La mejor Constitución del mundo

Posted on: mayo 28th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

El título es de Chávez, mil veces repetido. La Constitución de 1999, cocinada en el horno de un cuerpo legislativo dominado por sus fuerzas, no solo conduciría a la regeneración de Venezuela sino que serviría también como modelo para la humanidad. Era el nacimiento de un portento, sobre el cual deberían correr cascadas de alabanzas mientras ocurría el deslave de Vargas. La suerte de los vecindarios inundados podía colocarse en segundo plano a pesar de su magnitud, porque debía privilegiarse la celebración de un manual de convivencia gracias a cuyo contenido se iniciaba la etapa dorada de Venezuela. Se vivía una fiesta cuyo anfitrión era el gozoso comandante, quien había jurado su cargo ante una “Constitución moribunda” que ahora reemplazaba por un texto insuperable.

 

 

Nicolás Maduro se sumó al coro de los entusiasmos. Su voz fue una de las más sonoras en el repertorio de los que aparecían en la feria cívica. Había participado en su hechura como miembro del Legislativo. También era uno de los padres de la criatura, un fragmento de la fuerza de sus luces se podía encontrar en los contenidos del documento. Si no sus luces, para no exagerar, algo dijo porque lo mandaron a decir, o porque tuvo algún arrebato de creatividad, y pudo estampar la firma en el pie del texto. Si nos ponemos a revisar la lista de los parteros, toparemos con el nombre de Nicolás Maduro.

 

 

El empuje del comandante convirtió la Constitución de 1999 en una parte esencial de la vida cotidiana. Primero, porque se refería a ella cuando tenía oportunidad, esto es, en las infinitas presentaciones que hacía en los medios radioeléctricos. Segundo, porque ordenó una edición masiva de sus contenidos para que cada venezolano los guardara en su domicilio y en el centro de su corazón. El librito azul de 1999 se volvió parte de la rutina. Llegó a ser uno de los manuales más socorridos de la historia patria, la impresión más familiar y encarecida. Se hicieron festivales para su distribución gratuita en todos los rincones del país. Los funcionarios públicos la llevaban en el bolsillo y la echaban en la cara del adversario en los debates. Quizá no se colocó como la edición más influyente desde el período colonial, porque probablemente fueron más los que la manosearon que los que la leyeron, pero quedó marcada en la piel del soberano como pocos documentos anteriores. Si se agrega el hecho de que fue aprobada en elecciones universales, estamos ante un documento excepcional.

 

 

A los líderes de la oposición no les quedó más remedio que leerla, porque era parte de sus trajines, y poco a poco fueron descubriendo sus aspectos positivos, o los preceptos incluidos en sus páginas que podían garantizar un desenvolvimiento democrático en el marco de un régimen autoritario. Entonces fue panorámica su influencia, no en balde podía ser escudo contra las tropelías de un gobierno cuyos tentáculos pretendían el dominio de todos los aspectos de la vida pública y aun de la vida privada, en flagrante contraste con la celebrada fuente. No en balde servía y sirve para detener la corrupción galopante de quienes la propusieron como norma de conducta. En consecuencia, más que una preceptiva famosa, la Constitución de 1999 es un fenómeno social. Se metió en la sensibilidad colectiva, en términos de intimidad. Se puede considerar como el logro estelar de Chávez y del chavismo, seguramente el único, gracias al sentido material y simbólico que adquirió en los hábitos de la colectividad. Quien busque un código que no permaneció en el aire, lo encuentra en la Constitución de 1999.

 

 

Pero ahora resulta que no es la mejor Constitución del mundo, de acuerdo con la palabra de Maduro. El hombre que antes la celebró y que participó en su redacción ahora la condena, o la ve como un capote maltrecho y relativamente inútil que necesita remiendo. Los regocijos del PSUV sobre sus artículos han devenido reproche fulminante que clama por su sustitución, partiendo de una solicitud sin correspondencia con la realidad que fue su fábrica y su baluarte. La aprobación del documento de 1999 coincidió con el deslave de Vargas. La necesidad de borrarlo del mapa coincide con el deslave de la dictadura.

 

 

Elías Pino Iturrieta

@eliaspinoepinoiturrieta

@el-nacional.com

Golpistas congénitos

Posted on: mayo 7th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

 

La explicación de lo que nos está pasando tiene muchas posibilidades, pero el aspecto militar es fundamental. Todo deriva de su influencia, todo lo tiene como esencia, aunque otros factores no dejen de pesar. La semana pasada traté de detenerme en los rasgos del militarismo chavista para sugerir una primera mirada de lo que me viene pareciendo medular para el entendimiento de la crisis venezolana, y ahora sigo en lo mismo.

 

 

 

¿Por qué las cosas han llegado hasta las situaciones extremas que padecemos? Es una historia que empieza el 4 de febrero de 1992, cuando una logia militar se extiende desde de la sombra del samán de Güere para anunciar su presencia en el momento y su hegemonía del futuro. Con una cartilla elemental, los juramentados hacen reverencias ante el tótem vegetal de la patria para imponerla a la fuerza en una situación que juzgan intolerable. La decadencia de la democracia representativa es evidente, hasta el punto de que no resulte difícil encontrar entonces simpatías para una intentona destinada a derrumbar un edificio debilitado en sus bases, pero la ineptitud de los protagonistas del golpe permite su supervivencia.

 

 

 

El establecimiento sale bien del primer empellón porque los adversarios son realmente inútiles, casi unos tontos de capirote, pero la irresponsabilidad de quienes deben juzgarlos y castigarlos ofrece una solución de supervivencia que será puente para su acceso al gobierno. Les permite pensar con calma, aun cuando no tengan muchas ideas en la cabeza; les ofrece ocasión de disfrazar sus intenciones hasta cuando sea posible. En consecuencia, desvelan su primera mentira: se proclaman respetuosos de las formas republicanas y de los procedimientos democráticos. Mientras les sirvan, desde luego, para hacer una comedia ante la miopía de los políticos y frente a un público que se conforma con su papel de espectador cautivo y entusiasta.

 

 

A partir del triunfo electoral de Chávez la farsa llega a su apogeo. Los protagonistas de la asonada aceptan el sendero electoral porque es lo más accesible, lo que tienen a mano después de su exhibición como maletillas, o porque es la ofrenda de una democracia incapaz de dar nuevos frutos. Y, en especial, porque el cabecilla está en el tope de la popularidad. La gente acepta su flirteo, no importa lo que haga, y permite que juegue a placer con su destino. Es decir, que mienta sin contención para que todos olviden la raíz militar que ha germinado en mentiroso abono. Por ejemplo, desconociendo los resultados del referéndum constitucional de 2007, cuyos contenidos impone pese a su derrota en las urnas. U ofreciendo la simulación de la candidatura “rival” del comandante Arias Cárdenas, acogida con alborozo por los líderes de la oposición y por millones de electores pese a sus antecedentes de conspirador fracasado y a su cercanía personal con el jefe de los juramentados de Güere. Por allí anda el comandante Arias Cárdenas, en las alturas de poder después de trabajar como repartidor de leche durante el gobierno del doctor Caldera y después de recorrer el país con una gallina en el sobaco, engalanado con las virtudes del golpista que sigue el manual de instrucciones originario.

 

 

 

Pero ¿a qué viene todo esto? Solo para insistir en un punto: los chavistas son, en esencia, golpistas. No son ni pueden ser otra cosa. Para ellos lo demás es añadidura, o tema superfluo. Asuntos como socialismo, revolución, justicia social y lucha de clases los tienen sin cuidado. Solo se sienten a gusto con el objetivo de sus cabezas cuadriculadas, especialmente si desarrollan mañas exitosas para taparlo. Quizá sientan consideración por la vaguedad de lo que pueda significar el patriotismo resumido en un árbol centenario que dice de todo y que, por lo tanto, no dice nada; o que se ajusta al capricho de quienes tienen un propósito de dominación que no congenia con los aparatos legales, ni con intereses que no sean los suyos, ni con ideas que desconocen y temen. Son golpistas congénitos y permanecen atados a su origen, aunque lo disimulen cada vez con menos éxito. Son sujetos pragmáticos que dependen de respuestas ocasionales, porque de otra manera se les mueve el piso y llegan a los despeñaderos de la confusión. De allí sus alternativas de sobrevivencia, pero también su contumacia y su peligro. Supongo que esta descripción pueda servir a una sociedad que antes los amó y ahora los detesta.

 

 

Elías Pino Iturrieta

@eliaspino

 

¿Esto se está terminando?

Posted on: abril 9th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

Cuando estaba la reacción antiguzmancista en su apogeo, después del Septenio, todo indicaba que se fortalecería la lucha por lo que se entendía entonces como una recuperación de la democracia, pero un suceso inesperado cambió el rumbo del proceso. Francisco Linares Alcántara, líder del movimiento, caudillo célebre y jefe del Estado, murió de manera repentina. El atacado Guzmán volvió por sus fueros. A mediados de 1945 predominaba un ambiente de calma en el país, sin que los nubarrones estorbaran el paisaje del presidente Medina Angarita, pero en octubre un movimiento armado lo echó del poder. En noviembre de 1957 se observaba tranquilo a Pérez Jiménez, mandando a sus anchas, pero en enero del año siguiente escapó al exilio debido a un cuartelazo afortunado. ¿Qué lección sacamos de estos sucesos, susceptible de servirnos para mirar con cuidado lo que hoy pasa en Venezuela?

 

 

 

La mayoría de los derrocados pensaba que tenía la sartén por el mango, que podía dominar los escollos de su sendero. Sus sabuesos vigilaban al adversario, o sabían cómo apretar las tuercas ante aventuras peligrosas, o sus allegados aseguraban que todo se encontraba bajo control. Sin embargo, no estaba en sus manos el dominio de unas realidades que debían desplazarlos para que sus voceros se ocuparan del reemplazo. Las fuerzas políticas tienen sus mañas y sus planes, que los dominadores de un tiempo determinado solo pueden pronosticar o manejar a veces. Un detalle que parece trivial, un mal paso de los hombres fuertes que de pronto resbalan, una pradera que se incendia para apagarse más tarde, rumores sin fundamento que se esparcen según la orientación del viento, distancias inesperadas en el interior de una cúpula, pujas subalternas que no encuentran desenlace, señales extrañas que provienen del vecindario… preparan el terreno para mudanzas que no parecían accesibles en la víspera. La política no sigue un itinerario predeterminado, ni siquiera durante el predominio de los regímenes autoritarios. Es hija de los vaivenes o habitualmente depende de ellos. Nadie la prepara en su escritorio para que funcione según unos designios que parecen infalibles, aunque esté rodeado de bayonetas y billetes. Casos como el de Gómez mandando por la fuerza durante 27 años hasta la hora de la muerte son excepcionales, pese a que el tirano no dejara de perder el sueño ante numerosas evidencias de inestabilidad.

 

 

 

Si así han funcionado y funcionan las vicisitudes políticas, ¿se debe esperar a que funcionen solas para esperar resultados?, ¿hay que aguardar a que se den a su real manera, como si gozaran de plena autonomía, sin hacer nada para acompañarlas? Cuando se mira hacia los pormenores, como se ha tratado de hacer en los párrafos anteriores, se quiere llamar la atención sobre la lentitud del reloj de la historia, que es distinto al que mueve nuestras actividades de todos los días, más urgida de respuestas inmediatas en torno al destino personal. El destino de las sociedades sigue un calendario moroso que invita a la impaciencia, pero que obedece a fuerzas establecidas desde antiguo contra las cuales no puede predominar la voluntad personal. Solo una agregación de voluntades, fraguada a través de largos períodos de maduración, encuentra la meta de un cambio substancial. No se cambia la historia como se cambia uno de camisa, sino solo cuando la camisa está deshilachada y no aguanta un nuevo viaje a la tintorería.

 

 

 

La dictadura de Maduro es como una de esas camisas deshilachadas, cuya meta es el tarro de la basura. No hay lavandero que le quite las manchas. La sociedad quiere estrenar nueva indumentaria, pero la prenda no se confecciona de un día para otro, ni siquiera en momentos cruciales. La dictadura tratará de remendarla, anda en eso con más contumacia que solvencia, pero hará lo posible para usarla sin exhibir el tamaño de sus miserias. Quizá el sueño del madurismo sea el mismo del gomecismo, aunque la actualidad no se lo permita. Pero su arma es la misma, con los retoques que sugiere la evolución del almanaque: la represión. Frente a ella, la sociedad debe sentir que la mudanza no sucederá mañana, tal vez, especialmente porque no consiste solo en el estreno de un flamante figurín, pero también que parece inminente el advenimiento de un nuevo tiempo histórico sobre cuyo comienzo nadie tiene fecha precisa.

 

 

Elías Pino Iturrieta

@eliaspino

epinoiturrieta@el-nacional.com

El lugar de los acontecimientos

Posted on: abril 2nd, 2017 by Laura Espinoza No Comments

A primera vista, uno observa que el destino de Venezuela se está dirimiendo en el extranjero. La batalla no se libra dentro de nuestros contornos sino en Washington, en el seno de la OEA, se puede sentir cuando conocemos los esfuerzos de Luis Almagro en defensa de la democracia asfixiada por la dictadura de Maduro. El secretario general de la OEA ocupa ahora lugar prominente, tal vez el más estelar entre los adversarios del régimen, hasta el punto de opacar al resto de los ciudadanos que hacen el mismo trabajo en nuestros confines. La situación merece un comentario detenido, para que las cosas no se consideren de manera tan simple.

 

 

 

Almagro ocupa la primera plana por el cargo que desempeña y por el historial de luchador democrático en su país. Su carrera en funciones de gobierno de una administración considerada como progresista, y en cuyo desempeño no le dio motivos al escándalo, lo hace inmune a las críticas que lo motejan de reaccionario o de marioneta imperial. No es un miembro más del reparto a quien se asciende por consejos del azar, sino una figura que ha labrado carrera intachable hasta llegar a la elevación en la cual se encuentra. De allí que sea imán poderoso, capaz de multiplicar voluntades y miradas ineludibles. Imposible dejar de contemplarlo con respeto, especialmente si se compara su gestión con otras sin pena ni gloria llevadas a cabo por los antecesores. La causa de los derechos humanos en Venezuela ha encontrado en él aliado excepcional, tal vez el más adecuado para los desafíos que debe superar. La trayectoria que encarna y la consistencia de su conducta frente a nuestros agobios lo hacen brillar con luz propia, sin que nadie pueda escamotearle el sitio de primera figura.

 

 

 

Pero la faena de Almagro ha dependido de una previa faena nacional, matiz que conviene recalcar para que no se miren con desdén los esfuerzos de la oposición contra la dictadura. El secretario general de la OEA no compone sus obras por propia inspiración, sino como consecuencia de las gestiones de los líderes de nuestros partidos, que han provisto sus informes de datos concretos y abrumadores sobre lo que aquí sucede. Los documentos contundentes que han salido de la oficina panamericana encuentran origen en las gestiones de los líderes de la MUD, como también en la incansable presencia de los representantes de los presos políticos y de los humillados por la autocracia. Aparte de la insistencia de los voceros de los detenidos y de los oprimidos que hablan por sus causas específicas, ha tenido especial trascendencia la gestión del presidente de la AN en diversas instancias del continente y de Europa; y, desde luego, la decisión mayoritaria de la representación popular de pedir la aplicación de la Carta Democrática para solucionar in extremis el entuerto venezolano. La campaña de Almagro, fundamental para que se pueda mirar el porvenir con alguna esperanza, para que sintamos la señal de una luz al final de oscuro túnel, ha dependido de una épica nacional que salió de casa en el momento oportuno para ventilar nuestros horrores ante el mundo.

 

 

 

La oposición merece reproches, especialmente porque da la impresión de que sus esfuerzos no llegan a la meta de deshacernos con la urgencia del caso de un régimen indigno, porque a veces parece que se hacen los desentendidos en la cura de la plaga, pero nada se gana con echarla en el saco de los desperdicios sin advertir los matices de su actividad. La ciudadanía tiene el derecho de exigir una vocería más atractiva para continuar una batalla que es de todos, pero es evidente que, gracias a los esfuerzos de los partidos de la oposición y a la discusiones parlamentarias, el lugar de los acontecimientos sigue siendo Venezuela, que es aquí donde se bate el cobre, que el camino de Washington como meta hemisférica encuentra origen en nosotros debido a lo que se ha hecho por mostrar al mundo la gravedad de los asuntos internos. Gracias a los esfuerzos de la AN y a la orientación de la MUD, puede el esclarecido Almagro hacernos el bien que nos está haciendo. Los debates de la OEA son el corolario de la serie de escaramuzas venezolanas que ahora buscan y encuentran sendero internacional para enderezar un itinerario lleno de escollos. Se discute con propiedad afuera porque se han hecho cosas meritorias adentro.

 

 

Elías Pino Iturrieta

@eliaspino

epinoiturrieta@el-nacional.com

Los escritores y el poder: veamos un caso elocuente

Posted on: marzo 19th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

Nadie aprende de la experiencia ajena, dice el refrán. Sin embargo, el recuerdo de sucesos que son esencialmente escandalosos, y que han sucedido en latitudes que no son extrañas en épocas que no son remotas, puede arrojar luz sobre aprietos del futuro, ocurridos en otros lugares, que necesitan el acicate de una memoria dispuesta a utilizarlo. De allí la referencia a la situación de los escritores mexicanos frente al régimen de Gustavo Díaz Ordaz, en 1969, que hoy se hace aquí para ver si deja beneficios. La información se toma de una muestra publicada hace poco por Guillermo Sheridan en la revista Letras Libres.

 

 

 

Díaz Ordaz gobernaba el México de cercanías olímpicas, contra las cuales conspiraba el descontento de los estudiantes frente al crecimiento de la autocracia. El secretario de Gobernación era Luis Echeverría, futuro presidente. Resolvieron detener a toda costa la creciente ola de incomodidad, que traspasaba los límites de las protestas corrientes, empeño en el cual llegaron al extremo de consumar la matanza de jóvenes en Tlatelolco. Después del episodio ordenaron una represión de carácter general que detuvo las manifestaciones de indignación, pero que dejó testimonios de rechazo y apoyo de parte de los intelectuales más destacados. La correspondencia que entonces cruzan dos cumbres de la escritura en lengua española, Octavio Paz y Carlos Fuentes, que debemos a la recopilación de Sheridan, un autor que, por fortuna, no deja de meter el dedo en llagas dolorosas, ilustra con creces sobre el asunto.

 

 

 

Acerca de la vigilancia que entonces se realiza contra los intelectuales sospechosos de disidencia habla Fuentes a Paz. Asegura que los espías del régimen “rondan las casas” de Rosario Castellanos y de Fernando Benítez, quienes han declarado contra la pavorosa matanza; mientras hacen llamadas a media noche para interrumpir con amenazas el sueño de otros autores que estaban indignados por lo sucedido. La situación llega al extremo de que se pretenda impedir la entrada de Paz a París, escala del itinerario que realizaba después de renunciar a su cargo de embajador en la India porque le espantaba la idea de permanecer en la nómina oficial después del baño de sangre. Lo curioso del punto radica en el hecho de que fuera el destacado historiador Silvio Zavala, autor de importantes volúmenes de historia de América, quien propusiera a las autoridades mexicanas el designio de entorpecer el viaje del poeta.

 

 

 

La posición de Zavala no fue insólita. De acuerdo con las misivas que ahora leemos, un elenco de autores que formaban parte esencial del trabajo intelectual lo acompañaron como puntales de la opresión. En la cabeza de la nómina de ese repertorio estaban, “secundados por algunos locutores de televisión”: Martín Luis Guzmán, “un pobre enano momificado”, Juan José Arreola, Jaime Torres Bodet y Salvador Novo, a quien mis compañeros mexicanos de entonces llamaban Nalgador Sobo. Lograron atraer la compañía de otros colegas de relevancia, como Arturo Arnáiz, Gorostiza en silla de ruedas, Rufino Tamayo y, en alguna ocasión, Juan Rulfo, quienes participaron en actos públicos como acompañantes de Luis Echeverría. Veamos ahora la nómina de los disidentes, a quienes segregaban y sometían al vilipendio: Octavio Paz, Carlos Fuentes, Fernando Benítez, Rosario Castellanos, Arnaldo Orfila, Gabriel Zaid, Vicente Rojo, Luis Buñuel, José Emilio Pacheco, Juan García Ponce, Luis Villoro, Daniel Cosío Villegas, Ramón Xirau, Carlos Monsiváis, José Revueltas, José Luis Cuevas, Jesús Silva-Herzog, Ricardo Guerra, Gastón García Cantú, Víctor Flores Olea, Julio Scherer y Manuel Becerra Acosta. Una lista brillante, como lo era también la de los perseguidores, si nos atenemos al contenido de sus obras.

 

 

 

Ante la profundidad de la arremetida, capaz de llegar a una esperada extralimitación, Carlos Monsiváis, dice Paz, tiene la idea de iniciar una cruzada de rescate de la literatura nacional que empezara por la defensa de los poemas de sor Juana. Fuentes llega a escribir así: “Yo me siento habitante de la Italia de Mussolini o de la Alemania de Hitler, primeras épocas”. Yo me conformo con repetir la historia, por lo que le pueda reflejar en algún rincón de nuestro espejo.

 

 

Elías Pino Iturrieta

 

@eliaspino

epinoiturrieta@el-nacional.com

Hipólita y Matea

Posted on: marzo 12th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

El traslado simbólico de los restos de las negras Hipólita y Matea al Panteón Nacional pone de manifiesto los excesos del culto a Bolívar que tantos estragos ha causado a la conciencia de los venezolanos. Hemos traspasado cualquier tipo de fronteras en la glorificación del héroe para convertirlo en principio y fin del destino de un pueblo, es decir, en brújula exclusiva de los pasos de la sociedad hasta el día del juicio final. No puede caber mayor disparate, seguramente único en los anales de las naciones modernas, a través del cual se niega la presencia de otras figuras de importancia, condenadas a lugares irrelevantes, pero también la participación de todos los hijos del pueblo en la fábrica de una historia común.. Si hemos llegado al colmo de aceptar que oficialmente la nación se denomine “República Bolivariana”, cuando dos de las esclavas del Libertador reciben los honores del más ilustre de nuestros cementerios solo presenciamos cómo se pone la guinda a un batiburrillo de manipulación y propaganda que nos ciega y disminuye.

 

 

 

Hipólita y Matea se exhiben ahora como piezas estelares del procerato porque cuidaron al niño Simón Bolívar, es decir, porque fueron sus leales sirvientas, porque cumplieron a cabalidad el trabajo al que estaban obligadas por su condición de criadas sin salario ni descanso. El tratamiento de los esclavos fue severo en la mansión del niño Simoncito, especialmente cuando la presidía don Juan Vicente, un padre de familia de armas tomar que no dudaba en azotar a los negras que se alejaban de su disciplina, o que se negaban a ofrecerle su calor en la cama. Sobran pruebas de esas vejaciones protagonizadas por un señorón a quien se moteja de “lobo infernal” en un extenso expediente que reposa en los archivos del arzobispado, averno del que se libraron Hipólita y Matea porque la cabeza de la mansión pasó a mejor vida y pudieron trabajar como sirvientas sin el acoso del dueño muerto. Podemos suponer, entonces, que se las traslada simbólicamente hasta el Panteón por su labor de domésticas diligentes y afortunadas, pues otro mérito no tienen, que se sepa.

 

 

 

Pasan a la gloria porque cuidaron a un héroe en su niñez, o porque se libraron de la despiadada tiranía de un patrón desaparecido en buena hora. ¿Puede encontrarse un motivo más fútil, una razón más trivial para que ahora se mezclen con las estatuas de los hombres que hicieron la patria a su manera? Si seguimos semejante lógica, deberíamos preparar las hornacinas para exhibir las efigies de las numerosas hembras que compartieron lecho con él; o para que adoremos a sus hermanas por el solo hecho de que llevaban la misma sangre. La voluptuosa Pepita Machado y la realista María Antonia Bolívar merecerían cupo preferencial en la primera de las galerías del templo cívico, por consiguiente, aunque fuera después de las dos esclavas que ahora estrenan pedestal. También pueden caber las bochincheras y las repelentes, las descocadas y las antipáticas, las nacionales y las extranjeras que fueron parte de su íntima compañía.

 

 

 

Hipólita y Matea fueron unas esclavas ejemplares, unas criadas amorosas, unas chachas de proverbial sumisión. Jamás faltaron a la obligación que se les impuso ante su niño dueño, ante su patrón mozo, razón que produjo un vínculo afectivo que conviene considerar cuando se analice la biografía del futuro Libertador. Es evidente que le ofrecieron soporte en las horas de orfandad, asunto que debió influir en la forja de su personalidad. Pero, independientemente de tales pormenores, no existen elementos de peso para que se las meta en el cuadro de honor de la Independencia. Podría molestarse el tío Carlos Palacios, por cierto, quien administró su mayorazgo y lo mandó a formarse mejor en Europa, y otros miembros de la parentela que lo acompañaron antes de que se convirtiera en político. Llegaríamos así hasta situaciones mucho más disparatadas, aunque parezca insuperable entre ellas el hecho de que un gobierno “revolucionario” y “socialista” distinga a dos pobres señoras por haberse lucido como perlas de servidumbre. Pero debemos averiguar, por si acaso, si Chávez fue atendido por nodrizas en su infancia llanera. Para preparar la alfombra roja.

 

 

Elías Pino Iturrieta

@eliaspino

epinoiturrieta@el-nacional.com

La venezolanidad chavista

Posted on: marzo 5th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 
Hace poco, Maduro afirmó que uno de los aportes fundamentales de Chávez fue la creación de una nueva venezolanidad. Como portavoz y encarnación de esa flamante sensibilidad, el dictador se ufanaba de todo lo que habíamos cambiado en términos de convivencia, gracias a la influencia del “comandante eterno”. Somos distintos gracias a Chávez, desembuchó sin vacilar. Debemos coincidir con la afirmación, pero para lamentarnos sin cortapisas por la mudanza. La sociedad aclimatada en el regazo de la “revolución” es distinta de la anterior, desde luego, pero sus novedades solo pueden provocar dolor. Lo que para Maduro es motivo de alegría, para nosotros conduce a la vergüenza y también al asco.

 

 

 

Los venezolanos somos distintos desde cuando Chávez se hizo del poder y buscó la manera de moldearnos con su influjo. De una ligera analogía puede juzgarse cómo nos conducimos de forma diversa frente a los desafíos del entorno, si recordamos lo que éramos como individuos y como expresiones de la sociedad en el pasado reciente. La conducta de hoy no se parece a la de ayer sino apenas un poco, y solo puede uno mantener un comportamiento fraguado en la vida antecedente porque, como por obra de un milagro, todavía permanecen los usos que nos enseñaron los antepasados. Esos usos permiten la comparación, especialmente entre quienes ya vamos para viejos y podemos calcular el valor de lo que se nos está yendo de las manos. De lo contrario, seríamos todos el producto redondo de una cohabitación escarnecida, de un vapuleo de las costumbres, de un declive que nos obliga a mirar los usos más estimables del último medio siglo como una cumbre remota e inaccesible.

 

 

 

El hecho de que nos atrevamos a reivindicar la venezolanidad del pasado significa que todavía existe, que no ha desaparecido del todo, pero corre el riesgo de convertirse en amable cadáver si continúa el imperio de la maldad, de la violencia desenfrenada, de la incivilidad y la grosería que forman parte de un pavoroso arrollamiento desde la llegada de los chavistas al poder. La tal venezolanidad impuesta por Chávez, que provoca los regocijos de Maduro, es la negación de un entendimiento civilizado y equilibrado de la vida que se fraguó a través del tiempo para formar un conglomerado al cual distinguieron las cualidades de un transcurrir pacífico y respetuoso, de la aceptación de unas reglas que invitaban a la moderación, de una manera de entender al prójimo que no significaba necesariamente ofensa ni aspereza.

 

 

 

La tal venezolanidad impuesta por Chávez se caracteriza por el imperio de la violencia, por la cercanía de la muerte, por los golpes de la arbitrariedad, por el predominio de la hostilidad, por el reino de la desconfianza y por la hegemonía de la desolación. No se trata de considerar el pasado como un paraíso acogedor en cuyo regazo todos éramos felices, como el pensil de las virtudes ciudadanas, porque también se las traía en materia de trasgresiones y de ataque a los principios básicos de la concordia ciudadana, pero cualquier comparación, por ligera que sea, habla bien del ayer y muy mal de la actualidad. Hemos caído en un abismo de atrocidad y grosería que no tiene parangón, o que pudiera encontrar relación con la postración posterior a las guerras civiles del siglo XIX que fuimos superando progresivamente hasta fundar maneras equilibradas de cohabitación.

 

 

 

Maduro es el prototipo de esa venezolanidad creada por Chávez que él ahora celebra: sin luces, sin interés por la construcción de un proyecto sensato de patria, sin una visión elevada de los propósitos colectivos, sin expresiones de urbanidad, productor de un vocabulario violento y permitidor de los desmanes de su equipo, es la encarnación de un entendimiento de la vida que continúa para escarnio generalizado. Por eso celebra, por eso se regocija, desgraciadamente. Pero mucho peor, por eso lo escogió Chávez, por eso lo dejó en el trono. Un individuo cuya vocación era destruir, cuyo empeño era el menoscabo de una congregación de personas que no era sino un escollo para su mandonería, una barrera para sus desmanes, quiso que lo sucediera un discípulo aventajado en el oficio de echar a la basura las reservas que resistían su brutal acometida.

 

 

 

Elías Pino Iturrieta@eliaspino

epinoiturrieta@el-nacional.com

 

 

Don Ezequiel

Posted on: febrero 5th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Como cualquier propietario prudente, don Ezequiel hizo fila para reclamar el pago del bono. Debía aprovechar la ocasión que concedía el gobierno para los que perdían una parte esencial de su propiedad por una decisión que había provocado numerosas polémicas. Para limar asperezas, el presidente se puso a ofrecer indemnizaciones que los tenedores del bien que se les quitaba se apresuraron a aceptar, aunque algunos a regañadientes. Estamos en 1855, un año después de que el general José Gregorio Monagas decretara la abolición perpetua de la esclavitud que produjo las incomodidades que ahora se subsanaban. Allí, en esa subsanación, en esa búsqueda de arreglo, en esa cola de hoscos solicitantes estaba don Ezequiel con los papeles de sus negros, con la identificación precisa de cada uno de ellos, tras el objeto de cobrar el “bono de esclavitud”, para cuya cancelación se había dispuesto la suma de 5 millones de pesos. Algo de la estrambótica cantidad le tocaba en estricta justicia, consideraba, pues su finca perdió brazos debido al afán abolicionista del mandatario. Como cumplió con los requisitos, se hizo de unos papeles de la deuda pública que negoció en el comercio de la capital.

 

 

 

Habían quedado atrás sus tiempos de pulpero en Villa de Cura, cuando vendía o compraba mulas entre los campesinos y leía en voz alta los editoriales de El Venezolano que mandaba desde Caracas don Antonio Leocadio con unas banderas amarillas de la oposición. Ya no era el gritón local de los liberales a quien se había birlado por oscuras artes una candidatura de representante de su comarca, ni el oficial condenado a muerte por pedir “tierras y hombres libres” en el comienzo de las contiendas civiles. Después de librarlo del paredón debido a la atracción que le produjo su coraje en los combates, el general José Tadeo Monagas le había encomendado altas funciones en la milicia, entre ellas la de conducir a Páez al cautiverio. Al pasearse por los caminos con el Centauro cargado de cadenas, con el lancero de Carabobo convertido en individuo minúsculo, don Ezequiel se hizo más notorio, más estelar. Pero la suerte también lo acompañó en el cultivo de la parcela familiar. Casó con doña Estéfana, una viuda que no solo tenía haciendas, sino también la misma sangre de don Juan Crisóstomo, su hermano, valiente conductor de tropas, lector de poesía y encarnación del regionalismo occidental. La boda fue oficiada por el arzobispo con la primera dama de la república como testigo, para que no quedaran dudas sobre su consagración en la cúpula de la sociedad.

 

 

 

Durante el período de su ascenso, y especialmente cuando se discutía la abolición de la esclavitud, sonó el nombre de un tal Luis Blanc, que era vocero en Europa de lo que hoy llamamos socialismo utópico, pero no hay constancia de que don Ezequiel estuviera enterado de sus propuestas. Supo algo de la Revolución Francesa por los cuentos de un cuñado alsaciano, y sobre “principios de igualdad” de los cuales hablaba en las tertulias un abogado cercano a la parentela. La indemnización que pidió por sus esclavos respondió a lo habitual entonces, a un acomodamiento social y a un crecimiento de fortuna material que no admiten reproches porque nadie lo vio entonces metido en los pillajes de don José Tadeo, ni en trabajos de carbonario madrugador. Más tarde, durante la Guerra Federal, fue compasivo con sus soldados y se ajustó a la rutina de modestia de los campamentos, mientras ofrecía la sorpresa de mostrarse partidario de cortar la cabeza de los enemigos que supieran leer y escribir. También es comprobable su sabiduría en el manejo de las batallas, solo desmentida por apresuramientos de última hora que lo llevaron a la muerte cuando se perfilaba como líder de los caudillos que terminarían en la casa de gobierno.

 

 

 

Si esta aproximación es verosímil, presentar a don Ezequiel como pionero del socialismo del siglo XXI es tan disparatado como la decisión ya vieja de los adecos de bautizar con su nombre una universidad. Una casa de estudios cobijada en el regazo del anunciador de una escabechina de usuarios de los lápices y los libros fue una enormidad, capaz de animar la peregrina interpretación del personaje que hacen hoy los chavistas.

 

 

 

 

Elías Pino Iturrieta

@eliaspino

 

De Bolsa a San Francisco

Posted on: enero 22nd, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

El Palacio de las Academias está situado en el centro de Caracas, frente al edificio del Capitolio Nacional. En su parte posterior colinda con la sede del CNE. A su lado funciona el Centro Nacional de Historia, un organismo oficial convertido en tutor de la memoria de la sociedad por disposición del comandante Chávez. Antes estaban allí la Biblioteca Nacional y la antigua Corte Suprema de Justicia, pero ahora se encuentran los despachos de los historiadores oficialistas. En la esquina se levanta el templo de San Francisco, joya de procedencia colonial en cuya pila fue bautizado el niño Simón Bolívar y en cuya cercanía escribió el padre Navarrete su Arca de Letras y Teatro Universal, uno de los volúmenes fundamentales de nuestra más arraigada cultura. Cerca también están las oficinas parlamentarias y el edificio de los tribunales. Si caminamos dos cuadras llegamos a la plaza Bolívar, o a la Catedral, o a los despachos de la Casa Amarilla, o a la capilla en la cual se firmó el Acta de la Independencia en 1811.

 

 

 

Durante el siglo XIX el Congreso sesionó en los salones del Palacio de las Academias, que también fue sede de la Universidad Central de Venezuela hasta su mudanza hacia los alrededores de Plaza Venezuela. Lo más importante de la cultura republicana se gestó en sus aulas. Los periódicos de la naciente nación se concibieron en sus pasillos. Sonoros ataques contra Guzmán y Crespo encontraron origen en las algaradas de los jóvenes que allí habitaban. Los primeros pasos de la Generación de 1928 se dieron en sus claustros. En una de sus escaleras fue asesinado Eutimio Rivas en 1936, cuando clamaba por la libertad del pueblo. Durante el régimen de Pérez Jiménez se convirtió en asiento de las academias nacionales, que han funcionado allí sin contratiempos hasta la madrugada del pasado sábado, festividad de la Divina Pastora. Tan dedicada que estaba a la multitud de sus feligreses, la imagen no protegió con su manto el lugar que nos viene ocupando.

 

 

 

Los delincuentes protagonizaron entonces una faena de destrucción. Violentaron los portones, echaron por las escaleras los papeles de las instituciones, tumbaron algunos retratos de ilustres miembros de las instituciones, saquearon los escritorios y los pusieron patas arriba, se llevaron muchas pertenencias de los empleados y cargaron con unas ochenta computadoras. Más allá del hurto, destaca la alevosía que caracterizó la acción. Los hampones se empeñaron en dejar testimonio de su desprecio hacia los bienes de la cultura, hacia el trabajo silencioso que allí se realiza, hacia la faena de cuidado de los valores esenciales de la sociedad que allí se lleva a cabo. Una casa resguardada con especial afecto por los académicos fue transformada en un desorden de objetos y en un bochorno para los valores que custodia. Un espacio ocupado en la atención de las actividades de mayor trascendencia que ha realizado la sociedad desde sus orígenes amaneció como una casa llana. Se vivió, por lo tanto, una especie de escena de las viejas y deplorables guerras civiles, una evidencia de barbarie que solo en horas de profunda mengua puede presenciar el pueblo. Ídolos rotos.

 

 

 

Por la entidad de los organismos públicos que funcionan en el centro de la ciudad, y por la calidad histórica de sus edificaciones y objetos, fundamentales para la sensibilidad colectiva, el actual régimen determinó que el centro de la capital es Zona 1 en materia de seguridad. Debe ser otra decisión jocosa de las autoridades, otra burla habitual; no en balde también ha asegurado el oficialismo que, desde el punto de vista de un supuesto rescate político, se trata de un territorio vetado para la oposición, de una parcela libre de escuálidos macabros y apátridas. La actual directiva de la AN visitó la sede mancillada, publicó un comunicado de solidaridad con las academias nacionales y comprometió sus oficios en la búsqueda de eficaces medidas de seguridad para el resguardo de la edificación. Estamos ante la única muestra de civilidad que han recibido las academias nacionales. Vino la policía, no faltaba más, pero el resto de los poderes públicos han guardado una rotunda mudez.

 

 

EL Nacfional

Elías Pino Iturrieta

@eliaspino

La prohibición del abucheo

Posted on: agosto 30th, 2015 by Maria Andrea No Comments

Los hechos ocurridos hace poco en cayo Sal son elocuentes. Parecen asunto nimio, pero están llenos de lecciones que se deben considerar con la debida atención por la amenaza que significan para el desenvolvimiento democrático, si consideramos, quizá con ingenuidad, que existe algo parecido a ese desenvolvimiento civilizado y de cuño republicano que todavía se debe resguardar. Los hechos indican que la posibilidad de reaccionar contra el régimen desde una posición ciudadana está descartada del todo, o se hace cada vez más inaccesible, pero tal vez no se pierda aún, como suele suceder en la arena de una playa, la tinta que se use para reprobar el atentado que entonces se llevó a cabo por la policía del lugar.

 

 

¿Qué pasó en cayo Sal, de acuerdo con las imágenes y con las informaciones que han desfilado frente a nuestros ojos? Los bañistas disfrutaban de una jornada de solaz cuando se percataron de la presencia de la ministra de Turismo acompañada por la gobernadora del estado Falcón, quienes hacían trabajos de inspección de la zona. A muchos no les gustó esa presencia, sino todo lo contrario, y comenzaron a gritar. Exigieron de manera enfática que las funcionarias abandonaran el lugar en el cual procuraban la tranquilidad que seguramente les negaba su calvario habitual de trabajo. Querían estar solos frente a los marinos panoramas, sin saber de las penurias cotidianas ni de quienes, según lo que probablemente sentían en el fondo de su corazón, eran responsables de ellas. ¡Fuera!, corearon con todas las ganas del mundo, y después lanzaron consignas contra el gobierno. No pasaron del coro a la agresión física, ni intentaron una acción capaz de poner en peligro la seguridad o la vida de las burócratas calificadas de indeseables. Las protestadas pusieron pies en polvorosa, no en balde la repulsa era cada vez más estentórea, con el deseo de cerrar un capítulo de presión y rechazo que podía llegar así a su conclusión natural. Pero no terminó entonces el episodio, por desdicha. Después, una media docena de los playeros protestantes fue conducida a la cárcel, entre ellos una joven que fue golpeada con saña de acuerdo con la denuncia de sus familiares.

 

 

Si existen las protestas espontáneas, las reacciones naturales contra una situación que se considera injusta o incómoda, el salto de la liebre de donde menos se espera, la náusea que tiene necesidad de explotar por órdenes del organismo, estamos ante uno de sus ejemplos indiscutibles. En cayo Sal nadie pensaba pasar de la vacación a la política. Los bañistas solo querían mirar hacia el azul horizonte, de espaldas a la cruda realidad. Estaban de escapada, sin ideas que no fueran las de pasar un buen rato. Por consiguiente, la protesta no fue planificada. No tuvo líder, ni comandos, ni barra, ni banderines alusivos, ni micrófonos ni dólares apátridas. Salió del fondo del alma, como sucede en ciertas ocasiones memorables. La presencia de las funcionarias fue una cortina pesada que impedía la contemplación de un paisaje que era cuestión de vida o muerte, de salud implorada frente a la nacional patología, dadas las circunstancias de carestía y ofensa frente a las cuales querían los bañistas establecer una distancia sana. Era un paisaje que no admitía interferencias. Las funcionarias, en cambio, eran la negación de la felicidad, la memoria de los horrores y los desmanes que podían encontrar pasajero remedio a la orilla del mar. En consecuencia, estalló el abucheo. ¿Puede suceder algo más natural, más sencillo y cristalino?

 

 

Como en los tiempos de Gómez y Pérez Jiménez tales expansiones están prohibidas, si advertimos la persecución y la cárcel efectuadas contra unos ciudadanos indefensos y desarmados que quisieron, aunque fuera apenas por un rato, sentir que vivían lejos del infierno. El infierno puede enviar representantes a los sitios de veraneo, sin que nadie se ponga a patalear por lo que debe juzgarse como compañía habitual. Solo están permitidos los “paraísos socialistas”, los asuetos controlados por la autoridad. Cayo Sal fue un desvarío inadmisible. Los ciudadanos no se pueden entusiasmar con el capricho de imaginar que existen lugares mejores para “vivir viviendo”.