Días 20 a 22: Mascarillas blancas colgadas en los balcones

Posted on: abril 12th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

Mi barrio es una biopsia de cómo ha envejecido Cuba. La mayoría de sus edificios comenzaron a construirse hace 40 años

 

 

La vida transcurre en los balcones para muchos de mis vecinos, especialmente los ancianos que cuentan con una familia que les garantice los cuidados, mientras evitan contagiarse por covid-19. En las terrazas pasan sus horas, desde allí saludan a los más cercanos, ponen al sol las mascarillas que usan los nietos cuando salen a la calle y miran el horizonte.

 

 

Mi barrio es una biopsia de cómo ha envejecido Cuba. La mayoría de sus edificios comenzaron a construirse hace 40 años, en medio del subsidio soviético que permitió erigir estos bloques de concreto que nada tienen que ver con los chalets de jardines que caracterizaron a la zona. Algunos de los viejitos que hoy suspiran desde el balcón trabajaron como constructores para levantar estos inmuebles.

 

 

Pero el tiempo pasó. Creyeron que edificaban otro futuro y les ha salido este presente que ahora habitan. A una buena parte se les marcharon los hijos al extranjero, a otros las pensiones no les alcanzan ni para malvivir y unos cuantos siguen haciendo las maletas con la ilusión de emigrar aunque dejen atrás la casa que hicieron con sus propias manos. Pero, por ahora, todos se centran en lo mismo: evitar el coronavirus.

 

 

Jueves y viernes se pegan en mi cabeza como una sola jornada porque empecé a sentirme mal

 

 

Los comprendo porque he pasado dos días prácticamente confinada. Jueves y viernes se pegan en mi cabeza como una sola jornada porque empecé a sentirme mal. Dolores musculares, náuseas y un fuerte latido en la cabeza, todo indica que algo que comí me hizo daño. Normalmente hubiera pensado en un resfriado o algún malestar ligero pero, en estos tiempos, todo padecimiento parece amplificarse y las alarmas se disparan.

 

 

Por suerte, después de 48 horas, los dolores cedieron y volví a sentirme mejor. Pero junto a los problemas físicos, estaba incómoda porque no pude ayudar a mi familia a hacer acopio de alimentos antes de que este sábado se paralice el transporte público y se cierren los grandes centros comerciales. «La gente está como loca en la calle buscando comida», me contó Reinaldo cuando regresó.

 

 

La cola de la tienda en la calle Boyeros y Tulipán casi daba la vuelta a la manzana. La policía trataba de poner orden pero la ansiedad era mucha. «¿Qué hay?», preguntó Reinaldo antes de pedir el último. «No se sabe, estamos esperando para poder entrar y comprar lo que haya porque no se sabe cuándo van a volver a surtir», le respondió una mujer con una nasobuco floreado.

 

 

Ante esa incertidumbre, mi esposo prefirió regresar a casa con las manos vacías. Ya inventaremos algo, pero lo que no vamos a hacer es involucrarnos en una pelea para alcanzar un paquete de salchichas o un kilogramo de pollo. Una vecina del piso 12 sufrió una fractura en una fila que terminó en bronca. Ahora, además de cuidarse de la pandemia tendrá que guardar reposo por largo tiempo.

 

 

Con 16 fallecidos por covid-19, 620 casos confirmados de la enfermedad, 5 pacientes en estado crítico y otros 7 en estado grave, las cifras oficiales publicadas esta mañana apuntan a que el virus se acerca a todos, puede estar en cualquier lado. Si antes parecían números lejanos, cuando escuchábamos el reporte en otros países, ahora podemos ser nosotros mismos, nuestras familiares o vecinos.

 

 

Pongo las esperanzas y las energías en el mañana, en mi trabajo y en las posturas del huerto de autoconsumo que siguen creciendo

 

 

Pongo las esperanzas y las energías en el mañana, en mi trabajo y en las posturas del del huerto de autoconsumo que siguen creciendo. Ahora tengo también ajos, espigados y hermosos, el orégano de la tierra parece el rey de la terraza y la sábila ha dado nuevos «hijos» a su alrededor para trasplantar hacia otras macetas.

 

 

Ayer se nubló a media mañana. No exagero, pero dada la intensa sequía, en los balcones de mi barrio algunos parecíamos como un comité de bienvenida de esos que organizaban los países del otrora campo socialista cuando aparecía algún camarada. Mirábamos al cielo a ver si eran cirros, nimbos o cúmulos, pero no cayó una sola gota.

 

 

Aunque la sequía le ganó la partida a las nubes, la anciana de un balcón cercano recogió las mascarillas blancas que había colgado en la tendedera. Todo lo que era importante hace unos días ha dejado de serlo: el orden de prioridades es ahora otro.

 

Yoani Sánchez

Autoritarismo y coronavirus, dos males que se juntan

Posted on: marzo 14th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

Invisible y potencialmente mortal. Así es el enemigo que mantiene en jaque al mundo. Cuba confirmó oficialmente este miércoles 11 que tres turistas italianos dieron positivo por coronavirus y es de esperar que en los próximos días aumente el número de contagios y que las autoridades tomen medidas de gran impacto social. Un sistema autoritario funciona como un permanente cuartel o como un hospital de campaña, por lo que tiene algunas «ventajas» ante una epidemia si se compara con las democracias.

 

 

La primera «superioridad» que muestran este tipo de regímenes ante cualquier emergencia es su capacidad para controlar la información. Esa habilidad para dominar los datos se desplegó en China durante las primeras semanas de aparición del Sars-Coronavirus-2, durante las cuales los pocos que se atrevieron a revelar lo que ocurría fueron prácticamente tachados de traidores, como el triste caso del doctor Li Wenliang, acusado por las autoridades de «propagar rumores» -que puede suponer penas de prisión elevadas- y acabó falleciendo con el virus.

 

 

Entre algunos, el hecho de que solo este miércoles se hayan confirmado casos positivos en la Isla y de que se asegure que ningún colaborador en el extranjero ha contraído la enfermedad ha despertado las alarmas. ¿Se estará aplicando también aquí el guion de maquillar el problema? Una estrategia que daría -de cara al mundo- números más bajos de pacientes pero que sería extremadamente peligrosa al no transmitirle a la población la real envergadura del problema.

 

 

De ponerse en práctica la misma política que se ha seguido por años con el número de contagiados o fallecidos por dengue nunca podrá llegar a conocerse la auténtica incidencia del Covid-19.

 

 

Acostumbrados a comportarse como generales ante sus soldados y no como funcionarios públicos frente a sus ciudadanos, los dirigentes cubanos pueden poner en práctica medidas absolutamente invasivas y coercitivas a nivel social sin necesidad de decretar el estado de excepción o de emergencia. No precisan de permisos especiales para sacar por la fuerza a los potenciales infectados de sus casas, encerrar en hospitales a los casos sospechosos ni cancelar de golpe y porrazo toda la movilidad a través del país. En eso le «ganan» por goleada a los modelos democráticos.

 

 

Con una extensa red de informantes por todo el territorio nacional, la Plaza de la Revolución solo debe incluir los estornudos y la fiebre entre los actos que deben pasar a ser delatados, para que ese entramado de chivatos se lance a la caza de posibles contagiados. Ahora, se premiará no solo al que reporte a su vecino por decir una consigna antigubernamental o una crítica al Partido Comunista, sino también al que haga saber que «parece enfermo», «tose un poco» o «se ha encerrado en su casa y no quiere abrir».

 

 

Como todo estricto paternalismo, en esta situación no faltará un acompañamiento de intensa propaganda. Quienes logren superar el coronavirus no lo harán porque el tratamiento funcionó o el personal médico se esforzó, sino porque «la Revolución no lo dejó desamparado». La enfermedad tomará por unas semanas el papel del eterno enemigo del Norte y cada caso se presentará como un campo de batalla patriótico y político del que hay que salir airoso, entre otras cosas, para demostrar a los adversarios ideológicos que los cubanos viven bajo el mejor de los modelos posibles.

 

 

La propaganda oficial también aprovechará la oportunidad para presentar el sistema de Salud de la Isla como infalible, certero y muy desarrollado. Algo que servirá para contentar a los que fuera de nuestras fronteras siguen creyendo el mito del alto nivel asistencial de la red hospitalaria cubana y que señalarán «la actuación del pequeño David» como un ejemplo a seguir en sus respectivos países. Puertas adentro de los hospitales será otra cosa: un personal médico sobreexplotado y sin derechos sindicales, unas instalaciones deterioradas y una falta crónica de medicamentos protagonizarán los «días del coronavirus».

 

 

Pero, a diferencia de en otros lares, la narrativa de esa otra cara estará prohibida y quien la cuente podría ser procesado legalmente por dañar a la patria. La libertad de expresión y de prensa se volverá tan escasa como los nasobucos. El control sobre lo que pacientes, familiares y amigos publiquen en las redes sociales podría también hacerse más estricto. Un post en Facebook, una imagen colgada en Twitter puede convertirse en los próximos días en un acto de traición.

 

 

Pero donde las democracias superan a cualquier autoritarismo cuando de emergencias se trata es en poder contar con la participación ciudadana. Como demostró el más reciente terremoto devastador que afectó a la Ciudad de México, cuando la gente se convoca y trabaja en equipo pueden llegar allí donde un Estado no puede. Algo de eso se comprobó en La Habana tras el tornado que afectó a varias zonas de la capital en enero de 2019: quienes primero arribaron al lugar para llevar agua y comida fueron las personas sin cargo, uniforme ni credencial.

 

 

Si esa red de apoyo no se permite, como ocurre con frecuencia en un régimen autoritario que quiere controlarlo todo, incluso la solidaridad, el enfrentamiento al coronavirus no podrá ser todo lo efectivo que se necesita. Especialmente porque si se cortan servicios y suministros, la ayuda entre vecinos y familias se hará vital. ¿Cómo se velará por tanta gente anciana que hay en esta Isla sola y vulnerable? ¿Puede acaso un Gobierno ocuparse de todo eso?

 

 

Hay que agregar que justo el excesivo control del Estado ha hecho de la economía cubana un desastre improductivo. En el país se viven cotidianas aglomeraciones para comprar comida y trasladarse, un factor de riesgo en el patrón de difusión que sigue la enfermedad. Para colmo, pocas familias tienen reservas para aguardar por días dentro de sus viviendas y evitar así el contagio. El mismo sistema autoritario que alardea de estar listo para enfrentar el coronavirus ha dejado a los ciudadanos en la más frágil indefensión. Ese es el punto en que las democracias pueden superarlo, sin duda.

 

 

Yoani Sánchez 

 La jaula se deteriora

Posted on: febrero 16th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Nací y pasé parte de mi infancia en una cuartería de Centro Habana. Recuerdo aquellas noches de irme a la cama y sacudir de las sábanas el polvo que caía de los techos deteriorados. También me acuerdo del cuidado al subir las escaleras porque un trozo de pared amenazaba con desprenderse, de los palos que apuntalaban algunas zonas y del olor permanente a humedad y aguas albañales que salía de las tuberías en mal estado.

 

 

La incertidumbre que genera haber vivido en esas circunstancias se queda para toda la vida. Es un sobresalto que se instala mientras duermes; un ojo abierto que nunca se cierra porque el repello de un muro puede terminar sobre tu almohada y, también, un dar las gracias cuando amanece y aún respiras. Ahora mismo, en esta ciudad y en este país, hay miles de familias que acuestan a sus hijos sin saber si habrá un mañana porque una viga puede ceder, un techo colapsar o un arquitrabe venirse abajo.

 

 

A quienes les gusta separar la política de la cotidianidad, como si lo que ocurre en «palacio» no afectara a todos los aspectos de una sociedad, hay que recordarles que muchos de esos inmuebles habrían tenido una suerte muy diferente si hace décadas se les hubiera permitido a sus habitantes apelar a algo más que a las vías oficiales para resolver los problemas que se iban presentando cada día.

 

 

Pero como un padre severo, el Estado cubano quiso tenerlo todo y garantizarlo todo. El resultado: medio siglo de edificios que se deterioraban y destruían sin que se le permitiera a un contratista, a una cooperativa o a una empresa privada detener la debacle ni construir nuevos inmuebles. Para cuando fueron a abrir algunas válvulas en ese monopolio, ya era tarde y -para colmo- las pequeñas aperturas en el sector por cuenta propia siguen lastradas por la falta de autonomía, la excesiva burocracia y una omnipresencia oficial que no cede

 

 

Todo eso, porque el «gran padre controlador» que es la Plaza de la Revolución necesitaba hacernos creer que no solo proveía el alpiste a través del mercado racionado, la distribución a través de privilegios políticos y la meritocracia ideológica, sino que también nos daba el techo: una burda jaula que se cae a pedazos.

 

 

Yoani Sánchez

 www.14ymedio.com/blogs/generacion_y

La isla de los pronósticos imposibles

Posted on: enero 2nd, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

Los cubanos hemos aprendido a vivir rodeados por la incertidumbre, sin la seguridad de conocer hacia dónde va el país ni lo que nos depara el futuro inmediato. La imposibilidad de hacer pronósticos se hace más evidente en fechas como esta, cuando diciembre se termina y las preguntas sobre el próximo año llenan los encuentros familiares y las conversaciones en la calle. ¿Cómo será el 2020? ¿La crisis económica arreciará o llegará la tan esperada estabilidad? ¿Habrá algún atisbo de apertura política?

 

 

Ante esas interrogantes, contamos con muy pocas certezas para hacer previsiones. Desde hace meses los rumores de una inminente unificación monetaria han hecho perder fuelle al peso convertible y elevado el precios del dólar en el mercado informal. A falta de un cronograma público sobre cuándo terminará la dualidad monetaria en la Isla, la gente resulta presa fácil de las especulaciones y el medio. Apalancarse en las divisas extranjeras ha sido la solución elegida por quienes temen perder parte de su capital si el proceso ocurre de la noche a la mañana y trae aparejada, además, una significativa devaluación del dinero nacional.

 

Junto al tema monetario, otra fuente constante de preocupación es el estancamiento de la economía y el frenazo que el oficialismo ha dado a las reformas que comenzó a implementar Raúl Castro tras llegar al poder en 2008. Pareciera que la Plaza de la Revolución ha optado por mantener el control estatal sobre buena parte de las industrias, centros productivos y servicios del país y poner riendas firmes a los emprendedores privados para impedir que el sector se fortalezca y pueda llegar a presionar por cambios de corte político.
Las relaciones con Estados Unidos, en retroceso durante todo este 2019, también son una incógnita que muchos intentan despejar, en un país que depende en gran medida de las remesas que llegan desde el vecino del norte. Si las sanciones de la Administración estadounidense siguen en aumento, el deterioro material también lo hará, el discurso oficial se volverá cada día más de barricada y es probable que el número de cubanos que busquen una salida a través de la emigración también suba. Existen muy pocas posibilidades de que la ruta del deshielo diplomático que transitaron ambos países a partir de 2014 vaya a retomarse a corto plazo.

 

 

Una de las pocas seguridades en medio de tantas dudas es aquella que señala que asistimos al ocaso de la llamada generación histórica, un puñado de octogenarios que sigue moviendo los hilos del poder de la nación. La biología está marcando el fin de la vida de algunos de esos rostros que todavía aparecen en las fotos oficiales junto a los funcionarios más jóvenes que ascendieron en los últimos años. La muerte de alguno de ellos podría abrir la puerta a un escenario diferente y permitir transformaciones más profundas. Como en otros años, lo único cierto es que millones de cubanos siguen pendientes de que un grupo de ancianos se decida a soltar el control o de que el implacable tiempo haga su trabajo.

 

Yoani Sánchez

14ymedio.com

Periodismo hoy: entre la ética y la tecnología

Posted on: diciembre 4th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

Hace más de una década crucé una delgada línea roja y emprendí un camino que -incluso si quisiera- no tiene vuelta atrás: pasé de ser una ciudadana que consumía la poca información que le llegaba a sus manos, a convertirme en bloguera, reportera y en una fuente noticiosa en un país como Cuba, con 11 millones de habitantes sedientos de saber lo que ocurre dentro y fuera de su territorio.

 

 

No lo decidí, no me tomé un minuto para reflexionar, ni siquiera sopesé lo que vendría después de dar este paso, simplemente el periodismo llamó a mi puerta y no hubo manera de no abrirle, de no dejarlo pasar ni de impedir que pusiera mi vida patas arriba. Había tanto que contar, que hubiera sido un acto de apatía cívica y de reprobable indiferencia no haber asumido la responsabilidad de narrar mi país.

 

 

Eran los años en que se fraguaban la Primaveras Árabes y que la irrupción de los teléfonos inteligentes y de las redes sociales hacían pensar que bastaba una pantalla, un teclado y un breve mensaje en Twitter para despertar conciencias y cambiar realidades. Pero fue también el inicio de un período de profunda crisis para el periodismo.

 

 

Así, llegaron años en que los medios parecían haber perdido la brújula. Una sola persona, con un teléfono celular en la mano, podía lograr la cobertura más importante de un suceso
Así, llegaron años en que los medios parecían haber perdido la brújula. Una sola persona, con un teléfono celular en la mano, podía lograr la cobertura más importante de un suceso y muchas veces los equipos de reporteros, fotógrafos y editores llegaban tarde a lo que ya era una historia difundida hasta el cansancio en foros, chats y muros de Facebook.

 

 

Surgieron los llamados medios «nativos digitales», mientras que otros se convirtieron en criaturas híbridas, casi quimeras informativas que todavía hoy tratan de potenciar su versión digital a la par de que intentan mantener vivo el ejemplar en papel, que en la mayoría de los casos ha sido relegado a un segundo lugar menos dinámico e importante.

 

 

Hace también una década, muchos apostaban por que el nuevo periodismo que iba a brotar de todos esos cambios tendría que ser cada vez más veloz e inmediato, con una mayor integración de elementos audiovisuales, más interactivo, más democrático y -claro está- más volcado hacia las redes sociales y los nuevos canales de difusión de contenido. La mayoría de las veces en esa ecuación se subestimó el punto central de cualquier labor informativa, más allá de ornamentos o de herramientas tecnológicas: la historia.

 

 

Al final, somos contadores de historias. Nuestro campo no es la ficción, como en el caso de novelistas o dramaturgos, porque nosotros contamos historias reales, que ocurrieron hace unos minutos o varias décadas, pero cuya fuerza se basa en su veracidad, en que transmitimos certidumbre. Una historia bien contada, con un lenguaje hermoso, con una diversidad de fuentes consultadas y respaldada por una investigación, sigue siendo la médula de nuestro trabajo.

 

 

Y para contar una historia no basta con tener la suerte o la paciencia de encontrar un suceso digno de nuestros lectores. No basta tampoco con usar bien los gerundios
Y para contar una historia no basta con tener la suerte o la paciencia de encontrar un suceso digno de nuestros lectores. No basta tampoco con usar bien los gerundios y dominar un vocabulario que haga del reportaje, la crónica o la más sencilla nota informativa un gusto para los ojos y el intelecto. No, no es suficiente. Tampoco basta con el carácter de novedad y revelación del hecho sobre el que vamos a publicar. La lengua y la ética conforman el cemento principal que debe unir todos los elementos del buen periodismo.

 

 

Lo primero, el dominio de la lengua (en nuestro caso de la bella lengua castellana) es una de esas asignaturas en la que nadie se gradúa nunca del todo, pero que en la que se pueden alcanzar buenas calificaciones a través de la lectura, la curiosidad lingüística para indagar sobre el significado y el origen de las palabras, la no aceptación tácita de vocablos importados y el atrevimiento para combinar términos y romper con esa idea de que el periodismo debe ser escrito en un lenguaje seco, directo y sin vuelo alguno.

 

 

Pero la ética, esa es más difícil de alcanzar porque nace del compromiso personal con la objetividad y la verdad. Brota también de comprender la justa medida humana de un periodista en una sociedad y de aceptar la responsabilidad que asumimos con cada información difundida.

 

 

La ética en la prensa comienza por ser honrado en el manejo de la materia prima informativa, concienzudo en la verificación de datos y apegado a la realidad de lo que estamos contando.

 

 

En el caso de las sociedades autoritarias, donde la información sigue siendo vista como traición y la prensa solo tiene dos posibles posiciones: aplaudir al poder o ser condenada a existir en la ilegalidad y el acoso, la ética informativa pasa también por no ceder a las presiones ni a la autocensura. En esos regímenes alérgicos a la libertad informativa, el reportero se convierte en un activista de la verdad.

 

 

Aunque las nuevas tecnologías han horadado parcialmente el muro del monopolio informativo erigido por las dictaduras, también estos años han servido para comprender que los cambios políticos y sociales necesitan mucho más que pantallas táctiles y convocatorias en redes. Por otro lado, los mismos dispositivos que se utilizan con un fin liberador y democratizador, son empleados por la policía política para vigilar activistas, controlar la prensa independiente y desvirtuar la información.

 

 

No nos engañemos. No hay fábrica más efectiva de fake news y posverdad que el populismo, ni laboratorio del que salgan los más acabados y hasta «convincentes» bulos que desde dentro de un régimen autoritario. De ahí que ejercer un periodismo ético y de calidad en esas circunstancias resulta de vital importancia en estos tiempos que corren.

 

 

Lo más preocupante es que esas actitudes depredadoras de la libertad informativa no son exclusivas de sistemas autoritarios, sino que se extienden también por las democracias. El ejercicio del periodismo está ahora mismo en el punto de mira de demasiado poderes.

 

 

En países como México y Honduras un reportaje puede costarle la vida al autor; mientras que en naciones como Cuba el oficialismo se jacta de que en la Isla no matan a periodistas, aunque lo cierto es que nos han matado el periodismo a fuerza de amenazas, arrestos arbitrarios, confiscaciones de herramientas de trabajo y presiones para partir al exilio.

 

 

Por otro lado, en sociedades donde los ciudadanos ven violados sus derechos cada día, donde no hay separación de poderes y los tribunales son feudos de un grupo que administra justicia a su antojo, la prensa independiente (aquí vale la pena ponerle el apellido «independiente» puesto que estos regímenes son dados a crear su propia seudo prensa o caja de resonancia propagandística) asume nuevas responsabilidades. Se transforma en altavoz de una ciudadanía amordazada, con la cuota de heroísmo pero también de compromiso que ese papel trae aparejado.

 

 

¿Y cómo encajan los jóvenes periodistas, en ese complejo escenario? ¿Qué palabras de ánimo puedo darles para el camino que recién comienzan? Pocas y muchas. Han llegado a la prensa en un momento de quiebre y de dudas. Desembarcarán en redacciones atormentadas por las deudas y la obsesión por los hits; probablemente muchos de ustedes ejercerán la profesión en sociedades donde se juegan la vida, la cárcel y el prestigio al publicar sobre ciertos temas. Es muy probable que en determinadas circunstancias eviten incluso confesar ante otros que son periodistas para no escuchar los viejos epítetos de «chupatintas», «buitres de las noticias», «amarillistas» o «quintacolumnistas».

 

 

Vuestras madrugadas pasarán a ser horas intensas, nunca más podrán mirar la pantalla de un televisor, la portada de un periódico o un sitio digital con aquel toque de sana ingenuidad que una vez tuvieron

 

Vuestras madrugadas pasarán a ser horas intensas, nunca más podrán mirar la pantalla de un televisor, la portada de un periódico o un sitio digital con aquel toque de sana ingenuidad que una vez tuvieron; aprenderán también que esta no es una profesión para hacer amigos y que en la medida en que desarrollen un mejor trabajo crecerán alrededor vuestro la ojeriza y las críticas. Pero también, disfrutarán del trepidante momento de seguir una historia, del golpe de adrenalina que los embarga cuando solo faltan unos segundos o un clic para publicar un reportaje en el que han trabajado largamente.

 

 

Disfrutarán ese momento en que la publicación de una historia ayuda a mejorar la realidad, a corregir una injusticia o a dar voz a quienes han sido largamente acallados. Son breves instantes, pero compensan ampliamente.

 

 

Odiarán y amarán a sus editores, tendrán que responder ante el enfado de algún lector y responsabilizarse también por las represalias que sufran vuestras fuentes. Tomarán más café del que pueden siquiera imaginar ahora y comprenderán que ante cualquier tema que aborden en sus artículos siempre habrá alguien que sabe más que ustedes de esa materia y que estará ahí, leyendo atentamente cada línea que publiquen, presto a encontrar un error.

 

 

Y cuando crean que la jornada ha terminado, porque el texto al que mimaron como a un hijo ya fue entregado, editado y sacado a la luz… entonces tendrán que volver a empezar por el principio porque llegará un nuevo día, con otros hechos que contar y una audiencia insaciable que aguarda por ustedes. Así que solo puedo prometerles: mucha responsabilidad, poco descanso y menos aburrimiento.

 

 

Yoani Sánchez

Un muerto que pesa demasiado

Posted on: octubre 26th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

El día en que Fidel Castro murió, llamé a mi madre para darle la noticia. Esperé largos minutos mientras el teléfono me devolvía un timbre monótono y molesto. Esa noche del 25 de noviembre de 2016 solo atiné a decir una breve frase cuando una voz me respondió al otro lado: “Se murió”. No hacía falta nada más, nadie había copado tanto nuestras vidas como para poder ser aludido sin necesidad de mencionar su nombre. La respuesta de mi madre no pudo ser más significativa: “¿Otra vez?”

 

 

Por eso, este jueves, más de tres años después, leo en la prensa española las noticias sobre la exhumación del dictador Francisco Franco y algo en mi cabeza se pregunta si acaso no había escuchado esto con anterioridad, si el general no había sido desenterrado y vuelto a enterrar muchas veces. Los dictadores se apropian de nuestras vidas de muchas maneras, decidiendo el presente y obligándonos a hablar de ellos en el futuro, convirtiéndose en presencias permanentes y cíclicas en nuestra existencia.

 

 

Ahora, el hombre que intentó dejar “atado y bien atado” el futuro español solo es una momia a la que la justicia, la memoria o la conveniencia política han cambiado de lugar

 

 

Ahora, el hombre que intentó dejar “atado y bien atado” el futuro español solo es una momia a la que la justicia, la memoria o la conveniencia política han cambiado de lugar, una sombra de aquel Franco al que Fidel Castro dedicó tres días de duelo oficial tras su muerte en 1975, el año en que yo nací y una época en que mi isla mantenía extrañas y contrapuestas complicidades: el Kremlin y El Pardo.

 

 

Hay una estrecha simpatía entre aquellos que tienen como fuerza vital mantener el poder a toda costa, no importa el color político ni la ideología que los mueve. Comparten la esencia de un caudillismo deplorable, ese que se basa en el autoritarismo, el nacionalismo, el temor al cambio, el clientelismo y la búsqueda de culpas siempre en el extranjero, en el otro. Franco y Castro manejaron con perversa maestría esos resortes.

 

 

Un día, espero que no muy lejano, en Cuba debatiremos sobre qué hacer con las cenizas de Fidel Castro, que ahora reposan en el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba. Muy probablemente, será una discusión que tendrá lugar en una país con una democracia incipiente, marcado todavía por los dolores y las heridas dejadas por un régimen que privilegió la polarización sobre el bienestar, el enfrentamiento por encima del desarrollo del país.

 

 

En un Parlamento de la Cuba futura se abordará el asunto de las cenizas de Castro, ubicadas ahora a pocos metros de la tumba del Héroe Nacional José Martí. Un emplazamiento que fue minuciosamente calculado, para darle al polémico guerrillero un tamiz de gloria histórica, una pátina de estudiada aceptación popular. El hombre del uniforme militar, las penas de muerte y el autoritario dedo índice siempre levantado quiso estar cerca del poeta de gabardina deteriorada, versos hermosos y una honestidad que lo llevó a la muerte.

 

 

Esos parlamentarios del mañana, a los que imagino mucho más plurales que la monocromática Asamblea Nacional actual, cruzarán argumentos y trasladarán reclamos de la ciudadanía sobre el destino final de las cenizas de Castro, un fardo pesado para una nación que ya ha cargado con demasiados lastres. Puedo imaginar esas discusiones. Habrá exclamaciones exaltadas, venas del cuello a punto de reventar y voces a favor o en contra. Un baño de democracia.

 

 

Pero al final, llegará la diatriba. El ácido corrosivo de la historia caerá sobre Castro como lo ha hecho sobre Franco. Ningún caudillo se salva. En un día impreciso de este convulso siglo, los medios de prensa cubanos se llenarán de titulares a favor y en contra de exhumar a Castro y trasladarlo a un lugar menos sublime, menos histórico, menos simbólico. Nos miraremos y diremos que el gesto es importante aunque no resuelva nuestros problemas de ese momento.

 

 

Hay heridas históricas que hay que curar incluso cuando parece que duelen menos y que su sanación sea apenas un gesto menos alegórico. Llámese el Valle de los Caídos o el cementerio de Santa Ifigenia, lo poco que le podemos arrebatar a esos que nos quitaron tanto es su última morada. Si decidieron desde qué comíamos hasta qué soñábamos, no está de más que nos impongamos a su plan de eternidad y rompamos el guion de su descanso eterno.

 

 

Para ese momento, cuando ese hipotético Parlamento cubano decrete la salida de las cenizas del dictador de la piedra donde parece protegido, mi madre me preguntará si no estamos volviendo a exhumar por enésima vez a Castro. Las madres, como los caudillos, siempre están aunque no estén. Y tendré que responderle, “No mami, no. Esta vez es la última, la definitiva”

 

 

Yoani Sánchez

14ymedio.com

Elecciones en Cuba: baja el telón

Posted on: octubre 13th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

La puesta en escena fue cuidadosamente estudiada. Este 10 de octubre en La Habana, cada detalle de la sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional obedecía a un guion rigurosamente escrito y, probablemente, muchas veces ensayado. En la dramaturgia política, la elección de un presidente de la República era el clímax para consolidar el traspaso del timón de la nave nacional a una generación más joven, bajo la tutela de sus predecesores.

 

 

 

Como en una obra teatral cuyo final conocieran de antemano, los ciudadanos cubanos observaron con apatía y sin expectativas lo ocurrido este jueves en el Palacio de las Convenciones. En fin de cuentas era apenas una formalidad, una escenografía que tuvo como actores a los diputados del Parlamento. Con la ratificación de la Constitución en febrero pasado y la posterior entrada en vigor de una nueva Ley Electoral, en la Isla se separaron los cargos de presidente de la República y de primer ministro, que una vez se unificaron para otorgar plenos poderes a Fidel Castro. Este jueves era el día de empezar a desglosar estas atribuciones y de darle al presidente de la Asamblea las riendas del Consejo de Estado.

 

 

Calculando su cercano final biológico, los ahora octogenarios de aquella lejana gesta temen que concentrar el mando en un individuo sea una apuesta riesgosa

 

 

Quizás en un intento de evitar que un solo hombre pueda cambiar el sistema desde arriba, la generación histórica disgregó la toma de decisiones entre varias figuras que por el momento se muestran absolutamente fieles al legado de los barbudos que una vez bajaron de la Sierra Maestra. Calculando su cercano final biológico, los ahora octogenarios de aquella lejana gesta temen que concentrar el mando en un individuo sea una apuesta riesgosa y han optado por designar a varios lobos a cargo de la manada para que, de paso, se vigilen entre ellos.

 

 

Sin sorpresas, durante la jornada primó la continuidad. Miguel Díaz-Canel fue elegido presidente de la República, si puede llamársele «elección» a un proceso en el que los parlamentarios solo pueden ratificar una candidatura única para cada uno de los cargos. Esteban Lazo se mantuvo al frente del Parlamento aunque todas las quinielas políticas apuntaban al fin de su liderazgo en la Asamblea Nacional, mientras que el Consejo de Estado se reestructuró con algunas inclusiones y salidas.

 

 

En esta cuidada representación, ofició como maestro de ceremonias el exgobernante Raúl Castro, quien fue el primero en ejercer el derecho al voto en un claro gesto para marcar el real orden de relevancia y de capacidad de decisión. Con el control del Partido Comunista en sus manos, además del poder económico y las Fuerzas Armadas entre las de su clan familiar, el veterano general preparó la función para enviar un mensaje público de solidez y continuidad del sistema. Solo no pudo controlar un detalle: el público.

 

 

En las calles cubanas, la crisis de suministro de combustibles, las dificultades para transportarse y los problemas en el abastecimiento de alimentos se robaron el protagonismo. De poco sirvió tanto esmero en preparar el decorado y a los actores de este «proceso electoral», la mayoría del pueblo usó este día feriado de octubre para seguir buscando la salida, para dar con la puerta que lo lleve lejos de este escenario, sea esta la indiferencia o la emigración.

 

           Yoani Sánchez

          14ymedio.com

Un barómetro para medir la corrupción en América Latina

Posted on: octubre 8th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

Sonríen, beben unas copas y unos billetes se deslizan de mano en mano y con ellos también intercambian favores, alianzas, ofrecen privilegios en licitaciones y mueven las aguas políticas locales. La escena podría estar ubicada en cualquier parte de América Latina, un continente que sigue atenazado por las prácticas corruptas, los malos manejos de fondos públicos y la compra de votos.

 

 

La décima edición del informe “ Barómetro Global de Corrupción (BGC) ”, elaborado por la organización Transparencia Internacional, hace una radiografía minuciosa de ese cáncer que enferma las instituciones, los negocios y la vida cotidiana. El reporte reconoce que en los “últimos cinco años, se han logrado grandes avances”, y cita como ejemplo la investigacioón de la operación Lava Jato en Brasil, pero también revela que la mayoría de los ciudadanos opina que sus Gobiernos “no hacen lo suficiente para abordar la corrupción?”.

 

 

Al indagar entre residentes de 18 países sobre un posible aumento de la corrupción en los últimos 12 meses, los resultados reflejados en el Barómetro ponen a la cabeza de este triste listado a Venezuela, donde el 87% de los participantes considera que ha habido un repunte de ese flagelo; seguidos por el 66% de los dominicanos y el 65% de los peruanos. El 52% de los colombianos también comparte ese criterio y el 37% de los ciudadanos de Barbados.

 

 

Además, el informe alerta sobre los efectos dañinos y desproporcionados que las prácticas corruptas tienen sobre sectores vulnerables de la sociedad, especialmente las mujeres. Muchas “se ven obligadas a realizar favores sexuales a cambio de obtener servicios públicos, como aquellos relacionados con la salud y la educación. Esta práctica es conocida como extorsión sexual o ‘sextorsión’”, subraya el texto. Una situación que hasta ahora no había sido incluida en estos informes anuales pero cuya incidencia ha llevado a divulgarla con más fuerza.

 

 

El problema se hace aún más grave, porque el 21% de los latinoamericanos que participaron en estas encuestas sostiene que en el sector de la prensa la mayoría o todas las personas que laboran están corruptas. Si quienes deben utilizar las planas de periódicos y los micrófonos de la televisión o la radio para denunciar las suciedades del poder, han sido comprados para callar o distorsionar esos hechos, la impunidad es aún mayor.

 

 

Por suerte, esa concomitancia entre poder y prensa, entre pluma y prebendas, no alcanza a todos los reporteros ni medios de prensa. No olvidemos que muchos casos de denuncia de sobornos, coimas y corruptelas se han conocido primero a través de las planas de los periódicos y los micrófonos de la televisión o de la radio, que han forzado a abrir investigaciones judiciales y a llevar tras las rejas a los implicados. Pero todavía falta hacer más.

 

 

¿Qué responderían los ciudadanos latinoamericanos si se les pregunta sobre su propia actuación, en el día a día, contra estas prácticas? Además de señalar a los gobiernos, las instituciones, las organizaciones no gubernamentales y los periodistas como parte de esta descomposición, ¿estarían dispuestos a reconocer su propio papel en tan nefasta práctica? No importa si se lleva toga, grados militares, la corbata del empresario, la grabadora del reportero o el sencillo overol de un obrero. A ese monstruo de mil cabezas debemos enfrentarlo todos, cada minuto y con conciencia.

 

 

Yoani Sánchez

 www.dw.com

‘Chernobyl’ y la reconstrucción de la memoria

Posted on: junio 16th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

Tenía 10 años y mi mundo era del tamaño de las Matrioskas que adornaban la sala de mi casa. Corría 1986 y en Cuba vivíamos otra vuelta de tuerca de la estatización con el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, mientras la prensa oficial alcanzaba sus cotas más altas de secretismo. En abril de ese año ocurrió el accidente de Chernóbil, en Ucrania (entonces en la Unión Soviética), un desastre nuclear del que fuimos -junto a los soviéticos- los últimos en enterarnos.

 

 

Los medios nacionales de la Isla, bajo un estricto monopolio del Partido Comunista, ocultaron durante meses el estallido en la central Vladímir Ilich Lenin que dejó expuesto suficiente material radiactivo para que se extendiera prácticamente por toda Europa. Los detalles de aquella catástrofe, el horror que produjo el accidente y la evacuación forzosa de los habitantes de Prípiat, la ciudad ubicada a 3,5 kilómetros de los reactores, apenas fueron mencionados en los periódicos cubanos.

Mientras millones de padres acostaban a sus hijos sin saber si habría un mañana para ellos, aquí vivíamos ajenos a la tragedia que se había desatado. La camaradería de la Plaza de la Revolución con el Kremlin implicó, también en ese caso, barrer el problema bajo la alfombra informativa, aunque se tratara de una historia sumamente explosiva, nunca mejor dicho. Los pocos detalles que se contaron, pasados los meses, hablaban de una situación controlada, del castigo a los culpables y de la heroica respuesta del pueblo soviético.

 

 

Eso habríamos seguido creyendo si con el tiempo no hubieran entrado a la Isla otros fragmentos de la historia. Algunos de ellos de la mano de los llamados niños de Chernóbil que por más de dos décadas recibieron tratamiento en la playa de Tarará, una urbanización al este de La Habana donde yo había pasado varios veranos en campamentos estudiantiles ubicados en casas confiscadas a la burguesía cubana. La situación de aquellos infantes, muchos huérfanos, y los graves problemas de salud con que vinieron, no encajaban con la historia oficial que nos habían contado.

 

 

¿Cómo podía haber tanta gente afectada si aquel accidente solo había sido exagerado por los medios occidentales, como nos decían los apparatchiks, y además fue rápidamente controlado por los aguerridos compañeros soviéticos? Algo estaba mal en esa historia y después lo supimos.

 

 

La serie Chernobyl, emitida por el canal estadounidense HBO, ya circula en Cuba. Gracias a las redes alternativas de distribución de contenido. Sus cinco capítulos probablemente han sido vistos hasta ahora por un mayor número de televidentes de los que sintonizan el noticiero estelar de la televisión oficial. Tal voracidad se debe a que varias generaciones necesitamos llenar un agujero en nuestra historia y reconstruir la memoria de un suceso que nos escamotearon.

 

 

Completar los recuerdos que nunca tuvimos puede ser un proceso doloroso. Lo primero que se siente al asomarse a las escenas iniciales de la serie es la familiaridad, los objetos que poblaron nuestra infancia, la manera de hablar de los oportunistas, el maquillaje constante de la realidad que es un pilar fundamental de estos regímenes totalitarios. Son soviéticos, pero nos resultan tan parecidos que por momentos hay una sensación de tragedia propia y de historia conocida.

 

 

Después llega la convicción del poco valor de la vida humana en aquella circunstancia. La gente como número, el hombre como pieza de un engranaje superior que no escatima en sacrificar a los suyos, los ciudadanos de a pie que son enviados a una muerte segura sin saber la magnitud del desastre y del riesgo. Y la mentira. Engañar al mundo, tapar la verdad, ocultar el problema, amenazar a quienes podían contar lo que ocurría; en fin, apelar a una de las cartas que mantuvo en pie por más de 70 años a la URSS: el miedo.

 

 

De tonos oscuros, casi rozando el blanco y negro, la atmósfera de  Chernobyl puede llegar a ser asfixiante por momentos. Dan ganas de gritar a cada rato, pero 33 años después de aquel suceso sería un alarido bastante retrasado… En la medida en que se acerca el final crece la indignación. ¿Cómo pudo ocurrir algo así y nosotros estar tan al margen? ¿Por qué nunca supimos lo cerca que estuvo el mundo de una catástrofe nuclear de irreversibles proporciones?

 

Más allá de las licencias de la ficción que algunos han reprochado a la serie, de las críticas que ha recibido por el abordaje de los efectos en la salud de la radioactividad y de las chispas que ha provocado en las autoridades rusas, que han anunciado la filmación de una réplica,  Chernobyl  tiene un valor especial para los cubanos también porque en Cienfuegos estaba construyéndose la Central Electronuclear de Juraguá, prima hermana de la planta ucraniana. Conociendo la ineficiencia, el secretismo y el triunfalismo que embarga a la empresa estatal cubana, aquello hubiera sido una bomba de relojería.

 

 

En lo personal, y amén del espanto que me ha provocado esta producción de HBO, creo que  Chernobyl nos deja la esperanza de que todo termina sabiéndose y que de poco sirve disfrazar o acallar una realidad, porque hay voces que terminarán por contarla. Espero entonces por todos los documentales sobre Cuba y sus temas tabúes que nos deparará el futuro.

 

Yoani Sánchez

Publicado originalmente en 14YMedio (Cuba)

La crisis cubana y el ciclo de la sobrevivencia

Posted on: mayo 18th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Desde un balcón la mujer ve llegar el camión refrigerado que abastece a la tienda de la esquina. No pierde un segundo y grita: “¡Maricusa, llegó el pollo!”. En pocos minutos todo el barrio es un hervidero de gente que corre con la bolsa en la mano hacia el pequeño mercado estatal donde, desde hace tres semanas, no han suministrado ningún tipo de producto cárnico. Todavía tendrán que esperar tres horas para que descarguen la mercancía y comiencen a vender solo dos paquetes por persona.

 

 

La escena puede ocurrir en La Habana, Santiago de Cuba, la ciudad de Camagüey o cualquier pequeño pueblo de esta Isla. La carestía de alimentos que se ha agudizado en los últimos meses ha vuelto más complicada la dura cotidianidad de 11 millones de personas. Si antes apenas se podía escapar del ciclo de la sobrevivencia de buscar el dinero -muchas veces por vías ilegales- para poder comprar comida, esperar por horas en una parada de ómnibus y sumergirse en el mercado negro para adquirir ciertos productos; ahora el tiempo necesario para colocar algo sobre el plato se ha multiplicado por tres y las dificultades para hallarlo, por diez.

 

 

 

Al principio faltó la harina, así que a finales de 2018 la mayor dificultad era comprar pan o galletas. Cerca de las fiestas navideñas comenzaron a saltar las alarmas de que el desabastecimiento seguía avanzando. La carne de cerdo, un simbólico Dow Jones de la economía doméstica, se disparó y alcanzó, el pasado abril, los 70 CUP por libra, el equivalente al salario de dos días de un profesional cubano. Le siguieron el pollo, el picadillo, las hamburguesas y los hot dogs. Estos últimos, la comida que por años había apuntalado el día a día de cientos de miles de familias, por ser el producto con una mayor proporción de cantidad de unidades (10 salchichas por paquete) en comparación con su precio.

 

 

El oficialismo ha justificado tales ausencias con una mezcla de retórica triunfalista y evasiva. Achaca el déficit a problemas con los proveedores internacionales, al mal estado de la industria molinera para procesar el trigo importado y culpa a quienes acaparan mercancía como los causantes de que los alimentos no alcancen para todos. Paralelamente, la Plaza de la Revolución evitar usar la palabra crisis y también ha censurado el uso en los medios nacionales del concepto Período Especial, el eufemismo con el que se conoció al descalabro económico que sufrió la Isla en la década de los 90 tras la desintegración del campo socialista.

 

 

En la misma medida en que las neveras de las tiendas se quedan vacías, el discurso ideológico sube de tono. Esa retórica más incendiaria busca responsabilizar de la carestía al embargo estadounidense, aunque economistas y analistas coinciden en que la verdadera causa de esta caída proviene de Venezuela, que ha recortado significativamente el envío de petróleo a la Isla. La Habana revendía en el mercado internacional una parte de ese crudo y conseguía divisas frescas, una inyección de vida para una economía con una escasa productividad y un excesivo aparato estatal, ineficiente y costoso de mantener.

 

 

 

Cuando muchos esperaban que las duras circunstancias llevaran a la administración de Miguel Díaz-Canel a impulsar una apertura en el sector privado, relajar controles, bajar impuestos para fomentar el emprendimiento y flexibilizar las draconianas normas aduaneras, las autoridades se han movido en la dirección contraria y han procedido a racionar muchos alimentos que hasta hace poco podían comprarse de manera liberada. Esas medidas han despertado los peores fantasmas de una población traumatizada con las experiencias vividas hace menos de dos décadas.

 

 

 

La inconformidad no se ha hecho esperar, esta vez potenciada por las nuevas tecnologías que están permitiendo a los cubanos reportar y dejar testimonio del empeoramiento en la calidad de vida. Así, ha surgido recientemente un reto en las redes sociales, cien por ciento cubano. Con la etiqueta #LaColaChallenge las fotos de filas, molotes para comprar comida y molestos clientes que aguardan por horas a las afueras de una tienda han inundado Facebook y Twitter.

 

 

A diferencia de aquellos años duros tras la caída de la URSS, los cubanos no parecen dispuestos ahora a soportar la crisis en silencio. Los teléfonos móviles y el recién abierto servicio de conexión web desde los celulares ha cambiado significativamente la manera en que se narra la Isla. Mientras los alimentos son escasos y caros, la inconformidad ciudadana se encuentra por todos lados en cantidades suficientes para convertirse en un mecanismo de presión.

 

 

Yoani Sánchez