Ocurrió hace algunos días. Un camión cargado de carne, importada de Colombia, chocó contra un elevado en la urbanización Los Ruices, de Caracas. El conductor agonizaba al frente del volante y, mientras tanto, se desató un espectáculo dantesco: el saqueo de la mercancía. Nadie reparó en las condiciones del chofer herido de muerte. Más importante era participar en el pillaje.

Testigos presenciales me han comentado que no se trataba de lo que se ha llamado «hurto famélico»; es decir, el robo que se produce por la desesperación del hambre y de la necesidad. No. En este caso se trataba de motorizados, conductores y pasajeros de vehículos que no parecían al borde de la miseria ni mucho menos. Era una ocasión para el robo y el desenfreno; además, hecho con desparpajo y complicidad colectiva.

Ante semejante espectáculo, tenemos que preguntarnos: ¿qué nos está pasando?, ¿qué nos está ocurriendo como individuos, como ciudadanos, como miembros de una sociedad que se supone civilizada? Es la pérdida absoluta de valores fundamentales para la convivencia humana. Es la disposición a pasar por encima de todos los principios cuando se presenta la ocasión de robar, de saquear, de desconocer las normas de solidaridad humana, de misericordia y de amor al prójimo.

¿Dónde queda el concepto de integridad personal? ¿Dónde queda el mandamiento que nos ordena no robar? ¿Qué ha pasado con lo que antes nos enseñaban en la familia, en la escuela, en la iglesia, en el ejemplo de nuestros mayores? No puedo dejar de pensar en la fiesta montada por alguno de los saqueadores, con tremenda parrilla, en la que además se celebre como una gracia el robo de un pedazo de carne y la oportunidad caída del cielo que se presentó para hacerlo.

«Algo está podrido en el estado de Dinamarca», dice Shakespeare en Hamlet. Con profundo dolor, tengo que decir: «Algo está podrido en el estado de Venezuela» cuando somos testigos indiferentes ante un acto tan salvaje y tan bárbaro. Además, no es la primera vez que ocurre. Sabemos el horror que significa accidentarse en cualquier autopista o carretera venezolana.

Lo que ocurrió en Los Ruices puede ser premonitorio. Venezuela está en la antesala de tiempos muy conflictivos. ¿Y el Gobierno? ¡Bien, gracias! ¿Y el resto de la sociedad? ¡Bien, gracias!

Presidente del Ifedec

Por Eduardo Fernández

El domingo pasado fueron las elecciones generales en Alemania. Un rotundo triunfo de la democracia cristiana y de su líder Angela Merkel. Los pronósticos anunciaban un resultado favorable al Gobierno y las elecciones regionales de Baviera confirmaban esos vaticinios.

Lo cierto es que la victoria estuvo muy por encima de los pronósticos; la DCU-CSU se consolida como la primera fuerza política y electoral del país y la señora Merkel es ratificada con una amplia manifestación de confianza por parte del electorado alemán.

Desde el final de la guerra, la democracia cristiana ha sido la fuerza prevaleciente en esa gran potencia. Fue la DCU, bajo el liderazgo de Konrad Adenauer, la que asumió la tarea de reconstruir Alemania, que había quedado devastada por los efectos de la guerra. Adenauer inició la política de reconstrucción de la unidad del país que había quedado fracturada por la ocupación soviética de la parte oriental y de la capital histórica, Berlín, que fue dividida por el muro de la infamia. Adenauer asumió también la tarea de iniciar la construcción de Europa, junto con otros líderes como Alcide de Gasperi en Italia y Robert Schumann en Francia.

La historia de la democracia cristiana alemana ha sido una de grandes éxitos: a ella se debe la reconstrucción del país después del horror de la guerra mundial. A ella se debe el reposicionamiento de Alemania en el mundo como una nación democrática y comprometida con los más elevados ideales de la humanidad. A ella, a la democracia cristiana, se debe haber resistido el expansionismo soviético y haber logrado la reunificación del país, sin necesidad de pagar el precio de una nueva guerra. A ella, a la democracia cristiana, se debe haber logrado el éxito del milagro económico a través de la economía social y ecológica de mercado, que ha contribuido a que el pueblo alemán alcance un altísimo nivel de bienestar y de progreso.

Gracias a la Fundación Konrad Adenauer tuve la oportunidad de estudiar en la Academia de Estudios Políticos de Eichholtz, muy cerca de Bonn. Hoy, desde este modesto espacio periodístico, rindo homenaje a esa gran nación que es Alemania y a esa gran alianza política que lidera la señora Merkel y que se inspira en los valores del humanismo cristiano.

Presidente del Ifedec

@efernandezve

Por Eduardo Fernández

La semana pasada, en este mismo espacio, expresé las razones que tenemos los venezolanos para exigir un gobierno que gobierne. Hoy quiero, como ciudadano, reclamar una mejor oposición.

Necesitamos una oposición que no sea reactiva, sino propositiva. Es decir, una oposición que tenga su propia agenda y que no se reduzca a reaccionar frente a cualquier trapo rojo que le propongan el gobierno o sus partidarios.

Para mí, la oposición tiene que tener muy claro que su primera lealtad es con el país, con los intereses nacionales. A veces tengo la impresión de que, para algunos voceros de la oposición, la función fundamental es la de sustituir al Gobierno, sin tomarse la molestia de explicarnos para qué quieren sustituir al Gobierno, cuáles son las políticas que piensan aplicar para resolver los grandes problemas del país y, particularmente, los problemas que afectan al venezolano común.

Yo, como simple ciudadano, quisiera que la oposición se graduara de alternativa. Es decir, no basta con ser oposición, es indispensable convertirse en una fuerza política con ideas claras acerca de lo que hay que hacer para sacar a Venezuela de esta crisis que ya lleva varias décadas.

Para mí, el principal problema político que tiene el país es la falta de unidad y la falta de consenso alrededor de los problemas básicos de nuestra nación.

Llamo la atención acerca de lo que está ocurriendo en México. El recién electo presidente Peña Nieto ha convocado a un Pacto por México, y las fuerzas opositoras han respondido favorablemente, tanto las del centro democrático del Partido Acción Nacional, como las de la izquierda del PRD y por supuesto el partido de Gobierno, el viejo y renovado PRI. Creo que con ese pacto gana el Gobierno, pero también gana la oposición, pero sobre todo, gana México.

Yo, que soy opositor al actual Gobierno desde el instante mismo de su concepción, el 4 de febrero de 1992, quisiera, como ciudadano, contar con una oposición que me explicara con más claridad cuáles son sus políticas para reconciliar a los venezolanos, para recuperar la unidad de la nación y para construir los consensos indispensables a fin de hacer que este país avance y progrese.

Ya basta de pleitos inútiles. Es la hora de presentarle al país una alternativa seria y constructiva.

Seguiremos conversando.

Por Eduardo Fernández