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El regreso de Guaidó

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El regreso de Guaidó


 
Empecemos por decir que nada le está impedido a esta dictadura desde su posición de fuerza, de su control total de los cuerpos armados y de la manera con la cual arrincona cualquier intento democrático de adecentar el poder que detenta.

 

 

Y es que no son capaces de enmendar sus errores, no les preocupa (aparentemente) que se les etiquete (¿igual les da?) con o sin razón como dictadores, corruptos, torturadores, traidores a la patria o “vendidos a los servicios de inteligencia cubanos” y demás redes de espías que se mueven en el escenario nacional como bailarinas brasileñas en épocas de Carnaval carioca.

 

 

Tal es la dimensión de su comportamiento impasible que con ello prolongan en la opinión pública la percepción de que han perdido la vergüenza, la dignidad… Y, como es lógico, cuando eso ocurre nada, por muy patriótico que sea el propósito, les hará torcer su triste destino. Con ellos, pues, no se puede contar porque han escogido el silencio, la inmovilidad y un oscuro precipicio para definitivamente esconder ese viraje incomprensible que le están imprimiendo a sus vidas y a sus seguidores.

 

 

Basta con escuchar su silencio (sí, es así… aunque parezca mentira), escuchar un silencio que los condena en tanto demuestra su pasividad ante la destrucción sistemática no solo de su patria sino de algo más orgulloso y profundo, su Escuela Militar, esa escuela sagrada que libremente escogieron para servir a la patria, para defenderla con su vida y su muerte, con su honor y su valentía.

 

 

Desde luego, vale la pena formularse una pregunta: ¿Esa escuela existe? ¿Cómo era antes? ¿Un semillero de preguntas y de múltiples interrogantes críticas de la manera como los políticos conducían los asuntos de la república? ¿De dónde salió el movimiento bolivariano? De jóvenes militares que hablaban de un país nuevo, que podía mejorarse y que necesitaba una limpieza a fondo de la epidemia de corrupción que parecía multiplicarse por todas partes.

 

 

Ese fue el origen de todo, de la rabia, del ansia de detener ese rumbo, de fumigar la plaga que parecía indetenible. ¿Pero qué tenemos hoy de ese sueño? Apenas queda una escuela o quizás una estructura como edificio, pero, ¡ay!, ya algunos son capaces de afirmar que está vacía de jóvenes que tienen dentro de sí una duda infinita o más bien una deuda patriótica.

 

 

Sí, la democracia en un momento se llenó de grietas, necesitó de un estremecimiento y de un cambio en sus normas constitucionales, pero jamás para instalar una jefatura civil y militar (que tanto daño le había hecho al país en el pasado con sus manejos dolosos), para colocar en su lugar a militares que Venezuela veía como la reserva moral del país. Hoy sabemos que no es así. Hasta ahora no han sabido cumplir su misión y lo que es peor, se han transformado en lo que proclamaban, en las aulas y ante sus profesores de aquel momento, en algo totalmente diferente.

 

 

Porque  los jóvenes oficiales no querían ser hombres de negocios, buscaban vivir bien pero modestamente y querían acabar con la corrupción. Luego del golpe de 1958 las primeras casas de los oficiales se las entregó Rómulo Betancourt mediante créditos que los tenientes, capitanes, mayores y comandantes pagaron a plazos.

 

 

¿Y qué sucede hoy? Mansiones, casas de playa, gimnasios particulares, camionetas blindadas al estilo narco, guardaespaldas innecesarios porque nadie en la oposición tiene la capacidad de poseer un ejército de colectivos armados hasta los dientes para atacarlos.

 

 

Y nuestro único, inamovible y para siempre (¿?) ministro de la Defensa no habla, no dice ni reclama honor y honestidad. Y peor aún, sus generales ya nunca serán ministros de la Defensa porque ese ascenso está cerrado a cal y canto.

 

 

Nadie podrá abrirle campo y espacio a otros generales que merecen comandar con toda razón y justicia la Fuerza Armada. Su única preocupación parece ser hoy… ¿por dónde entrará el escurridizo Guaidó? Y si en un escenario negado, Guaidó no llega, ¿qué harán los jóvenes oficiales? ¿Se quedarán en sus casas viendo las series de Netflix?

 

Editorial de El Nacional

 

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