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El calvario de Nicolás

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El calvario de Nicolás

 

Condenas de mucha altura

 

E n los congresos de composición bicameral, los partidos hacen distinciones entre los representantes que ocupan u ocuparán las cámaras del Senado. Mientras proponen para la Cámara de Diputados a los líderes más fogosos y comprometidos con la cotidianidad, reservan los escaños del Senado para figuras de mayor experiencia y sabiduría. Si existen desequilibrios o desencuentros de envergadura, se confía en la prudencia y en el largo caminar de los prohombres que se sientan en los sillones de la habitualmente llamada Cámara Alta: son así la luz de los parlamentos.

 

Generalmente se trata de personas de una prolongada trayectoria en la política, que les permite ser después brújulas en los desencuentros de las banderías; o intelectuales y artistas en quienes se confía partiendo del aval de sus obras.

 

No hay improvisados en los senados del mundo, ni individuos sin bibliotecas, ni maletillas sin historia ni aventureros coleados en medio de una confusión. Todo lo contrario. Los respalda una extensa exhibición de credenciales, un indiscutible bagaje cultural, ante los cuales se rinde la ciudadanía independientemente de la doctrina o la orientación partidista que se tenga.

 

Los párrafos anteriores no se ofrecen ahora como muestra de vana erudición, sino con el objeto de llamar la atención sobre la estatura y la profundidad de las críticas recibidas en los últimos días por el gobierno del presidente Maduro debido a sus tropelías en materia de derechos humanos. El hecho de que las cámaras de senadores de Colombia y Chile hagan una pausa para poner sus ojos en Venezuela, preocupados por las evidencias que reciben sobre represión, tormentos, vejámenes y escandalosas represalias del régimen contra políticos sometidos a prisión arbitraria, indica el crecimiento de reacciones negativas, pero a la vez enfáticas, que provienen de portavoces políticos sobre cuya trascendencia e idoneidad no se pueden albergar dudas.

 

 

El madurismo no está ahora frente a una algarada corriente, ni frente a las guarimbas que se ha empeñado en descalificar, sino ante representaciones políticas e intelectuales que constituyen la esencia del saber y del equilibrio en las sociedades de la comunidad latinoamericana. Si a estas reprobaciones tan densas y respetables de los senadores de Chile y Colombia se unen las críticas sin paliativos que han expresado las Cortes españolas por los mismos desmanes, el régimen se encuentra ante el surgimiento de una reacción que ya no proviene de la ciudadanía común y corriente que habita en otras latitudes, sino de los sectores mejor informados y más reverenciados de sus respectivas comunidades.

 

Aumentan cada vez más los reproches contra el régimen venezolano, no solo por su calidad sino especialmente por su densidad, por la autoridad de los acusadores, por el prestigio que los distingue más allá de sus fronteras. No está Nicolás Maduro ante una situación que pueda resolver mediante la procacidad de referirse a las progenitoras de los prestigiosos detractores

 

Editorial de El Nacional

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