En una presentación a los funcionarios del Ministerio de Energía Eléctrica sobre la carta “emitida” por Nicolás Maduro a los jefes de Estado y de Gobierno que participaron en Madrid en la COP 25 (Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) aparece el infinitivo “haber” escrito “a ver” que ha sido un tópico para los cazadores de gazapos y otros detritus gramaticales.
En la misiva original –con la firma del remitente y la frase “Salvemos la humanidad” del puño y letra del remitente– el verbo aparece con la grafía correcta. Las calamidades del texto no son gramaticales, sino que se relacionan con la tosquedad con que insulta la inteligencia de los receptores del mensaje.
Con auténtica desvergüenza se refiere a la pérdida de diversidad biológica, a la desertificación, a la sobreexplotación de los recursos marinos, a las alteraciones de los sistemas de agua dulce, a la deforestación y conversión de tierras como “variables y categorías que se identifican con el modelo retrógrado capitalista”, cuando precisamente esa destrucción de la naturaleza, sumada a una crisis humanitaria sin parangón, es lo que se ha perpetrado en Venezuela desde que se instaló en Miraflores su autoproclamado gobierno progresista. Ha repartido con entusiasmo tanto dióxido de carbono como penurias y torturas.
Desde 2007 los científicos expertos en cambio climático han desarrollado la huella de carbono como una herramienta para medir las emisiones de gases invernadero, que son los que influyen en el calentamiento global. Se aplica a naciones, empresas, instituciones, actividades, hogares y personas naturales. Determinan el consumo de gas y de electricidad, el kilometraje recorrido en avión y automóvil y el consumo de alimentos, productos y servicios.
Si se midiera cómo han aumentado las emisiones desde que el socialismo bolivariano decidió alentar la minería ilegal y semilegal al sur del Orinoco, quedaría demostrado que el país muestra una vergonzosa exterminación de su paisaje y de sus recursos, además de un indolente envenenamiento de las fuentes de agua, con el agravante que ocurre en parques nacionales, monumentos naturales y reservas de biósfera. ¿Esquizofrenia?
La huella de carbón que deja el país es cada vez más honda y más grande, la retórica al uso equipara la justicia social con la justicia climática. China y Rusia son los países más injustos socialmente y los que más contaminan las aguas y lanzan más C02, a la atmósfera, pero son los socios privilegiados en las actividades extractivas que fomenta y aplaude el Estado venezolano. El salto Ángel está asediado por una mina de oro, Canaima es tierra arrasada y los tepuyes crujen a punto de desaparecer.
Venezuela aparece entre los cuatro países de América Latina con la huella de carbón más grande, con un promedio anual de 6 kg de CO2 por habitante. No solo Pdvsa es una de las empresas petroleras más contaminantes, por la ineficiencia de su gerencia, sino que también la deforestación implacable que se ha aplicado tanto en Bolívar como en Amazonas significa la pérdida definitiva de especies únicas de animales y plantas, la destrucción de suelos muy frágiles, una acelerada contribución al cambio climático y la pérdida del segundo reservorio de agua de América del Sur. Todo lo contrario de lo que se dice en el mensaje enviado al COP 25. No obstante, la peor falta a la verdad está referida a la protección de los pueblos indígenas, los más indefensos y olvidados. Nunca se les delimitó su territorio y han sido víctimas de desalojos y matanzas consumadas por pranes aliados con militares y guerrilleros del ELN. Mientras crece la huella de carbón se apoca la vida en el planeta y la humanidad que los rojos rojitos invitan a salvar. Alquilo bolsa de embustes y manual de ortografía, porsia.
Ramón Hernández
@ramonhernandezg