El sábado 7 de octubre de 2023 al amanecer se desató sobre Israel el mayor ataque de su historia. Una acción planificada con tiempo y ejecutada en unas horas que le costó la vida a 1.195 personas, la gran mayoría civiles, según cifras israelíes, entre ellas 282 mujeres y 36 niños. Hamás y otras organizaciones palestinas movilizaron a 6.000 combatientes para perpetrar su andanada ofensiva contra más de 100 puntos en el sur del país agredido, además de una lluvia incesante de más de 4.000 cohetes. Fue un horror, de ferocidad inhumana, que impactó al mundo entero y estremeció, con seguridad, o así debió ser, la conciencia de hombres y mujeres, de cualquier raza, religión o pensamiento, inhabilitados para asimilar tanta desgracia de nuestra especie.
Las milicias de Hamás se llevaron a 251 rehenes, de los cuales aún mantienen a 48 en su poder, unos vivos, otros cadáveres. Del total de los secuestrados, se ha confirmado la muerte de 83. Aquella misma madrugada culminaba, a unos kilómetros de la frontera, el festival Nova, al que asistían más de 1.500 jóvenes: 364 fueron asesinados y otros 44 raptados. De las risas y la alegría al caos y al miedo incontrolable. El ataque se ensañó contra residentes de los kitbuz, diezmando familias que se quedaron sin hijos, sin padres, sin hermanos. En uno de ellos, de 400 habitantes, un centenar fue asesinado o secuestrado. El horror fue más grande que la cifra que representa a las víctimas, y aún persiste, según testimonios, en los cuerpos y el alma de sobrevivientes.
La mayor parte de gobiernos del mundo reconoció el derecho a la defensa de Israel ante una agresión inconcebible como la que sufrió. La masacre de Hamás tuvo una respuesta tan contundente como excesiva. Gaza está devastada, los muertos se cuentan por decenas de miles, demasiados niños, demasiadas mujeres y ancianos; y en centenares de miles los que han abandonado la ciudad sin rumbo, al borde de la hambruna y la desesperación. Del horror a más horror.
La Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre los territorios palestinos ocupados, del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidos, llama genocidio a lo que ha ocurrido, y aún ocurre, en la Franja de Gaza en la víspera de la posible concreción del plan de paz presentado la semana pasada por Donald Trump y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. Después de dos años de aquel día fatídico, y de una guerra devastadora, solo hay escombros, vidas segadas de las que nunca sabremos sus nombres y heridas abiertas y sangrantes.
Hace 80 años, después de los crímenes nazis de la Segunda Guerra Mundial, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Convención para la Prevención y Sanción del delito de genocidio, entendido como contrario al espíritu y a los fines del mundo civilizado. Y en su artículo II lo define como cualquiera de una serie de actos cometidos con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como: matanza de miembros del grupo, atentado grave contra la integridad física o mental de los miembros del grupo; sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física total o parcial; medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; traslado forzoso de niños del grupo a otro grupo. ¿Cuántos actos genocidas hemos presenciado, impasibles o impotentes, o ambas cosas, en este mundo civilizado en estos dos años?
Editorial de El Nacional