Mientras apaga guerras en cualquier lugar del mundo, ocho según su cuenta particular, Donald Trump ordenó la remodelación más grande realizada en la Casa Blanca en más de un siglo, según un despacho de la AFP, para construir “el nuevo, gran, hermoso salón de baile”.
La nota no dice cuándo estará listo -aún rugen las excavadoras que ya demolieron el techo del ala este-, ni tampoco se sabe qué evento inaugural acogerá el salón de 8.300 metros cuadrados y capacidad para 1.000 personas. ¿Quizás una presentación de los chicos, ya avejentados, de Village People, en una versión en vivo de su tema “YMCA”, que ha animado tantos mítines del líder republicano? ¿O será demasiada diversidad para la “modernizada” residencia presidencial?
El costo de las obras es de 250.000 millones de dólares, una pelusita. Los fondos saldrán de los bolsillos gigantes de los aún más gigantes titanes tecnológicos Amazon, Apple, Meta, Google, Microsoft y Palantir, que acudieron la semana pasada a una cena en la Casa Blanca en calidad de donantes, encantados con la música que se emite desde la administración Trump cuando las excavadoras duermen.
El mundo, menos ancho y nada ajeno, se mueve desde hace nueve meses al ritmo vertiginoso, algunos dirán estridente, otros sinfonía para sus oídos, que Trump ha imprimido a su segunda residencia en la Casa Blanca. El hermoso salón de baile es una perfecta síntesis, en el que habrá, sin embargo, un cartelito de derecho de admisión para no juntar en una misma celebración a Vladimir y Volodímir para cuidar la cristalería, ni tampoco a Pedro Sánchez con Bibi Netanyahu, porque a uno le va el zapateo progresista y al otro el traqueteo geopolítico. Milei, rockero furibundo, incluso en la Casa Rosada, tiene vara alta aunque su suerte, como ha sonado, dependerá de que acierte con las teclas.
El salón de baile es parte de un plan de ampliaciones en la residencia oficial que incluyó decoraciones en oro en la Oficina Oval y la pavimentación del Jardín de Rosas. Y hasta la construcción de un arco del triunfo en Washington. Los agoreros de siempre pueden ir a la rockola más próxima a poner una ranchera, mientras piden la del estribo.
No deja de ser un alivio que el hombre más poderoso del planeta piense, mientras recompone el mundo, y se anota éxitos incontestables y ojalá perdurables, en echar un pie de vez en cuando. A veces el más desprevenido sabe cómo marcar el paso.
Editorial de El Nacional