Entre tanta angustia e incertidumbre, un cambio de tensión, en el que no faltarán los nervios: la Vinotinto se juega entre hoy y el próximo martes la posibilidad de ir al repechaje para alcanzar la clasificación al Mundial de Fútbol 2026. Incluso, si ocurriera el milagro de ganar en Argentina y que Bolivia perdiera en su visita a la selección colombiana en el calor de Barranquilla, en Venezuela estallaría la fiesta.
Lo que indica la lógica es que se perderá en Buenos Aires, en el último partido de Lionel Messi en una eliminatoria suramericana, con su selección ya clasificada para la cita mundialista en la que defenderá su trono, y que Colombia se impondrá a Bolivia, con lo cual la selección tricolor asegurará su cupo. Si eso ocurriera así, que siempre hay sorpresas, la Vinotinto se jugará su último cartucho en Maturín, el martes 9, ante los colombianos: una rivalidad histórica, que plantea un duelo siempre difícil pero no imposible. Que Dios ayude a los vecinos en Barranquilla, y se haga el distraído por aquí, tan solo por 90 minutos.
La selección Vinotinto es la única de Suramérica que no ha pisado la hierba de un Mundial. Comenzó a disputar eliminatorias en 1965, en un grupo en el que jugó contra Uruguay y Perú y perdió sus cuatro partidos. Se ganó desde entonces el rótulo de cenicienta, de rival de trámite, aunque siempre hubo pundonor pero escaso apoyo de los sectores público y privado e indiferencia de los aficionados, además de constantes pugnas federativas y un campeonato profesional con contadas figuras del patio.
Pero la situación cambió en la primera eliminatoria de este siglo para el Mundial de 2002. Conducida la Vinotinto por Richard Páez, exfutbolista de gran nivel y médico traumatólogo, el once venezolano alcanzó entonces victorias solo antes imaginadas ante Uruguay, Chile y Paraguay y por primera vez cedió a otra selección el último lugar de la clasificación. La generación encabezada por Juan Arango —casi sin duda la mayor estrella del balompié venezolano, que mostró su fútbol de sutilezas en las ligas mexicana, española, alemana y en el New York Cosmos— enamoró al público de la Vinotinto y, de pronto, la gente se ponía la camiseta de la selección y llenaba los estadios.
Por años se ha acariciado una posibilidad como la que se vivirá en las próximas horas. También en el fútbol hay talento venezolano y de exportación. Los jugadores de la Vinotinto están regados por el mundo, como tantos otros venezolanos, fichas de equipos de España, Brasil, Argentina, Ecuador, Colombia, Francia, Estados Unidos, Bulgaria, China, Ucrania, Polonia, en fin. Y con Salomón Rondón en el ataque, surgido del Colegio Calasanz de Catia, máximo goleador histórico de la selección, a punto de cumplir 36 años y de vuelta al escaparate mundial de la liga española.
La Vinotinto, también es necesario recordarlo en esta hora, es una pertenencia nacional. En sus fracasos, sufridos por décadas, y en sus éxitos, siempre deseados. El poder, aquí y en todas partes, siempre ha utilizado el deporte para fines políticos. Es un irrespeto al juego, a los futbolistas y a los aficionados. Un fuera de lugar más. ¡Suerte a los guerreros venezolanos! Que su tesón, talento y pasión alcancen la victoria, que hagan posible lo que por tanto tiempo ha sido esquivo.