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El Lenin español cae en picada

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El Lenin español cae en picada


 
 Los resultados de las recientes elecciones regionales traen buenas noticias para España y Venezuela. Nos referimos en particular a la caída estrepitosa del partido Unidas Podemos, tanto en Galicia como en el País Vasco, lo cual contribuye a su mayor debilitamiento a nivel nacional y como factor dentro de la actual coalición de gobierno. Podemos ha sido y sigue siendo un instrumento clave de apoyo a la dictadura de Nicolás Maduro, recibiendo a cambio respaldo financiero, vínculos internacionales, asesoría política y de inteligencia, que viajan desde ambos lados a través del Atlántico y encuentran en la Cuba castrista un eje de control central.

 

 

El soporte de Podemos al despotismo venezolano tiene peso en tres planos. De un lado mediante la influencia, relativa pero relevante, sobre el gobierno de Pedro Sánchez, quien necesita a su socio radical para sostenerse en el poder. Esta influencia, cuyo impacto varía, pudo por ejemplo percibirse en el episodio del Delcygate, término con que se conoce la estrambótica visita de Delcy Rodríguez a Madrid en enero pasado. Los datos al respecto han sido clasificados como secreto de Estado por Sánchez, y no dudamos que todo esto revela las huellas de Podemos.

 

 

De otro lado, la izquierda radical ejerce influencia sobre importantes medios impresos y televisivos de comunicación, bien sea de modo institucional o a través de sus militantes y simpatizantes, que proliferan en el medio periodístico español. Es una influencia nefasta, que ha parcializado a varios medios mucho más allá de lo tolerable en una democracia.

 

 

En tercer lugar, hay que tomar en cuenta que Podemos hace proselitismo y trabajo organizativo, a favor de Maduro y su régimen, en el espacio europeo en general, mediante sus relaciones con otros partidos y movimientos afines en el continente y más allá. Para ilustrarlo es de interés señalar la participación, expuesta hace poco, de Irene Montero, compañera personal y política de Pablo Iglesias, como miembro del llamado Grupo de Puebla, otro frente de izquierda radical que complementa y refuerza al Foro de Sao Paulo en América Latina, con el objetivo de expandir más ampliamente los proyectos socialistas en la región.

 

 

Por todo lo indicado, la oposición democrática venezolana ha recibido con beneplácito la derrota de Podemos. La tolda de extrema izquierda desapareció del Parlamento en Galicia y quedó muy disminuida en el País Vasco. Los desastrosos resultados han llevado a Íñigo Errejón, en otro tiempo lugarteniente y estrecho aliado de Iglesias, y ahora uno de sus acérrimos enemigos políticos, a declarar que Podemos “ya no existe”. En todo caso, es patente que la derrota de Iglesias, como él mismo lo manifestó, “no tiene paliativos”. ¿Qué ha ocurrido?

 

 

El proceso político español de estos tiempos es complejo, y se han venido produciendo reacomodos y ajustes cuyo destino a mediano plazo aún está cubierto bajo un manto de incertidumbre. No obstante, en lo que tiene que ver de manera específica con Podemos, cabe destacar que los mayores avances del movimiento tuvieron lugar durante una etapa especialmente confusa de la vida política en España. Los partidos tradicionales, el Partido Popular y el Socialista, experimentaron una dinámica de progresivo abandono del centro político, una dinámica que en su momento fue quizás inevitable pero que no tiene por qué ser permanente. La ofensiva de los nacionalismos, en especial el catalán, así como de la extrema izquierda en contra del vigente arreglo constitucional, ha disparado las alarmas. A dicha ofensiva se suma la ambigüedad del PSOE en manos de Sánchez y Rodríguez Zapatero, quienes emiten mensajes ambivalentes acerca de la monarquía y coquetean con la idea de una renovación “constituyente”.

 

 

Tal vez el domingo contemplamos el primer síntoma de que el electorado español empieza a captar el peligro de la deriva hacia los extremos, incluido igualmente Vox a la derecha. El partido Ciudadanos no ha pasado de ser un fenómeno efímero, y lo ocurrido con Podemos muestra que el público ha llegado a percibirle como una amenaza que debe ser minimizada. Ciudadanos no logró conquistar el centro político y pareciera que el Partido Popular, luego del resultado en Galicia, se moverá en esa dirección, la del centro. Resta por ver cómo reaccionará Sánchez. El PSOE experimentó ayer una especie de estancamiento. Lo que le envía una alerta apremiante es el palpable debilitamiento de su socio de izquierda radical.

 

 

A lo ya comentado acerca del extremismo de Podemos, es indispensable añadir el cuestionamiento creciente al mando autoritario de su principal líder. Pablo Iglesias es, ciertamente, un marxista, pero por encima de todo es un leninista. Su fijación es su poder personal al frente de un partido sumiso y obediente a sus designios. Esto lo ha visto un electorado español que se apega a la democracia, y que sigue sosteniendo los pilares básicos del arreglo constitucional vigente. Iglesias, quien como todo marxista se proclama como amigo de los más necesitados, vive sin embargo en un chalet de lujo en una zona residencial muy burguesa, y se ha visto envuelto en un lío judicial debido a todavía oscuros eventos, relacionados con la información contenida en un teléfono celular que fue hurtado a una de sus asesoras. Los detalles del asunto son complicados, pero la polvareda mediática ha contribuido a afectar aún más la mellada reputación de este personaje, cuyo talante autocrático, verbo demagógico, ideología extremista y funestas alianzas internacionales están espantando al electorado español.

 

 

Ya era hora.

 

Editorial de El Nacional

 

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