El mandatario que afrontó la toma del Palacio de Justicia ha fallecido en Bogotá a los 95 años. Gobernó entre 1982 y 1986
Muere Belisario Betancur a los 95 años. CNN
Belisario Betancur, el presidente de Colombia que abrió el camino para las negociaciones con las guerrillas pero debió afrontar uno de los peores episodios en medio siglo de conflicto armado, la trágica toma del Palacio de Justicia en el corazón de Bogotá, ha fallecido este viernes a los 95 años. El exmandantario conservador había ingresado la víspera por complicaciones renales a la Fundación Santa Fe, que confirmó su fallecimiento en un escueto comunicado.
La Fundación Santa Fe de Bogotá comparte el comunicado de prensa en relación al Señor Expresidente de la República de Colombia, Belisario Betancur Cuartas. pic.twitter.com/ucTueDKUE6
— Fun Santa Fe Bogotá (@FSFB_Salud) 7 de diciembre de 2018
“Su legado en la política, en nuestra historia, en la cultura es ejemplo para todas las generaciones futuras”, escribió en Twitter el presidente Iván Duque. “Gran patriota, gran amigo y gran ejemplo de entereza, honestidad y humildad”, señaló Juan Manuel Santos, el predecesor del mandatario actual.
La presidencia de Betancur, un hombre de letras —era miembro de las academias colombianas de Historia, de Jurisprudencia y de la Lengua—, quedó marcada por dos hechos trágicos distanciados apenas por días en el fatídico noviembre de 1985: el llamado “holocausto” del Palacio de Justicia —una operación temeraria de la guerrilla del M-19 en el centro de Bogotá, agravada por la respuesta de los militares— y la erupción del volcán Nevado del Ruiz —que provocó una avalancha que sepultó el poblado de Armero, con un saldo de decenas de miles de muertos—. Durante su cuatrenio también afrontó el inició del auge del narcotráfico y rechazó la sede del Mundial de Fútbol de 1986, concedido originalmente a Colombia y trasladada a México.
Nacido en Amagá, un pueblo minero del departamento de Antioquia, Betancur, que era cercano a los sindicatos y la izquierda pese a ser un conservador, derrotó en las elecciones de 1982 al expresidente liberal Alfonso López Michelsen. “No quiero que se derrame ni una sola gota más de sangre colombiana”, dijo en su discurso de posesión. Su Gobierno inició el primer proceso de negociación política con las guerrillas: logró una amnistía que permitió a unos 1.500 combatientes salir de las cárceles, así como breves treguas con el M-19 y las FARC. Sin embargo, el M-19 decidió atacar directamente al mandatario en una demencial acción armada. Al mediodía del miércoles 6 de noviembre de 1985, un comando guerrillero asaltó el Palacio de Justicia, a dos cuadras de la Casa de Nariño -la sede de Gobierno-, con el propósito de hacerle un juicio público por el fracaso de la paz. El M-19 mantenía como rehenes a unas 350 personas entre magistrados, empleados y visitantes.
En menos de una hora los militares rodearon el edificio con tanques de guerra y procedieron a disparar sus morteros. Esa reacción imposibilitó cualquier amago de negociación, a pesar del dramático llamado del presidente de la Corte Suprema, Alfonso Reyes Echandía, quien pidió un alto el fuego a través de la radio. Tras 28 horas de combates, el edificio quedó reducido a cenizas. Al día siguiente, el saldo de víctimas se acercó al centenar, con un enorme desorden en la identificación de los restos. Al menos 11 personas que estaban en el palacio pasaron a figurar como desaparecidas, y con el paso de los años las investigaciones han demostrado que, en medio del caos, el ejército sacó rehenes vivos que después desaparecieron. Durante décadas Betancur sostuvo que no iba a contar en vida lo que pasó aquel día, solo en un libro a publicarse después de su muerte.
“Las negociaciones de paz de 1982-1985, al mostrar un gobierno que parecía dispuesto a hacer grandes concesiones y pocas exigencias a la guerrilla, mientras esta aumentaba su capacidad, crearon un ambiente que sirvió a sus enemigos para promover la alianza entre los sectores del ejército opuestos a la negociación de paz y los grupos armados creados al menos desde 1978 por terratenientes y narcotraficantes para enfrentar a la guerrilla”, escribió el reputado historiador Jorge Orlando Melo en su Historia mínima de Colombia. Sin embargo, “el esfuerzo de negociación de Betancur legitimó, en el largo plazo, una vía de solución política del conflicto armado que podía ser la única realista y a la que se apegaron casi todos los gobiernos que siguieron”.
Pese a encontrarse largamente retirado de la política, Betancur respaldó el acuerdo sellado a finales de 2016 entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC, hoy desarmadas y convertidas en un partido político. “Una paz, cualquier paz en el mundo, decía Erasmo de Rotterdam, y nosotros hacemos parte de ese mundo, cualquier paz en el mundo aunque sea desventajosa, es mejor que una guerra justa”, dijo ese año en el foro Los beneficios de la paz. Cuando felicitó solemnemente al también premio nobel de paz tras la entrega de la totalidad de los fusiles de la guerrilla más antigua de América, en agosto de 2017, Betancur firmó aquella carta como “un buscador de paz”.
El líder conservador fue el único exmandatario con vida que se ausentó el pasado 7 de agosto, por motivos de salud, de la toma de posesión de Duque —cuyo padre, Iván Duque Escobar, fue ministro de agricultura en su mandato—. En la carta en la que se excusó, le auguró de su puño y letra “un gobierno de unidad en la diversidad, y de consolidación de la paz, dentro de los esquemas analíticos que lo llevaron a la más alta investidura”.
EL PAÍS
SANTIAGO TORRADO
El expresidente Belisario Betancur en 2003. N. GALLEGO EFE
Belisario Betancur dejó de ser presidente de Colombia hace 32 años, cuando tenía 63. Acaba de morir a los 95, perfectamente lúcido, al menos hasta la última vez que lo vi, hace menos de un mes, cuando hizo un discurso cálido y erudito en la Embajada de España en Bogotá. Habló de gramática castellana y disertó sobre varios filósofos griegos. Verlo era siempre un deleite y un aprendizaje. Seguía leyendo a los más jóvenes escritores del país y, a modo de broma, dijo que le gustaba aprender siempre algo nuevo, como a Sócrates, que a la espera de tomarse la cicuta quiso aprender a tocar una pieza para flauta. Al hacerlo admitió que estaba citando un ensayo de Italo Calvino.
Cuando la mayoría de los colombianos lo eligió presidente, en 1982, yo no conocía a Belisario, ni voté por él. Aunque estaba dotado de una simpatía arrasadora y mostraba un ánimo sincero de querer hacer la paz con las guerrillas colombianas, él era del partido conservador, y en una familia de liberales como la mía los votos se dividieron entre Alfonso López Michelsen y Luis Carlos Galán (un disidente del liberalismo que sería asesinado años después). El menos conservador de los conservadores, Betancur, llegó a la presidencia gracias a la división de los liberales. Su paso por la presidencia fue muy difícil, en especial por dos tragedias naturales (el terremoto de Popayán y la catástrofe de Armero tras la erupción del nevado del Ruiz) y una tragedia política: la toma violenta, por terroristas del M-19, del Palacio de Justicia y su salvaje retoma, por parte del Ejército (con muerte de casi toda la cúpula judicial del país, desde el mismo presidente de la Corte Suprema), usando tanques y cañones de guerra a discreción.
Hace más de diez años, cuando ya me había hecho amigo del expresidente Betancur, tuve la oportunidad de discutir con él algo que había escrito para presentar un libro, El palacio sin máscaras, de Germán Castro Caycedo, sobre los muertos y los desaparecidos del Palacio de Justicia:
“Por supuesto que también salieron muchas personas vivas del Palacio de Justicia. 96 murieron, incluyendo más de veinte guerrilleros, y entre doscientas y trescientas se salvaron. Pero lo más grave es que entre algunas de las personas que salieron con vida -supuestamente salvadas- también hubo torturados, vejados, rematados con tiros de gracia y desaparecidos, entre ellos un magistrado. Fuera de la retoma sangrienta, sin ninguna misericordia por los rehenes que clamaban por un cese al fuego, ya fuera del Palacio también ocurrieron actos inhumanos, al principio en el Museo del Florero, y después en varias guarniciones militares.
Lo ocurrido con el poder civil tampoco es menos alarmante. Las Fuerzas Militares no se tomaron solamente el Palacio de Justicia, sino que se tomaron también el Palacio de Nariño (la casa presidencial), dejando al Presidente muchas veces aislado de la situación, casi como un rehén más, sin acceso a las personas que querían hablar con él, sin que le obedecieran a cabalidad las pocas órdenes que alcanzó a impartir, dándole informaciones parciales que hablaban de la salvación de los rehenes cuando en realidad no se estaba haciendo nada o casi nada por protegerlos, con tal de resolver rápidamente la batalla.
Siempre he sentido respeto por el presidente Betancur. Sé que de él nunca saldría la orden de torturar, rematar o desaparecer a nadie. Pero cometió un pecado de omisión, o al menos de carácter: dejó en las manos de los militares la resolución de un problema que pudo haber tenido un desenlace muy distinto por la vía del diálogo civil. Y si no del diálogo, por la vía del cansancio. No había semejante prisa para entrar con tanques, disparar, cañonear. No hablo de la claudicación del derecho ni del sometimiento de las instituciones, pero sí del diálogo inteligente con los terroristas, dejando tiempo al cansancio natural, que podría haber llevado a un desenlace menos trágico en términos de vidas humanas. Queda la impresión de que esto era lo que menos querían los militares, temerosos de que el M-19 pudiera sacar así fuera una salida no digamos digna, sino incluso indigna del Palacio. No los querían rendidos, los querían muertos. Y, todo hay que decirlo, tampoco los guerrilleros se querían rendir: preferían hacerse matar.”
La conversación sobre este asunto fue tensa y difícil. El expresidente, sobre esto, no quería hablar, incluso a pesar de que su esposa, Dalita Navarro, lo animaba a contar todo abiertamente. Se limitó a decir, como en un acto cristiano de contrición (Betancur era un católico muy devoto, e incluso alto consejero de asuntos éticos en El Vaticano), que él personalmente debía asumir toda la responsabilidad, sin descargarla sobre nadie más. ¿Cuánta culpa personal le cabía? Yo creo sinceramente que muy poca, como no sea la ya señalada sobre la falta, no de acción sino de omisión. No es imposible que él haya dejado algún escrito póstumo al respecto.
Pero el presidente Betancur no debería pasar a la historia como el hombre trágico que no pudo resolver sin violencia la toma terrorista del Palacio de Justicia y su retoma sangrienta. No es justo limitar su presidencia a esta tragedia, por grave que haya sido. Él fue también el presidente que con más ardor y tenacidad buscó la paz tanto con las Farc como con el mismo M-19. Incluso llegó a firmar para ellos un cese al fuego y una amnistía que les permitiera negociar con el gobierno. A esto se opuso duramente el Ejército y toda la derecha colombiana. “Los enemigos agazapados de la paz”, como dijo uno de sus ministros y mejores amigos, Otto Morales Benítez. Cuántos muertos, cuántos secuestrados y cuánto sufrimiento nos habríamos evitado si se hubiera firmado la paz de Belisario en 1984. Hubo que esperar 34 años más para que ese sueño se cumpliera, con Juan Manuel Santos.
Y fuera de lo anterior, sea como presidente que como expresidente, Belisario Betancur fue el gobernante y el político que apoyó con más decisión (y con recursos, primero del Estado y luego propios) la cultura en Colombia. Fue él quien ideó la Ley del Libro, que sacó a Colombia del atraso editorial y a muchos escritores de la miseria. Fue el mecenas de músicos, poetas, cineastas, desde la pianista Teresita Gómez hasta el poeta León de Greiff. Creó el embrión del ministerio de Cultura, al fortalecer como nadie antes a Colcultura. Fue editor, director de la Fundación Santillana, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, y protector de un maravilloso pueblo colonial: Barichara, en el departamento de Santander. Y fue además un buen padre de familia (le sobreviven dos hijas y un hijo), un marido amoroso y el mejor amigo de sus amigos, así no estuviéramos de acuerdo en todo. Y esto último, con todo el orgullo y con todo el afecto que le tuve y le tengo, lo puedo firmar.
El País
Héctor Abad Faciolince es escritor colombiano
La Guardia Civil almacena desde 2007 en la comandancia de Córdoba un violín del siglo XVIII que nadie reclama y podría estar valorado en tres millones. Fue aprehendido en una operación en Sevilla
Violín de Antonio Stradivari de 1729, construido dos años antes que el instrumento depositado en la comandancia de Córdoba CARL DE SOUZA GETTY IMAGES
El control que la Guardia Civil había establecido aquella tarde de noviembre de 2007 en una de las carreteras que rodean Carmona (Sevilla) apenas revisaba unos segundos los vehículos que lo atravesaban. Hasta que los agentes vieron acercarse la furgoneta Renault Traffic blanca que esperaban. Una cadena con pinchos fue extendida de lado a lado de la vía. Dieron el alto al vehículo. Los dos ocupantes bajaron y abrieron a regañadientes la puerta trasera. Y allí estaba, semiescondida entre múltiples cachivaches, la funda de violín. Al abrirla, pudieron leer: “Antonius Stradivarius Cremona Fecit Anno 1731”. La misión había resultado un éxito.
Once años después, la pieza aún figura en los registros policiales de obras de arte incautadas, en un listado en el que se da por auténtico. Algunos expertos lo valoran hasta en tres millones de euros; otros afirman que es una falsificación. El violín aguarda a ser reclamado por su dueño. El juez no ha tomado una decisión todavía y la pieza se atesora en la comandancia de Córdoba.
Esta historia comienza el 5 de noviembre de 2007 cuando saltan las alarmas en el Grupo de Patrimonio de la Unidad Técnica de Inteligencia Criminal de la Guardia Civil: unos individuos de origen rumano habían puesto a la venta un stradivarius en Andalucía. El instrumento, del que solo existen unos 600 ejemplares en el mundo, puede alcanzar un valor de mercado cercano a los tres o cuatro millones de euros. Sin embargo, no había constancia de que ninguno hubiera sido robado o que sus propietarios legales intentasen venderlo.
La primera reunión entre un agente encubierto y el vendedor se llevó a cabo en un centro comercial a las afueras de Córdoba. En el exterior e interior del establecimiento, guardias civiles y coches camuflados. El encuentro fue breve. El hombre que ofrecía el stradivarius parecía nervioso. Miraba a todos los lados y no llevaba encima el valioso objeto, solo unas fotografías que mostró. El agente exigió examinar personalmente la pieza. El vendedor le indicó que habría una nueva cita, que le llamaría, y desapareció. Los agentes le perdieron.
Pocos días después, con un dispositivo de vigilancia ampliado, se celebró una segunda cita en una gasolinera de los alrededores de Écija (Sevilla). El vendedor volvió a presentarse solo y sin el violín. El agente le exigió, de nuevo, examinarlo o rompía el trato. El individuo hizo entonces una llamada con su móvil. Minutos después, aparecieron dos hombres con la funda. Pidieron 400.000 euros. El guardia civil inspeccionó el instrumento y aceptó el acuerdo. En unos días, reuniría la cantidad reclamada, dijo. El vendedor se marchó en un turismo y los portadores del violín en una furgoneta. No fueron detenidos ante la posibilidad de que en la persecución pudiesen dañar la joya del siglo XVIII.
La Guardia Civil estableció a toda prisa un falso control en la carretera que habían tomado los vendedores en su marcha. Nada debía ponerlos nerviosos ni podían descubrir los coches camuflados que los seguían. Sería necesario esperar a que llegasen al control de carretera a las afueras de Carmona (Sevilla) con el que se iban a topar.
Stradivarius que se guarda en la Comandancia de Córdoba. GUARDIA CIVIL
Ya en la comandancia, los detenidos negaron saber nada del stradivarius.Argumentaron que alguien se lo había introducido en la furgoneta y rechazaron declarar. El objeto fue examinado posteriormente por dos expertos que determinaron que era una falsificación de los siglos XVIII o XIX dadas las características de la inscripción grabada en él y la madera empleada en su fabricación. Otros especialistas, sin embargo, calcularon que su precio rondaría los tres millones. El stradivarius aparece actualmente como auténtico en la página web donde la Guardia Civil hace públicas las incautaciones de obras de arte. En ella se lee: “Incautado el 11 de noviembre de 2007. Autor: Antoniu Stradivariu. 1731”.
De todas formas, el único organismo que podría certificar la autenticidad del objeto era Patrimonio Nacional, que debería enviarlo a técnicos de Alemania, algo que no se ha llevado a cabo, ya que el juez que investiga el caso no lo ha ordenado.
“Aunque pueda parecer lo contrario, la sustracción de vehículos de lujo y el robo de joyas artísticas están muy relacionados. Las bandas que organizan ambos delitos funcionan de una manera muy semejante, por eso esta unidad se ha especializado en campos tan distintos”, señalan fuentes del Grupo de Patrimonio de la Unidad Técnica de Inteligencia Criminal de la Guardia Civil, un cuerpo que junto a la Unidad contra el Crimen Organizado (UCO), lucha contra el expolio y la destrucción de la riqueza patrimonial.
En 2013, estos grupos policiales desarticularon en Almería una banda que intentaba introducir en el mercado negro una réplica de stradivarius. Se realizaron 19 detenciones. “Hay grandes falsificaciones en el mercado”, recuerdan.
Actualmente el stradivarius incautado en el control policial se encuentra en las dependencias de la Guardia Civil en Córdoba. Es el juez el que —11 años después de su aprehensión— debe dar una respuesta sobre qué hacer con él: enviarlo a Alemania, destruirlo si es falso o, incluso, devolvérselo a los que lo intentaron vender: tener un stradivarius que nadie reclama, réplica o no, no es delito. Aunque no se tengan papeles.
UNA EXTRAÑA RECLAMACIÓN RECHAZADA
En marzo de 2011, un ciudadano español aseguró ser el dueño legal del stradivarius incautado, además de un objeto artístico que procedía de un robo en Valencia. Sin embargo, no presentó pruebas de su propiedad. La Guardia Civil rechazó su petición y se extrañó de que alguien pudiese reclamar este tipo de obras sin aportar ninguna documentación. “El supuesto dueño era una persona con un nivel cultural muy bajo y que se arriesgaba a ser detenido”, dicen.
La Unidad contra el Crimen Organizado (UCO) le investigó, pero no pudo conectarlo con el grupo que intentaba venderlo, uno de cuyos miembros está relacionado con un homicidio.
EL PAIS
VICENTE G. OLAYA
La fiscal general en el exilio expresó sus condolencias a los familiares de los fallecidos
Luisa Ortega Díaz, fiscal general exiliada, expresó este viernes sus condolencias a los familiares Luis Valbuena y José Castillo, dos beisbolistas venezolanos que fallecieron este viernes en un accidente de tránsito.
“Mis condolencias y apoyo a los familiares de estos valiosos muchachos en tan duro y doloroso momento”, dijo Díaz en Twitter.
Resaltó que la muerte de los dos peloteros de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional (LVBP) demuestra la inseguridad que existe en el país. Una de las hipótesis sobre el caso es que el vehículo en que se transportaban se volteó por haber chocado con una piedra puesta en el camino por unos delincuentes para robar a los jugadores.
“La trágica muerte de los jóvenes deportistas venezolanos Luis Valbuena y José Castillo demuestra el estado de anarquía e inseguridad que se vive en Venezuela”, destacó la fiscal general.
La trágica muerte de los jóvenes deportistas venezolanos Luis Valbuena y José Castillo demuestra el estado de anarquía e inseguridad que se vive en #Venezuela. Mis condolencias y apoyo a los familiares de estos valiosos muchachos en tan duro y doloroso momento! https://t.co/nKkG2V9kc6
— Luisa Ortega Díaz (@lortegadiaz) 7 de diciembre de 2018