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Alejandro, el guerrero

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Alejandro, el guerrero


 
No conocía su existencia real, me dijo un amigo, apenas sabía de su insistencia en la búsqueda de la verdad, en la necesidad de encontrarse con los hechos, tocarlos, vivirlos y saber que eran ciertos a mano abierta y estrujada.

 

 

Esa pasión por la realidad y por comprobar viviendo y afincado en el barrio lo hizo un sacerdote extraño, o quizás ni tanto, solo y claramente un hombre que no fingía, que no le era necesario mostrar el rosario, vestir el hábito o adoptar el ritual del enviado de Dios en la tierra.

 

 

Decidió que era más que eso, sin reverencias o hipocresías, un hombre solitario que caminaba buscando un camino cercano pero diferente a quienes le acompañaban en sus años de formación.

 

 

No se sentía o al menos no lo mostró, que el camino de la perfección del ejercicio de la religión que no solo quería ejercer y, sin duda, amaba por encima de todas las cosas, debía ser timoneado en medio de las turbulencias que sacudían a la Iglesia Católica, sin desbordarse a esas orillas que aspiraban a la dirección de la supremacía política que no se correspondían con su fuerza interna popular.

 

 
 

Como bien lo entendió el padre Alejandro Moreno, una cosa era la prédica y la oración que le ordenaban sus superiores, y otra muy diferente era convertir las sabias palabras de Dios en acciones prácticas, sensibles, específicas, capaces de convertir la piedad y el perdón en una presencia pragmática en la realidad y el sufrimiento de los sectores más pobres y olvidados de la sociedad.

 

 

El padre Alejandro Moreno decidió vivir y se estableció como vecino  en una barriada en la cual no era la criminalidad o el peligro de perder la vida lo preocupante. Nada de eso.

 

 

El padre Alejandro quería que ese barrio nunca más estuviera olvidado, que desde adentro se fuera construyendo una reivindicación de cada uno de los habitantes que estaban allí, que alzaran la cara y dijeran, al unísono, creemos en nosotros, somos iguales y somos diferentes porque dentro de este barrio está instalada la esperanza.

 

 

Desde que llegó allí  el padre Alejandro Moreno ya en el barrio no pueden equivocarse y, mucho menos, dudar de su ejemplo y su sacrificio. Que descanse en paz.

 

Editorial de El Nacional

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