entusiasmos populares del principio hicieron de los sufragios una fortaleza del triunfal comandante, pero después el control de los procesos llevado a cabo por empleados parciales e inescrupulosos, como Jorge Rodríguez, y más adelante por directivos electorales que llegaron a extremos de sumisión hasta desgastarse en el rol de servidumbre encarnado por Tibisay Lucena y por sus compañeras de equipo, evidenciaron la existencia de una serie de mascaradas que condujeron a la escandalosa reelección de Nicolás Maduro con la connivencia de organizaciones supuestamente opositoras que provocó una abstención de  naturaleza olímpica. De los ánimos electoreros del principio se llegó a una crisis de generalizada desconfianza, que ha convertido a Maduro y a sus secuaces en un grupete despreciado por las multitudes.

 

 

Hacer elecciones libres, es decir, con un CNE imparcial y con vigilancia internacional, no solo conduciría a la estrepitosa derrota del oficialismo, a una de las patadas populares más sonoras de la historia de Venezuela, sino también a descubrir las trampas y los fraudes perpetrados por el chavismo en los últimos años. Conduciría a una deslegitimación abrumadora que no solo se relacionaría con el proceso electoral de turno, sino también con la mayoría de los anteriores. Por eso el chavismo presente en Barbados se aleja de ellas como alma que lleva el diablo.

 

Editorial de El Nacional

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