#Opinión: Hacer historia por Elias Pino Iturrieta

Posted on: febrero 15th, 2015 by Zacha Escalona No Comments

Es cierto que el autoritarismo ha determinado, en grandes tramos temporales, la política venezolana. Desde la Independencia, la influencia de un solo hombre poderoso, o relativamente poderoso, ha marcado la marcha de la sociedad. Sobran evidencias sobre tal fenómeno, pero lo adecuado sería llamar la atención sobre un enfrentamiento entre la arbitrariedad y la institucionalidad, a través del cual se observa el desarrollo de dos tendencias que  han chocado cuando han tenido oportunidad sin llegar a un desenlace definitivo. Se trata de una lucha librada en el tiempo que puede encontrar la meta en nuestros días, cuando vivimos el trabajoso capítulo de una evolución susceptible de acceder a resultados de trascendencia.

 

Cuando hablamos de historia generalmente nos separamos de ella, como si fuese en esencia obra de los antepasados, o como si ella se dirimiera de preferencia en los campos de batalla, pero la hazaña de fabricar una sociedad es una trama sin solución de continuidad en la cual se incluyen los empeños y las esperanzas de una carrera como la que se experimenta hoy en medio de grandes escollos y de la cual todos formamos parte sin alternativa de dejación. Estamos envueltos en un acontecimiento de carácter colectivo cuyos rasgos se relacionan con capítulos anteriores de una búsqueda de libertad, o de un consentimiento de las opresiones que ha tenido desarrollos fundamentales. La encrucijada frente a la cual estamos nos pone en la posibilidad de vincularnos con victorias o fracasos anteriores, de seguir tejiendo la madeja de un hilo cuyo origen es antiguo y de cuya extensión somos responsables ahora como lo fuimos en los siglos XIX y XX.

 

Pese a que parece disminuido, el desarrollo del movimiento que se ha formado en los predios de la oposición guarda relación estrecha con capítulos del pasado que no han encontrado establecimiento sino de manera fugaz, pero de cuya consolidación puede depender la culminación de un anhelo de republicanismo que apenas se ha desarrollado a medias debido a la presión de factores como el personalismo y el militarismo. En la última década, el republicanismo ha cobrado un auge que se manifiesta en una mayor presencia de los individuos convertidos en ciudadanos, especialmente entre los sectores juveniles, alejados ahora de la indiferencia de otras épocas frente al bien común. La prolongación de un personalismo anacrónico, pero también el tamaño de los disparates que ha promovido, han servido de alimento a un interés por los asuntos públicos que parecía paralizado o que apenas a veces se asomaba con reticencias, han puesto en marcha un motor que tenía tiempo sin encenderse pero que  puede hacer carreras de largo aliento. Los animadores de ese motor son gentes sencillas de todos los ámbitos que ocupan el centro de la escena tras el propósito de introducir reformas sustanciales en las maneras de entender la vida y las formas de administrarla, quienes ocupan el papel de protagonistas de una historia tan histórica como la sucedida antes, en los llamados tiempos heroicos, pero sin necesidad de proclamar la guerra ni de desenvainar la espada como los chafarotes de antes.

 

Sin mesnadas de lanceros, se está fraguando un nuevo proceso histórico contra las reliquias de un pasado nefasto, contra los restos de una colectividad pasiva y parasitaria que puede tener las horas contadas. De allí el surgimiento de un masivo movimiento heterogéneo que solo a medias se preocupa por el magnetismo de un líder, o por lo que pueda hacer él desde las alturas, porque quienes lo integran están hartos del papel de borregos que no pocas veces hicieron los antepasados y porque están dispuestos a participar en un renacimiento que no puede ser obra de un solo individuo sino de todos en general. En eso consiste la historia, desde el nexo con lo que se ha hecho o se ha dejado de hacer hasta ahora, pero también desde la imperiosa necesidad de cambiarla antes de que la permanencia de un personalismo mediocre y autoritario la paralice o la estorbe todavía más.

 

 

epinoiturrieta@el-nacional.com

Contar la revolución

Posted on: septiembre 29th, 2013 by lina No Comments

“Es que no nos dejan contar la revolución”. La ministra de Educación dijo así hace poco, o expresó algo parecido ante las críticas que han abundado sobre el contenido de los libros de texto para educación primaria que su despacho ha puesto en circulación.

 

Ante la proliferación de reproches, se conformó con referirse a un deseo que muchos individuos, especialmente los que podemos influir en la opinión pública, tenemos de impedir que el movimiento político que representa relate sus proezas a los niños de Venezuela.

 

Lamentable declaración, estimada ministra, debido a que el gobierno que usted representa cuando deja la siesta, no ha sido parco a la hora de decirnos cómo ha hecho del país una maravilla. Ni siquiera ante la presencia de los educandos.

 

No sé si pudo notar después de salir de su modorra, estimada ministra, cómo el desaparecido presidente Chávez no desaprovechó ocasión de acercarse a los niños para convertirlos en miembros de su comitiva en actos de proselitismo a través de los cuales, si no tuvo tiempo de ponerse a echar el cuento de sus hazañas, los hizo formar parte de ellas, que es lo mismo o es peor.

 

Fueron numerosas las oportunidades, en tres lustros de “revolución”, que utilizó el jefe del Estado para mostrarse como apóstol que recibía a los infantes enloquecidos por acercarse a su benefactor, por mostrarse ante las cámaras como entusiastas beneficiarios de la gestión bolivariana.

 

Es esa una manera de “contar la revolución”, sin duda la menos aconsejable, pero destinada a construir un relato cuyos destinatarios son los párvulos que se pueden acostumbrar, como parte de una malévola rutina y en la medida en que van creciendo en el centro de un escenario manipulado desde las alturas, al seguimiento fanático de una causa.

 

Pero esa es apenas una parte del lamentable asunto, quizá de poca monta si uno se limita a tratarlo desde el punto de vista estrictamente pedagógico que a usted compete. Resulta, estimada ministra, que los libros de texto de las escuelas primarias no son para “contar la revolución”.

 

En términos generales, claro está, porque una colega, persona de esas macabras que la tienen cogida con el Gobierno, me regaló un manualito de los tiempos de Perón en el cual tal vez se pudo fijar su despacho cuando mandó a redactar los que ahora criticamos. Sus páginas encierran una apología de los milagros de Evita, suficiente para clamar por su canonización. Sus ilustraciones representan a una modesta señora, de lo más parecida a las estatuas del santoral, ante cuya presencia sólo provoca rezar, aparte de lamentar que haya marchado temprano a sentarse a la derecha del Padre.

 

No es un manual elemental de historia de la Argentina, capaz de ofrecer rudimentos de comprensión sobre la evolución de su sociedad, sino el catecismo de la bienaventurada Eva Duarte a quien la patria llamó a la inmortalidad. Hay manuales de la misma laya en las escuelas de Cuba, para la elevación de Fidel Castro a los altares; pero en las repúblicas democráticas, tanto en la Venezuela del pasado reciente como en la mayoría de los países de la actualidad, los ministerios del ramo no se ponen a ensalzar los atributos de sus respectivos gobiernos, o las cualidades de un líder, para que los niños los consideren como brújula indiscutible, o para que aprendan a utilizarlos como armas contra la gente que piense distinto.

 

No se refieren ahora ejemplos de la extinta Unión Soviética porque son demasiado obvios, aunque no tan lejanos en materia de inspiración.

 

Los libros de texto no son para “contar la revolución”, estimada ministra, a menos que pretenda usted la creación de una generación de niños idiotas que serán después adultos babosos y serviles a disposición de un proyecto político.

 

No sólo por lo que se ha aludido, sino también por el problemón en el que usted se metería si toma en serio la misión de echar el cuento completo. Peliagudo asunto. ¿Cómo narraría a los niños, de manera sencilla y comprensible, una crónica de oscuridad, de corrupción y depredación, de incompetencia y mediocridad que los haría saltar de los pupitres? Ante el reto “más le valiera estar duerme”, como dijo nuestro poeta decimonónico.

 Elias Pino Iturrieta

El Papa normal

Posted on: agosto 4th, 2013 by lina No Comments

 

Cuando regresaba de Brasil, Francisco dijo algo poco habitual en los labios de un pontífice romano: “Debemos acostumbrarnos a ser normales”. Así lo manifestó el hombre que se sienta en una cátedra propia de magisterios ante quienes se guarda respeto sacrosanto y de los que se ha pregonado infalibilidad.

 

La declaración le otorga peculiaridad entre los sucesores de Pedro pues de la sugerencia de normalidad se desprende una conducta demasiado inusual en una autoridad de su tipo. De allí la obligación de un comentario capaz de ponderarla en lo que tiene de promisorio, según se intentará de seguidas sin la tentación de honduras teológicas.

 

El simple hecho de que Francisco dijera eso en una rueda de periodistas es excepcional. Nunca, o casi nunca, se ha visto a un papa dispuesto a recibir los dardos de los entrometidos y a ofrecerles el pecho sin que los escuderos revisen la cantidad de veneno que puedan traer unas armas desacostumbradas a buscar el pellejo de los pastores revestidos de sotana blanca.

 

Pero no sólo se enfrentó a la inédita escaramuza sino que además la sorteó como pez en el agua. Sin traspasar los límites de quien preside una institución con reglas y confines definidos –de los cuales es custodio y tributario–, no sacó el cuerpo cuando la jeringa punzó en asuntos alejados del lenguaje público de los obispos de Roma, como por ejemplo los relacionados con manejos turbios de la banca vaticana, con casos de una probable connivencia de homosexuales para influir en la toma de decisiones en la curia y con escándalos de espionaje en el palacio apostólico, al estilo de cualquier jefe de Estado en sus dominios profanos, si no supiéramos cómo evitan muchos de ellos las confesiones a las que están obligados.

 

Tal vez la actitud no conduzca a un cambio drástico en asuntos tan espinosos debido a la resistencia que debe provocar un remedio que no depende de una sola voluntad –así sea la voluntad suprema–, pero que se ventilen como lo hizo el flamante Papa es simplemente extraordinario.

 

Como fue extraordinaria la referencia que hizo antes sobre la laicidad de los Estados. En su entendimiento de la realidad, de acuerdo con lo que expresó, existen dos alternativas de dominio, la temporal y la espiritual, con ámbitos perfectamente definidos. No descubrió el agua tibia, puede decir quien no advierta que no está hablando un mandatario celoso de su parcela sino la cabeza de una institución que trató de evitar la separación de las dos potestades para imponer el predominio de la Iglesia desde la época de los reyes católicos, en lo que incumbe a la historia latinoamericana.

 

Ahora la separación no depende de arduos tratados que se resuelven o se deben manejar de manera específica. Lo antecede una declaración pontificia según la cual la política no es, en ningún predicamento, sinónimo de sacristía. Todavía más: consideró la necesidad de la supremacía de los Estados en relación con el movimiento de los credos en los territorios de su incumbencia. Una lección para las jerarquías y para los fieles que han aceptado a regañadientes el predominio de la autoridad civil, pero también para los políticos que pretenden hacer su travesía con Dios y con los santos como consejeros y aún como cómplices. También una elocuente objeción frente a las perjudiciales y anacrónicas teocracias, para los que nos gusta leer entre líneas.

 

Si la conducta del Papa es imitada por los obispos y los sacerdotes, se puede augurar una renovación de la Iglesia Católica que no se limite al fortalecimiento de influencias institucionales y administrativas, pero estamos ante una actitud que supera los límites de lo estrictamente religioso.

 

Estamos ante un esfuerzo de comprensión de la contemporaneidad desde una plataforma de humana modestia, de terrenal limitación, como pocas veces ha planteado frente al prójimo un hombre de poder en nuestros pretenciosos tiempos. Invita a un desafío de naturaleza superior a lo propiamente pastoral, capaz de anunciar el nacimiento de un liderazgo mayor al que puede aspirar un pontífice en la actualidad, por muchas razones –algunas de las cuales se han esbozado aquí–, pero especialmente porque Francisco no quiere hablar como encíclica.

 

 

epinoiturrieta@el-nacional.com

 

Temporada de videos

Posted on: junio 16th, 2013 by lina No Comments

Lo público y lo privado son instancias distintas de la vida de la sociedad y de la peripecia de los individuos, hasta el punto de que las leyes se ocupan de establecer expresamente sus linderos. Corresponden a espacios diversos, condenados a juntarse, pero también a mostrar una singularidad a través de la cual se determina que no son lo mismo.

 

Lo privado explica lo público debido a que lo interpreta desde la intimidad de los aposentos, desde el detalle de los diarios personales, desde las cuentas quejosas del ama de casa o desde el sigilo de los sobres lacrados, por ejemplo; traductor fiel y habitualmente certero de los episodios que suceden en la calle porque no está sujeto al escrutinio de la sociedad, ni a la presión de los poderes establecidos.

 

Es un espacio que merece protección porque constituye una alternativa de libertad del hombre sencillo, pero también del personaje influyente, cuyas respuestas frente a lo que sucede más allá de los contornos que domina son un testimonio imprescindible de lo que de veras importa a los seres humanos frente a los desafíos de la realidad. La confusión de tales escenarios, inocente o intencional, produce un revoltillo peligroso e indeseable.

 

Lo privado también incumbe a los políticos, o a la gente con poder y dinero, y nadie tiene el derecho de entrometerse en las cosas que manejan con sus amigos y colaboradores a menos que el bien común corra un riesgo severo e inminente.

 

Las leyes los protegen, así como se ocupan de custodiar las reacciones del sujeto humilde que desembucha reproches contra el mal gobierno frente a su resignada esposa. Pero desde hace tiempo han perdido ese derecho, ese respiradero, esa alternativa legítima de comunicación sin trabas. Un enjambre de micrófonos y cámaras ocultas se ha ocupado de convertir en teatro abierto lo que en principio está destinado a un grupo reducido de interlocutores.

 

Seguramente estemos ante un entrometimiento que viene del período de la democracia representativa, fisgona como otras administraciones, pero no se había convertido en herramienta de descrédito ni en espectáculo masivo como sucede en los tiempos de la “revolución”.

 

En la última década lo privado de los políticos, o de los empresarios, se ha exhibido en lamentables emisiones de televisión que transmite el canal del Estado, o en programas de albañal dependientes del régimen, divorciados de la legalidad y separados de lo que habitualmente uno ha considerado como decencia.

 

Se trata de machacar la perversidad del enemigo para que el pecado deje de ser supuesto y se convierta en verdad incontestable, para que nos sintamos rodeados de sujetos ominosos que se deben eliminar mediante meticulosos trabajos de sanidad, para reafirmar la sensación de una cruzada capaz de conducirnos a un estadio de republicana pureza para cuyo establecimiento vale cualquier tipo de método.

 

La operación aberrante, la zancadilla prohibida por las reglas elementales de las colectividades civilizadas, ya no son monopolio de los manipuladores de la opinión al servicio del oficialismo. Ahora forman parte del arsenal de la oposición, que ha iniciado escaramuzas mediante la utilización de armas idénticas.

 

Quizá los que se estrenan en ese tipo de faena no sean expertos en espionaje como sus rivales, sino apenas inseguros aprendices; ni manejen los recursos que ellos manejan, ni hayan pasado hasta ahora por propaladores de porquerías como aquellos que los han precedido en numerosas puestas en escena, pero los están imitando con una fidelidad pasmosa.

 

Ahora quieren medir con la vara que los ha medido, y parecen satisfechos por el debut en una parcela que jamás habían cultivado.

 

Tanto, que anuncian la aparición de nuevos capítulos. Tanto, que parecen disfrutar el nuevo rol que les ha deparado un declive moral que no han promovido, pero en el que comienzan con entusiasmo a participar.

 

¿Han sentido el olor del pantano que comienzan a mover? ¿Saben que, con sus grabaciones y sus videos, pueden provocar generalizaciones injustas? ¿Se han preguntado si la sociedad que los apoya merece que la involucren en ese tipo de tarantines deleznables? Deberían recordar que lo privado explica lo público, y usualmente llega a conclusiones implacables.

 

Elias Pino Iturrieta

 

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El Tejerazo venezolano

Posted on: mayo 5th, 2013 by lina No Comments

Las analogías son peligrosas, pero el parentesco de los detalles no parece rebuscado

 

Antes de que sucediera la agresión contra los diputados de la oposición que ha conmovido a la sociedad, el teniente de la AN dijo así desde su micrófono dictatorial, más o menos: «Aquí no hablan. Que vayan a declarar a Globovisión, o a El Nacional y a El Universal».

 

A las militaradas ramplonas se les ve la costura, como en el caso del Tejerazo contra la representación nacional de España, tristemente célebre. Sólo es cuestión de dejar hablar a sus cabecillas, de permitirles un breve comentario, de escucharlos un poco. Ellos solos, sin necesidad de ayuda, movidos por la espontaneidad, descubren sus oscuros propósitos.

 

La AN es el único gran espacio creado por la república y avalado por la Constitución, en cuyo seno puede la oposición manifestar sus puntos de vista, debatir con el régimen y defender intereses de manera legítima en nombre de los electores.

 

Es la tribuna máxima, si se considera dentro del marco legal en forma genérica, pero también una de las pocas con proyección nacional, en medio de las limitaciones que se le imponen cada vez más a la libertad de expresión y ante las aplanadoras informativas de la «revolución».

 

Con los medios privados amenazados por el alicate oficial o conminados a la autocensura, con la compra del único canal de TV que se oponía sin reticencias al gobierno; con las campañas de descrédito contra periodistas y comentaristas capaces de crear tendencias importantes de opinión pública, o de comunicar la voz de la oposición, las posibilidades de contacto con la sociedad se venían reduciendo, casi del todo, al hemiciclo de la AN.

 

La representación de una inmensa porción del electorado apenas podía manifestarse mediante los debates parlamentarios, pues ni siquiera tenía acceso a los servicios informativos de su institución, mucho menos a las facilidades concedidas a los diputados del PSUV, pero disponía de una plataforma para relacionarse con el pueblo que la eligió.

 

El ataque brutal a que fueron sometidos los representantes de la alternativa democrática, precedido por el anuncio paladino del teniente de la AN, comentado al principio, pone en evidencia los objetivos de un plan para silenciarlos del todo.

 

Antes se podía tolerar la voz malsonante, pero el panorama ha cambiado. El irrisorio provecho que ha generado la liturgia del «Cristo de los pobres», el discutible resultado electoral, la mengua estrepitosa de los votos del PSUV, la posición banderiza del CNE durante el desarrollo de los sufragios y ante la solicitud de una auditoría posterior al escrutinio, las goteras que se advierten a diario en el techo del ciudadano Maduro y el fortalecimiento del liderazgo de Capriles han puesto a los cabecillas del oficialismo en una situación de aprieto, en un rincón de evidente precariedad partiendo de los cuales pretenden obtener por la fuerza los favores que la realidad les niega.

 

Lo que empezó con la depuración de la burocracia y con la fragua de un teatro de violencia que no han logrado el objetivo de provocar la mengua de las posiciones contrarias al régimen, ni el decaimiento de la influencia de la figura estelar de la oposición, se da prisa ahora en la ejecución de conductas dispuestas a la negación de una institucionalidad cuya permanencia conciben como un dominio totalitario.

 

De allí la violencia contra los representantes de la oposición en la AN, llevada a cabo sin ningún tipo de recato y violatoria de la legalidad en términos absolutos.

 

¿Golpe militar, como el del fracasado Tejero en España? No sacaron los tanques a la calle porque a estas alturas de la historia no conviene la exhibición de hierros castrenses, pero no dejaron de mostrar la orientación cuartelaría del procedimiento.

 

Los animadores de la tropelía fueron dos milicos sin uniforme, el teniente retirado Cabello y el capitán súper retirado Carreño, como para que no quedase duda del origen de sus intenciones, de la manera perentoria y disciplinada de ejecutarlas y del tufo falangista que impregnó el ambiente.

 

Criaturas de las casernas los dos, golpistas fracasados los dos, huérfanos los dos del padre que los engrandeció, sin nexos estables los dos con la convivencia propia de la civilidad, desesperados los dos ante la posibilidad de un descalabro del régimen que les puede permitir la permanencia en posiciones de mando, trillaron de nuevo los únicos senderos que les son familiares.

 

Se cuidaron de evitar una ostentación de charreteras, desde luego, pero planificaron una emboscada signada por la violencia que sólo cabe en la cabeza de quienes conciben el predominio a través de la creación de fuerzas de choque o de brigadas pretorianas cuya misión es la destrucción del enemigo.

 

Ya los golpes no se dan como en los tiempos tempranos del gomecismo, ni como en las horas auspiciosas del octubrismo, sino según la usanza de una militarada vergonzante que preside un comandante sin guerrera ni consistencia, y que teme a soluciones de cuño republicano para las cuales carece de vocación y de preparación.

 

El Tejerazo de España sorprendió al mundo y a la ciudadanía del país por la vulgaridad de su ejecución, por la trama burda que lo caracterizó, por todo lo que tuvo de anacrónico, pero también por la reacción apacible y digna de los diputados condenados a un pasajero secuestro.

 

De allí su fracaso sin atenuantes. Las analogías son peligrosas, ciertamente estamos ante eventos disímiles, pero el parentesco de los detalles no parece rebuscado. Tampoco resulta estrambótico imaginar una salida parecida.

 Elías Pino Iturrieta

eliaspinoitu@hotmail.com