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El círculo de la muerte

Posted on: enero 20th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Un círculo vicioso no es un burdel redondo, pero se le parece bastante. O quizás deberíamos hablar de un burdel esférico. Sucede que los vicios nunca se dan en un mismo plano. Son esencialmente tridimensionales. Se manifiestan desde la derecha y desde la izquierda; descienden desde alturas divinas, pues hay mucho vicio con ropajes ideológicos que te jalan hacia lo que solemos llamar el infierno.

 

 

 

La cuarta dimensión es la del tiempo. En ese transcurrir los círculos viciosos manifiestan su esencia, nutrirse a sí mismos y hacerse más poderosos en cada rotación. Un ejemplo notable ocurre en Venezuela. ¿Cómo se comprende que un gobierno famoso en el mundo entero por corrupto e incompetente permanezca en el poder? Es cuestión de explorar desde la corteza de la esfera hacia el centro de su meollo para entender que en la propia pregunta está la respuesta:

 

 

—Precisamente, por corrupto e incompetente.

 

 

 

Este adverbio me recuerda un cuento de los años setenta sobre un portugués que repartía pan y periódico a domicilio y se enamoró de una joven cuando la vio saliendo una mañana para la universidad. Esa misma noche se presentó a pedirle la mano al padre de la niña, quien le explicó al portugués que su hija era demasiado refinada para un repartidor de pan.

 

 

 

—En fin, Joao, mi hija es muy peculiar —dijo el orgulloso padre para rematar.

 

 

 

Al oír esto al portugués se le iluminó el rostro y exclamo alborozado:

 

 

 

—Precisamente, pe culiar es que la quiero.

 

 

Los chistes tienen sus enseñanzas y esta es muy válida. Lo que el fatuo padre cree que hace a su hija inalcanzable es lo que a Joao más le atrae; a más engreídas pretensiones más ardor, y así se va cerrando el círculo al mismo tiempo que pierde sentido.

 

 

Veamos algunas ecuaciones que ilustran cómo se aplica la misma fórmula a Venezuela:

 

 

 

¿Cómo permanece en el poder un gobierno que destruyó la producción nacional?

 

 

 

Precisamente, convirtiéndose en la única fuente de alimento y controlándola a su antojo.

 

 

 

¿Cómo permanece en el poder un gobierno que obligó a más de dos millones de sus ciudadanos a emigrar?

 

 

 

Precisamente, hostigando a la población más emprendedora y resuelta a no soportar una dictadura hasta hacerla claudicar y marcharse.

 

 

 

¿Cómo permanece en el poder un gobierno que es esencialmente corrupto y corruptor?

 

 

 

Precisamente, corrompiendo las relaciones establecidas y creando unas propias que favorecen exclusivamente a sus partidarios, quienes se ven obligados a aceptarlas y participar en la rapiña.

 

 

 

Para otras preguntas la respuesta es más obvia y no hace falta precisarla.

 

 

 

¿Cómo permanece en el poder un gobierno que ha castrado a la Asamblea Nacional, el más democrático y representativo de los poderes, hasta convertirla en un espectro?

 

 

 

¿Cómo permanece en el poder un gobierno que acabó con la independencia de los poderes?

 

 

 

A medida que este círculo da más y más giros los defectos se van convirtiendo en cualidades y los vicios en virtudes, hasta poder decir: “No hay bien que por mal no valga”, y otra condición más grave: “Los medios justifican el fin”. Sobre estas dos graves inversiones hablaremos en un próximo ensayo.

 

 

 

Teodoro Petkoff criticó una vez a los ministros de Carlos Andrés II diciendo que les faltaba burdel; los de ahora son los chulos que regentan el prostíbulo.

 

 

 

Para combatir este blindado burdel redondo lo primero es caracterizarlo, definir su personalidad y destino. Hace unos años fue calificado como una “media dictadura”. Hoy sabemos que es una “dictadura y media”, pues la mitad que le faltaba es la mitad que le sobra.

 

 

 

La dictadura de Gómez y la de Marcos Pérez Jiménez las dirigía un militar que se apoyaba en unos civiles competentes para manejar los ministerios. La dictadura actual está dirigida por unos civiles que se apoyan en militares para manejar las instituciones civiles. De manera que esa supuesta cabeza civil, lejos de ser un atenuante, es una apariencia que genera y alcahuetea unas enormes dosis de incompetencia. Ya conocemos los efectos de poner a producir y distribuir a quienes dominan y aplastan.

 

 

 

Pero aún no hemos llegado al centro de la caracterización.

 

 

 

Aristóteles escribió que uno de los elementos más importantes de la tragedia es el “carácter”: la habilidad de mostrar que el personaje ha tomado una elección, que ha elegido un destino. ¿Qué destino nos ha impuesto y se ha impuesto este gobierno? ¿Qué busca este organismo que se alimenta de su estela de destrucción? No quiero hacer una lista de fracasos que ya espanta por lo obvia. Permítanme llegar pronto al único destino elegido en que han sido exitosos: permanecer en el poder.

 

 

 

Este poder cuyo único objetivo es seguir siendo poder, nos dibuja una figura que se cierra sobre sí misma. Hay un componente de fatalidad en ser cada vez más poderoso y más inútil. Esto nos asoma a una maldición que nos incluye: el problema fundamental de este gobierno no es cómo sobrevivir, sino cómo enfrentar la imposibilidad de morir. Cuando el único objetivo de la vida es mantenerse vivo, es señal de que estamos muy cerca de la muerte. Nuestro caso es aún más grave, pues estamos ante un gobierno que ya no puede morir dignamente. El destino que enfrenta, y la esencia de su carácter, es no poder generar vida ni preservar la que aún existe. La verdadera dimensión de su tragedia la describe el Apocalipsis: “Y en aquellos días los hombres buscarán la muerte, pero no la hallarán; y ansiarán morir, pero hasta la muerte huirá de ellos”.

 

 

El dramaturgo Antonio Gala eligió las palabras que quiere en su epitafio:

 

 

Muero vivo.

 

 

 

Este gobierno también ha elegido las suyas:

 

 

 

Vivo muerto.

 

 

 

 

Federico Vegas

Prodavinci

 

Perder y ganar

Posted on: diciembre 16th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Perder

 
Un Sultán moribundo estaba por decidir a cuál de sus dos visires dejaría el manejo del reino, y les anunció que cada uno debería escoger su mejor caballo para enfrentarse en una carrera muy particular: el último en llegar sería el heredero.

 

 

Los visires se encontraron en el punto de partida y no sabían qué hacer. Ninguno arrancaba y pasaba el tiempo sin que dieran un solo paso, hasta que un sabio les ofreció una solución. Entonces por fin arrancó la carrera a toda velocidad. ¿Cuál fue la recomendación?

 

 

Simplemente les sugirió que intercambiaran los caballos. “A” debía montar en el caballo de “B” y “B” en el caballo de “A”, de esta manera, el visir que ganara la carrera tendría la dicha de que el caballo de su propiedad llegara de último y, por lo tanto, se convertiría en el heredero.

 

 

¿Se entiende el problema y la solución?

 

 

Mucho más difícil de entender son las condiciones para la carrera que se avecina en Venezuela. Entre la navidad del 2015 y la del 2016, habrá que atravesar una crisis de proporciones insondables y, a aquel que llegue en primer lugar, le va a tocar correr con la mayor dosis de culpa, pues será la cabeza victoriosa y notoria de un soberano desastre.

 

 

Si yo fuera Maduro le propondría a la oposición cambiar de caballo:

 

 

—Si me dan la Asamblea, yo les dejo que gobiernen el disparate que heredé y he profundizado con tanto celo.

 

 

Pero no es el caso. El hombre se aferra a su montura, agita el látigo y le clava las espuelas a un animal que está en las últimas. Me recuerda a un veterinario que había estado enseñando a un burro a trabajar sin comer, y luego se quejaba:

 

 

—Cuando ya casi, casi, lo tenía entrenado, al burro le dio por morirse.

 

 

La Asamblea es el alma política de una nación. Puede ser cerrada y servil, o abierta y plural. En ambos casos estará reflejando la actitud de los ciudadanos ante el poder. Como sucede con todas las manifestaciones del espíritu, la Asamblea no suele ejecutar ni enjuiciar directamente y, cuando finalmente trata de poner orden, el mal ya está hecho. Pero sí puede ser la tribuna ideal para sacarle provecho a una crisis y, a la larga, podría ser capaz de resucitar lo que está muerto. Esta misma distancia entre pensamiento crítico y realización concreta, la hace tan poderosa como frágil, tan definitoria y crucial como dada al ornamento y a servir de comparsa.

 

 

En el ejecutivo están los pies y las manos del poder, la boca que ordena y los ojos que asustan, las extremidades más visibles y de contacto más directo con el pueblo. Es más fácil imaginar a ministros, gobernadores y alcaldes corruptos, que a un diputado. Al menos en el imaginario colectivo, los asambleístas se encuentran al comienzo de la cadena alimenticia (del quién se come a quién), donde aún no se bate el cobre con fuerza ni se corta y reparte el bacalao.

 

 

Al Poder Ejecutivo se le reclamará en el 2016 todo lo que siga haciendo y deshaciendo mientras intenta cosechar lo que nunca ha sembrado, distribuir lo que no hemos producido, y en este tipo de drama ya somos saturados expertos. El Poder Ejecutivo iniciará el año con una audiencia harta, hambrienta, cada vez más consciente del fracaso y urgida de soluciones inmediatas.

 

 

De la Asamblea se esperan fantasías nunca antes vistas, medidas salvadoras que anunciarlas ya será un logro. Esta tarea es más difícil de valorar y calibrar. Esperamos de ella sabias propuestas, ciertamente urgentes, pero siempre van a anteceder a la materialización de las soluciones. El ser concebida como un centro de pensamiento más que de acción le da el beneficio de contar con más tiempo a su favor.

 

 

Lograr algún tipo de acuerdo para la nueva carrera que está por comenzar no será fácil. A la cabeza del gobierno está un militar que se hace pasar por un civil, y un civil que insiste cada vez más en ataviarse y lanzar amenazas como un militar ante sus peores enemigos. Este confuso cruce de roles genera mucha incertidumbre, pues no queda claro si la solución es pacífica o violenta. Ambigüedad que ya está resultando una angustiosa forma de violencia.

 

 

Ambos personajes actúan además en base a que no hay cambios posibles en la conducción del país. La frase de Einstein: “No podemos resolver un problema pensando de la misma manera que cuando lo creamos”, la entienden como: “Los problemas se resuelven en la medida en que los creemos con más fuerza”. Un cambio de conjugación que se presta a confundir el “crear” con el “creer”.

 

 

Negociar cambios de montura es imposible con quienes no aceptan apearse del caballo, aunque hayan llegado jadeando a un punto donde su única credencial y carta de presentación sea el haber perdido una elección. La nueva ecuación tiene algo de la carrera que propuso el Sultán. Mientras más asombrosa se iba haciendo la derrota, más celebraba el gobierno lo democrático y transparente de nuestro sistema electoral. Llegar tan rezagados, tan de segundos, tan subcampeones, se convirtió en una suerte de victoria moral para ocultar los inmorales reglones en que ocupamos los primeros lugares en el mundo: inflación, criminalidad, corrupción. No se pueden ocultar los índices de una enfermedad con lo eficaz y preciso de su medición. Recuerdo a un amigo que se burlaba de un laboratorio médico diciendo:

 

 

—Te cobran más, pero te dan mejores resultados.

 

 

La gran renovación del chavismo sería perder con dignidad, tanto el poder legislativo como el ejecutivo y el judicial. No sólo sería lo justo, también lo sano.

 

 

Lo que más daño le ha hecho al socialismo es la etiqueta de “revolución” junto a las pretensiones de eternidad, no de sus principios, sino de sus interpretes y oficiantes. La revolución no sabe ni debe perder elecciones. Tan solo las permite, pero adjudicándose cada vez más prerrogativas y ventajas antes de la contienda. Y, cuando no controla los resultados, controla los efectos de estos, bien sea quitándole el poder al opositor electo, o repitiendo la consulta para una reelección indefinida, o desestimando las firmas para un revocatorio y sembrando para siempre el miedo a firmar otra vez para convocarlo.

 

 

De las pretensiones de eternidad, algo que está negado a una criatura tan vital como lo social, podemos decir que, además de rotar los cargos como una compañía de cine que insiste en los mismos actores, se remacha una y otra vez que la Presidencia es una suerte de cargo hereditario al hablar insistentemente de un padre eterno, cualidad que debe perpetuar el hijo.

 

 

Si la política es “la actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país”, un partido político no se consolida cuando gana, sino cuando pierde y vuelve a ganar. La búsqueda del poder revitaliza, la conservación del poder petrifica.

 

 

Acción Democrática se convierte en un verdadero partido no cuando toma el poder con los militares en 1945, sino cuando en 1948 lo pierde en manos de estos para recuperarlo diez años después. El sandinismo dejó atrás la pesada condición de Revolución cuando fue derrotado en 1990 por la coalición de Violeta Chamorro. En el 2006 el sandinismo regresa al poder como Frente Sandinista, y Daniel Ortega vuelve a ganar en el 2011. El socialismo en Chile ha sobrevivido tanto al horror de Pinochet como a las recientes y civilizadas alternancias con la derecha.

 

 

La base de esta vida que se renueva es evitar como la peste la tesis de morir luchando y admitir la posibilidad de revivir perdiendo.

 

 

El permitir que una opción muera de mengua y putrefacción por la obsesión de permanecer en el poder, no podemos calificarla con la sentencia de Talleyrand: “Peor que un crimen, es una estupidez”. Se trata de ambas cosas alimentando una a la otra.

 

 

Ganar

 
A la oposición hay que recordarle lo que decía Herrera Luque en defensa de sus locos:

 

 

—Para perder la razón hay que tenerla.

 

 

La oposición nunca perdía porque nunca ganaba. Ahora que ha ganado es cuando realmente puede perder la razón.

 

 

Si para los chinos la peor de las maldiciones es “¡Que vivas tiempos interesantes!”, debemos estar muy alertas ahora que estamos viviendo los tiempos más interesantes de nuestra historia política.

 

 

Para adentrarnos en esta dimensión tenemos que referirnos al más histórico de nuestros diputados: Henry Ramos Allup. Nadie ha ganado, perdido y vuelto a ganar tantas veces. Pocos han conocido tan de cerca los extremos de la razón y de la equivocación. Así como ha sido uno de los principales artífices de esta magnífica victoria, lo fue también en la peor de las derrotas parlamentarias, la que él mismo promovió al organizar una abstención en la que yo, como un tonto cordero, decidí participar. Alguien dirá que no es el momento de señalar errores pretéritos, especialmente uno que fue tan colectivo. Pretérito viene del latín praeterire, “pasar de largo soslayando algo”, y es precisamente por haber sido aquel error fruto de una pasión colectiva que debemos recordarlo y hacernos conscientes de nuestra enorme capacidad de equivocarnos. No es el momento de creernos infalibles.

 

 

También es notable en Ramos Allup la fuerza de su estilo zamarro y combatiente, su constancia a través de los años, su conocimiento de la política criolla, de los pasadizos secretos, de los oscuros propósitos que alimentan ciertas virtudes. Esta sabiduría, que suele exponer con tanta pasión y elocuencia, es al mismo tiempo, por su misma perseverancia, una fiel representación del pasado, de la vieja política. Nos hizo mucho mal despreciarla al final del siglo XX, culparla de todos nuestros males, pero ahora nos toca renovarla. Así como abandonamos los partidos por considerarlos corruptos, en la misma medida estos se corrompieron como consecuencia de nuestro abandono. Hay sólo un paso entre la historia y la histeria, la cual, según Jung, semeja a una plataforma donde rebotan todos los aconteceres impidiendo que se transformen en experiencia, en la insólita historia de los venezolanos sobre su tierra.

 

 

En estos tiempos interesantes, cuando el papel que representamos se agudiza y la vida toda se convierte en una gran teatro con un público en vilo, cada actor debe subordinar su papel a un propósito común, al gran tema que nos une y da coherencia, y hoy el nombre de la obra es la esperanza de un futuro que nos integre en una nación feliz, próspera y soberana. Los grandes actores saben cuándo ha llegado el momento de dar paso a las nuevas promesas, de ayudar con sus consejos desde el fondo a que la nueva savia fluya tanto en los partidos como en la Asamblea, y en la vida toda de la nación.

 

 

Dicen que en el amor quien ama más pierde. Puede ser cierto, pero también sabemos que quien ama menos no ama nada. Dios nos conceda diputados más enamorados de la Asamblea que de sí mismos. Eso sí, por no más de cinco años, pues hay amores que matan, o peor aún, se vuelven oficio.

 

 

Aristóteles decía en su análisis de la tragedia griega que el “carácter” de un actor demuestra que ha tomado una elección. En una Asamblea es importante demostrar cuál camino se ha elegido, pero éste no puede ser el de jurarse un triunfador, como si vencer fuera la meta. Ya alguien ha dicho que los votos no se ganan. Los electores no los hemos entregado, sólo estamos prestando por un tiempo el capital de nuestra credibilidad.

 

 

Estimado asambleísta, desde el momento en que eres elegido ya eres un posible perdedor que está prestando un servicio, y así de humilde y agradecido debe ser tu lenguaje. Si tal como decía Leon Battista Alberti de la ciudad, la Asamblea debe ser una gran casa, cada uno de nuestros hogares puede ser una pequeña asamblea donde la familia reflexiona y discute sobre la nación. El lenguaje de una casa afecta al de la otra, y cada palabra debe ser dicha con el respeto que merece una cena entre hermanos, donde el desprecio y la burla a nada bueno conducen. Cuando hables en la Asamblea debes recordar que te diriges también a tus padres y a tus hijos.

 

 

El diccionario te ofrece dos opciones:

 

 

Enfrentar: “Provocar que dos o más personas se opongan, compitan o se enemisten”.

 

 

Confrontar: “Mantenerse en actitud de oposición ante un problema, situación difícil u obligación sin eludirlos, asumiendo el esfuerzo que suponen y luchando y actuando de acuerdo con sus exigencias”.

 

 

Hay un proverbio que puede ser útil cuando se busca la verdad más que el poder: “Cuando veas algo bueno en tu prójimo, imítalo. Cuando veas algo malo, revísate”. Esperemos que en medio de estas arduas imitaciones y revisiones, o cruentas acusaciones y golpes de pecho, los jinetes no se queden varados en el punto de partida, dando un triste espectáculo ante la multitud de espectadores que deseamos tener muchas navidades felices y en paz. Además de estarnos jugando el pellejo.

 

Federico  Vegas

Cómo prepararnos para ir presos

Posted on: septiembre 16th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Éste puede que llegue a ser el capítulo de una novela que estoy intentando escribir. No lo sé. Falta, con suerte, un par de años para terminarla. Ciertas reglas sagradas ordenan silencio y secreto durante el proceso, pero no he resistido la tentación de compartir este fragmento y, a través de sus líneas, manifestar mi dolor por un venezolano que ha entregado su cuerpo a la lucha por una Venezuela digna de llamarse Venezuela —y pronunciar con orgullo esa palabra que tiene tanto de madre y de padre—, mientras su alma se mantiene más llena de fe que las nuestras, las de quienes creemos estar libres.

 

 

En este capítulo mi personaje revisa sus sentimientos antes de entregarse a una justicia que ya ha redactado su sentencia.

 

 

Cómo prepararnos para ir presos; por Federico Vegas 640

 

¿Cómo prepararnos para pasar un tiempo en prisión?

 

 

Utilizo esta expresión que suena a vacación turística porque encierra en su ironía una posible redención.

 

 

Puedo asegurarle a los futuros prisioneros venezolanos que no hay manera de imaginar lo que se nos viene encima. Nos convertimos en seres biológicamente distintos, una condición que se nota alrededor de unas pupilas cada vez más opacas, unos párpados de cocodrilo y una piel como alquilada. Dicen que incluso los que ya han estado presos, y volverán a estarlo, no son capaces de imaginar cuánto más van a sufrir.

 

 

En los días de mis inútiles preparativos, al despertar y caminar turulato hacia la blanca luz del baño en mi casa, trancaba la puerta tras de mi y, mirándome al espejo, me decía como si fuera un experimento:

 

 

— Deberías pasar aquí un tiempo encerrado para irte acostumbrando.

 

 

Me refería a un “máximo” de media hora, y no lo lograba.

 

 

Se trata de un ejercicio sumamente peligroso, pues resulta —yo no lo sabía— que el baño es el lugar más purificador del hogar. Entiendo que la palabra “hogar” viene del fuego que nos da calor, pero, para quienes vivimos en tierras calurosas, el agua que nos limpia y da frescura es un elemento aún más sagrado.

 

 

En el baño encontramos tres de las más grandes invenciones del hombre: la poceta, en vez del cagadero al fondo de un patio; la ducha, en vez de una totuma en el río; y el espejo, en vez del rostro reflejado en el agua de una ponchera. Son facilidades tan universales que nos cuesta aceptar cuánto llegamos a personalizarlas, hasta el día en que nos condenan a utilizar una cloaca infernal para quebrarnos. Solo entonces descubrimos que el nuestro, ungido por nuestras propias abluciones y aromas, es el recinto que más añoramos de nuestra casa. Incluso más que el lecho nupcial.

 

 

Nunca imaginé que la peor de las sorpresas sería enfrentar un nuevo espejo en las mañanas, si es que alguna vez llegas a encontrarlo. ¿Crees acaso que toda superficie guarda siempre la misma buena disposición hacia tu persona? Si consigues reflejarte en un espejo medianamente confiable, vas a descubrir cuánto te quería y comprendía aquel habituado a tus virtudes y defectos, donde solías contemplarte al despertar. El de tu baño es el tuyo, el propio, y es por eso que parece reconocerte con tanta amabilidad. En los que te aguardan en la prisión, aunque tu rostro siga siendo básicamente el mismo, habrán pequeñas diferencias, algunas indescifrables, que van a atormentarte. Prepárate a descubrir en tu cara amanecida, ese rostro que regresa de noches que parecen siglos, un ceño de hundimiento que, en el espejo de siempre, con la familiaridad de su marco y de su entorno, hubiese sido más digerible y llevadero.

 

 

Si insistes en realizar estos ejercicios preparatorios encerrado en tu baño, aprovecha el tiempo para despedirte con franqueza, aceptando sin tapujos que estás jodido desde el día que decidiste no huir. ¿Te sientes desesperado? Grita contra unos perseguidores que aún no te escuchan e insúltalos con palabras y muecas grotescas. Pero se breve, no abuses. Al terminar la sesión, ríete un poco y acepta lo inexorable de tu situación. No eres el primero ni serás el último. Puedes también implorar por una tormenta de tal magnitud que revuelva todos los papeles del mundo y se olviden de tu caso, y entonces puedas salir como un espectro al que habían negado toda inocencia. Esas quimeras hay que expresarlas para dejar atrás una mínima parte de la realidad que tienes por delante.

 

 

También puedes irte al extremo opuesto y hablar serenamente, pronunciando con dulzura una y otra vez los nombres de tus seres queridos, como si fuera una oración, pues sí lo es, y lo será. Al final, mientras hablas contigo mismo exigiéndote entereza y coraje, agradécele a tu fraternal espejo la tierna y fiel compañía que tanto vas a extrañar. Y, de paso, asegúrale que pronto estarás de vuelta. Pues es muy posible, por esa natural tendencia a simpatizar con lo que se imita, que a esa superficie donde quizás permanece el aura de tu imagen, también le preocupe tu ausencia.

 

 

¡Jamás le pidas a tu esposa que te acompañe en estas contemplaciones! No es justo exigirle más de la cuenta a un reflejo que se supone sea devoto e imparcial. Esa romántica pose de pareja desnuda y entrelazada, unida contra el mundo y ya bajo el peso de una extrema despedida, te impedirá luego, mientras dura tu viaje al infierno, contemplarte en otros espejos y comportarte con un mínimo de compostura. Si lo haces, llegara la mañana en que te preguntarás confundido:

 

— ¿Cuál de esas dos mujeres, que hoy me resultan igual de intensas y difusas, es la que en verdad me espera.

 

 

Y ya no sabrás quién te aguarda, si la que se adhería a tu cuerpo o la que recuerdas reflejada, ambas envueltas en tus recuerdos por el manto de un mismo abrazo cariñoso. Y será como si compitieran una contra la otra en confiabilidad, pues habrá un momento en que la pura imagen duplicada, fría y bidimensional, parecerá estar más dispuesta a resistir tanta separación, a soportar esas devastadoras angustias que la ausencia genera al impedirnos cumplir con los sagrados y enloquecidos requerimientos de un verdadero amor.

 

 

Ahora entiendo por qué mis primeras añoranzas de los primeros meses en prisión se referían tan solo al simple placer de caminar bajo la lluvia. No quería ni asomarme al recuerdo de los fríos pozos en las montañas de Choroní, a mecerme en las olas de las playas de Manzanillo, o a esa vez que me duché con ella por última vez en el baño de nuestro apartamento, y fuimos convocados por nuestro espejo para, sin saberlo, decirnos el adiós que estaba por confirmarse.

 

 

Otro preparativo muy conveniente es preguntarse: “¿Realmente voy a ir preso o será solo una amenaza?”.

 

 

El temor y los vaivenes que genera esta duda es ya una forma de presidio. La incertidumbre constituye una celda sin límites que todo lo abarca, lo contamina, lo sofoca o lo invierte, porque lo mejor se convierte en lo que nos trae las peores premoniciones. Estás en la cama con tu esposa y no quieres salir de entre las sábanas, ni siquiera mover las manos hacia ella, pues sientes que equivale a acelerar el tiempo y a tentar los maleficios del destino. Juegas con tus hijos y, de pronto, quieres contarles detalles de tu próxima derrota en una contienda cuyas reglas no logras explicar. Y no llegas a decir una sola palabra, por más que lo intentes, pues no tiene ningún sentido hablarle a tus niños sobre tu irremediable condición ante una marea tan poderosa, tan arbitraria, tan desquiciada e inútil, que vas a dejar que te lleve con la esperanza de que, alguna vez, te devuelva a la orilla.

 

 

Y así llegamos a una pregunta imposible de contestar, que va a perseguirte cada vez con más saña: “¿Qué sentido tiene enfrentar una justicia servil y orgullosa de su crueldad?”. Podrás decir que develar esa misma servidumbre y envilecimiento es ya un propósito y un logro, pero sabes que la verdadera razón es otra: “No sabes huir y dejar atrás a tus compañeros”. Si esa es tu verdad, aférrate a ella como a una balsa en un océano constantemente embravecido. Puede que sea una limitación y no una virtud, y hubo momentos en que me hice sin piedad ese reclamo: “¿De qué te sirve ser inocente?”. ¡Cuidado! Nadie puede ser más cruel e insistente que uno con uno mismo, y uno menos uno es cero. Hasta que tu perseverancia te haga más libre que nunca, y entonces sabrás que siempre lo fuiste, y conocerás la libertad y la dicha de haber cumplido con tu palabra.

 

Blog de Federico Vegas

Teodoro

Posted on: abril 29th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Para empezar con buen pie y sin ambigüedades, debo decir que Teodoro Petkoff es el único líder político que ha llegado a apasionarme, quizás por haber tenido siempre un aire trágico de candidato ideal y constante perdedor. Una paradoja que recuerda la frase de Groucho Marx: “Yo jamás pertenecería a un club que acepte a un tipo como yo”. De igual manera, yo jamás votaría por un candidato capaz de ganar una elección, una gesta que exige adular a los adulantes y estirar al máximo la capacidad de inventar mentiras.

 

Dice Hanna Arendt que “el mentiroso no tiene que hacer grandes esfuerzos para aparecer en la escena política, cuenta con la gran ventaja de estar siempre ya en medio de ella. Es un actor por naturaleza; dice lo que no es porque quiere que las cosas sean diferentes a lo que son, es decir, quiere cambiar el mundo”.

 

He llegado a pensar que la tragedia de Teodoro ha sido pretender cambiar el mundo con la verdad.

 

La primera vez que nos sentamos a conversar tuve que disimular mi admiración para mantener la prestancia de un entrevistador serio. En su oficina del diario Tal Cual hablamos sobre Domingo Urbina, el sobrino de Rafael Urbina que participó en el asesinato de Carlos Delgado Chalbaud, Presidente de la Junta Militar que derrocó a Rómulo Gallegos. Domingo estuvo doce años preso, hasta que logró fugarse y se refugió en las montañas de Falcón, donde se incorporó al frente guerrillero “José Leonardo Chirinos”, bajo el mando de Douglas Bravo y Teodoro Petkoff.

 

Esa tarde de la entrevista a Teodoro le estaban colocando, por primera vez en su vida, unos aparatos auditivos. La encargada de graduarlos era su sobrina, hija de su hermano Luben. Entre la belleza de la experta y el humor con el cual Teodoro se adentraba en el arte de aceptar la vejez, la escena me resultó conmovedora y no hallaba cuál volumen darle a mis palabras, las cuales, de paso, sirvieron para que la sobrina fuera graduando el nivel de aquellos mínimos dispositivos. Hubo momentos de confusión pues, mientras Teodoro trataba de responder a mis preguntas y a las de su sobrina, yo no sabía si sus afirmaciones con la cabeza se debían a que me estaba oyendo o entendiendo.

En un capítulo de la novela Sumario utilicé la historia que me contó. En las leves dosis de ficción que introduje, yo soy más viejo que Teodoro y quien hace la entrevista es una hija que llamo Emiliana, quien me resume el encuentro:

 

Emiliana primero analizó la figura del hombre que admiraba:

 

— Ese Teodoro nunca llegará a ganar una elección.
— ¿Por qué lo dices? ¿No te gustaba para Presidente?

 

— El problema es que tiene algo de lupa y de espejo… puedes ver lo que tiene adentro, en el fondo, y, hablando con él, se entiende mejor lo que uno mismo piensa.

 

— ¿Y entonces?

 

— Así nadie puede mentir.

 

Teodoro le contó a Emiliana que él y Douglas Bravo se fueron a Churuguara, donde Domingo estaba enconchado, y lo invitaron a participar en el nuevo frente. Ya instalados cerca de San Luis de la Sierra, Teodoro decidió darle clases de historia a la tropa. Usaba el método que proponía Bolívar, ir de adelante hacia atrás. Empezó con historia contemporánea y les habló de las contradicciones internas de la Junta Militar en 1950. Así llegó al asesinato de Delgado. Mientras ofrecía sus interpretaciones, notó que Domingo lo miraba desconcertado, pero en ese momento no ató cabos. Fue después de la charla cuando Domingo se le acercó con mala cara y le preguntó:

 

— Todo ese asunto de la clase… ¿tendrá que ver conmigo?

 

Entonces fue que Teodoro cayó en cuenta de a quién tenía entre sus alumnos:

 

— ¡Chico, perdóname, se me había olvidado que tú fuiste uno de los asesinos!

 

No era la mejor manera de arreglar el asunto y agregó:

 

— …uno de los personajes históricos.

 

Con este segundo remate pidió excusas y le aseguró a Domingo que no había segundas intenciones, pero el alumno seguía mareado, aún tratando de asimilar su rabioso lugar en la historia de Venezuela.

 

Domingo, el llamado “Comandante Indio”, no resultó un hombre confiable. Al hacerse evidente la derrota se pasa al SIFA y dirige el desmantelamiento del Frente Guerrillero. Se va a España durante unos años y regresa durante el gobierno de Rafael Caldera. Continúa trabajando con los cuerpos de seguridad del Estado y se distingue por sus maltratos a los campesinos de Falcón. En 1985 fue asesinado a golpes durante una emboscada, en la Sierra de Falcón.

 

La tarde de la entrevista también quise preguntarle sobre un par de brevísimos encuentros con dos personajes de mi familia. El primero se inicia cuando Teodoro tenía unos catorce años y veía entrar en la iglesia de Campo Alegre a una niña muy linda a quien jamás dirigió una sola palabra. ¿Cuántas veces se repitió esta escena al estilo de Dante y Beatriz? No lo sé, pero el joven atesoraría ese recuerdo por el resto de su vida. Décadas después, más de medio siglo, Teodoro conoció a mi tío Carlos Vicente Sucre, esposo de Gloria, una de las tías más bellas en una familia de mujeres bellas, y le contó de esas imágenes tan lejanas, tan cercanas, que sólo pueden compartir dos hombres con suficientes años como para saber que esas memorias de lo que nunca fue representan a cabalidad lo fugaz de la vida.

 

El otro encuentro nos asoma a una zona distinta en la biografía de Teodoro. Mi tío Leopoldo Pérez —de quien tengo suficientes cuentos para jamás olvidarlo— se estrenaba como médico residente en el Hospital Militar cuando llegó un paciente vomitando sangre. A mi tío le llamó la atención que no hubieran otros síntoma acordes con un estado tan crítico y decidieron internarlo para someterlo a más exámenes. Esa misma noche Teodoro se descolgó del séptimo piso con una larga cuerda de sabanas entrelazadas. Hubo un error de cálculo que debió compensar con una caída de varios metros y la fractura de una pierna. Teodoro me contó que un guardia pudo observar toda la escena, pero nada le dijo al prófugo cuando éste lo saludó cordialmente y siguió su camino tan tranquilo, como si su cojera se debiera a un dolor pasajero. Quizás al guardia le dio miedo enfrentar a un hombre tan decidido, o le pareció que semejante hazaña merecía el premio de la libertad.

 

Teodoro no se acordaba de mi tío. Después de haberse tragado medio litro de sangre en su celda, le había dado un mareo de vampiro expuesto al sol y poco le había costado hacer el papel de moribundo mientras se preparaba para un lance de acróbata.

 

Entre esos anecdóticos límites de romanticismo y valentía lo tenía ubicado cuando, gracias a Manuel Puyana, quien nos unió en un almuerzo fraternal sin otra intención que pasarla bien, pude conocerlo mejor. Ese mediodía me asomé a su cansancio. Nos separan veinte años, pero vividos por Teodoro con una intensidad mayor que la mía y desplegada en varios frentes. Ha conocido la acción trepidante que bordea la muerte, la irracionalidad de la política buscando camino entre las multitudes, y la aventura solitaria y sedentaria del escritor.

 

Ahora quiero pensar en sus libros, pues son los grandes ausentes en nuestra actualidad política, la cual se ha vuelto esencialmente oral. Cuando pensamos en un Betancourt escribiendo en el exilio Venezuela, política y petróleo, o en un Petkoff iniciando una polémica internacional con suChecoslovaquia: El Socialismo como problema, pareciera que nos referimos a un pasado remoto y no a un futuro necesario. ¿Por qué nuestros actuales líderes no escriben libros? ¿Por incapacidad o por temor al ridículo?

 

Cuando Lenin le escribe a Gorky: “…esos intelectuales de segunda y lacayos del capitalismo, que se creen el cerebro de la nación. Ellos no son el cerebro de la nación. Ellos son la mierda”, no le está dando su opinión sino haciéndole una advertencia. Todo intelectual que no se pliegue a la revolución con servilismo y descaro es nocivo, infecto.

 

Lenin no es el inventor de esta suerte de especialización que subordina el pensamiento a una idea determinada, suprema, eterna, hasta lograr que se piense según se actúa. Esta misma corriente que pretende convertir al intelecto en una reiteración del poder hasta hacerlo incapaz de cuestionar y explorar, ha ido relegando los libros sobre política venezolana a los rincones de las celebraciones o de la conmiseración. Unos textos celebran los hechos, otros recuentan y lamentan sus consecuencias, todo se alejan de una conducción visionaria.

 

La ausencia de una producción nacional de suficiente pureza se hizo sentir en los albores del chavismo, cuando el presidente se aferró a El oráculo del guerrero, del argentino Lucas Estrella, maestro de Kung Fu, Chi Kung y acupuntura. Este manual místico, entre orientalista y esotérico, sirvió de guía a la política nacional hasta que Boris Izaguirre celebró con humor sus connotaciones homosexuales. Y entonces el oráculo desapareció de los discursos de Chávez.

 

Aparecieron otros libros y continuaron las referencias literarias, citas que iban desde Simón Bolívar hasta Eduardo Galeano, creando la ilusión de vivir un período de esplendor intelectual. Pero, a la larga, se impuso una oralidad fundamentada en una repetición obsesiva que sustenta verdades impuestas. Esta tendencia incluso determinó el estilo de los opositores, quienes terminaron imitando lo coloquial como único medio de expresión. Lo oral terminó por dominar a lo textual.

 

Hago este recuento porque, en aquel almuerzo con Puyana, tenía frente a mí a un hombre que había creído en la palabra escrita y había defendido y difundido su derecho a existir, a congregarnos, a guiarnos.

 

Al leer el ensayo de Hannah Arendt “Verdad y política”, y referirlo a la situación de Venezuela, surgen varias interrogantes: ¿Es la esencia misma de la verdad ser impotente, y la esencia misma del poder ser mentiroso? ¿Se aplica al país la máxima de James Madison, “Todos los gobiernos descansan en la opinión”, o en Venezuela la opinión se asfixia en brazos del poder? ¿Son los hechos y los acontecimientos cosas mucho más frágiles que los axiomas, descubrimientos o teorías?

 

Las respuestas nos asoman a una evidente y creciente desvinculación entre el poder y la verdad, los hechos y las teorías. Este peligroso distanciamiento tiene muchas razones. Yo quiero asomarme a esa oralidad que ha ido predominando e invadiendo la comunicación entre el gobierno y los gobernados. Lo oral es ciertamente un sistema válido, el más directo, pero también se presta a la superficialidad, al encantamiento y la reiteración, a un confuso registro y una débil profundización, al arte y las artimañas de la mentira política, al primitivo y tribal mensaje de los gritos y las muecas agresivas. Leer la transcripción de alguna cadena del presidente Maduro, además de ser una faena insufrible, rebelaría este descarado cisma entre lo oral y lo escrito.

 

Arendt propone que hay dos instituciones públicas para las cuales “la verdad y la veracidad siempre han constituido el criterio más alto del discurso y del empeño”. Son la prensa y la justicia. Ambas se fundamentan y se manifiestan, esencialmente, a partir de textos; ambas viven la paradoja de ser independientes del poder y, a la vez, de necesitar la protección del poder.

 

He dado esta larga vuelta para tratar de entender la arremetida de Diosdado Cabello contra el diario Tal Cual, dirigido por Teodoro Petkoff, pues tiene mucho que ver con el conflicto entre lo oral y lo escrito. Y también con el sacrificio público y notorio de la justicia y la prensa en el altar de los poderosos.

 

La historia comienza con un artículo de Carlos Genatios donde cita una frase que se le atribuyó a Diosdado Cabello, al punto de haberse puesto de moda en la red: “Si no les gusta la inseguridad váyanse del país”. El mismo Diosdado había ya negado decir tal cosa, y demanda por difamación a Genatios junto a toda la directiva del periódico, editores y propietarios. La arremetida adquiere tanta fuerza en manos de las autoridades judiciales que Tal Cual comienza a agonizar.

 

Diosdado es un hombre acostumbrado a moverse en la pura oralidad y en la esfera del absoluto poder, que ha sido agresivo y despectivo desde la presidencia de la Asamblea con los congresistas opositores. Y en las manifestaciones de lo oral lo que se cree entender no siempre es textualmente lo que ha sido dicho, precisamente por no predominar el texto, sino la actitud, las expresiones, el contexto.

 

Partiendo de este equívoco, el poder encontró la manera de imponerse sobre la justicia y sobre la prensa. Como ya sabemos, la receta de la demanda pica y se extiende hasta arrasar con todos los medios opositores. La censura del gobierno había sido hasta ahora muy inteligente al advertirte: Puedes decir lo que quieras, pero cada vez contarás con menos espacios donde decirlo. Ahora toca eliminar los últimos reductos y, como en el caso de Tal Cual, se está utilizando una especie de lotería emocional: Puedes decir lo que quieras, pero alguna vez habrá una frase que me ofenderá y te aplastare a ti y a todos los que te acompañan.

 

Pero yo venía a hablarles de Teodoro, sobre todo de esa paradoja de haber sido el hombre que más necesitábamos y el que con menos apoyo contó. Puede que esta contradicción, como antes proponía, sea parte de su esencia y que su impotencia política radique en la búsqueda de la verdad. Lo que es, a su vez, su gran fortaleza: una lucidez y una persistencia que han sido premiadas internacionalmente.

 

Otra característica que admiro de Teodoro es la manera en que sus pensamientos guían a sus acciones. Su paso desde los métodos violentos a una política de paz fue guiada por sus lecturas y sus escritos. Su honestidad hacia sus ideas se manifiesta con transparencia en su manera sencilla de vivir. Insisto en que no conozco a un hombre que haya estado más cerca del poder y más lejos de sus beneficios y de nuestra comprensión.

 

En este momento de su vida siento que todas sus aparentes debilidades son una demostración de su grandeza.

 

Si tal como propone Anaximandro —en uno de los pocos fragmentos escritos que sobrevivieron a los presocráticos—, existe una ley de compensación que con el paso del tiempo genera una justa retribución entre las acciones, según sus mutuas injusticias, puede que la fortaleza de Diosdado Cabello, al enfrentar con tanta saña un hombre que está cerrando su ciclo vital, se convierta en una de sus mayores debilidades.

 

Federico Vegas

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