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La paciencia se agota

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La paciencia se agota



 
 Un promedio de 25 protestas al día en agosto es lo que contabilizó el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social. Dicho así es solo un número y a algunos hasta les parecerá poco. Pero la verdad es que, para lo que padece el venezolano, podrían ser muchas más.

 

 

Cuando se dice que solo la cifra no retrata la gravedad de la realidad venezolana es porque los niveles de pesadilla se hacen más profundos cada día. No se trata de un asunto derivado de la paralización por la pandemia, la población tiene años sufriendo la falta de agua corriente, un servicio vital para el ser humano.

 

 

En ciudades del interior del país no saben lo que es recibir agua por tubería desde hace años. Los ciudadanos deben invertir parte de sus horas laborales en la procura de agua en pequeños contenedores. El dinero no alcanza para pagar camiones cisternas. Y así como no hay agua en las casas, no hay en las escuelas ni en los hospitales.

 

 

Tampoco hay electricidad. Y cuando a algunos edificios llega el agua como por milagro de Dios, las bombas hidráulicas no pueden repartirla a los apartamentos porque o se echaron a perder con los apagones o -dichosa ley de Murphy- no tienen luz en ese preciso momento. Los venezolanos han tenido que acomodar sus rutinas a las pocas horas en las que tienen corriente. Y como se dijo anteriormente, ni las escuelas ni los hospitales o medicaturas cuentan con el servicio.

 

 

La venta de leña se ha vuelto ya una constante en los pueblos, pero también en las ciudades más o menos consolidadas. Los que no tienen dinero para comprarla deambulan por los terrenos baldíos buscando ramas y troncos para poder cocinar. El gas en un país petrolero se ha convertido en un sueño, ni siquiera en un lujo.

 

 

Y la pesadilla de la gasolina sigue renovándose cada día. Está de más decir que lo que se vive en Caracas con el combustible es una maravilla si se compara con el resto del país. Las cosechas se pierden, el ganado es presa de ladrones y bárbaros que los matan en pleno campo. Lo poco de alimentos que llega a la capital viene en camiones que pagan gasolina a las mafias, no hay otra manera. Y esos pagos se trasladan a los precios.

 

 

Los servicios de salud no existen, aunque la propaganda del régimen se espere en pintar un panorama diferente. Por la radio repiten a cada rato un discurso en el que afirman que los hospitales y los centros de salud están completamente acondicionados, cuentan con camas, todos los servicios, medicinas y comida para los enfermos, pero es imposible que mantengan esa mentira porque todos los venezolanos saben la verdad.

 

 

Si este país no se ha encendido por los cuatro costados es porque todavía la oposición no está completamente articulada para capitalizar la frustración y el descontento de los ciudadanos. Lo que está claro y deben tener en cuenta los líderes que se oponen al régimen es que es inhumano mantener esta situación. Los venezolanos ya han sacrificado demasiado. Ya basta.

 

 

Editorial de El Nacional

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