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La mascarilla es el disfraz de Hobbes

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La mascarilla es el disfraz de Hobbes


 
 
El símbolo mundial del coronavirus es la mascarilla, y la nueva división de clases en el planeta existe entre los que la tienen y usan y los que no la tienen. Se trata de un símbolo muy importante e interesante, a pesar de sus desagradables connotaciones, o tal vez precisamente debido a ellas, como veremos.

 

 

Perturbado por la violencia y el caos de las guerras civiles inglesas del siglo XVII, Thomas Hobbes acuñó la famosa frase según la cual “el hombre es el lobo del hombre”. Se vivía entonces en Inglaterra una situación de anarquía y miedo, pero al menos existían bandos definidos en pugna, jefes con identidad y presencia concreta, e ideales y principios políticos en juego.

 

 

 
La amenaza del coronavirus es diferente. Su naturaleza es a la vez total y abstracta. Golpea y mata, pero en términos globales y al menos por ahora, las víctimas mortales son muy limitadas. No obstante, el pánico es absoluto y generalizado, en el sentido de que nadie que esté mínimamente informado puede, si usa la razón, sentirse eximido de plano del peligro.

 

 

El mundo del coronavirus es el mundo de Hobbes. Cada persona es un riesgo potencial y quizás una amenaza inminente. Todo depende. La mascarilla es supuestamente un instrumento de protección para el individuo que la usa, pero para los demás, la lleven o no sobre sus rostros, la mascarilla del vecino incluye y transmite un acto de agresión. La mascarilla del otro indica que nos teme, que le molestamos, aunque desde luego no sea esa en la mayoría de los casos la intención explícita. Lo es, sin embargo, de manera implícita.

 

 

La mascarilla es un símbolo que envía un mensaje: los que no la llevan son lobos en potencia, pues amenazan, pero los que la portan también, solo que pretenden ser pacíficos, y no dudamos que lo sean. Ahora bien, Hobbes diría posiblemente que se trata de un disfraz.

 

 

En nuestro siglo XXI, acosados como estamos por la real o presunta amenaza de un cercano apocalipsis ecológico, el coronavirus es el detonante de nuestros mayores miedos, multiplicados e intensificados cada minuto por el impacto novedoso, masivo y aterrorizador de los medios de comunicación instantáneos, que llevan las noticias, rumores, murmullos, patrañas y verdades por toda la tierra como un huracán indetenible. Verdad y mentira se confunden en el volcán hirviente de las informaciones.

 

 

Un comentarista escribió que el coronavirus representa, para nuestras recalentadas imaginaciones, el posible fin del contrato social, un contrato que nos reconfortaba pero que está siendo sometido a severas presiones. Ese contrato nos hacía pensar que científicos y políticos en última instancia nos defenderían, pero se están mostrando impotentes. Es una amenaza de muerte que nos resulta absurda, por inconcebible, por indiferenciada, por arbitraria.

 

 

¿Y qué tal si en cuestión de semanas o pocos meses se disipan los nubarrones, como ha ocurrido con relativamente recientes pandemias? ¿Qué lecciones extraeremos de este abrumador pánico?

 

Editorial de El Nacional

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