A las 8:15 de la mañana del lunes 6 de agosto de 1945 la bomba Little Boy —3 metros de largo, 4 toneladas de peso, con una carga de 50 kilos de uranio enriquecido— lanzada desde un B-29 estadounidense, estalló en el corazón de Hiroshima, causando la muerte inmediata de 70.000 personas y otras tantas antes de finalizar el año, como consecuencia de las heridas y de la radiación. 3 días después otra explosión atómica, Fat Man, en Nagasaki mataría a 40.000 personas más y una cantidad similar en los meses siguientes. Días después, Japón se rindió y se puso punto final al horror total de la Segunda Guerra Mundial.
Ayer, miércoles 6 de agosto de 2025, en el 80 aniversario de ese infierno de fuego desatado por la primera bomba atómica empleada en una contienda bélica, más de 55.000 personas llegadas de 120 países y regiones se congregaron en el Parque Memorial de la Paz en Hiroshima para escuchar del alcalde de la ciudad, Kazumi Matsui, una declaración de paz que llama a “nosotros, el pueblo”, a no rendirse nunca. “Debemos, continuó, esforzarnos aún más para construir un consenso de la sociedad civil sobre la necesidad de abolir las armas nucleares para un mundo verdaderamente pacífico.”
El convulso e incomprensible mundo de hoy parece, sin embargo, girar en un rumbo distinto. Hay nueve potencias nucleares (Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel) y todas con planes para modernizar y fortalecer sus arsenales. El Instituto de Investigaciones de la Paz de Estocolmo advierte, entre las principales conclusiones de su Anuario 2025, que “está surgiendo una nueva y peligrosa carrera armamentística nuclear en un momento en que los regímenes de control de armamentos se encuentran gravemente debilitados.”
“Desde el fin de la Guerra Fría —indica el informe—, el desmantelamiento gradual de ojivas nucleares retiradas por parte de Rusia y Estados Unidos ha superado en general el despliegue de nuevas, lo que ha provocado una disminución interanual general del inventario mundial de armas nucleares. Es probable que esta tendencia se revierta en los próximos años, ya que el ritmo del desmantelamiento se está ralentizando, mientras que el despliegue de nuevas armas nucleares se está acelerando.”
Otro 6 de agosto, pero en 1986, Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura (1982), ya advertía en el célebre discurso “El cataclismo de Damocles”, pronunciado en una reunión internacional sobre temas nucleares en Ixtapa, México, sobre la amenaza nuclear que podía regresar la vida a la nada de donde vino “por el arte simple de oprimir un botón”. Clamaba el Nobel colombiano por un mundo sin armas y una paz con justicia, como lo hicieron ayer en Hiroshima. Proponía, además, concebir y fabricar un arca de la memoria para que la nueva humanidad, dentro “de millones de millones de milenios” después de la última explosión, supiera que aquí existió la vida, “que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad.”
Editorial de El Nacional
Cortesía La Jornada