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Carabobo sin desfile

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Carabobo sin desfile

Ayer hablábamos sobre la manipulación de las fechas patrias y hoy nos sorprende la ausencia de manipulación. Nos referíamos a cómo el chavismo, desde los tiempos del “comandante eterno”, ha insistido hasta la saciedad en relacionar los hechos de la Independencia con las hazañas de las fuerzas armadas de la actualidad, y hoy topamos con una distancia insólita que se refleja en la decisión de los altos mandos de pasar agachados ante una nueva conmemoración de la Batalla de Carabobo. Algo de suma gravedad debe estar pasando para que el desfile acostumbrado no se haya realizado.

 

Esos desfiles han sido moneda corriente desde los tiempos del gomecismo, se superaron durante la dictadura perezjimenista, formaron parte de la rutina durante el período de la democracia representativa y llegaron a su apogeo con el chavismo. A partir del ascenso de Chávez se superaron en espectacularidad, para que se destacara el poder de la institución en la cual se sustentaba la obra “revolucionaria”. No solo se le agregaron nuevas coreografías a través de las cuales se remachaba el vínculo entre los uniformados y el “socialismo del siglo XXI”, sino también  cuantiosos recursos para que no quedaran dudas en la sociedad de una unión cívico-militar dispuesta a la permanencia y rodilla en tierra frente al enemigo.

 

 

Entre los agregados de la puesta en escena realizada por el chavismo destacan las arengas de los comandantes del desfile, unos generales colmados de condecoraciones y embutidos en la entrada de los tanques de guerra que no se contentaban con participar el inicio de la parada y con detallar asuntos relacionados con las características del evento, sino que también desembuchaban arengas encendidas sobre la épica roja rojita que el ejército alentaba y respaldaba. Después venía la larga soflama del jefe del Estado, por supuesto, que consistía en ordenar el combate de las tropas patrióticas contra el imperialismo y contra el “enemigo interno”. Partiendo de tal arranque, podía el espectador no solo esperar los gritos aguerridos de los futuros contendientes contra los agentes de la maldad, sino también la presentación de piezas de propaganda sobre los logros del proceso y de grupos folklóricos a través de los cuales se remachaba la presencia popular.

 

 

¿Por qué la Batalla de Carabobo no ha contado ahora con la fulgurante comparsa habitual? ¿Se ha visto alguna vez un “Día del Ejército” tan oculto y avergonzado, tan íngrimo y desasistido? ¿Es que la Independencia no importa como antes, mientras la memoria castrense se difumina? ¿Por qué ningún recluta se disfrazó de Negro Primero para hacer las delicias de la concurrencia? No son preguntas que el usurpador pueda responder satisfactoriamente, ni el ministro de la Defensa, ni los integrantes del Alto Mando.

 

 

A menos que tengan ganas de destapar el entuerto que ahora circula en los comentarios de los venezolanos sobre diferencias de importancia entre la oficialidad que traen al usurpador por la calle de la amargura, o que fomentan hipótesis que no parecen peregrinas sobre la inestabilidad de la dictadura debido a la inconformidad de los cuarteles. Es lo menos que se puede pensar ante la decisión de celebrar en privado y con millones de prevenciones –si no cambian de parecer y la fiesta pasa lisa– lo que era un acto político de evidente trascendencia. La orden de ¡descansen armas! dispuesta ayer, puede significar otra cosa.

 

 

Editorial de El Nacional

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