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Freddy el estadista

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Freddy el estadista


 
 
Es difícil hacer la lista de los cargos que ha desempeñado el señor Freddy Bernal en las alturas del chavismo. De una policial medianía que lo presentó como parte del montón durante el período de la democracia representativa, ascendió al empíreo de los altos cargos en los cuales ha destacado por su ubicuidad y, en especial, como figura próxima al comandante Chávez y al usurpador de la actualidad. De leer y escribir trabajosamente, pasó a la esfera de los doctrinarios de la «revolución», y a ocupar lugares de solicitado opinador. En suma, saltó de rincones lóbregos para ocupar el centro de los acontecimientos, hasta convertirse en protagonista primordial de la política venezolana.

 

 

Desde la estelar posición viene ahora el señor Bernal a pontificar sobre las cualidades de estratega que distinguen a Nicolás Maduro, una consagración que, viniendo de donde viene, no deja de provocar asombros; pero que, a la vez, explica cómo ventilan los «bolivarianos» su reputación para que nadie la ponga en entredicho. En esta ocasión se vanagloria de los pasos seguidos por el usurpador ante la aparición y el ascenso de Juan Guaidó, un enemigo aparentemente temible que, según afirma, fue visto desde el principio por su ínclito líder como sujeto menor, como un enano a quien destruiría el gigante cuando lo considerara conveniente.

 

 

El usurpador, afirma el señor Bernal,  siempre miró a Guaidó como un personaje irrelevante, como un escollo de fácil superación. De allí que, después de pensarlo durante un rato, pero solo durante un rato, se puso a esperar a que cayera por su propio peso. Y lo ha logrado, agrega el sagaz analista, debido a que el rival ha menguado su influencia y extraviado su imán por meterse en camisa de once varas, es decir, por transitar laberintos que solo puede sortear la sagacidad de un político como el actual inquilino fraudulento de Miraflores. En lugar de meter a Guaidó en la cércel, medida que lo hubiera convertido en mártir venerado por las multitudes, el usurpador sacó una silla cerca del portón palaciego para esperar que el muchacho pasara derrotado e íngrimo, como sucede ahora de acuerdo con el deslumbrante catedrático.

 

 

Solo en una cabeza calenturienta cabe la idea de que haya decaído el liderazgo de Guaidó, o, más aún, de que haya topado con un adversario lúcido que ahora festeja en su cúspide el triunfo de no haberlo metido en cintura cuando salió a la palestra, la claridad de permitirle copar un escenario en el cual fracasaría por su mediocridad. Pero, después de este curioso análisis, el señor Bernal, hablando de Colombia, dijo que sería presa fácil de la «revolución» porque los Shukoy comprados por el comandante eterno solo tardarían tres minutos en un fácil itinerario de Maracay a Bogotá, para llevar a cabo un devastador bombardeo en la capital del país vecino.  La peregrina conclusión nos informa sobre la necedad de todas las afirmaciones, en el caso de que alguien lo dudara.

 

 

Editorial de El Nacional

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