El hotel del abismo

Posted on: mayo 18th, 2013 by lina No Comments

Lula, Rousseff, Mujica, Humala, Santos prefieren ser gestores semivírgenes de grandes negocios

Según Balzac en Europa del siglo XIX había ciertas damas del oficio dispuestas en la alcoba a todo lo que diera la imaginación, salvo la injerencia por la vía clásica. Así se mantenían incólumes para futuros y felices matrimonios, a los que llegaban íntegras. Se las llamaba semivírgenes. Brilla su parecido con varios tipos de personajes asociados a las semidemocracias o semidictaduras, novedosas excrecencias autoritarias con utilería democrática más o menos presentable, de renombre desde 1989. En Venezuela a partir de 1998 se degenera de una democracia en desarrollo a la semidictadura, mutación genética de la dictadura para adaptarse a la era global.

 

El concepto es original de Giovanni Sartori, pero lo desarrolla la politóloga Marina Ottaway en La democracia desafiada: el auge del semiautoritarismo (Carnegie Endowment: 2003). Con una apariencia de instituciones constitucionales, libertad de expresión restringida pero no inexistente, régimen de partidos y sindicatos aunque en jaque, el gobierno maneja a voluntad la Justicia, el sistema electoral y el Parlamento que cumplen funciones que «la revolución» les permite. Chávez, Kirchner, Morales, Correa y Ortega estupraron las constituciones para eternizarse gracias a «constituyentes», como pide FARC en Colombia, o a la invasión desembozada del Poder Judicial. Los «K» por el milagro del amor y la trasmisión conyugal del gobierno.

 

Morales, Correa y Ortega lo han hecho hasta ahora mejor que los otros, con la astucia de no asfixiar la vida económica. Mantienen países productivos, con sensatez y ayuda del petróleo venezolano. Venezuela, en cambio se sumerge en la parálisis, el colapso, al decir de Lukács «alquiló habitaciones en el hotel del abismo». En medio del Niágara de petrodólares es casi un damnificado y eso explica el «viraje» para pedir apoyo empresarial, a la «burguesía» en su pintoresco lenguaje. Las reuniones celebradas marcan el fracaso, la catástrofe, del delirio colectivista parido por la febril cabeza del caudillo difunto. Son gritos desesperados en el pantano.

 

La paradoja es que en los últimos meses se radicaliza la involución, pareciera asomarse una dictadura con menos disimulos y un uso rudo del Terrorismo de Estado. El nuevo gobierno cuestionado electoralmente, a caballo -o por el cabello- en una trapisonda, amenaza con prisión a opositores a diestra y siniestra, y encarcela un prestigioso general sin motivo. Desencadena una brutal represión con muertos y heridos, y atribuye la responsabilidad a las víctimas, en un acto de terrorismo judicial de la Fiscalía de la República. En Barquisimeto y otros sitios fue represión masiva y sádica.

 

Un golpe de Estado contra el Parlamento suspende el derecho de palabra y sigue con el linchamiento físico de los diputados. El cuestionado mandamás «cita a su despacho» representantes de grandes medios de comunicación, como cualquier tiranuelo de la triste historia latinoamericana. Vivimos el cruce entre una crisis política y el desplome económico. Pareciera que quieren pasar a una dictadura abierta al tiempo que la sociedad hierve de conflictos y amenazan el desabastecimiento y la inflación. La experiencia latinoamericana indica que apretar tornillos en una sociedad alzada es improbable y posiblemente fatal. A menos que habiliten paredones.

 

Durante los 80, los autócratas soltaron como brasas ardientes gobiernos usurpados, para que los demócratas enfrentaran la Crisis de la Deuda y la ingobernabilidad. Hasta ahora los movimientos opositores en semidemocracias han tenido suficiente inteligencia para participar en los maltrechos y deformes procesos y mecanismos institucionales, con resultados diferentes de acuerdo con la aptitud, suerte y coraje de los dirigentes. La democracia ganó con Yuschenko en Ucrania, perdió contra Lukashenko en Bielorrusia, y mientras triunfó con Toledo en Perú, fracasó con dirigentes radicaloides en Venezuela hasta 2005, para recuperarse a partir de 2006.

 

La izquierda latinoamericana se desplazó al centro en sus países, impulsa procesos de crecimiento económico con redistribución y fortalece las instituciones del Estado de Derecho. Pero la profunda falta de escrúpulos y principios huele mal en la camisa de sus líderes y apesta sus éxitos. Mientras los partidos que gobernaron Venezuela, inspirados en Betancourt, fueron profundamente solidarios con los perseguidos por las autocracias, ahora Lula, Rousseff, Mujica, Humala, Santos y varios otros prefieren ser gestores internacionales, semivírgenes de grandes negocios, que verdaderos estadistas.

 

Carlos Raúl Hernández

 

@carlosraulher

 

 

Historia de la estupidez humana

Posted on: mayo 11th, 2013 by lina No Comments

Marco Aurelio García recomienda a «Maduro y su equipo reflexionar» sobre los resultados electorales

 

«La estupidez es el arma humana más letal, la más devastadora epidemia, el más costoso lujo». Paul Tabori

 

Carlos Altamirano es uno de esos personajes «que nunca debieron estar ahí» y merece figurar en la Historia de la estupidez humana, el alucinante libro de Tabori. Era jefe del Partido Socialista Chileno a la caída de Allende y factor desencadenante del golpe de Pinochet.

 

Tres días antes de ese terrible 11 de septiembre de 1973 que segó un gobierno desestabilizado por su incompetencia, fábulas ideológicas y acciones demenciales, el flamante Secretario General retiraba el apoyo al Presidente, que queda colgado del paraguas.

 

La extrema derecha de las FFAA, hasta ese momento aislada, entendió la señal, tomó control del cuerpo militar y dio el golpe.

 

Para una mirada política menos descabellada esa era una torpeza impagable, pero en el interesante cerebro de Altamirano se trataba de una «jugada estratégica». En los tres años del gobierno de la Unidad Popular los radicales (siempre equivocados) se «preparaban para la confrontación final».

 

Con el golpe comenzaría la épica, la guerra civil, que ganarían para arrancar «la revolución en serio». Pequeñísimo error de cálculo que costó miles de asesinatos, torturas, desapariciones, hogares destruidos y diecisiete años de dictadura. El aviador se equivocó de cielo.

 

La alternativa chilena tenía la fatalidad ruda, tosca y terrible de Esquilo: dictadura de derecha o dictadura de izquierda. Una tragedia u otra.

 

Los planes de los revolucionarios radicales eran iguales a los de Pinochet, pero con piquete al revés: fusilamientos y cárceles. Lejos de lo que diga algún descolgado, Chile era un pobre país pobre, no «la Suiza de América».

 

A finales del siglo XIX llamaban así a Uruguay con bastante derecho, porque a partir de los gobiernos de Batlle y Williman, alcanzó niveles de calidad, vida y libertad democrática comparables con Europa, que se mantuvieron en el siglo XX. Hasta que el heroico desatino de los Tupamaros y los sanguinarios Escuadrones de la Muerte de extrema derecha, llevaron al golpe de Bordaberry también en 1973.

 

Pareciera que el talento de Altamirano desembarcó en Venezuela. Primero el asalto a la Asamblea Nacional, cisne negro que cambió el orden de las cosas. Se ha dicho que el monstruo bicéfalo del régimen se reparte los roles de policía bueno y policía malo, y que ambos planificaron la acción. De ser así peor, porque ninguna de las dos cabezas tiene más que aire.

 

Sería como descubrir sobre el Atlántico que el avión lo pilotean (con todo respeto) azafatas y sobrecargos. Luce cierto que el gobierno está en manos de locos y que la única barrera de contención era el caudillo desaparecido. Agavillamiento, narices y caras rotas, trazaron el Camino de Damasco para los parlamentarios democráticos vecinos.

 

Comienza entonces este viaje atroz de Nicolás Von Humboldt a las regiones equinocciales del nuevo continente, luego de burlarse del compromiso adquirido con los presidentes de Unasur para hacer una revisión seria de los cómputos electorales.

 

La única razón posible de esta exuberante gira por autoinvitación a Uruguay, Chile, Argentina y Brasil, era la libélula vaga de una vaga ilusión: que los gobiernos de Mercosur actuaran de cirujanos y le extrajeran el estilete en el plexo solar que le hundió el asalto a la Asamblea Nacional, en el que patearon mujeres (y niños recién nacidos, de haberlos), y los previos Auto de Fe y voto de silencio que el teniente Torquemada (¿o Torrequemada del Parque Central?) ordenó, como quien usa el derecho de pernada.

 

Y le puso el santo de espaldas. Ahora en el hervidero de los parlamentos democráticos, está en cuestión severa que el huésped del Radisson-Montevideo hubiera ganado las elecciones. No fue a Perú nada menos que la sede pro tempore de Unasur, cuyo Canciller le aconsejó tolerancia.

 

El paracanciller Marco Aurelio García, el «Maquiavelo brasilero», muy ligado al izquierdismo continental, recomienda a «Maduro y su equipo reflexionar» sobre los resultados electorales, y «la alerta que pasó de amarilla a naranja en Venezuela». Un fantasma recorre Latinoamérica: el desprestigio

 

Los gobiernos proponen diálogo. Si los «revolucionarios» asumen las recomendaciones, se complica el ala radical del PSUV, formada en 14 años de encono. Sí no, encrespamiento del país con inflación desbocada y escasez de productos. Después de esa tournée fatídica alguien quedó como «el caballero que la daga hiere/ si se la sacan lo matan/si se la dejan se muere».

 

Carlos Raúl Hernández

 

@carlosraulher

 

Los Miserables

Posted on: mayo 4th, 2013 by lina No Comments

Quieren apagar la denuncia con una «cadena» de joropos y corridos que exhorta al amor y la paz

 

A María Corina Machado

 

Jean Valjean es paradójicamente una caricatura. Al más noble, consecuente, solidario, afectuoso, heroico de los hombres, le pagan con traición todos los que recibieron su ayuda, al final hasta la hija por la que robó el pan que marca su destino de perseguido eterno. Víctor Hugo, conocido por «hugólatra», dejó a la posteridad con Los Miserables un culebrón que no mejoran el director Tom Hooper (2012), ídolos como Hugh Jackman, Russell Crowe, ni la diosa Hathaway.

 

En 1998 Bille August dirigió otra, protagonizada por Liam Neeson, Geoffrey Rush, Uma Thurman, y hay seis versiones más, una con Depardieu, otras con Belmondo y Jean Gabin. Pero el número es exagerado. Hombres o mujeres como Valjean, la decencia, no están solos, sino rodeados de otros, muchos, a los que se unen en la marcha vital, y no son únicos contra una humanidad «holísticamente» malvada.

 

El cadáver que «seguía muriendo» según Vallejo, se levanta al final del poema gracias al amor de quienes lo rodeaban. Una criatura perfecta, Catherine Zeta-Jones, colapsó emocionalmente cuando Michael Douglas contrajo cáncer de garganta. Hoy los Valjean: María Corina Machado, Julio Borges, Nora Bracho, D’Gracia, Ismael García, están rodeados de millones de hombres y mujeres que les dan fuerza existencial y están dispuestos a correr con ellos el mismo destino. Su entorno es la mayoría, el pueblo.

 

La tarde del 30 de abril en la Asamblea Nacional marca una nueva fecha conmemorativa, tal como el 4 de febrero de 1992, de hasta dónde una sociedad puede parir alimañas y el descarrío moral organizarse para avergonzar al homo sapiens. La reconstrucción de los hechos retrata la catadura de esa banda que triunfó en 1998 para desgracia de una nación que han podido arrastrar por los cabellos para humillarla en cualquier infecto rincón.

 

Lo ocurrido fue una típica acción revolucionaria, en la que la condición humana se reduce a un caldo de protozoarios. Todas las revoluciones contra la democracia son fascistas, independientemente de rojas, pardas o negras.

 

El revolucionario es la amoralidad encarnada y la «revolución» es la patente para cometer cualquier crimen, un fin «noble» que se autojustifica. Maltratar mujeres con la sonrisa llena de moscas, una nariz agusanada y ojos que eyectan liendres, está por debajo de la dignidad de cualquier ser vivo.

 

Son cadáveres que caminan «contra el capitalismo, la derecha, la reacción». En la práctica en defensa de la corrupción, la incompetencia, la ruindad y la infamia. Tienen muerta el alma.

 

La catadura moral de la cáfila que gobierna es menor que la mafia, que no reclamaba ninguna justificación ideológica para robar ni asesinar, no se enmascaraba en un seudodiscurso político y sus miembros se asumían como lo que eran sin más. A pesar de esto tenían un código de ética inviolable.

 

No agredían mujeres ni niños y a un conocido gángster de Chicago, lo ajustició su propia banda por matar la mujer de un pandillero enemigo. Dillinger, Al Capone, Genovese, Luciano, establecieron: el que se mete con las mujeres, incluso con las del enemigo, lo paga.

 

Era un código de honor que quien pertenece a vertederos revolucionarios no puede entender. En nuestro país Babyface estaría armado de su Thompson, para disparar a las diputadas.

 

Con alevosía incomparable, reptante, que hace parecer lores a humildes sietecueros, cierran las puertas del hemiciclo y, protegidos por guardaespaldas, lanzan contra diputados pacíficos y desarmados una carga de degeneración acumulada en 14 años de recoger basura. Una figura contrahecha por el exceso de proteínas, especie de Hecatonquiro con cerebro de lombriz, golpea diputadas, lo único capaz de hacer.

 

Luego quieren apagar la denuncia con una «cadena» de joropos y corridos que exhorta al amor y la paz. ¿Entiende que la operación busca pulverizar el precario prestigio del gobierno? ¿Autorizó el coup contra la Asamblea Nacional mientras disfrutaba del Circo Du Soleil?

 

El Padrino III termina con una estremecedora secuencia. Mientras Michael (Pacino) está en la ópera, los rápidos cortes de Coppola nos enseñan en diversos lugares y simultáneamente un set de ejecuciones ordenadas por él. Asesinos se deslizan al palco de un teatro y matan, en un salón del Vaticano y matan, una oficina bancaria y matan, y como fondo, las notas estremecedoras de Cavalleria Rusticana. Pozos de sangre.

 

Familias destruidas, llanto, dolor. Pero Michael Corleone recibe su castigo luego de la secuencia demoníaca de asesinatos ordenados por él. El crimen no paga, dicen.

Carlos Raúl Hernández

 

@carlosraulher

 

Un hombre perfectamente feo

Posted on: abril 27th, 2013 by Super Confirmado 3 Comments

Los resultados electorales fueron impugnables, pringosos, producto de Erinias o Euménides, deidades femeninas que tenían cuerpo de perro, alas de murciélago, en vez de cabellos, víboras, y cuyos ojos manaban sangre. Representaban la retaliación, noción de justicia en la violencia de la mitología griega. Para Esquilo eran hijas de la Noche y para Sófocles, de las Tinieblas. En el Derecho moderno la venganza es antagonista de la equidad. Las Erinias electorales son instrumento de un gobierno carente de moralidad e incendiado de rencor, que quiere destruir una parte de la sociedad.

 

La naturaleza torcida del CNE no la desconoce ni el más babieca, y la mitad del país, la Alternativa Democrática, apenas tiene un ejecutante en esa orquesta que toca en la cubierta del Titanic. El 14 de abril quedó desnuda la materia obscura del régimen ante el país y el mundo, urbi et orbi, y entró en una sombra de ilegitimidad gracias al temple de hierro de las fuerzas que desafiaron ventajismo, asaltos armados, inexistencia de honradez, del fascismo que controla el Estado. Y la crisis de legitimidad demuestra la manganzonería de los razonamientos que hubo que derrotar dentro de las fuerzas democráticas para meterse en la pelea.

 

Tiene humor oír los profetas del melindre, adivinos de bagatelas, decir que «el fraude demuestra» que ellos tenían razón en su insondable perspicacia. La práctica siempre será la demostración del saber, pero hasta el reloj dañado la pega dos veces al día y un personaje de Moliere pronosticaba todas las noches que «mañana saldrá el sol». Pero los doctores en fruslerías no querían participar en elecciones «… con ese CNE, con el sistema automatizado, captahuellas, sin depuración del REP, sin llamado a inscripción de nuevos electores». Y en esas condiciones había que participar.

 

En vez de laureles el fraudulerismo lleva una corona de lechugas fermentadas: que no se podía votar a menos que se eliminaran las máquinas de votación, en rapto de arcaísmo difícilmente comprensible pero que se expandió como un incendio de majadería política, contra toda evidencia. Al final llegaron al extremo de acusar al candidato y a la MUD de negociaciones turbias el 7-0 «para entregar el triunfo del pueblo». Esos eran los frauduleros, campeones mundiales en la disciplina de invitar a todo el mundo a inhibirse y quedarse en casa para rascarse la barriga.

 

Tampoco olvidemos sus convites a que la ciudadanía saliera el 23 de enero a enfrentarse con las hordas rojas, se comprende, con ellos a una prudente distancia en miles de millas. Cada vez hay menos, por cierto, aunque se inventan novelas dignas de Sherlock Holmes, con fantasmales personajes que roban información y se desmaterializan sin que nadie los conozca. Todos tenemos una cuota de mentecatez y eso no es criticable per se. El punto es cuando se transforman en tribunal de política, de la que saben menos que sánscrito, y con derecho a degradar y desacreditar a los que «dejan el pellejo» en el asunto.

 

El gobierno no iba a cambiar a las Euménides, ni eliminaría las máquinas, para complacer a cualquier buen ciudadano que lo pidiera sin votos en la Asamblea Nacional, máxime cuando las tutela un alcalde que es la encarnación de las bajas pasiones. Si el fraude estuviera en máquinas envenenadas por unos genios tecnológicos del mal, la diferencia no sería de 1% y no estaríamos frente a la arremetida de violencia, que usan como habitación de pánico. Quieren evitar por la fuerza que se aplique el algoritmo auditor que el sistema de votación electrónico contempla intrínsecamente. Más bien impedir que se aplique el sistema, lo que los hunde.

 

La trampa es manual: voto asistido violatorio de la ley, desalojo de testigos opositores a punta de pistola, sujetos que distribuían morrales de cédulas de identidad, hordas de camisas rojas en motocicletas, robo de votos y el posible extravío del testimonio físico de las operaciones electorales. Tal como en México durante los 70 años de fraudes del PRI, cuando Vargas Llosa habló de «la dictadura más perfecta del mundo». Desde 1998 a 2013 la Alternativa subió de 37% a (por ahora) 50% y el rojismo descendió desde 63% hasta 50% (por ahora). Explique Ud. cómo es que los rojos hacían la trampa automatizada perfecta.

 

Ahora apareció la prueba de plomo líquido. Los locos tomaron el siquiátrico y tienen la intención de defender el botín incluso por medio de una dictadura declarada. Es una nueva etapa. «Érase un hombre perfectamente feo», escribió Borges.

 

@carlosraulher

 

 

Fuente: EU

Por Carlos Raúl Hernández

El remolino

Posted on: abril 20th, 2013 by lina No Comments

Quemar sedes de partidos, negar a parlamentarios el derecho de palabra, torturar estudiantes.

Las grandes revoluciones de los siglos XVII y XVIII se hicieron para destruir el Absolutismo y crear repúblicas o monarquías constitucionales, para someter el poder a la ley y a otros poderes, según la doctrina de Montesquieu: solo se puede vivir en paz cuando los poderes se vigilan entre sí. A partir de ellas evolucionan los regímenes liberales, de muy corta duración, hacia la democracia representativa, constitucional o liberal. En el XX surgieron contrarrevoluciones que se llamaron a sí mismas «revoluciones».

 

Unas fueron las comunistas que decían proponerse profundizar, concluir, desarrollar los principios de la Revolución Francesa. Ir de la igualdad jurídica del Estado de Derecho a la «igualdad social». De la democracia representativa a la «democracia directa» y de la libertad formal a la «libertad real». Su hambre de cosmopolitismo declaraba que «el proletariado no tenía patria», sino que lo era cualquier rincón del planeta donde se construyera el socialismo. Luego derivaron al nacionalismo hermético.

 

Del otro lado el fascismo y el nacionalsocialismo querían, por el contrario, liquidar la herencia que Francia había dejado a la humanidad, como lo regurgitó Hitler en las tribunas, cosa que casi lograron él, Stalin y Mussolini con apoyo de «las masas», lo que hizo a Hayek sostener que «la libertad le importaba un bledo a la mayoría». Sin ese sustento popular no se hubieran mantenido en el poder ni desencadenado la destrucción y el horror.

 

Gracias al coraje inenarrable de un hombre recio, pero amable y benévolo, lleno de humor, que enfrentó todos los peligros por devoción a sus semejantes, Churchill, la pesadilla no tomó el mundo por asalto. Las revoluciones del siglo XX comenzando por la rusa de 1917, hasta la cubana de 1958, pasando por la alemana de 1933, la china de 1949 y demás, se hacen para restablecer regímenes absolutos, desmantelar la Declaración de los Derechos del Hombre de 1783 y perpetrar los peores crímenes conocidos.

 

Es el totalitarismo, y para Hannah Arendt las diferencias entre comunismo y nacionalsocialismo son más bien académicas o históricas, pues se trata de hermanos gemelos. Una oleada de terrorismo fascista se ha desatado en Venezuela a raíz de las cuestionadas elecciones del 14 de abril. Amenazas de encarcelar los líderes de la oposición, palizas callejeras a manifestantes pacíficos. Ocho personas asesinadas que con perversidad mefistofélica se atribuyen a quienes reclaman reconteo de votos, como en cualquier país civilizado con elecciones de final tan reñido.

 

Persecución a los funcionarios públicos «sospechosos» de haber votado por su conciencia. Quemas de casas de partidos opositores. Y la joya de la corona: la pregunta inquisitorial, el Auto de Fe con el que el presidente del Parlamento, contra la Constitución y la civilización, interrogó a los parlamentarios para de manera nauseabunda negarle su derecho fundamental: la palabra.

 

El fascismo italiano nunca fue totalitario, pese a que el término es de Mussolini. Demasiado desmañado e incompetente. A pesar de eso la noción común de fascismo se impuso por sobre el concepto y se identifica con totalitarismo, engloba al fascismo junto a los nazis y los comunistas. Hay así fascismos pardo, negro y rojo. No tiene sentido discutirla.

 

Si a los jóvenes en Barquisimeto los torturaron para obligarlos a cantar canciones chavistas, los camisas negras forzaban a sus adversarios a tomar aceite de ricino. Palizas, humillaciones públicas, incendios de comercios, saqueos de residencias privadas eran pasatiempo favorito de los grupos irregulares. Instrumento de los diversos totalitarismos es el Terrorismo de Estado con el manejo de los tribunales o terrorismo judicial.

 

El simple uso de los aparatos represivos o la modalidad que aprendieron muy bien en Cuba, Panamá y Nicaragua: la utilización de grupos paramilitares, que permite a los criminales en el poder decir que se trata de «reacciones espontáneas del pueblo» y confundir buena parte de la comunidad internacional que tiene ganas de dejarse confundir. Por fortuna en la era de la globalización la política se impone sobre el terror. La voluntad de hierro de quienes se juegan todo por la libertad y la democracia ha venido triunfando.

 

Hay que usar las brechas que se abren en el autoritarismo y nunca renunciar a ellas con el argumento infantil de que los bárbaros juegan sucio o harán fraude. La experiencia indica que, como en los ríos, cuando se cae en un remolino, no hay que dar brazadas locas sino nadar bajo el agua y salir adelante.

 

@carlosraulher

 

Pobre hombre nuevo

Posted on: abril 13th, 2013 by lina No Comments

Los totalitarismos envilecen, mucho más que las dictaduras tradicionales. El “hombre nuevo” de Hitler, Mao, Guevara y Castro, es una criatura moralmente derruida, inerme en manos del más insignificante burócrata.

 

En Cuba existe un pavoroso aparato de espionaje civil denominado Comités de Defensa de la Revolución, CDR, una de las creaciones más espantosas del hombre en su historia de causar dolor a los semejantes. En cada edificio, manzana, urbanización existen estos grupos dedicados a vigilar al dedillo la vida privada de cada vecino. Con todos esos secretos en la mano, además del poder sobre la tarjeta de racionamiento, el chantaje es la norma.

 

Si es el designio del espía las mujeres están obligadas a depravarse para recibir sus miserables raciones, y los hombres a humillarse, soportar callados asedios sobre sus esposas e hijas. Al que se revele, lo acusarán de “actividades contrarrevolucionarias”.

 

Por eso la prostitución, la sumisión, el oportunismo, la autodegradación para sobrevivir. Una existencia reptante la del “hombre nuevo”, sin capacidad crítica ni conocimiento del mundo, fanatizado por una seudo educación corruptora, y con desdén por los verdaderos sentimientos, los que llevan a actuar con desinterés, por afecto a los demás o a los ideales.

 

Antes que anochezca, la novela de Reinaldo Arenas, llevada al cine por el director Julián Schnabel (2001) y protagonizada por Bardem, cuenta la vida del hombre nuevo. Arenas relata que escribía como fiera acorralada, de noche, para que no descubrieran sus páginas de dolor y rabia al horror circundante.

 

Para burlar al CDR, ocultaba sus ojerosas cuartillas en un cuadro del cielo raso. Los esbirros entraban todos los días infructuosamente a su apartamento cuando él salía a trabajar, desesperados porque no descubrían la razón de su tecleo hasta la madrugada.

 

Detenido por no enseñar sus papeles sospechosos, sufrió todo tipo de humillaciones. Por homosexual conoció los rincones de todos los sufrimientos, escarnios inimaginables. Hambre, violaciones en los calabozos, palizas de los policías, después que lo obligaban a practicarles felaciones colectivas. Quienes lo violaban no se consideraban a sí mismos homosexuales, sino muy machos, “bugarrones” en su impúdica jerga.

 

El periodista polaco Kewis Karol describe en China: el otro comunismo, grados de enajenación y sumisión difíciles de entender para sociedades civilizadas, durante la pesadilla del maoísmo. Cuenta que el guía asignado a un grupo de periodistas de izquierda que visitaban “la revolución”, de improviso arranca a llorar en una reunión de célula.

 

Entrecortado confiesa que su trabajo “no lo hacía por amor a Mao”, sino “por disfrutar de comodidades pequeñoburguesas” que se le permitían al andar con los extranjeros. Lo obligaron a autocriticarse en múltiples instancias del partido y lo condenaron a 8 años de trabajos en el campo, para “proletarizar su mente”.

 

El “hombre nuevo” aprende a recibir limosnas del gobierno, y que el espíritu de superación, estudiar, trabajar, destacarse, comprar un apartamento, querer una mejor vida, es una “traición” contra los demás.

 

El principio de la revolución es que todo lo bueno que alguien construye con su trabajo es “plusvalía”, un robo a los demás. En China todos tenían que vestirse igual e incluso se prohibieron, durante la Revolución Cultural, las notas a los estudiantes, pues todos debían recibir “por igual”.

 

El principio de la igualación colectivista para crear el “hombre nuevo”, castra la sociedad y la condena a la miseria. Si el esfuerzo creador es vergonzoso, “pequeño burgués”, “egoísta”, en síntesis y el Estado se dedica a aplastar a los individuos, no habrá producción de riqueza ni de conocimiento, y la sociedad languidecerá.

 

El desarrollo de la ciencia y el arte requieren que todas las ideas sean legítimas, porque las que transforman la Humanidad, casi sin excepción, se han considerado al principio disparates.

 

Los líderes totalitarios son inescrupulosos por esencia, porque consideran que los principios morales y jurídicos, que apartan la conducta del mal y la dirigen al bien, son burgueses y despreciables. “Con la revolución todo, sin la revolución nada” es la doctrina de la amoralidad, puesto que la revolución es el gobierno.

 

Es igual que decir “con el gobierno todo, sin el gobierno nada”. Por eso el signo del revolucionario verdadero es la mentira, el impudor, la canallada. Desde Lenin son hampones en el poder que trasmiten su malhadado ejemplo a las nuevas generaciones.

 

Carlos Raúl Hernández

 

Inculto a la personalidad

Posted on: abril 6th, 2013 by lina 1 Comment

Sociedades muy primitivas, desconectadas, pueden someterse a un caudillismo irracional

En los países democráticos no existe culto a la personalidad, por más que se respete a un político, artista, deportista o escritor. Para que alguien gane admiración de la ciudadanía requiere pasar por un trapiche de críticas, detracciones, que se mantienen incluso cuando el personaje alcanza su realización e incluso después de muerto.

 

Admiramos a Churchill y conocemos que hasta los 60 años era una figura política cuestionada, que cometió grandes errores durante la Primera Guerra, y siempre dipsómano. El Cognac Napoleón, la Champaña Cristal, el Chivas Regal, y los enormes habanos, le son inseparables.

 

Son las ventajas de las sociedades decentes, organizadas, que no quieren transformar la historia ni «cambiar la vida» como dijo Rimbaud en uno de sus interminables momentos de exaltación. No pretenden el exabrupto de construir «una nueva civilización» como suele abrigar la entraña de algunos de esos redentores que, según Holderlin, «convierten el mundo en un infierno los que quieren hacer de él un paraíso».

 

La clave está en los medios de comunicación libres, reflectores que no se apartan de las figuras relevantes, iluminan las entretelas hasta de la más íntima privacidad. Qué comen, con quién andan, qué hacen, son materia de exploración colectiva, precisamente para que no se tejan mitos ni se consagren imágenes que no coinciden con la realidad. Y como no existen «maquinarias» estatales para el elogio, aún si se lo hubieran ganado, sus nombres se mantienen en una especie de subconsciente polémico de la sociedad.

 

El «culto a la personalidad» sólo ha existido en pobres países sumidos en rudos autoritarismos, regímenes de partido único, en los que la figura de un caudillo vivo o muerto es palanca para la dominación sobre la ciudadanía, mantenida en la mentira, la ignorancia y la desinformación. El concepto lo popularizó Nikita Jruschev en el Congreso del PCUS de 1956, cuando denuncia los horrendos crímenes de Stalin, barquero del río de sangre del infierno que creó en la Unión Soviética hasta su muerte. Junto con Mao, los más grandes genocidas del Siglo XX.

 

Según el historiador Alexander Jakoviev, Stalin es culpable de 40 millones de muertes, y para Paul Kennedy, Mao lo es de 50 millones durante el «Gran salto hacia adelante» y la «Revolución Cultural». Empalidece Hitler, también campeón del sufrimiento humano. Kim Il Sum, otro monstruo que ultraja la naturaleza, sigue siendo hoy presidente de Norcorea pese a estar muerto, y los sucesores, sus hijo Kim Jon Il, también fallecido, y el nieto, Kim Jon Un, son «vicepresidentes». Luego de la muerte de los hegemones, el «culto» dura lo que los regímenes que crearon, aunque algunas minorías constituyan sectas de adoradores, como a María Lionza.

 

Pocos en Panamá hablan de Omar Torrijos, caudillo megalómano, afortunadamente menor, que hizo aparecer su nombre en la Constitución. Los mencionados hipercaudillos se recuerdan como emanaciones del averno y no como héroes. No es arriesgado jurar que Fidel Castro sobrevivirá hasta que pueda arreglar de antemano su muerte para que no haya una «desfidelización». Ha convertido a la Parca en una camarada que espera pacientemente las órdenes del capitán de las tropas infernales caribeñas. Miembro de los Angeles de Charlie.

 

El intento de crear mitos en sociedades en la que pervive la crítica, es infantil, carece del mínimo de viabilidad. Y además de que la sociedad sea totalitaria, construirlo requiere talento. Con historias ridículas que producen carcajadas en el colectivo, los proyectos se derrumban más rápido de lo normal. Comparar a Mao con una ardillita o un cervatillo, seguramente no producirá efectos deseables para el mitólogo. Más bien leones, dragones, feroces fieras, componen los diseños de la heráldica revolucionaria.

 

Sociedades muy primitivas, desconectadas, aisladas, pueden someterse a un caudillismo irracional. Saddam convenció a los iraquíes que había ganado la «Tormenta del desierto» en la que lo despedazaron, y los gringos no quisieron cargar con el «gallo muerto» de Irak, sólo para diferir el asunto. Tampoco resolvieron Norcorea y su bobo es una enfermedad que aterroriza la humanidad.

 

El «culto» está indisolublemente asociado a peligro, el dolor, la represión, la amenaza, la miseria, el atraso. Cuando Hitler tomó Alemania, el país estaba en descomposición, las clases medias empobrecidas, la inflación más alta de la historia, ocupada por potencias extranjeras.

 

Los «cultos» terminan y los países terminan convertidos en cementerios. Es mejor no comenzar a construirlos.

 

Carlos Raúl Hernández

 

@carlosraulher

 

Pensamiento aberrante

Posted on: marzo 30th, 2013 by lina 1 Comment

Una de las expresiones más perfectas del pensamiento aberrante es Noam Chomsky

 

 

Una de las expresiones más perfectas del pensamiento aberrante es Noam Chomsky. Entre los más brillantes exponentes de la semiología actual, -si no el más- su tesis de la gramática generativa la conocen todos los sociólogos del mundo.

 

Por el contrario, sus planteamientos políticos, -como los de tiranos que amó- son lugares comunes, disparates de radicalismo extremo, falsedades escandalosas. Discutirlas es un irrespeto a la inteligencia, pero a veces no queda más remedio que pelear en el barro.

 

No publicó libros con su teoría política, sino colecciones de artículos, entrevistas, declaraciones, discursos en los que no existe una lógica disciplinada y castigada, sino monstruosas simulaciones y errores, iguales desde Stalin a Mao.

 

Un resumen de esos extravíos conseguimos en su artículo de 2010, Las diez estrategias principales de la manipulación mediática, en el que pretende enjuiciar los medios de comunicación de la sociedad democrática, pero paradójicamente pareciera hablar de Cuba o China.

 

Después de su esplendor durante los sesenta y setenta, época en que era un mimado del NYT, Chomsky se sumergió en la oscuridad, de la que salió con su apoyo al derrocamiento de las Torres Gemelas de Nueva York tal como «la abuelita» de Plaza de Mayo.

 

En su reaparición mintió de nuevo, como acostumbra, con el intento de justificar semejante horror con el argumento de que en la operación había muerto un número de personas «similar al del bombardeo de laboratorios en Sudán por el gobierno de Clinton» (sólo murió el conserje del sitio donde se producían armas químicas).

 

La opinión pública lo había olvidado porque, además de su justificación militante de Mao y Pol Pot, los dos principales genocidas del siglo XX, practicó ambigüedades frente a la negación del Holocausto y llegó a apoyar las acciones de Hitler, al que exculpa a partir de las supuestos crímenes cometidos por los judíos.

 

La ciudadanía había descubierto que sus opiniones políticas eran banalidad, arrogancia y mentira, que harían imposible cualquier discusión razonable de ellas, exactamente como ocurre con las de cualquiera de esos monstruos que poblaron el siglo XX.

 

Dice que: … hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un cortocircuito en el análisis racional y, por ende, al sentido crítico de los individuos. Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones o inducir comportamientos…

 

Los líderes totalitarios cuando hablan solo mienten. Así se incrustan en la emocionalidad. Por eso su discurso es redentorista. El totalitarismo de izquierda se basa en «la defensa de los desvalidos», para producir efervescencia del resentimiento por las más diversas frustraciones. Es el «mito de las clases oprimidas» del marxismo, el anarquismo y las ideologías de esa familia. El totalitarismo de derecha cultiva la ficción de la raza humillada por otras inferiores. El «mito de la sangre».

 

Mienten con alevosía y permanentemente, porque conocen que la credulidad es ilimitada a veces. En 1827 un sujeto decía que Napoleón nunca había existido y en la actualidad en California la Sociedad Tierra Plana sostiene que lo de su nombre no es una teoría sino un hecho. El grupo trostkysta neoyorquino conocido como los Marlenistas, aseguraba que la Segunda Guerra Mundial había sido una estrategia de los aliados y la URSS para afincar la explotación del proletariado.

 

Cuando el cura izquierdista Francois Ponchard, horrorizado por el genocidio de Pol Pot, que exterminó al tercio de la población camboyana, unos dos millones de personas, escribió su famoso libro de denuncia (Camboya, año cero), Chomsky y su ayudante Edgard Herman, dijeron que aquel «juega con las citas y los números, esta sesgado hacia el anticomunismo» y que «si había crímenes en Camboya, eran el equivalente a los que hubo después de la liberación en Francia».

 

También que «si no practicar el terror… hace que los campesinos permanezcan como los filipinos, bienvenido sea el terror».

 

Superadas tales pesadillas por la Humanidad, hoy sabemos que Camboya, China, la URSS -sobreviven Cuba y Norcorea- han sido los regímenes más espantosos creados por el Hombre, y superados también por él, gracias al impulso del amor a la libertad y la democracia. Los razonamientos de Chomsky, paradójicamente, nos permiten comprender el funcionamiento del totalitarismo que tanto ha defendido.

 

@carlosraulher

 

El odio

Posted on: marzo 23rd, 2013 by lina No Comments

El gobierno cubano es diestro en el odio frío, calculado, demoníaco, a través de perversiones múltiples…

 

 

En algún rincón del Infierno, Dante menciona un letrero que dice «aquí yace el rencor eterno». Cuando las Erinias, que representan el odio, quisieron agredirlo en su descenso a los predios infernales, se escondió detrás de su tutor, Virgilio, la Poesía. Frente a ella, eran impotentes. Rugían, espantaban pero no podían lograr su objetivo de apagar la llama de la esperanza, el amor y el bien. Luego alcanzará el cielo con Beatrice.

 

 

Los animales inferiores no odian. Disputan violentamente por territorialidad. El espacio, el alimento y las hembras, pero sus estallidos son efímeros. En eso somos inferiores a ellos. Y en que, como decía Borges, no tenían conciencia de la muerte.

 

 

No existe rencor en las bestias. El homo sapiens es diferente y la civilización convirtió los instintos en sentimientos y pasiones estables. El odio y su opuesto, el amor. El orden civilizado los mantiene a raya y los individuos no los desencadenan fácilmente por miedo al castigo.

 

 

La sentencia del hombre moderno es detestar en voz baja o hacer daño a otros de manera encubierta, por medios lícitos, invulnerables ante la ley, e incluso con la ley misma.

 

 

El odio de Yago por Otelo es frío, sinuoso, lo atormenta. Quiere destruir a su jefe cuanto antes, pero su enorme inteligencia y la dureza de las leyes venecianas lo hacen esperar, actuar en pequeños pasos hasta su meta. Es civilización pura, odio inteligente, genial.

 

 

El marxismo y los suprematismos raciales, el antijudaísmo germánico, le dan al odio una estructura filosófica, como la lucha de clases, o de razas, pero con el fin de volver a la barbarie.

 

 

El marxismo es la teoría política de la envidia. Su destrucción no es como la de Yago, sino que arrasa las murallas civilizacionales, la bestialidad vuelve a enseñorearse y regresa la confrontación brutal, el uso de la fuerza entre hombres, los antecedentes más sórdidos y perversos.

 

 

Los sujetos se consideran irreconciliables, antagónicos. Ya no se trata de la inquina contra un individuo que perjudicó a otro, sino el aborrecimiento a una colectividad, a un genérico que representa «el mal». Hombres, mujeres, ancianos y niños inocentes pasan a ser culpables de «negros crímenes» por nacer en una religión o etnia.

 

 

A los judíos los acusaron en la Edad Media de haber «envenenado las aguas» y sembrado la Peste Negra. Las mujeres tenían el estigma de la brujería y con los herejes eran «representantes de Satanás». Para ellos el «fuego purificador».

 

 

Los totalitarismos y populismos son medievales. Potencian las bajas pasiones hasta que rompen los diques y destruyen el orden que las frena, y la violencia se apodera hasta del oxígeno.

 

 

Los caudillos y sus cortes de destrucción impulsan sentimientos colectivos de frustración e irrealización personal de los humanos, atribuidos ahora a una conspiración de los grupos a los que quieren destruir. Es un regreso a las persecuciones contra los cristianos en la Antigüedad.

 

 

El ensayista y escritor Vaclav Havel, -junto con Mandela-, de los hombres más recios y profundos del siglo XX, invulnerable al dolor, fue prisionero y perseguido desde los años setenta, cuando encabezó el movimiento disidente, hasta mediados de los 80. En su ensayo El odio: la tragedia de un deseo, se confiesa incapaz de albergarlo, ni siquiera contra sus esbirros y carceleros. En referencia al veneno con que el comunismo tomó su país dice que…

 

 

…En el subconsciente de los que odian duerme el perverso sentimiento de ser los únicos representantes auténticos de la verdad completa y, por lo tanto, de ser unos superhombres, incluso unos dioses, y que por este título el mundo les debe total reconocimiento, lealtad y docilidad absolutas, e incluso obediencia ciega.

 

 

Quieren convertirse en el centro del mundo y se encuentran frustrados e indignados por el hecho de que el mundo ni les acepte ni les reconoce como tales, ni les preste atención alguna e incluso se burle de ellos…

 

 

Luzbel sacrificó su principado por resentimiento. Paradójicamente envidiaba las criaturas mortales aparejadas y se transformó en la serpiente para tentarlos y hacerlos arrojar del Edén. La respuesta de Dios a ese acto de engaño, fue terrible para el ahora Ángel Caído.

 

 

La misma envidia atormentó a Caín. El gobierno cubano es diestro en el odio frío, calculado, demoníaco, a través de perversiones múltiples, como la inadecuada atención médica, forma sofisticada de tortura, tal como el simple abandono de los enfermos en los calabozos stalinistas, hasta que morían.

 

Lo que ocurre con Simonovis y Afiuni no es ninguna creación original, sino una vieja práctica.

 

Carlos Raúl Hernández

@carlosraulher

Manual para canallas

Posted on: marzo 16th, 2013 by lina 1 Comment

 

La mentira es su materia prima esencial, el influjo de su alma, la gelatina de sus huesos

 

En septiembre 2012, debajo de un estacionamiento de Leicester, Inglaterra, se descubrió el esqueleto de Ricardo III, personaje en el que Shakespeare resume la ruindad extrema de la que se puede ser capaz.

 

Era físicamente deforme como él lo retrata, y moralmente un monstruo. Manda ahogar en un tonel de vino a su propio hermano Clarence, encarcelado en la Torre de Londres.

 

También en esa torre del horror asesina por razones dinásticas dos niños, los hijos de Eduardo IV. Hace decapitar un enemigo y seduce a la viuda, que se le entrega en plenas exequias de su marido en busca de protección de aquel mundo de fieras.

 

Una perspectiva de la Historia Universal es el recuento de la maldad, presidida por su reina: la mentira. La bestia que todos llevamos dentro ha sido difícil de embridar en 40.000 años. En los comienzos del homo sapiens solo el amor moderó la violencia.

 

La antropología sostiene que la evolución terminó cuando macho y hembra descubrieron el sexo cara a cara, ahora hombre y mujer que se amaban a los ojos, según el arte rupestre, y la pequeña cueva se tornó un paraíso, después de sobrevivir el día.

 

El judaísmo hace lo suyo milenios después cuando Moisés impone mandamientos severos a la vida tribal. Más tarde el Cristianismo dignificó la condición humana. Todos somos hijos de Dios.

 

Del Cristianismo nacen la Declaración de Derechos del Hombre en 1789, y finalmente la democracia. Pero Ariel y Calibán siguen en combate en el corazón y en el siglo XX las revoluciones de izquierda y derecha de nuevo asoman los colmillos del homo homini lupus.

 

El comunismo y el nacionalsocialismo se basan únicamente en el odio y la mentira. Cada uno de sus líderes es potencialmente Ricardo III o Fidel Castro, su versión contemporánea.

 

Por fortuna la marcha global hacia la libertad pone obstáculos y los revolucionarios no tienen, en general, las manos libres para asesinar. Dicen luchar por valores sublimes, la igualdad, la verdad, el futuro, la justicia, y muchos lo creen, pero sus medios y sus fines son criminales. Son por definición amorales, enfermos de esquizofrenia ética.

 

Tienen la cabeza llena de delirios ideológicos, aunque su verdadero motivo es el odio por el mundo que los rodea y la gente normal.

 

Joseph Conrad consideraba sus razonamientos como la «imbécil y atroz respuesta de un discurso revolucionario meramente utópico», pero que ha llegado a ser eficaz, hasta el extremo que resucitó luego de que en 1989 se le creía enterrado.

 

Los revolucionarios tienen un tronco común y sus diferencias son meramente tácticas, de acuerdo con el mayor o menor sentido práctico que exhiban, desde los terroristas ilusos hasta los pragmáticos eficaces.

 

Y por las malas o las buenas, usando las instituciones gradualmente o asaltándolas, persiguen lo mismo: destruir la sociedad civilizada, arrebatar la vida, la libertad y la propiedad de los ciudadanos, crear tiranías.

 

La mentira es su materia prima esencial, el influjo de su alma, la gelatina de sus huesos. El engaño, la falsedad, la calumnia sin escrúpulos es lo que corre por sus venas justifica y da sentido a sus existencias. Mienten de los vivos y los muertos. Prostituyen las hijas. Rompen las lealtades familiares.

 

Lenin se inspiró para su obra ¿Qué hacer?, en el Catecismo Revolucionario del anarquista ruso Nechayev, prolongado en Mao, Stalin, Guevara, Hitler, Mussolini, Castro, y cualquiera que admire o quiera emular tales licántropos que chapotean en ríos de sangre y sufrimientos.

 

Las frases de Nechayev resuenan en la actualidad, inconscientemente textuales. «El revolucionario es un enemigo implacable de este mundo capitalista, y si continúa viviendo en él, es sólo para destruirlo más eficazmente… la más rápida y más segura destrucción de este sistema asqueroso…

 

Desprecia la opinión pública… y odia la actual moralidad… sólo es moral lo que contribuye al triunfo de la revolución… lo que la obstruye es inmoral y criminal… los tiernos y delicados sentimientos de parentesco, amistad, amor, gratitud e incluso el honor deben extinguirse por la sola y fría pasión del triunfo».

 

«… El revolucionario… no tiene intereses personales, no tiene relaciones, sentimientos, vínculos o propiedades, ni siquiera un nombre.

 

Todo en él se dirige hacia un solo fin, un solo pensamiento, una sola pasión: la revolución… un amigo es sólo aquel que ha probado con sus actos que también él es un revolucionario. La dedicación u otras obligaciones hacia ese amigo dependen de su utilidad para la causa».

 

Ricardo III hoy sería un militante revolucionario.

 

Carlos Raúl Hernández

@carlosraulher