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La carnada

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La carnada

En estos ya casi 18 años de extravíos, que debimos soportar sin más armas que paciencia y resignación, hemos sido testigos del deplorable proceso de deterioro de un régimen sin norte, cuyo primigenio perfil demagógico prefiguraba, para regocijo del malandraje y con el cuento de la participación y el protagonismo (virtuales), una suerte de oclocracia en la que todo estaba permitido a una turba con credenciales de penuria el astro comandante rojito sentenció que ser rico era malo y justificó el robo por razones de indigencia­ y que ha degenerado en una brutal dictadura tercermundista, buena como telón de fondo de novelas de intrigas y venganzas.

 

 

Fue así como la impunidad hizo prosperar al «hombre nuevo» (y a la «nueva mujer», habría que anotar para ponernos a tono con las cursilería de género tan cara al chavismo, esa que usted ve en las colas amenazando con chucear a quien no se someta a sus abusos), emblema y orgullo del socialismo del siglo XXI, empoderado rufián que ha sabido sacar ventajas a su alineamiento con las ideas (¿?) de Hugo y su apéndice, y hacer del comercio informal un muy lucrativo y rentable negocio.

 

 

Nada sutiles son los modos de extorsión de uno de los más conspicuos representantes del hombre nuevo; el estraperlista que, entre nosotros, es conocido como bachaquero, despiadado revendedor que no tiene empacho en liquidar a quien obstaculice su acceso a las fuentes de abastecimiento.

 

 

«Bachaqueros matan a joven tras discusión por puesto en cola en Miranda», titularon los escasos periódicos que se atreven a difundir las noticias que no gustan a Nicolás. Un titular reiterativo, si nos atenemos al inventario de hechos similares que el lector puede consultar en Internet. Claro que cada vez es más concisa la información, pues, ya nada de extraordinario tiene un crimen que la revolución bonita hizo cotidiano. Tampoco asombra que esa ominosa modalidad de enriquecimiento fácil se practique con un elemento vital para la subsistencia: el agua.

 

 

Se dice que quienes tienen a su cargo el abrir y cerrar de las espitas de los embalses, lo hacen en comandita con los dueños de camiones cisternas, aguadores que cobran hasta 100.000 bolívares por carga. Este bachaqueo hídrico, que da cuenta de lo que es capaz el hombre nuevo, no puede llevarse a cabo sin la participación, o cuando menos la vista gorda, de las autoridades que supervisan los reservorios acuáticos y los acueductos.

 

 

Y es que el bachaqueo, en todas sus modalidades, ha sido una formidable carnada lanzada por el gobierno para reclutar gente dispuesta a todo, a fin de enfrentar lo que ya parece inevitable: una rebelión de ciudadanos a los que se les agotó la paciencia y no quieren resignarse a vivir de rodillas.

 

 

No queremos oficiar de profetas del desastre, pero, y a pesar de Punta Cana, si no hay revocatorio habrá que recordar a un Jef erson terminante y lapidario:
«El árbol de la liber- tad debe ser vigorizado de vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos: es su fertilizante natural».

 

 

 

Editorial de El Nacional

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