Amistades que matan

Posted on: septiembre 24th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

Por más de 70 años Venezuela quiso ser reconocida por Washington como un proveedor seguro y confiable de petróleo, sobre todo después de que México nacionalizó sus campos y no tanto después de que Arabia Saudita ofreciera todas las ventajas para la explotación de sus hidrocarburos livianos y ultralivianos.

 

 

Además de la cercanía, que no es tal –Canadá y México están al lado–, Venezuela tiene pocas ventajas sobre sus competidores. Su petróleo es pesado y con un alto contenido de azufre, vanadio y otros minerales que dificultan y encarecen su refinación. Ni siquiera en tiempos de guerra el petróleo venezolano fue imprescindible para Estados Unidos. El pequeño porcentaje que representa su suministro puede ser sustituido fácilmente por otro proveedor.

 

 

A la vieja Pdvsa y al servicio exterior venezolano de la democracia no se le ha reconocido en su justa dimensión haber mantenido el país como un proveedor de hidrocarburos en el mercado estadounidense. No fue fácil, además del cabildeo, que se hizo a un alto costo, se adquirió un conjunto de refinerías en Estados Unidos que le garantizaban llegar mejor a los mayoristas y directamente al consumidor, que fue el caso de Citgo con más de 5.000 gasolineras y tiendas de conveniencia.

 

 

Los sectores que se presentaban como progresistas, de izquierda, nacionalistas, protectores de los recursos no renovables y otros cognomentos consideraron “chucuta” la nacionalización del petróleo, el hierro y de las empresas básicas, que tenía que haber sido mucho más radical, más independiente de la tecnología gringa. Suponían que Estados Unidos pretendía apoderarse de las riquezas del subsuelo y se valía de su know how. La ignorancia es audaz.

 

 

Por un manejo equivocado, mucha ignorancia y una visión cortoplacista del negocio de la energía, los administradores nacionales fueron incrementando las dificultades y los costos de producción, mientras que en el Medio Oriente y en otras regiones ofrecían más facilidades para la inversión, la explotación y la comercialización. Antes que criticar el entuerto de la nacionalización, que hacía más poderosos a los partidos gobernantes, se criticaba a Petróleos de Venezuela, que fue ejemplo de eficiencia y buen manejo hasta antes de su politización y de que se le despojara de los 5 millardos de dólares de su fondo de inversión para quemarlos en el mercado de divisas en el gobierno de Luis Herrera. La destrucción llegó con la huelga petrolera de 2003 promovida y alentada por el gobierno y el despido de 20.000 trabajadores de la nómina menor, mayor e intermedia.

 

 

Una buena camada de políticos y un alto porcentaje de la población creían que Estados Unidos no podía prescindir del petróleo venezolano, que era un ingreso asegurado y creciente, mágico. Hasta hace dos meses una publicación del gobierno cubano enumeraba algunas de las presuntas razones por la que Donald Trump seguiría comprándole a Pdvsa y a sus socios. Lo oculto es que Rusia sustituye a Venezuela como proveedor de hidrocarburos de Estados Unidos y de Cuba, entre otros ex clientes de Petróleos de Venezuela, y en cantidades mucho mayores. Moscú se quedó con el mercado de Pdvsa en Estados Unidos y muestra sus aviones Tupolev-160 en Maiquetía para advertir que no permitirá cambios en el nuevo status quo.

 

La guerra contra Pdvsa como proveedor seguro y confiable de hidrocarburos no empezó en 1999; quizás muchos de los acontecimientos que antecedieron en esa fecha son consecuencia de una conspiración de larga data que involucra a competidores y también a socios en la OPEP. En los años noventa Venezuela se disponía a aumentar su producción petrolera a 5 millones de barriles diarios, pero los planes fueron interrumpidos con un fracasado golpe de militares que no se habían enterado de la caída del muro de Berlín, como muchos teóricos universitarios y no pocos periodistas. La producción petrolera se mantuvo, pero enseguida Rusia que se había escapado del comunismo oxidado ofrecía ventajas extraordinarias a las multinacionales petroleras. En poco tiempo estabilizó su producción y aprovechó con tino la subida de los precios de la primera década del siglo XXI. Ya produce más petróleo que Arabia Saudita y un poco menos que Estados Unidos, que alcanzó los 12 millones de barriles diarios.

 

 

Venezuela, que hace ostentación de poseer las mayores reservas probadas y certificadas de crudo explotable, produce hoy menos de 600.000 barriles diarios. Los que no entrega a precio preferencial a Petrocaribe, regala a Cuba y envía a China, Rusia y la India como parte de pago los lleva como un paria de un puerto a otro rogando que se los compren y, sobre todo, se los paguen.

 

 

El país flota en un mar de petróleo pero lo único que está a la vista, además de la hambruna generalizada, son deudas y la chatarra de las refinerías que no se han robado. Los contratos por sistemas de defensa, los préstamos milmillonarios y los acuerdos que entregan el subsuelo en propiedad –por primera vez desde la llegada de Colón– son secretos, el mismo secretismo que siempre hizo ricos a los militares y ahora a la camarilla cínico-castrense que admira a Marx y le rinde tributo a Vladimir Putin, aunque aportó medio millón de dólares para la fiesta de juramentación presidencial de Trump. Compro receta para fabricar patacones de petróleo, gratinados o sin gratinar, y pastelitos andinos ibídem.

 

 

 Ramón Hernández

Con el rancho ardiendo

Posted on: septiembre 17th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

A los partidarios de la teoría de la dependencia, sin mayúsculas, les molestó mucho que Henry Kissinger se sincerara y dijera, sin prestar atención a las especulaciones físico-matemáticas sobre el caos y los desastres que podría generar en Nueva York que una mariposa aleteara en el lugar más recóndito del planeta, que nada transcendental ocurre en el sur, que las grandes decisiones se toman y debaten en Washington, Moscú, Londres, Tokio, Pekín y otras cuantas ciudades, pero no en Santiago de Chile y mucho menos en Montevideo, no importa cuán leídos y avanzados sean sus choferes.

 

 

Abundan los países que en el siglo XXI aún no se han industrializado, que obtienen sus ingresos de la explotación-extracción de sus recursos naturales y que insisten en considerar la revolución digital como la nueva temporada de los Supersónicos, que los divertirá y maravillará, pero no afectará su existencia. El panorama se va oscureciendo cada vez más rápido y organizan cumbres  y talleres con expertos de las naciones avanzadas. En el ínterin descubren que se requiere un cambio profundo para escapar del futuro sombrío y desquiciante que se asoma, pero lo dejan para después. Suponen que habrá tiempo. Otros pocos, ni siquiera ven problema y, a cambio de unas cuantas monedas o un mísero plato de lentejas con gorgojos, aceleran su perdición: destruyen la selva, las fuentes de agua y la biodiversidad para sembrar más soya y producir más carne. Creen que con lo que ganen podrán comprar un refugio.

 

 

La política como lucha salvaje por el poder ha resultado extremadamente dañina para los venezolanos. No solo significó desperdiciar el siglo XIX en guerras y bochornos mientras otros países avanzaban en la educación, la ciencia y la producción, sino que por las luchas intestinas fue despojada por terceros de grandes extensiones de tierra en la península de la Guajira, del territorio Esequibo y de cientos de miles de kilómetros al sur del Arauca y al oeste del Orinoco. El país estaba “ocupado” haciendo “revoluciones”, que era la manera de llamar a los levantamientos  de caudillos y caudillitos, unos más analfabetos que otros. Fue una lucha encarnizada por el poder entre liberales y conservadores, entre azules y amarillos, o entre amarillos nuevos y amarillos viejos, no para gobernar ni continuar la obra de José Antonio Páez o Carlos Soublette. Los parlamentarios no hicieron las leyes ni los códigos –civil, penal o de comercio– y las relaciones del Ejecutivo con el mundo se limitaban a mandar sillas de montar y dulces abrillantados a las ferias internacionales y a decirles a los acreedores que no había dinero, que volvieran el treinta.

 

 

En el siglo pasado, con Juan Vicente Gómez y los muchachos que se le revelaron en 1928, se hizo un esfuerzo civilizatorio importante. Se promulgaron los códigos y se inició un proceso real de institucionalización. Se creó un sistema judicial, se aceleró el proceso educativo y se dieron los primeros pasos para crear un régimen público de prestación de salud, se derrotó el paludismo. La dirigencia tenía vocación de servicio público, su compromiso era construir un país soberano y libre, no engrosar una cuenta bancaria o un patrimonio.

 

 

En los 40 años de democracia, con sus altos y sus bajos, hubo grandes tropezones, pero también éxitos que perduran. Se construyó una infraestructura valiosa, una importante red vial –con carreteras, autopistas y caminos de penetración–, un sistema de suministro eléctrico, una red de hospitales generales y especializados, y un sistema educativo que se fortaleció con el plan de becas Gran Mariscal de Ayacucho. Además, se creó la red de bibliotecas públicas y se fortaleció la investigación científica. Mejoró la alimentación y la salud; el venezolano se hizo más robusto y más alto. Pero se cometió el gran error de nacionalizar la industria del petróleo, también la del hierro y la del aluminio, que dieron todavía más dominio a los partidos y a los políticos. El poder adquirió otra dimensión y se despertaron las ambiciones.

 

 

Las ansias de construir país fueron sustituidas por el afán de administrar los ingresos que cada día eran mayores, sin necesidad de nuevas  inversiones y sin trabajar más, simple consecuencia del mercado petrolero y de crisis ajenas, fuesen guerras o calamidades. Atentos al cupo de Recadi o de Cadivi y al interminable blablablá que prometía la luna y las estrellas se instaló un sistema bochornoso que demolió la poca institucionalidad que se había construido y pulverizó los servicios y la infraestructura. Volvemos a ser un pueblo palúdico y famélico, que cada día emprende una Emigración a Oriente para escapar de Boves y su partida de energúmenos. Poco importa lo que hagan, se trata de salvar la vida, pero no hay adónde escapar. El planeta agoniza.

 

 

Como en otras oportunidades, cuando estalla la tormenta estamos ocupados en los asuntos más nimios de la existencia y, desatentos, tratando de salvar la vela quemamos la casa y todos sus alrededores. Venezuela podría sobrevivir mejor que muchos países el inevitable cambio climático y hasta podría contribuir a que fuese menos dramático, pero no si destruye los bosques de Guayana y Amazonas por unos gramos de oro, un saco de coltán o un puñado de diamantes. El ecocidio que se perpetra en áreas protegidas es inconmensurable y las consecuencias serán menos capacidad de generar electricidad, menos agua y luchas encarnizadas por un mendrugo de pan. Menos vidas. La política desfigurada por el afán  de unos pocos de enriquecerse ha desplegado esta alfombra de cenizas que es el país. Remato las últimas esperanzas.

 

Ramón Hernández

Incendios forestales, ecología y ceguera

Posted on: septiembre 3rd, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

El presidente Evo Morales se bajó del helicóptero militar en la comunidad de Santa Rosa y ataviado con un overol azul, el color de su partido, se puso a rociar agua sobre una porción de maleza chamuscada y humeante. Las cámaras de televisión del gobierno boliviano grabaron cada paso y la poca habilidad del mandatario en esos menesteres. Una payasada.

 

 

Hasta el campesino más distraído sabe que los incendios forestales no se combaten con pistolitas de agua ni soplando. Algunos le rieron la gracia, pero fue más dañino que las brasas que mojó. Grabar esos 35 segundos de video implicó descargar, sin necesidad, una importante cantidad de carbono a la atmósfera y aumentar en unos cuantos cientos de miles de dólares las pérdidas por las quemas.

 

 

Fue mucho el combustible utilizado en transporte. Para el gesto viajaron con Morales los ministros Javier Zavaleta, de Defensa; y Juan Ramón Quintana, de la Presidencia, los ayudantes, los guardaespaldas y los adulantes que le aplauden hasta las ganas de orinar, además del séquito de periodistas invitados y los asignados por los medios oficiales.

 

 

El mandatario declaró que había sofocado cuatro vertientes de incendios y que se había perdido dos horas en la selva, pero la realidad es distinta. No acabó con ningún foco, apenas apagó unas chamizas y nunca estuvo fuera del foco de la cámara, no se extravió, pero la selva se sigue quemando y no llega el supertanquero Boeing 747-400 para lanzar agua desde el aire, como anunció la semana pasada el vicepresidente Álvaro García Linera y que costará 1 millón de dólares.

 

 

En Bolivia los incendios en los bosques de la Amazonía comenzaron a propagarse a principios de agosto y ya han destruido más de 1,3 millones de hectáreas de vegetación. Un par de semanas antes, el 9 de julio, Evo Morales –que cada vez que interviene en un foro mundial emplaza a los presentes a respetar y proteger la Pachamama (Madre Tierra) del capitalismo salvaje y despiadado que amenaza con destruirla– había firmado un decreto, el 3973, que autoriza la quema de tierras de forma masiva en dos municipios del departamento de Santa Cruz, para “impulsar el crecimiento económico del país, especialmente en agricultura”.

 

 

Antes del pirómano incentivo cada familia de campesinos podía quemar una hectárea, ahora no se establecen límites de extensión ni control. La decisión fue bien recibida en zonas rurales: expande la frontera agrícola en 4,5 millones de hectáreas, una superficie que supera en 10% la extensión territorial de Suiza. Más muerte para la naturaleza, más tierra para sembrar coca y criar ganado.

 

Aunque habla de progreso y futuro, Morales tiene la vista puesta en las elecciones de octubre, en las que aspira a obtener su cuarto mandato, no le importa que la Pachamama y su futuro arda. Cuenta con el silencio de China y Rusia, adonde dirigirá las exportaciones de soya y carne de res, y de esa inmensa red de comunicadores que ocultan los pecados y crímenes de los progresistas. También aumentarán los cultivos de coca, un asunto sagrado para el indígena Evo.

 

 

El mundo sí le cayó encima a Jair Bolsonaro, que no se dice progresista y actúa tan utilitariamente equivocado con el medio ambiente, como Vladimir Putin que considera muy caro apagar los incendios en las estepas rusas y Daniel Ortega que autorizó la construcción de un canal interoceánico sin tomar en cuenta el impacto ambiental. La Unión Europea, el G-7, grupos medioambientales y corporaciones industriales cuestionaron que Brasil aflojara sus controles antiincendios en consonancia con las declaraciones del jefe de Estado  en contra de la “excesiva” protección ambiental, pero 20 millones de euros para ayudar a combatir el fuego fue una niñería. Es mucho menor que la cantidad que los brasileños gastan en cocacola y casi similar a la que Hugo Chávez le entregó a Danny Glover para una película hace más de diez años y todavía no ha rodado la primera escena.

 

 

Ahora con el huracán Dorian los fuegos mediáticos de los desastres naturales crucificarán a otros. Quedará para otro día y para llenar los huecos que dejan los avisos, ese estilo disfuncional de la BBC, para informar sobre la destrucción rampante e irreparable que se perpetra de la selva venezolana.

 

La minería “ecológica y bolivariana” está construyendo un desierto en su sentido más literal en donde hasta ayer hubo parques nacionales, reservas forestales, monumentos naturales y demás área protegidas. La extracción ilegal, semilegal y legal de oro, coltán, niobio y diamantes en los parques Yacapana, Serranía La Neblina, Canaima, Caura y Parima-Tapirapeco, entre otros, ha convertido hermosos bosques plenos de biodiversidad y ricos reservorios de agua en auténticas catástrofes naturales: han talado los árboles, quemado la maleza, destruidos los suelos, exterminado la fauna silvestre y contaminado los ríos con mercurio y otras sustancias tóxicas en cientos de miles de hectáreas. Están convirtiendo en arenales estériles inmensas extensiones de selva a cambio de unos gramos de oro. Ahí no se podrá sembrar arroz ni soya ni nada, mucho menos criar chivos. Es la muerte de la naturaleza. La principal empresa extractora y comercializadora se llama Camimpeg (Compañía Anónima Militar de Industrias Mineras, Petrolíferas y de Gas), propiedad de las FANB. Vendo manual del buen soldado.

 

 

 Ramón Hernández

La lección no aprendida

Posted on: agosto 27th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

La palabra “alzhéimer” se escribe con minúscula inicial y con tilde cuando se refiere a la enfermedad, es el mismo caso de paperas, viruela, cáncer o sarampión. Si va precedida de los aclarativos “enfermedad de” o “mal de”, se debe mantener la grafía del apellido del médico que la identificó y comenzó a estudiarla, Aloysius Alois Alzheimer. La misma regla se aplica en chagas,  y mal de Chagas, que es el apellido del científico brasileño que la identificó en 1909. No debe haber confusión, pero nadie sabe con certeza cómo el cerebro hace sus conexiones ni qué caprichos se imponen en cada circunstancia. A veces son políticas, otras por falta de educación o de presupuesto.

 

 

Con la nueva modalidad educativa que pretende imponer el ministro Aristóbulo Istúriz Almeida, también vicepresidente sectorial para el Socialismo Social y Territorial de Venezuela –con funciones poco claras, pero con un salario, gastos de representación, coimas, viáticos y demás privilegios minuciosamente establecidos en la nómina secreta–, no cabe duda de que pronto el “hombre nuevo” volverá a comunicarse por señas, a mazazos o a tiro limpio.

 

 

Al seguidor de los escritos oficiales cada vez le cuesta más entender los contenidos, no tanto porque haya disminuido su comprensión lectora, que es posible por la falta de alimentación, sino por la deficiente estructura narrativa; el cuento que echan altos y bajos funcionarios ha derivado en una parábola inexpugnable, más propia del campo de la física que del idioma.

 

Cualquier párrafo que se escoja de un discurso oficial es una tropelía al lenguaje, un asalto a la razón, con todos los solecismos posibles y abundancia en incorrecciones, en los que el verbo “haber”, en su función impersonal, siempre aparecerá como “habrán”, “los mismo” cumplirá función de pronombre, ay, y todo será “en relación a”. En la totalidad de las leyes y calamidades que aprueba la constituyente de Diosdado casi se escucha el acento cubano, y hay el temor de que el oído sin pedir permiso sustituya la “r” por la “g” y se oiga clarito “miegda”.

 

 

Precarizar, con el sentido convertir algo en inseguro o de poca calidad, y demoler, de no dejar piedra sobre piedra, son los verbos que más se ejecutan en los últimos veinte años, aunque con errores de conjugación, tanto en el indicativo como en el subjuntivo.

 

 

En el caso del castellano –la lengua oficial junto con otras 18 aborígenes que descubrió-inventó Esteban Emilio Mosonyi– la precariedad es superlativa y la demolición infame. No se limita a la destrucción del léxico con “millones” y “millonas”, “otros y otras” o la fastidiosa duplicación incorporada en el texto constitucional de 1999 a espaldas de sus redactores, sino que se menosprecia la inteligencia de los receptores del mensaje. Una infame opción, que por imitación automática, repiten académicos, profesionales de la comunicación y hasta reconocidos expertos en asuntos del idioma.

 

 

Es absolutamente ridículo que en los comunicados oficiales y en cualquier otro texto se escriba: “La Fuerza Armada Nacional Bolivariana, (FANB)”  o “el gobierno de Estados Unidos, (EE. UU.)”. Poner al lado del nombre de un organismo o institución –sea real, abstracta o ficticia– la sigla entre paréntesis no es elegante ni académicamente correcto, tampoco ayuda a la compresión del texto, solo agrega ruido, manteca inútil. La presunta existencia de esa norma es una leyenda urbana, un mito o quizás un hoax, un engañatontos.

 

 

Ningún manual metodológico serio lo recomienda, mucho menos con el rigor y el gusto con que la aplican los medios oficiales y oficiosos, que, a su vez, son emulados entusiastamente en trabajo de grado de universidades de medio pelo y también en centros de estudio y de investigación que una vez tuvieron un bien ganado prestigio. Repito, después de “Organización de Estados Americanos” no se coloca “(OEA)”; tampoco, en ningún otro caso similar. No embasure su texto, no lo llene de celulitis. Emplee siglas solo cuando sea estrictamente necesario, pero asegúrese de que sean universalmente conocidas; si no lo son, aclárelas al usarlas –“El MST (siglas en brasileño del Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra)”–, pero no atosigue al lector con explicaciones ni aclaratorias, ni menosprecie su comprensión lectora.

 

 

Las siglas nunca llevan punto (OEA, ONU) ni siquiera cuando son dobles (EE UU). Su fin último es evitar repeticiones en los textos, ningún otro. Así, es una entropía convertir los párrafos y títulos en sopa de letras: “MPP respondió a OEA y EE UU sobre reunión de la ONU”. Por conveniencia periodística, no por una norma, las siglas de cinco o más letras pueden ir en altas y bajas: Pdvsa, pero usar esa licencia para cuatro letras, como “Fanb” o “Faes”, no es abuso sino crasa ignorancia.

 

 

También es frecuente el uso de “en la tarde del miércoles”, “la mañana del lunes”, “a lo interno de”, “al interior del partido”, “es por eso que”, “en vistas a”, “confronta problema” y el doble fárrago “cayeron abatidos”. Escriba “el miércoles en la tarde”, “el lunes en la mañana”; “en el partido” o “dentro del partido”; “por eso”; “con vistas a”; “tiene problemas” y “fueron abatidos”.

 

 

Desde 1984 Rafael Cadenas viene advirtiendo, antes lo hizo Ángel Rosenblat, que se enseña mucho la carpintería del idioma y sus herramientas; desde aprenderse de memoria las preposiciones hasta la minuciosa identificación de los incontables complementos circunstanciales, además de los estropicios del que galicado –“Así, así, así es que se gobierna”–, pero poco a comunicarse con sencillez, elegancia y efectividad. Tan radical cambio no se hace porque implicaría la eliminación de las evaluaciones objetivas, el verdadero o falso, y pasar a evaluar en planos subjetivos que los maestros no pueden aprender en cursos de seis semanas y sin haberse leído, por placer, Doña Bárbara.

 

 

En los cursos universitarios y en los extracurriculares se sigue prefiriendo enseñar clasificaciones y definiciones gramaticales, a memorizar, en efecto, los llamados conectores, antes que a redactar, a expresar una idea por oración, con su sujeto y predicado, sin nada que perturbe su comprensión en la primera lectura.

 

 

Donde más problemas surgen y donde más se equivocan los maestros cubanos y sus secuaces es en el uso de los signos de puntuación, que quedó plasmado en aquel eslogan de la Misión Robinson que nunca se supo quién lo creó: “Yo, sí puedo”. Nadie se atrevía a borrar la coma asesina porque la había autorizado Fidel Castro.

 

 

También es frecuente confusión entre “hacia” y “a”; entre “sino” y “si no”, pero el tinglado se cae estrepitosamente cuando aparece “a parte” en frases donde solo “aparte” tiene cabida. Pese a la escasez, no hay necesidad de “pensar de que”, limítese “pensar que” y no niegue que “hacen falta más maestros”, es lo correcto –no es una expresión invariable–, aunque los exquisitos de VTV repitan que “hacefalta más economistas”. Por último, “super-” de “superbién” o “superbueno” no lleva tilde y siempre va soldado a la palabra que modifica (superrebajas), solo necesita el acento gráfico cuando es el apócope de supermercado, el súper, o el adverbio coloquial de “la pasamos súper en Carenero”. Permuto Manual de estilo por una semana libre de sobresaltos ortográficos.

 

 

Ramón Hernández

Palabras muertas y otras agonías

Posted on: agosto 20th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

Desde 1914 hasta 2014 la Real Academia de la Lengua declaró oficialmente en desuso más de 2.793 palabras y las sacó del diccionario. Un horror para los zulianos, que no solo han visto cómo botan a la basura los billetes de baja denominación –tan baja que ni con una camionada de efectivo se puede comprar un cepillado en Las Delicias–, sino que la palabra que mejor expresa lo que viven, un verdadero “verguero”, fue expurgada del “mataburros” y no es posible encontrarla en alguna de las muchas acepciones que se escuchan desde mucho antes de empezar a cruzar el puente.

 

 

Por economía, para ahorrar quizás menos de diez páginas, o por razones y criterios que no están claros, los académicos cada cierto tiempo “depuran” el diccionario y sacan, expurgan, lanzan al olvido las palabras que consideran que se han muerto, que ya no se pronuncian ni aparecen en los libros. Es como quien cada cierto tiempo limpia el clóset y bota la ropa que no le gusta, aunque acaba de ver al vecino con una camisa parecida.

 

 

“Verguero” se deriva de “verga”, término que registró el primer diccionario de español, el de Nebrija, como “palo” y que luego en el vocabulario marinero sirvió para designar al palo mayor de las embarcaciones de vela. Con el tiempo se empezó a utilizar para referirse al órgano sexual masculino de los animales, especialmente de los toros, con los cuales se fabricaba una especie de látigo que se denominó “vergajo” y “vergajazos” los golpes que se daban con él. Un zuliano utiliza “verga” para toda “verga”, y por ahí circulan todos los significados que se le puede atribuir, pero vamos a limitarnos a “verguero”, que en su acepción más primitiva se refería al artesano que se dedicaba a cortar vergas y a elaborar “vergajos”, un oficio obviamente fenecido. Si los académicos de la guadaña hubiesen consultado o investigado un poquito más allá de Vallecas, lo predios de Víctor Suárez en Madrid, habrían constado que es parte esencial del habla contemporánea y que puede usarse cuando hay algún pleito o problema: “Tremendo verguero se armó”; cuando hay mucho de algo: “Te compraste un verguero de ropa”; cuando hay desorden: “Dejaron la casa hecha un verguero”.

 

 

En descarga de la RAE hay que admitir que sí, que muchas de esas palabras han desaparecido del horizonte lingüístico por referirse a actividades, herramientas, costumbres, vicios y grupos sociales, como pasó con los diskettes 3.5 y los CD-ROM, bautizados como “cederrón” por los peninsulares. Sin embargo, además  de los 40 millones de hispanohablantes que residen en España, hay otros 440 millones que hablan castellano como lengua materna, y la gran mayoría lo lee y lo escribe con propiedad y entre ellos–al contrario de lo que ocurre en Murcia o en Madrid– “aborrecido” es una palabra que se usa con frecuencia, igual que “enseñorearse”, “ínfulas” y  “escritorzuelo”, términos estos que como los adverbios terminados en “mente”, fueron condenados a la hoguera, ¿alevosamente?

 

 

El inglés, que ha devenido en lengua universal y no solo por ser el idioma de los business, no cuenta con tantos chafarotes, hegemones, vigilantes, guardianes perros de presa, protectores y custodios, pero sin mucha dificultad en los buenos diccionarios , que abundan y no son monopolio de nadie, se pueden encontrar las definiciones de las palabras en uso en 1.700 sin necesidad de tener acceso a algunos de los pasadizos secretos de la RAE. No desechan palabras por viejas, siempre habrá un libro en el cual se usó y se necesita saber su significado o historia más allá de lo que indica el contexto.

 

 

Las editoriales españolas y escritores, habiendo vencido el cerco del franquismo, por acción de la naturaleza no motu proprio y quizás como reflujo de las autonomías, han acentuado su localismo, su exagerado retozo sobre el propio ombligo, y están convencidos de que si no son los dueños del idioma son quienes definen sus usos y abusos. Aunque no se cansan de repetir la presunta participación de las academias americanas en la incorporación de nuevas palabras, son las propuestas en la península las que siempre obtienen la mayor incorporación de palabras, quizás en una proporción 9 a 1. Lo mismo pasa con los presuntos “malos usos”. Si se detectara alguno en boca o letra de un americano, saldrían gramática en ristre los centuriones del buen hablar a censurar la tropelía, pero en textos impresos en la Madre Patria la alcahuetería, la comprensión, la flexibilidad y el dinamismo del habla explican que se admita sin consultar el desconcertante giro “ir a por” para sustituir el verbo “buscar”, tan sonoro y claro, o “postureo”, un coloquialismo que significa “actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción”, que siendo una práctica muy española apenas se usa entre los hablantes. La Academia de la Lengua debe desprenderse del muy monárquico real y funcionar de manera republicana en un sitio neutral, como Puerto Rico. Presto, y no por echonería, gramática de Andrés Bello y verso de Rafael Cadenas.

 

 

 Ramón Hernández

Coñas, bulos, fake news, posverdades y mentiras

Posted on: agosto 13th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

La Real Academia de la Lengua no prohíbe palabras, pero establece una normativa gramatical, como esa “m” que se coloca antes de la “b” y la “p”, que con otros preceptos tienen como fin que la lengua se adapte a las sociedades que sirve con la menor cantidad posibles de riesgos de que se fragmente y muera. Le ocurrió al latín que fue una lengua imperial y a otras le ocurre cada día por falta de hablantes.

 

 

La RAE no tiene un cuerpo inquisitorial que revise, persiga y purgue el léxico, Su función es registrar el uso de los vocablos e incorporarlos al diccionario. No basta que se utilice de manera coloquial por un porcentaje significativo de personas, sino que también debe ser empleado en el lenguaje escrito en función de una expresión más precisa, no por mera chanza. Es un proceso que puede tomar décadas, pero también unos pocos días como ocurrió con el término “posverdad”, que sin tener claro su significado la directiva de la corporación madrileña declaró su incorporación materia de urgencia y fue una de las 3.345 modificaciones de la vigésima tercera edición presentada en sociedad en diciembre de 2017. ¿Será flor de un día?

 

 

La semana pasada los “usuarios y usuarias” del castellano fueron sorprendidos por un bolo en Twitter: “Reconocida ‘haiga’ por la Real Academia, ya se puede usar”. Lo cual era cierto, pero no del todo. Una media verdad.

 

 

“Haiga” como manera de designar un tipo de automóvil es un españolismo en desuso total. Fue incorporado al diccionario en los años sesenta, en pleno franquismo. Un “haiga” era entonces un carro americano, enorme al lado de los europeos, que preferentemente compraban los nuevos ricos: “Quiero el más grande que haiga”. Como burla, pero más por envidia, los “cultos” que no tenían suficiente dinero para comprarse uno, llamaban “haiga” a los Cadillac y a los Studebaker. Los académicos lo recogieron como un coloquialismo. Más tarde, cuando pasó la moda no lo eliminaron; colocaron la advertencia “en desuso”. No aclararon tampoco que haiga es un tipo de poesía japonesa. Una página web que se dedica a difundir noticias de ficción lo encontró y publicó la coña de su incorporación. Ajenos a la verdad, muchos se sintieron reivindicados y otros tantos ofendidos.

 

 

“Haiga” como forma verbal del haber está proscrito de la lengua culta desde el siglo XVIII. Entre 1833 y 1834, don Andrés Bello publicaba en el periódico El Araucano, en Chile, sus advertencias sobre el uso de la lengua castellana, “dirigidas a los padres de familia, profesores de los colegios y maestros de escuela”. En una de las primeras se refirió a ese “haiga” que se utiliza como normal en Centroamérica, a lo largo de la cordillera de los Andes, en México, entre los migrantes que cortan grama en Chicago y también entre los que desarrollan programas informáticos en el Silicon Valley, pero sobre todo en más del 34% de los hablantes de español en la península. Mira tú.

 

 

Lingüistas, lexicógrafos, académicos, periodistas, glosadores y una inesperada caterva de asomados comenzó a meter baza en la discusión. No faltaron la aclaratoria oficial de la RAE ni insultos a “los habitantes de las repúblicas bananeras latinoamericanas que dan ganas de vomitar cada vez que pronuncian una palabra en español”. Desde Nicaragua manifestaron su escándalo por ser una palabra de uso diario y de Panamá pidieron auxilio porque los políticos, parlamentarios, locutores, periodistas y magistrados los entumecen con el “haiga”, “habrán”, “habemos” y “mesmo”, entre otros solecismos.

 

 

No faltaron quienes cuestionaron la “persecución del haiga” como un asunto de clase, de los supuestos cultos contra la gente del campo, los rurales. Argüían  que ellos estaban orgullosos de hablar como lo hacían sus padres y sus abuelos, que el “haiga” es parte de su herencia cultural y su manera de identificarse con su comunidad, con su pueblo, y que su uso no tiene nada que ver con estudios ni con universidad, que los ingenieros y los veterinarios también dicen “haiga” en lugar de “haya”.

 

 

Las normas o preceptos gramaticales de la RAE no son democráticos, tienen visos autoritarios, pero se cumplen y desarrollan en libertad. Con el tiempo, sin precipitaciones, se van eliminado y adaptando las reglas de acuerdo con el uso que se les vaya dando. En los últimos cincuenta años se quitaron tildes, se modificaron reglas y hasta el verbo “agredir” que por ser defectivo solo podía conjugarse en las formas con i en la desinencia –agredí, agredíamos, agrediste– hoy puede emplearse como un verbo regular. Algunos cambios se agradecen, como eliminar la tilde de los demostrativos –ese, este, esta–, pero pocos están felices con el “solo” sin acento gráfico y con el pasado de reír, “rio”, sin tilde, que es consecuencia de sustituir “guión” por “guion”.

 

 

La Academia, como todas las corporaciones en las que participan humanos, está sujeta a presiones y a intereses, y, también, puede equivocarse. Unos lingüistas son más severos que otros y algunos usuarios son más temerarios que lo que se puede concebir. No sabemos qué grupo ni cuál académico propuso la incorporación de “haiga”, que como coloquialismo tuvo un uso efímero, pero sí quién intervino para que la corporación levantara el veto que desde 1874 había contra el giro preposicional “a por”, como ir a por los niños al parque, ir a por agua, etc. A fuerza de artículos y “cartas al director” de diarios y revistas ibéricas, el sacerdote franciscano Francisco Gómez Ortín, doctor en Filosofía y Letras de la Universidad de Murcia, logró que la RAE, alcahueta y débil, acogiera la explicación de la presunta anfibología que genera la ausencia de la “a” y le levantara el veto. Ahora es más frecuente y ensordecedor el chirrido de “ir a por agua” en el oído de 420 millones de latinoamericanos y de los 29,3 millones de ibéricos que no lo usan, que les suena feo. Vendo lista de palabras muertas y otras por nacer.

 

 

Ramón Hernández

Suicidio con prisa en Internet

Posted on: agosto 6th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

En los últimos cinco lustros ha habido una explosión del periodismo digital y se ha profundizado la crisis de pérdida de audiencia que arrastraban los medios de comunicación impresos y radioeléctricos convencionales. No ha sido solo por las decisiones, acciones y omisiones de un régimen autoritario que desde el primer día en funciones se mostró contrario al libre flujo de la información y comenzó a censurar, a perseguir periodistas, a asediar diarios y a cerrar canales de televisión y emisoras de radio. Se acababa el modelo de negocio que desde el siglo XIX permitía a grandes públicos acceder a información cuyo costo real rebasaba por mucho el precio que estaban dispuestos a pagar.

 

 

Con la venta de espacio publicitario los editores descubrieron que podrían ofrecer a los anunciantes sus cientos de miles de lectores y multiplicar la escasa ganancia que les quedaba por la venta de los ejemplares impresos. En poco tiempo, los diarios no solo tuvieron poder, coraje e independencia para enfrentarse a gobiernos corruptos y denunciar políticas equivocadas, sino que también encontraron maneras de servir mejor a sus lectores en sus curiosidades e intereses informativos. Había una responsabilidad con la noticia y su calidad, aunque existieron medios que sacrificaban principios éticos y morales en aras de la obtención de rápidos beneficios monetarios.

 

 

Los estudios sobre la influencia de los periódicos en la sociedad han demostrado que las naciones con libre flujo de información y plena libertad de prensa son menos propensas a actos de corrupción, y que en la medida en que la prensa sea más rigurosa en sus denuncias y señalamientos disminuyen las irregularidades en el manejo de los fondos públicos. Forzar el cierre de los medios informativos tiene razones que sobrepasan los motivos ideológicos.

 

 

La aparición de Internet a finales del siglo pasado coincidió con la pérdida creciente de lectores y la huida de anunciantes encandilados con el bajísimo costo de los medios digitales o por la presión del gobierno para que no anunciaran en medios informativos que no respaldaran al régimen. El jefe del Estado prohibió a las empresas del Estado insertar avisos en los medios de comunicación que denominaba “escuálidos”, tampoco permitía a los periodistas “opositores” el acceso a las ruedas de prensa y a actos oficiales. También impidió las transmisiones en vivo de los medios privados. Aunque con los adelantos tecnológicos las transmisiones eran más fáciles, menos complicadas y muy baratas, el gobierno se imagina el dueño de las ondas radioeléctricas no autorizaba el uso de unidades móviles. Únicamente podían transmitir en remoto los medios oficiales, en especial y al costo que fuera, el programa Aló, Presidente, que llegó a durar hasta nueve horas.

 

 

No se necesitó mucho tiempo para que los que incursionaban en el periodismo por Internet entendieran que sin contar con un portaviones o una marca establecida era casi imposible hacerse de una audiencia respetable, que colgar un blog en Internet es como lanzar al océano un mensaje en una botella. Sin embargo, en medio de la peor crisis económica de la historia nacional una cantidad importante de medios digitales se han asentado con tesón, capital, tecnología y mucha voluntad. Han ido encontrando su estilo y su nicho, pero todavía no se han desprendido de un pesado y destructivo fardo: la prisa, el tubazo, dar la noticia primero sin importar cómo.

 

 

En la web, como en los diarios del siglo pasado, se pondera la velocidad y se premia la rapidez. A quien da la noticia antes que nadie se le halaga, que está bien, pero se le excusan imprecisiones, faltas de ortografía, pésima estructuración y rodeos a la verdad, que está muy mal. Aunque en las declaraciones y enunciados de principios repiten que antes que llegar primero hay que hacerlo con la mejor calidad posible, ocurre que por ceder a la velocidad cometen graves errores de lenguaje y de contenido.

 

 

Para aminorar costos, contratan profesionales de poca experiencia y les pagan bajos sueldos, pero los sobrecargan de tareas y responsabilidades en pésimos ambientes de trabajo y con las peores herramientas. Además, casi nunca cuentan con editores y bien  entrenados correctores que revisen a fondo los textos, tanto en lo gramatical como en lo periodístico. Confían en la buena voluntad de los lectores, creen que serán compresivos con las fallas y gazapos. Falso. Nada más práctico y cruel que un lector que considera que abusan de su confianza y buena fe. Pisa el botón y se va a otra página. Presto lista de gazapos y otros suicidios en primavera.

 

 

 

Ramón Hernández

@ramonhernandezg

Absurdos digitales, engaños reales

Posted on: julio 30th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

La revolución digital puede ser más destructiva para el periodismo que la bolivariana, y ya sabemos cuán demoledora han sido las acciones y omisiones de la tiranía contra el noble oficio de informar: desde el asesinato rampante de periodistas como el cierre de medios o su desdoblamiento en auténticas máquinas de fango o en simples emisores de bobadas y dogmas doctrinarios.

 

 

En España, donde siguen viendo a sus antiguas provincias de ultramar con aguzado desdén y poca simulada lástima, siguen las noticias del Nuevo Mundo con un singular cristal. Solo son noticia los hechos que se ajusten a sus composiciones de lugar, a sus deseos o a lo que ellos andan buscando, a sus prejuicios, de lo contrario no existen. Así, el cierre de medios impresos o su desaparición lo reseñan no como otra grave herida a la libertad de expresión y el libre flujo de información, sino como el origen de la “irrupción (es el término que utilizan) de una primavera digital”.

 

 

Consideran un gran logro que cada día sean más los portales que se presentan como informativos, y hasta hablan de democratización del periodismo. Saltaron de júbilo cuando un tribunal estadounidense sentenció que los blogueros son periodistas, como si solo se tratara del cognomento y no de la formación. Mientras, la sociedad queda más indefensa y es menos dueña de su destino. Influyen más el poco ético dueño de Facebook o los robots noticiosos de Google que Robert Caro o el Truman Capote, que hizo escuela con la manera como reportó el asesinato de una familia en Holcomb, Kansas.

 

 

No es casualidad el silencio de la televisión venezolana privada. Pagan el derecho de sobrevivir como esas vallas abandonadas en carreteras intransitadas que anuncian productos, servicios o candidatos que ya ni existen. Por miedo o por comodidad han dejado de ser útiles a sus “usuarios y usuarios”, las palabrejas traídas de Cuba para hacer creer a los televidentes que participaban en la comunicación cada día más unidireccional que recibían. Ni los culebrones son atractivos y los clientes están menos interesados en pagar sus altas tarifas publicitarias con una audiencia que se reduce por cientos de miles con cada apagón.

 

 

Demasiados portales operan con modelos de negocio que se fundamentan en los bajos costos. En lugar de periodistas, pasantes que se conforman con lo que capta la mirada o les dicen por teléfono, sin llegar al sitio de los hechos, y paga mínima; en vez de noticias, triquiñuelas para generar tráfico o simularlo. Obvian, contra su existencia, que pueden engañar una vez a todo el mundo, pero no a todo el mundo todas las veces. Los picos son efímeros, saltos al abismo. No por talento, sino a pesar de no tenerlo, las noticias del oficialismo encabezan cada minuto el algoritmo del resumen informativo de Google, que no jerarquiza las noticias por su relevancia para la sociedad, sino por la cantidad de medios que las reproducen. Si todos los portales del oficialismo abren con una declaración del hombre del mazo, Google erradamente dirá en todo el mundo que esa es la noticia más importante de Venezuela. Es absurdo confiar en los robots informáticos o creer las tendencias que marca el chavismo en Twitter. Son datos trucados.

 

 

Venezuela, sin proponérselo, se ha adelantado a la tendencia digital que impera en el planeta, y ha devenido en un archipiélago de medios que para subsistir apenas cuentan con un pequeñísimo porcentaje de la minúscula torta publicitaria. Ya no hay corresponsales ni enviados especiales, ni trotamundos como Juan Manuel Polo describiendo los rincones más olvidados del país. Las noticias se cubren por su bajo costo y por el alto tráfico que puedan generar, no por las consecuencias que tengan en la sociedad en la que sirven los medios. Serán pocos los que sobrevivirán y no por mucho tiempo, salvo que inventen un modelo de negocios que permita no prestar atención a los costos de cubrir una noticia vital, pero de poco interés para unos lectores que están lelos con la saga de Juego de Tronos. La web amarilla es más destructiva que el periodismo ibídem. Las civilizaciones, los países se suicidan o se entregan cuando ceden a la superficialidad.

 

 

Los teóricos y académicos españoles y franceses empiezan a echar de menos el buen periodismo ido. Aparecen voces que quieren “resucitar” y colocar como fuentes de inspiración a olvidados mitos como Albert Camus, Ryszard Kapuscinski, Gabriel García Márquez y algún otro más famoso por su literatura que por los aciertos periodísticos, mientras ven con desdén el verdadero buen periodismo estadounidense y manifiestan admiración por un diario que ha traicionado demasiadas veces la confianza de sus lectores, el The New York Times, pero que da mucho prestigio nombrarlo con acento newyorkino. Crece la ola de la estupidez. Vendo patraña en la web y sus alrededores.

 

Ramón Hernández

@ramonhernandezg

Cosecha de cenizas

Posted on: julio 23rd, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

El Estado, que es la quintaesencia de Venezuela tanto ideológica, deontológica, como administrativamente, no lleva estadística alguna. Semana atrás, después de más de tres años de silencio, el Banco Central emitió un boletín con los índices de inflación y la caída del producto interno bruto, nadie garantiza que los números fuesen ciertos, pero como cifra referencial sirven para desarrollar algoritmos sobre la capacidad de mentir y el ejercicio del poder sin atenerse al ordenamiento jurídico.

 

No hay cifras oficiales de nada, las que presentan no se ajustan a ninguna metodología ni siguen rigor normativo alguno. Son caprichos o groseras manipulaciones de la realidad. Las estadísticas que suministran las organizaciones no gubernamentales pudieran estar más cerca, pero sobran las razones para dudar. No manejan todos los números ni todos los hechos. Sin datos concretos no es posible atender a los necesitados, comprar la cantidad de vacunas que se necesitan ni envasar la sal que se requiere. Por ahí empezó el gran fracaso de la economía centralizada, del socialismo, de la utopía de Marx que ha resultado de tanta utilidad para que los delincuentes se apoderen del poder y los honrados por el miedo al qué dirán no los derroquen y encarcelen como merecen. Cada burócrata informaba a Moscú la cifra de producción que quería escuchar el jefe, no la verdadera. Los números del general jefe de Sidor contradicen la realidad.

 

 

Quizás la cifra más escandalosa es la que se refiere a la cantidad de personas que han muerto víctimas del hampa, de procedimientos policiales improcedentes, de la represión, de los asesinatos extraconstitucionales y del sicariato oficioso. Supera con creces la cantidad de muertos que hubo en los cinco años que duró la Guerra federal, una de las más crueles y sanguinarias del continente, y la invasión de Afganistán por la Unión Soviética, que duró diez años y la población de Moscú ni la teleaudiencia de Pravda TV recibió nunca un parte con los muertos en alguno de los cuantiosos enfrentamientos con los muyahidines. Los partes se limitaban a mostrar cómo el Ejército rojo sembraba árboles, construía escuelas y vacunaba recién nacidos en Kabul, un adelanto a los fake news del siglo XXI, como lo fue también el retoque fotográfico soviético, casi similar a las maravillas que hacen ahora con las computadoras y los milagrosos programas fotográficos.

 

 

La casi totalidad de la población de Rusia, como del resto de las quince repúblicas que constituyeron la URSS, desconocía qué ocurría realmente en la guerra que libraron casi 1 millón de jovencitos soviéticos contra quienes se oponían a la implantación del comunismo en una nación creyente y apegada a tradiciones milenarias, azuzados por radicales extremos, como los talibanes.

 

 

En el libro Los muchachos de zinc, la periodista Svetlana Alexiévich narra cómo entre 1979 y 1989 el régimen soviético se empeñó en su más devastador fracaso, tanto que se relaciona con el derrumbe del Muro de Berlín y el desplome de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Primero los soldados que se habían ofrecido como voluntarios a llevar el socialismo a otras tierras; después los familiares que recibían los restos de sus muchachos en maltrechas urnas de zinc, y por último la burocracia constataron que la guerra era un gran error, y que eran víctimas de un gran engaño. El poderío ruso era tan falso como las noticias de la TV que tanto les hacían reír. Todo era una gran estafa, menos la muerte.

 

 

Luego de veinte años de guerra contra el capitalismo emprendida por una coalición de truhanes que utilizó los altos precios del petróleo, el endeudamiento y el remate de las riquezas para, con prebendas y “mi casa bien equipada”, convencer a la población de que con el socialismo vivían mejor y todos podrían raspar cupos en el exterior y tener camionetotas como las que lucían los militares en el estacionamiento del Central Madeirense de Los Próceres, el país atraviesa una crisis humanitaria inconmensurable que parece tan eterna como lo repiten los medios oficiales, pero tan falsa como un remitido soviético.

 

 

Ido el supergaláctico, vuelto polvo cósmico por la cavernícola medicina cubana, los resultados del anticapitalismo empezaron a aflorar y hasta el propio Jorge Giordani se percató en su tontera del gran yerro cometido y del inmenso robo habido. El país fue desinstitucionalizado, su capacidad productiva destruida, su industria petrolera desmantelada y sus “empresas básicas” saqueadas por los mismos trabajadores y sindicatos –poder obrero– que clamaban su nacionalización. Ahorcaron las universidades, pulverizaron el incipiente sistema de salud y convirtieron a los generales cinco estrellas en funcionarios de quinta categoría y en babia, pero el país sigue vivo, entero. La sorpresa será universal. Como en el caso del régimen ruso, el comunismo soviético, se escuchará: “Si era tan fácil, ¿por qué no lo hicimos antes?”. Vendo capítulo de la historia sin terminar.

 

 

@ramonhernandezg

Realidad apocalíptica

Posted on: julio 16th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Nicolae Ceausescu ordenaba el despido de los camarógrafos y fotógrafos que dejaban en evidencia sus 1,65 m de estatura y las manchas que tenía en el lado izquierdo de la cara. Cuando Rumania atravesaba una de las más graves crisis de su historia –apagones, escasez de comida y una casi inexistente atención sanitaria–, Ceausescu se construyó en Bucarest el palacio más grande del mundo, con la más amplia alfombra y la mayor cantidad de adornos por centímetro cuadrado, pero le gustaba que las cámaras lo registraran revisando los planos, conversando con los albañiles y dando órdenes a ingenieros, arquitectos y decoradores.

 

 

Fue el presidente de Rumania, el secretario general del Partido Comunista y presidente del Consejo de Estado desde 1967 hasta el 22 de diciembre de 1989, cuando luego de una corta pausa y un breve tartamudeo ante una concentración más de 80.000 personas en la plaza central de Bucarest, se desmoronó todo su poder sobre las masas. El abucheo que inició uno de los presentes bastó para que se multiplicara en segundos y el país que seguía obligatoriamente la transmisión por cadena de radio y televisión escuchara la voz descompuesta y la autoridad perdida de su “conductor”, el remoquete que más le gustaba escuchar, entre más de una veintena que le adosaban los medios.

 

 

Rumania siempre fue destino de camaradas venezolanos. Iban a estudiar cine, diseño gráfico y teatro. Los ayudaba el idioma –una lengua romance– y la inmensa cantidad de cosas que compraban con los pocos dólares que recibían de la familia o de la beca del gobierno, casi siempre de una institución cultural o de un ministerio.

 

 

Desde el principio Ceausescu se hizo una imagen de independiente frente a Moscú y estaba bien considerado por Occidente luego de haber manifestado su desacuerdo, no rechazo, con la entrada de los tanques soviéticos en Checoslovaquia. Charles de Gaulle y Richard Nixon lo visitaron y lo consideraron un aliado. En la década de los setenta Ceausescu vino dos veces a Venezuela. En la primera lo recibió Rafael Caldera y en la segunda tuvo muchas conversaciones con Carlos Andrés Pérez sobre el nuevo orden internacional. El precio del petróleo empezaba a subir y Rumania necesitaba energía barata para sus proyectos de industrialización.

 

 

Los años ochenta fueron duros. Las grandes fábricas que construyó resultaron ineficientes y la producción en el campo no alcanzaba para surtir la mesa de 22 millones de rumanos. Huyendo de la glanost y la perestroika se acercó a Corea del Norte y a China, pero salvo un recrudecimiento en el culto a la personalidad de la pareja presidencial, la situación del pueblo rumano no mejoraba. Cada día eran mayores las exigencias y sacrificios. El control era total. Había un esbirro por cada cinco empleados públicos, cinco vecinos o cinco integrantes del sindicato. Pero los poetas, ay, los poetas, los músicos los directores de teatro tenían que escribir cosas maravillosas sobre Ceausescu y su esposa Elena, la pareja que los conducía al socialismo, al verdadero comunismo, la felicidad.

 

 

Por mucho tiempo, las grandes concentraciones de masas, en inmensos estadios o en desfiles a través de la ciudad, sirvieron para incrementar la devoción del pueblo por su líder. Eran verdaderos espectáculos, pero mientras más se apretaban el cinturón menos entusiasmo sentían para gritar loas y mostrar sonrisas de agradecimiento. Todavía no había comenzado la revolución digital, pero los técnicos rumanos sustituían con grabaciones de estudio los gritos de agradecimiento de los participantes en las marcha. Un adelanto de los trucajes de VTV para que sitios vacíos aparezcan desbordados de franelas y gorras rojas y los 173 famélicos milicianos de siempre.

 

 

Los ciudadanos, obvio, son más numerosos y fuertes que los usurpadores, pero los pocos que administran y expolian el Estado interceden para que la soberanía popular, el poder de la gente, no se exprese o lo haga de manera manipulada o débil. Los ciudadanos actúan fundamentalmente a través del voto y son muchas las maneras que los autócratas y totalitarios han encontrado para neutralizarlo y convertirlo en representaciones teatrales de mala factura y pésimos actores.

 

 

La mejor manera que la ciudadanía tiene de ejercer su poder en situaciones de dictadura es mediante la cooperación inteligente, que es lo que distingue a los humanos de las hormigas y de las abejas, por nombrar dos especies que trabajan en función de su bien común. Para deshacerse de Ceausescu la cooperación funcionó entre un grupo de disidentes del Partido Comunista que estaba bien organizado. Los otros, los que querían libertad y democracia verdadera, se dividían discutiendo sobre la posible invasión rusa, el sexo de los ángeles, el destino de la ayuda humanitaria y las negociaciones. Cuando estornudó la mariposa y el palacio de Ceausescu quedó vacío, los burócratas enriquecidos en las corruptas empresas del Estado se convirtieron en los nuevos mandatarios. No las masas que hicieron huir al conductor. Los segundones tomaron las riendas y se dedicaron a borrar todos los males que cometieron en 45 años, después llamaron a elecciones, a que se expresara la soberanía popular. En sus manos quedó la economía. Vendo volante-cetro de segunda mano.

 

 

ramonhernandezg

@ramonhernandezg