Mexico y el fantasma de Hugo Chávez

Posted on: julio 2nd, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

CIUDAD DE MÉXICO — Andrés Manuel López Obrador lo conoce mejor que nadie. Ha tenido que lidiar con la presencia de Chávez demasiadas veces. En la campaña electoral de 2006 tuvo que enfrentar una estrategia publicitaria que, asociándolo al difunto presidente venezolano, lo señalaba como “un peligro para México”. En las elecciones de 2012 también pasó lo mismo. Se hizo famoso un volante, distribuido por todo el país, donde aparecían los dos líderes, casi a punto de beso, con la curiosa leyenda “Por fin juntos”. Esta vez, nuevamente, han aparecido propagandas que comparan a AMLO con Chávez. Y, al igual que en las dos contiendas electorales anteriores, no ha faltado alguna denuncia que sostiene que la campaña del tabasqueño es financiada por el gobierno de Venezuela. Sin embargo, al menos según las encuestas, parece que la mayoría de los mexicanos ya no le temen al fantasma de Hugo Chávez.

 

 

 

¿Qué falló esta vez? ¿Acaso el fracaso de los gobiernos del PRI y del PAN ha sido más poderoso que el temor a la supuesta izquierda radical? ¿La invocación al virus del populismo ya no tiene ningún efecto? ¿Por qué el trágico ejemplo de Venezuela ya no funciona como amenaza? ¿O es que, en realidad, finalmente, AMLO y Chávez no se parecen tanto, no son la misma cosa?

 

 

 

En rigor, las diferencias entre ambos dirigentes son notables. Hugo Chávez era un teniente coronel que trató de tomar el poder por las armas. Llegó a la política porque fracasó con la violencia. Antes de ser presidente, jamás ocupó un cargo público. Tenía más experiencia como animador o comentarista de radio que como líder político. Nunca dejó de ser un militar. En sus primeros meses de gobierno, en 1999, aseguró que no creía en los partidos, que él gobernaría con los militares. Y eso fue lo que hizo.

 

 

 

 

En el Perú, una alternativa a Machu Picchu aún oculta

 

 

La trayectoria de López Obrador es absolutamente diferente. Es un líder que nació y se forjó en las cavernas del Partido Revolucionario Institucional(PRI), que ha recorrido un largo trayecto en la política, tanto dentro de los partidos en los que ha militado como en las diversas funciones de Estado que ha ejercido. AMLO no viene del uniforme y de la obediencia ciega. Viene del fracaso y de la negociación. No es poca cosa.

 

 

 

Tampoco los contextos nacionales en que ambos han surgido son similares. Por supuesto que los dos países han compartido a lo largo de su historia las mismas tragedias: desigualdad, pobreza, corrupción, impunidad, violencia… pero Venezuela es realmente el único Estado petrolero de toda Latinoamérica. Esto determinó, hasta hace muy poco, una idea particular de los venezolanos sobre temas tan simples como la riqueza, el trabajo y el Estado.

 

 

 

 

Chávez jamás pensó que era necesario producir riqueza. Creía que la riqueza ya existía, que brotaba naturalmente del fondo de la tierra, que solo era necesario saber repartirla. Chávez vivió del Estado desde que nació hasta que murió. Incluso durante todos los años que estuvo conspirando, siguió siendo un soldado, el Estado lo financiaba. Ya se sabe: el poder de un petro-Estado es absoluto. Quien lo controle, controla la economía y la vida social del país. Chávez se hizo presidente para poder dar el golpe que ya había intentado. Pero lo hizo entonces con más eficacia: desde el Estado.

 

 

 

 

Los venezolanos llevamos dentro un apocalipsis y es natural que vayamos por todos lados viendo nuestro horror. Pero es muy difícil que AMLO pueda convertir a México en otra Venezuela.
México es un país mucho más complejo, con otras dimensiones, con una economía mucho más variada y potente, con protagonistas y relaciones de poder más firmes, menos dependientes del Estado. Hay un México productivo, comercial, turístico, que no necesariamente depende de la política; hay un país ciudadano, organizado, profesional, que vive y avanza más allá de quien esté en Los Pinos. Es cierto que ocupar la presidencia y dominar el Congreso supone controlar un poder importante, pero México —aunque muchos ciudadanos no lo crean— tiene muchas y mayores defensas ante cualquier pretensión personalista. El caudillismo se alimenta de las simplezas. En su propia diversidad, México tiene su mejor resistencia.

 

 

 

Obviamente, también hay muchas cosas en las que AMLO y Chávez coinciden. Chávez también estaba convencido de que no había sido elegido para hacer un buen gobierno, sino para sacudir la historia. Al igual que AMLO, tenía una fascinación por sí mismo y por su papel heroico en la vida del país.

 

 

 

 

El fallecido Hugo Chávez, expresidente de Venezuela, sostiene una cruz en el Palacio de Miraflores en Caracas el 4 de julio de 2011. CreditLeo Ramírez/Agence France-Presse — Getty Images
AMLO no cree que los mexicanos votarán para que él cambie algunas cosas y administre mejor el Estado durante seis años. No. Él se siente convocado a una tarea más épica. Cree que lo van a elegir para que haga la “cuarta revolución”, para que transforme la historia. Lo que sigue todavía es más peligroso: AMLO, al igual que Chávez, vende la tentadora y suicida promesa de que realizar esta transformación es muy fácil. Que es una faena que, además, está irremediablemente ligada a su persona, a su buena voluntad. Es un ejercicio egocéntrico que pretende sustituir la política con magia, que supone por ejemplo que, aunque esté rodeado de corruptos, la sola presencia de AMLO en la presidencia garantizará que no habrá corrupción durante su mandato. Esos espejismos sirven para ganar elecciones pero no para gobernar.

 

 

 

Los mexicanos, hartos del PRI y del PAN, parecen haber optado por la sencilla ecuación de darle la oportunidad a un tercero, de premiar la terca persistencia de AMLO. La campaña electoral ha sido larga, muchas veces mediocre. Con más sangre que ideas. Cuarenta y tres candidatos o precandidatos han sido asesinados durante este proceso electoral. Meade y Anaya no han podido sobrevivir a los respectivos pasados que ambos representan. También han demostrado que no se puede abusar de los fantasmas.

 

 

 

Venezuela ahora exporta más migrantes que petróleo. Los venezolanos llevamos dentro un apocalipsis y es natural que vayamos por todos lados viendo nuestro horror, tratando de narrarlo. Pero es muy difícil que AMLO pueda convertir a México en otra Venezuela. Es imposible que suprima su heterogeneidad, que le dé a los militares un protagonismo absoluto en la vida pública.

 

 

 

Más poderosa que AMLO como presidente es la sociedad mexicana. Si algo puede aprender de Venezuela es a no repetir sus errores, a no engancharse mediáticamente en un juego narcisista con el nuevo presidente, a no poner a girar al país a su alrededor. Tanto la oposición política como la sociedad civil deben, por el contrario, apoyar y seguir construyendo espacios y relaciones de poder ciudadano, reforzar ese otro país, diverso, productivo e independiente, cuya utopía es un gobierno eficaz y decente.

 

 

 

Los mexicanos tienen sus propios fantasmas. Ellos también saben de revoluciones. La última produjo una institución que se mantuvo, de forma perversa, durante setenta años en el poder.

 

 

 
Alberto Barrera Tyszka es escritor y colaborador regular de The New York Times en Español. Su novela más reciente es “Patria o muerte”.

Los vecinos incómodos de Venezuela

Posted on: junio 12th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

En la asamblea general más reciente de la Organización de los Estados Americanos (OEA), realizada esta semana en Washington, se aprobó una resolución que señala que las pasadas elecciones presidenciales de Venezuela “carecen de legitimidad”. De la misma manera, se insta a los países miembros a tomar “las medidas que estimen convenientes a nivel político, económico y financiero para coadyuvar al restablecimiento del orden democrático” en Venezuela.

 

 

 

No solo es un mensaje contundente para el gobierno de Nicolás Maduro. También es un mensaje dirigido al liderazgo de la oposición. No hay salidas instantáneas. No se aceptan descaradas farsas electorales ni invasiones militares. Pero obviamente tiene que haber una solución. La internacionalización del conflicto venezolano ya es una emergencia física. La reunión de la OEA demostró que ya se ha concluido el tiempo de los aficionados, de la retórica infantil. El simulacro de la Revolución se acabó. Ahora solo queda enfrentar la tragedia.

 

 

 

El discurso oficial del chavismo se ha quedado incluso sin humor. El fracaso de la ironía también es un síntoma. Intenta el sarcasmo y falla. Eso le ocurrió al canciller Jorge Arreaza en varias oportunidades durante la reunión de la OEA. Cuando ensayó un comentario sardónico, a propósito de la corrupción, para descalificar al gobierno de Perú y al llamado Grupo de Lima, nadie sonrió, la audiencia permaneció seria y severa. Probablemente todos ya habían visto el video donde Euzenando Azevedo, director durante años de Odebrecht en Venezuela, confiesa ante la fiscalía del Brasil que le dio a Nicolás Maduro 35 millones de dólares para su campaña electoral de 2013.

 

 

 

Lo mismo le pasó al ministro para la Comunicación y la Información Jorge Rodríguez cuando, en una rueda de prensa, trató de burlarse de la resolución de la OEA citando una frase del Chavo del Ocho. El chiste no funcionó. Ni siquiera los periodistas aliados, quienes tienen chance de hacer preguntas en esas jornadas, lo acompañaron con una sonrisa.

 

 

 

Pero el caso más extremo, sin duda, es el del propio Maduro. En un acto en Caracas, donde por supuesto le entregó al canciller una réplica de la espada de Bolívar, intentó en varias oportunidades mostrarse divertido, feliz. Todo fue inútil. La reproducción de un viejo video del cantante cubano Carlos Puebla le dio todavía más patetismo al acto. Como si todo fuera una pobre recreación del pasado, una alegría artificial y ajena, una risa forzada. Cada vez que Maduro trata de ser mordaz o satírico se produce de inmediato un vacío. Se trata de un indicador no estadístico pero letal: la revolución perdió la gracia.

 

 

 

Años atrás tal vez hubiera funcionado toda la arenga que usó Jorge Arreaza para tratar de culpar a Estados Unidos de la crisis humanitaria del país. Pero ahora es insostenible. Basta recordar, por ejemplo, que hace exactamente diez años se descubrieron en Venezuela más de 120 mil toneladas de comida podrida, abandonada en contenedores o, peor aún, enterrada en varios lugares del país. Era una evidencia grosera de una enorme corrupción gubernamental y, sin embargo, en ese momento, el chavismo en bloque no permitió ninguna investigación sobre el caso. En la asamblea, cualquiera habría podido preguntarle al canciller Arreaza si en el año 2008 el imperialismo estaba de vacaciones.

 

 

 

El discurso del gobierno venezolano ya no sirve para enfrentar la presión internacional. El chavismo también es una lengua fallida.

 

 

De la misma forma, quizás antes hubiera sido más eficaz la prédica del canciller en contra de la violencia, la pretensión de endilgarle a la oposición (siempre de “derecha”) todos los muertos por las protestas populares que hubo en Venezuela hace un año. Ahora ya no es tan sencillo. Hay demasiados datos, de diversas organizaciones y con distintas fuentes, que demuestran la represión salvaje con la que ha actuado el gobierno de Maduro. El solo caso de la Operación de Liberación del Pueblo (OLP) es suficiente para desactivar la farsa discursiva del chavismo: entre 2015 y 2017, los cuerpos de seguridad, autorizados por el gobierno de Maduro, asesinaron a 505 personas en supuestos operativos de seguridad.

 

 

 

De eso tampoco habla el canciller Arreaza en la OEA. Su error consiste en pensar que nadie más lo sabe, en que se puede seguir mintiendo impunemente. Por eso la respuesta de Roberto Ampuero fue tan determinante y demoledora. El canciller chileno diseccionó el discurso de Arreaza, enumeró los insultos y las descalificaciones proferidas a los otros miembros de los países ahí reunidos para desnudar su autoritarismo: “Si esta es la forma en la que el canciller Arreaza trata a personas diplomáticas, imagínense ustedes cómo trata a los venezolanos”.

 

 

 

Chávez resucitó la retórica de los años sesenta y Maduro la está volviendo a enterrar. El gobierno venezolano no solo ha saqueado las riquezas del país, también ha malversado la herencia simbólica que tenía. Su discurso ya no sirve para enfrentar la presión internacional. El chavismo también es una lengua fallida.

 

 

 

Pero la resolución de la OEA no solo atañe al sector oficial del país. También es un mensaje claro para una dirigencia opositora que ha perdido el rumbo y la voz. Después de casi veinte años, aun con todas las dificultades que supone enfrentar una proyecto totalitario, es inadmisible que los líderes de la oposición continúen enfrentados, empeñados en aprovechar pequeñas oportunidades de protagonismo, en vez de dedicarse a construir una plataforma unitaria, capaz de acompañar a las grandes mayorías y, desde ahí, articular un proyecto común, sólido, cuyo único objetivo sea sacar al país de la crisis.

 

 

 

Los liderazgos políticos de Venezuela tienen que saber leer lo que está pasando. La crisis se les ha ido de las manos. La tragedia se ha desbordado y es necesario un cambio. Hay que crear una nueva fórmula de negociación, con controles y con transparencia, que permita un retorno a la democracia.

 

 

La patria de Bolívar tiene ahora unos vecinos incómodos. La región le está exigiendo a los políticos de Venezuela que comiencen a hacer política en serio. No hay soluciones fáciles pero tiene que haber soluciones.

 

 

 

Alberto Barrera Tyszka es escritor y colaborador regular de The New York Times en Español. Su novela más reciente es “Patria o muerte”.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

New York Times

El espectáculo de la libertad

Posted on: junio 4th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Toma este tuit del canciller Jorge Arreaza. Todavía está algo tibio. Apenas lo publicó ayer sábado: “Como gesto magnánimo del Pdte @NicolasMaduro, la Comisión de la Verdad y Justicia comienza liberaciones de procesados por evidentes delitos de violencia política.Un aporte enorme de la Revolución Bolivariana por la Paz. Ojalá así lo asuma la oposición dentro y fuera del país”.

 

 

 

 

Tómalo y extiéndelo lentamente sobre la mesa. Alisa sus pliegues, recorre cada palabra, manoséala, ponla a sonar varias veces, deja que repique. Tratemos de entender a los poderosos ¿Cómo nos está hablando ahora la oligarquía? ¿Cuál es su mensaje? ¿Qué están tratando de decirnos?

 

 

 

Lo primero, sin duda, es lo del “gesto magnánimo”. Un gesto no es necesariamente una acción decidida. Puede ser también una mueca, un ademán derramado, con alguna intencionalidad, pero también con cierta displicencia. Un gesto siempre es más ambiguo que un movimiento directo. Pero el adjetivo le otorga otro resplandor: Se trata de un gesto magnánimo.
Lo primero, sin duda, es lo del “gesto magnánimo”. Un gesto no es necesariamente una acción decidida. Puede ser también una mueca, un ademán derramado, con alguna intencionalidad, pero también con cierta displicencia. Un gesto siempre es más ambiguo que un movimiento directo. Pero el adjetivo le otorga otro resplandor: Se trata de un gesto magnánimo. Sospecho que el canciller no usa esa palabra con frecuencia. Es grandilocuente y dominguera. Su significado además alude a la benevolencia, a la clemencia, de Nicolás Maduro: ¿Nos habla del mismo Nicolás Maduro que bailaba salsa, mientras los soldados reprimían de manera sangrienta a la gente que marchaba en las calles?

 

 

 

¿A qué se refiere en concreto? ¿Qué pretende decirnos el canciller? Que la libertad de algunos presos políticos – muchos de ellos retenidos sin juicio dentro de las cárceles, otros juzgados de manera ilegal por tribunales militares, otros todavía prisioneros aun contando con órdenes de excarcelación – solo es una generosidad del poder; que la libertad de los ciudadanos depende, en el fondo, de la condescendencia de las élites, de un rapto de desprendimiento del presidente. Es una exhibición distinta del tema: La libertad presentada, no como un derecho legítimo, sino como una dádiva, como una piadosa concesión de la clase dominante, de la casta.

 

 

 

Continuemos con el tuit. Lo que sigue es la formulación de la “Comisión de la Verdad y Justicia”, como sujeto del saber y del poder a la hora de otorgar la libertad a “procesados por evidentes delitos de violencia política”. Cuando, a partir de las elecciones del 2015, la diversidad política comenzó a tener capacidad de movimiento y la posibilidad de convocar a un referendo revocatorio, el oficialismo decidió sustituir definitivamente la democracia por su propia representación de la democracia.

 

 

 

Por eso, existe la Asamblea Nacional Constituyente. Para liquidar definitivamente la ciudadanía. Para imponer la democracia en estado de apariencia. Es otra versión del espectáculo. El mismo cogollo del partido de gobierno simulando ahora que es una comisión independiente, una nueva e impoluta expresión original del pueblo, que puede decidir el perdón sobre crímenes prefabricados por el mismo partido. Las acusaciones oficiales son, en la gran mayoría de los casos, insostenibles. ¿O piensa el canciller que Juan Pedro Lares, detenido por ser hijo del ex alcalde Omar Lares, cometió un evidente delito de violencia política? ¿Piensa en verdad Jorge Arreaza que los cuatro adolescentes que estaban presos en El Helicoide también habían cometido evidentes delitos de violencia política? ¿Y la cosmetóloga Carmen Alicia Gutiérrez? ¿Y la cocinera y profesora de educación especial Brigitte Herrada? ¿Y María Uzcátegui? ¿Todas ellas, todas y todos los demás, también son criminales probados, peligrosos terroristas, culpables de evidentes delitos de violencia política?

 

 

 

Se necesita algo más que un tuit para enfrentar todos los informes y denuncias de violación de derechos humanos, abusos y torturas, en contra de la salvaje represión ejercida por el gobierno venezolano en los últimos años.

 

 

Pero Arreaza también escribe sobre la paz. No para debatir sobre las masacres perpetradas por las OLP, por ejemplo. No para analizar la violencia institucional de un Estado que ha convertido el sistema de salud en una experiencia criminal. No. Nuevamente: El canciller no quiere hablar de la paz, sino del espectáculo de la paz. Y sigue entonces, su libreto y señala que este gesto magnánimo debe ser valorado como se merece, dentro y fuera del país, recalca. Sobre todo fuera del país. La aclaratoria lo delata. Pero es el cierre necesario de la función. Hay que invocar una noble causa y apelar a la buena fe de la audiencia. Arreaza sale al escenario, pone su mejor cara de misionero discreto, confiesa que ahora andan en plan de paz, y de inmediato, saca la cesta para iniciar la colecta: No sean ingratos, quítennos ya las sanciones, apruébennos, reconózcannos. Nosotros somos los buenos.

 

 

 

 

La revolución es una fábrica de mayúsculas. Altera todo el tiempo sus propias palabras. Las dota de un brillo que no tienen. Las amplifica, las distorsiona. Su estrategia también se basa en ese principio: Someternos a su lenguaje. Por supuesto, que es magnífico que alguna de la gente, detenida injustamente, salga por fin de la cárcel y pueda regresar a su casa. Es una extraordinaria noticia. Pero eso no hace mejor al poder. No lo exime. Sobre todo porque pareciera que solo estamos ante un arrebato de tolerancia y no ante un acuerdo, ante una negociación. El poder sigue manejándose a su antojo, decidiendo quién sale y quién se queda, eligiendo a sus reos, dentro o fuera de los penales. Que los presos políticos salgan de las cárceles no libera al gobierno del delito de haberlos detenido. Ni siquiera garantiza que no pueda volver a detenerlos en cualquier momento. No. El mensaje es otro. No estar en la cárcel es algo excepcional. Depende de un episodio aleatorio de bondad, de un inesperado ataque de tolerancia. Valórenlo bien. Eso parece decir el Canciller en su tuit. De eso justamente habla.No de la libertad, sino del espectáculo de la libertad.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

ARTICULISTA EN THE NEW YORK TIMES

La rebelión de los votantes

Posted on: mayo 6th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

Para las elecciones presidenciales de Venezuela, el domingo 20 de mayo, se espera un gran porcentaje de abstencionismo. Un grafiti en Caracas, el 20 de abril, pide no votar.FERNANDO LLANO/ASSOCIATED PRESS

 

 

 

CIUDAD DE MÉXICO — Durante todos estos años, siempre pensé que la única salida al conflicto de mi país era el voto. Sigo pensando así. Y justo por esa razón, creo que el próximo 20 de mayo los venezolanos debemos abstenernos.

 

 

 

Para la mayoría de la población, dentro y fuera del país, la situación es alarmante. Hemos llegado a un límite casi inimaginable en términos de hiperinflación, de deterioro en la calidad de vida, de violación de los derechos humanos y de control y represión oficial. El país frívolo que exportaba reinas de concursos de belleza se ha convertido en el país trágico que exporta pobres desesperados. Todo esto, bajo la mirada de un gobierno que sigue empeñado en negar la realidad, que prefiere destruir la nación que negociar.

 

 

 

En un artículo indignante, publicado hace pocos días en El País, Nicolás Maduro ofreció una muestra de cómo continuamente intenta legitimarse. “Nuestra democracia es distinta a todas”, afirma al comienzo del texto. “Porque todas las demás —en prácticamente todos los países del mundo— son democracias formadas por y para las élites. Son democracias donde lo justo es lo que le conviene aEstablecer imagen destacada unos pocos”.

 

 

 

En realidad, su gobierno es un espejo perfecto de lo que denuncia. El chavismo se ha convertido en una élite que lleva veinte años concentrando poder. Controla el petróleo y la moneda, maneja a su antojo las instituciones y los tribunales, ha transformado a las Fuerzas Armadas en su ejército privado. Detiene, encarcela, tortura y hasta ejecuta adversarios sin respetar las leyes, sin dar explicaciones. Ha privatizado casi todos los espacios de la vida pública, ha organizado el hambre como un negocio político rentable. Una élite que necesita y desea, el próximo 20 de mayo, ganar algún tipo de legitimidad.

 

 

 

A medida que se acerca el día de las elecciones, aumentan la tensión y el debate sobre votar o no votar en el país. Quienes promueven la teoría de que es necesario votar dan por descontado que la abstención es una resignación inútil, un abandono de la lucha o una manera algo espuria de resistir. Uno de los éxitos del chavismo ha sido distribuir en la sociedad venezolana la idea de que el disentimiento es sospechoso, que siempre puede acercarse peligrosamente a la ilegalidad. La ambigua conjetura de que el llamado a no votar esconde en el fondo un ánimo conspirador le resulta muy conveniente al gobierno.

 

 

 

Dos supuestos sostienen la propuesta de participar en las elecciones: creer, primero, que de manera repentina una indetenible marea de votos le dará un triunfo incuestionable al candidato de la oposición, Henri Falcón, y, después, en segundo término, confiar que el gobierno y sus instituciones aceptarán y reconocerán esa victoria. No hay, sin embargo, ninguna garantía de que alguna de estas dos cosas pueda ocurrir.

 

 

 

La candidatura Falcón no depende de la política, sino de la fe. No es un problema que tenga que ver, ni siquiera, con el candidato. No hay que discutir sus cualidades o deficiencias. El problema está en el sistema. No es nueva la ilusión de un sorpresivo tsunami electoral, más aun en un contexto de crisis total como el que vive el país. Por eso mismo, la campaña oficial se ha centrado en obtener ganancias del clientelismo a través del llamado Carnet de la Patria, que permite al gobierno canjear votos por comida. La élite chavista ha diseñado una arquitectura electoral que carnetiza la pobreza y transforma la elección en un chantaje.

 

 

 

Supongamos, de todos modos, que la hipótesis se transforma en realidad y que una avalancha de votos hace irremediable un triunfo de la oposición. Supongamos, también, que el gobierno reconoce su derrota: ¿qué sigue? Henri Falcón debe esperar hasta enero de 2019 para que el presidente entregue el gobierno.

 

 

Llamar a votar porque no hay más remedio, porque no hay otra alternativa, es absurdo. Estamos denunciando que las elecciones son un artificio, que la democracia en Venezuela es una trampa.
Las enseñanzas de lo ocurrido el 2015 deberían ser útiles. Tras la victoria de la oposición, los parlamentarios salientes aprovecharon los pocos días que les quedaban para dar un golpe de Estado y asegurar su control absoluto del Tribunal Supremo de Justicia. A esto, además, hay que sumarle la existencia de una fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente (ANC), a la que todavía le queda por lo menos un año de ejercicio, constituida como un poder absoluto, capaz de —por ejemplo— redefinir y limitar a su antojo el papel y las funciones de la presidencia.

 

 

 

Esto implica que aun perdiendo las elecciones, la élite chavista retendrá el poder en su sentido amplio, incluyendo la posibilidad de despojar de facultades a la presidencia. En el supuesto negado de que Henri Falcón ganara, solo obtendría una silla hueca, un adorno y no un cargo, una representación del vacío. Todo esto hace que la elección del 20 de mayo sea un fraude anunciado.

 

 

La dirección política de la oposición tiene muchas debilidades y ha cometido bastantes errores. Sin embargo, en este momento tanto la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) como el Frente Amplio están siendo leales con la mayoría que, de distintas maneras, intenta resistir ante el gobierno.

 

 

 

El llamado a la abstención es coherente con lo ocurrido tras las elecciones de octubre del año pasado, cuando Juan Pablo Guanipa ganó la gobernatura en el estado de Zulia y Andrés Velásquez en Bolívar. ¿Qué pasó? Al primero, trataron de someterlo a través de la ANC. La élite canceló el triunfo de los votantes e impuso nuevas elecciones. Al segundo, todavía hoy, el Consejo Nacional Electoral no le ofrece respuestas ante sus contundentes denuncias de fraude. Estos son ejemplos recientes y brutales.

 

 

 

Las elecciones en Venezuela están diseñadas como una estafa perfecta. El gobierno elige a todos los candidatos, establece las reglas de juego, no permite auditorías ni ningún tipo de observación independiente, extorsiona a los votantes con comida y medicinas, mientras la población menos necesitada se debate moralmente entre votar o no votar.

 

 

 

Es una maniobra que apuesta, además, a enfrentar a la crítica internacional. El gobierno necesita una alta participación electoral para poder descalificar a todos los países que se han sumado al desconocimiento de los resultados electorales. Basta recordar una reciente entrevista con Jorge Rodríguez. El ministro de Comunicación y jefe de campaña de Maduro descartó la existencia de la crisis humanitaria usando como argumento el resultado de las últimas elecciones. Para eso necesita el gobierno que los venezolanos participen en las presidenciales.

 

 

 

Llamar a votar porque no hay más remedio, porque no hay otra alternativa, es absurdo. No estamos decidiendo entre votar o tomar las armas. Eso es parte de la trampa. Es lo que también ha propuesto Maduro. No estamos decidiendo entre votar o apoyar una invasión. Estamos denunciando que las elecciones son un artificio, que la democracia en Venezuela es una trampa.

 

 

 

Pero es necesario que la dirigencia política de la oposición llene de sentido —simbólico y práctico— la abstención, que la convierta en un verdadero acto político. Hay muchas posibilidades e iniciativas de inventar acciones de todo tipo, dentro y fuera del país, para el 20 de mayo. No se trata de una resignación pasiva. La abstención no tiene por qué ser una renuncia. También puede ser un gran acto de rebeldía.

Por ALBERTO BARRERA TYSZKA

 

 

No más cumbres, por favor

Posted on: abril 19th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

La Cumbre de las Américas, el encuentro de los líderes del continente para debatir problemas compartidos, tuvo una vida breve: inició el viernes 13 y terminó el domingo 15 de abril. Pero el ataque a Siria del viernes por la noche marcó su final como noticia. Incluso antes, el anuncio de la ausencia de Donald Trump fue un golpe para el espectáculo. El hombre que huye por igual de una prostituta que de un ex director del FBI era una garantía para el espectáculo y, a última hora, dejó a los medios con los crespos hechos.

 

 

 

Al final de la cumbre, la corrupción y la gobernabilidad terminaron reducidas a un documento, a una sala más en el estéril museo de los buenos propósitos. Tampoco hubo consenso frente a las próximas elecciones venezolanas, a celebrarse el 20 de mayo. Solo quedaron declaraciones más o menos predecibles: dieciséis países firmaron la Declaración de Venezuela, en la que hacen un “llamado urgente” a Maduro para que las elecciones sean limpias. Excusas conocidas, promesas renovadas.

 

 

 

El sentido común dicta que no es conveniente organizar una fiesta con los tipos más cuestionados o menos queridos del barrio. Pero peor aún es, encima, publicitar la celebración, difundir fotos y videos de este grupo sonriendo, repitiendo en voz alta cosas que ya ha dicho antes y festejando como si en sus respectivas casas no estuviera pasando nada. ¿Para qué sirven las reuniones internacionales de presidentes? ¿Qué queda de la edición más reciente de la Cumbre de las Américas?

 

 

 

El tema oficial de la VIII reunión de mandatarios de todo el continente americano era la “gobernabilidad democrática frente a la corrupción”. Y el encuentro se dio en Perú, un país cuyo presidente debió renunciar apenas un poco antes, precisamente debido a un escándalo de corrupción y soborno. En un acto de coherencia involuntaria, el anfitrión quiso estar acorde con el tema planteado y se retiró de la fiesta antes de que lo sacaran. Después de verse implicado en el escándalo de la constructora brasileña Odebrecht, el expresidente Pedro Pablo Kuczynski dejó la presidencia y el vicepresidente, Martín Vizcarra, tomó su lugar. Pero su caso no es único.

 

 

Una buena parte de los mandatarios que acudieron a la cumbre han tenido o tienen que lidiar con escándalos similares. Hace apenas dos años, cuando su popularidad estaba mejor, ya el 72 por ciento de los mexicanos percibía a Enrique Peña Nieto como un presidente corrupto. En estos momentos, solo puede llegar al final de su mandato jugando a la defensiva. Michel Temer es otro caso emblemático: se mantiene en la presidencia gracias al control que tiene del congreso brasileño. Así ha logrado bloquear las repetidas denuncias por corrupción que ha presentado en su contra la Fiscalía General del Brasil. Igual podrían señalarse los casos de Orlando Hernández en Honduras o de Daniel Ortega en Nicaragua. Hacia donde se estire la mirada, la relación entre corrupción y política aparece como una realidad terrible. Más que debates, se necesitan acciones urgentes.

 

 

 

Este es posiblemente uno de los mayores fracasos de la reciente historia política del continente. Los gobiernos, supuestamente renovadores, que llegaron invocando a la izquierda y anunciando cambios radicales, terminaron repitiendo de la misma forma —o aún peor— las prácticas corruptas del pasado. La imagen de Lula en una celda es un duro retrato de ese descalabro. El dinero de Odebrecht fue lo que realmente se movió a través de las venas abiertas de América Latina.

 

 

 

Visto desde esta perspectiva, parece entonces un poco absurda toda la maniobra de impedir que Nicolás Maduro asistiera a la cumbre. Lo ideal, realmente, habría sido lo contrario: tenerlo como invitado de honor. Si alguien puede hablar de corrupción y gobernabilidad es el presidente de Venezuela. Según ha confesado Mónica Moura, una publicista brasileña, Maduro le entregó 11 millones de dólares como parte del pago de su trabajo para la campaña presidencial de Hugo Chávez. También el expresidente de Odebrecht en Venezuela, Euzenando Prazeres de Azevedo, declaró que financió con 35 millones de dólares la campaña de Maduro en 2013.

 

 

 

Por otro lado, en rigor, Venezuela era el tema no oficial pero sí protagónico de la cumbre. La crisis del país petrolero se ha internacionalizado y se ha convertido en un conflicto de la región. Es un problema físico para todos los demás países —con un éxodo migratorio que en los últimos dos años ha llevado a un millón de venezolanos a huir de su país— y una situación cada vez más difícil de manejar. Si la idea era presionar al gobierno de Venezuela para que acepte la ayuda humanitaria y unas elecciones realmente transparentes y equilibradas, también habría sido mucho mejor tener ahí enfrente al mismísimo Maduro: encararlo y cuestionar su legitimidad le habría dado, además, algo de legitimidad a la cumbre.

 

 

 

¿Qué se puede debatir o acordar sobre gobernabilidad y corrupción en tres días llenos de protocolos diplomáticos, sesiones de fotos y declaraciones oficiales a la prensa? ¿Acaso es posible lograr algún tipo de eficacia? No. Por supuesto que no. Lo que está en discusión, después de los días de la cumbre, es más bien la eficacia del espectáculo.

 

 

 

Un temblor recorre toda la región: la crisis de la representación política. En América Latina la pobreza, la violencia y la impunidad permanecen, y los mesías provisionales y desechables se multiplican. Mientras la sociedad civil, a pesar de todos los problemas, crece y se fortalece, ocupa más espacios y tiene cada vez más exigencias, el liderazgo político parece quedarse cada vez más rezagado. La antipolítica amenaza con convertirse ahora en un fenómeno religioso. Los showmen y los predicadores, con la formación de su propia telegenia, quieren ser los protagonistas de la gestión pública. Cualquiera puede ser político menos los políticos.

 

 

Los líderes fraguados en las luchas sociales, los militantes del partido y los funcionarios caminan sin equilibrio sobre su propia fragilidad. No más cumbres, por favor. Es hora de reinventar la política.
Alberto Barrera Tyszka

 

 

Fuente: https://www.nytimes.com/es/2018/04/16/opinion-barrera-cumbre-americas-co…?

 
Blog de Alberto Barrera Tyszka

La política homicida de Nicolás Maduro

Posted on: marzo 30th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

En Venezuela, la salud pública se ha convertido en una causa de mortalidad. La estadísticas también llegan sin anestesia: 76 por ciento de los hospitales no cuentan con servicio de agua. Solo el 47 por ciento de los quirófanos están funcionando. La escasez de material quirúrgico es de 79 por ciento y la falta de medicinas alcanza un 88 por ciento. Los resultados de la Encuesta Nacional de Hospitales 2018 son aterradores. Pero hay que ir más allá de las cifras. Hay que ponerle un nombre, una cara y una edad a cada número. Hay que sumar la muerte y contarla. Y también hay que preguntarse, ¿qué pasa cuando el Estado es también una enfermedad? ¿Cómo actuar ante un Estado que no cura, sino que mata?

 

 

 

El gobierno habló y actúo como si nada estuviera pasando. Las salas de emergencia de los hospitales cerraban, los médicos y enfermos salían juntos a la calle a protestar, antiguas epidemias regresaban al país, las farmacias cada vez estaban más desabastecidas mientras, en las redes sociales, se multiplicaban los mensajes de gente desesperada pidiendo alguna medicina…

 

 

 

Mientras la realidad empeoraba de manera cada vez más angustiante, el gobierno insistía en decretar que todo era parte de un conspiración, que la salud del país estaba bien, que lo demás era fantasía. Cuando ya fue imposible seguir jugando a la ceguera, entonces comenzó a denunciar que se trataba de una “campaña mediática”, que había un complot nacional e internacional destinado a inventar o magnificar lo que ocurría. Sin embargo, todos los días hay venezolanos que mueren por culpa de esa supuesta “ficción mediática”.

 

 

 

Obligado por la evidencia innegable de lo que está pasando en el país, finalmente el gobierno ha aceptado que hay una crisis. Pero no se hace responsable de ella. Solo denuncia al imperialismo estadounidense como culpable de la trágica situación. Y, mientras tanto, sigue actuando con la misma cínica superficialidad: en lo que va del año, Nicolás Maduro lanzó públicamente un “plan de salud ancestral”, que promete curar las enfermedades con remedios naturales y, además, prometió que muy pronto Venezuela será una “potencia mundial en salud”.

 

 

 

La frivolidad política debería ser un crimen. Maduro toca la lira mientras Venezuela es devorada por las enfermedades y las epidemias. No se trata ya solo de un problema nacional: con el enorme movimiento migratorio, el tema empieza a ser una gran preocupación para la región. La actitud del gobierno venezolano frente a la crisis del país se está convirtiendo en una emergencia internacional.

 

 

Todos los argumentos que propone el oficialismo para explicar este apocalipsis clínico son insostenibles. El más vistoso y recurrente es el de “la guerra económica”. Se trata de una versión renovada de la teoría del bloqueo.

 

 

En semanas recientes, más de un funcionario ha llegado a decir por los canales oficiales que los conspiradores internacionales impiden que el gobierno traiga comida y medicinas al país. Es un discurso que funciona por su eficacia publicitaria. Sin embargo, no es aplicable al modelo venezolano. El mismo ejemplo de Cuba echa por tierra el argumento. La épica construida y distribuida por la Revolución cubana, se basaba en que —a pesar del férreo bloqueo— la educación y la salud en la isla eran fabulosas y estaban garantizadas. La revolución de Chávez, con cientos de miles de millones de dólares bajo el brazo, no logró ni siquiera consolidar un sistema de seguridad social eficiente. Los únicos avances que Maduro puede mostrar ahora son los brotes de enfermedades ya erradicadas que ahora reaparecen en el país: el sarampión, la difteria, la malaria y la tuberculosis.

 

 

 

En esta historia, sin duda, hay más corrupción y crueldad que conspiraciones internacionales. Y ya se sabe: la enfermedad no existe, existen los enfermos. Hay miles de venezolanos que se han convertido repentinamente en víctimas. El aumento de la mortalidad infantil es un indicador incuestionable. Lo mismo que la atención a otros sectores de mayor riesgo de la población. En los últimos días, dos mujeres con trasplantes de riñón han fallecido por no haber recibido sus medicamentos. Otros han perdido o están a punto de perder sus órganos por la misma razón. Es un tratamiento sumamente costoso que, como en la mayoría de los países del mundo, debe estar garantizado por la seguridad social venezolana.

 

 

 

El gobierno de Maduro tiene dólares para traer invitados internacionales y celebrar el quinto aniversario de la muerte de Chávez, pero no para darle medicinas a los trasplantados renales. Es una paradoja brutal del país que estamos siendo.

 

 

 

Es necesario documentar seriamente esta crisis. Es algo que va más allá de registrar la negligencia oficial. Estamos ante un delito de inmensas proporciones. Mientras el oficialismo insiste en pensar que la ayuda internacional es una estrategia para invadir el país, las estadísticas se siguen manchando de sangre. A principios de este año, Maduro dijo: “Viven hablando de una supuesta crisis humanitaria. A Venezuela no la va intervenir nadie”. Es una soberbia homicida. Así no puede hablar el presidente de un país donde ya falta hasta la sangre para las transfusiones.

 

 

 

Frente a un gobierno que considera que la ayuda humanitaria es subversiva, es necesario radicalizar la solidaridad. Hay planes como los que adelantan organizaciones como @accionsolidaria o @codevida, que, en poco tiempo, han logrado una red de apoyo que suma a más de 42 ciudades en 17 países y que ya ha logrado recibir y distribuir 40 toneladas de medicinas y de insumos médicos en Venezuela. Pero hay más grupos organizados a nivel nacional (@caritasdevzla, @conviteac, @donamed_ve, @FLapastillita, @mivenezuelaxti, @preparafamilia) e internacional (@AccionVZLA, @Action4Help, @AyudaHumanVzla, Meals4Hope, @saludvzlamadrid) que buscan sumar esfuerzos en este mismo sentido. Hasta ahora, no han encontrado mayores obstáculos del gobierno para realizar esta labor. En el contexto de un Estado enfermo, esta solidaridad es la única alternativa de salud que les queda a muchísimos venezolanos.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

Fuente: https://www.nytimes.com/es/2018/03/24/opinion-barrera-crisis-salud-venez…

Blog de Alberto Barrera Tyszka

Un grito

Posted on: octubre 29th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

La mujer se asomó a la ventana. Tenía puesta una bata sencilla, sin mangas. Aunque no se le veían, podían adivinarse unas chancletas de plástico medio desencajadas debajo de sus pies. Su cabello se desordenaba apenas hasta el cuello. Su rostro estaba cruzado por una mueca que, con dificultad, contenía un alarido. Lo aguantó durante pocos segundos. La mujer se asomó a la ventana y lanzó un grito: ¡que se vayan todos a la mierda!  Y sin que le faltara el aire prosiguió: ¡que se vayan todos al mismísimo carajo! ¡Son unos farsantes, unos sinvergüenzas, unos grandes coño e madres!  Sus palabras se colaron entre las casas y las veredas, retumbaron en los escalones, siguieron sonando más allá, a lo lejos. Luego hubo un silencio tenso, irritado. Una rabia muda.

 

 

 

El desespero ya no necesitan nombres. Hay muchos destinos para la indignación en este tiempo, en este mapa ¿Cómo puede sentirse cualquier venezolano cuando ve cómo Maduro nombra a sus candidatos derrotados como “protectores” de los Estados donde fueron, democráticamente, rechazados? ¿Qué siente el ciudadano común cuando escucha a Henry Ramos Allup tratando de disfrazar sus maniobras, mintiendo, pretendiendo salirse por la tangente con juegos de palabras?  Cualquiera siente exasperación. Siente dolor, humillación. Siente impotencia. La política se ha convertido en una ficción muy violenta.

 

 

 

¿Qué puede representar Tibisay Lucena para la mayoría de los habitantes de este país? La misma figura que obstaculizó e impidió cualquier evento electoral el año pasado es ahora quien, con idéntica serenidad y armonía, facilita y organiza de manera express unos comicios para el próximo mes de diciembre. En su actitud no solo hay engaño,  la voluntad de intervenir a favor del poder los procesos electorales, sino también hay cinismo. El cinismo del fariseo que, cuando comete un delito, actúa como si estuviera ejecutando una virtud.  El CNE no representa ni protege a la ciudadanía. El CNE ni siquiera ya se representa a sí mismo. Ha perdido cualquier majestad institucional. Es absurdo que, después de todo lo ocurrido, la oposición se plantee –tan siquiera- participar o no en una nueva elección. El fraude ya ha quedado expuesto, de manera evidente. El fraude ya es un modo de producción. Es la única suma que tiene el gobierno, la manera de contarnos y de someternos.

 

 

 

Hasta ahora, el principal elemento de la ANC ha sido, en la práctica, proponer la eliminación de la democracia protagónica y participativa de nuestra Constitución. El nuevo modelo del oficialismo es otro. Más opaco, más chantajista, más extorsionador. La acción contra Guanipa en Zulia es zarpazo salvaje en contra del poder del pueblo. En el fondo, el oficialismo, por iniciativa propia, se está encargando de decirle al mundo que este gobierno no es democrático porque –precisamente- suprime o pervierte los mecanismo democráticos para poder cambiarlo. Y, mientras esto sucede, mienten. Todo el tiempo. Siguen hundiéndose, y hundiendo al país, en un engaño sin límites, en una estafa suicida. Elvis Amoroso, hace pocos días, aseguró que si no existiera Dólar Today “los venezolanos comeríamos lomito todos los días”.

 

 

 

Esta semana leí dos artículos extraordinarios sobre este mismo tema. Un magnífico y puntual recuento del historial de mentiras oficialistas escrito por Sebastiana Barráez y un agudo texto donde José Rafael Herrera nos recuerda que, en la política, “decir la verdad es una cuestión absolutamente necesaria”. Es inevitable. La versión oficialista de la vida, además, se empeña en producir fantasías enloquecidas. Nunca antes un gobierno estuvo tan separado de las necesidades reales de la gente. La oposición está obligada a deslindarse. La oposición tiene el desafío de la transparencia. ¿Cuánto niños mueren por desnutrición este domingo en Venezuela?

 

 

Una mujer se asoma a la ventana y lanza un grito.

Una larga y triste derrota

Posted on: octubre 22nd, 2017 by Laura Espinoza No Comments

Porque, en realidad, el domingo pasado nadie ganó.

 

 

Ni siquiera el oficialismo, con sus 18 gobernaciones y el espejismo de un mapa teñido de rojo. Su victoria es una fantasía, una fiesta hueca. Por eso ni siquiera hubo grandes celebraciones. Fue la victoria electoral más escuálida de todos estos años. La alegría parecía un artificio. El domingo pasado fue un día cabrujiano, y perdónenme el adjetivo. Es un pequeño homenaje a quien nos ayudó a entender el fracaso de nuestros simulacros. El domingo 15 de octubre perdimos todos. Se acabó el hechizo electoral. Votar dejó definitivamente de ser un acto independiente y soberano. En este país, al menos, votar dejó de ser un verbo.

 

 

 

El proyecto de fraude global que inició el oficialismo en diciembre del 2015, con la designación de nuevos miembros y suplentes en el TSJ, alcanzó fatalmente su clímax en los comicios del pasado domingo. Ha sido un proceso que cada vez ha ido perdiendo más sus maquillajes y dejando en evidencia su naturaleza delictiva. Las recientes elecciones regionales fueron ya el destape final. El ventajismo institucional, los procedimientos y acciones al margen de la ley, el robo descarado de votos, la violencia en contra de los representantes de la oposición en las mesas… logró el insólito milagro de ganar 18 gobernaciones teniendo un 20% de aprobación. El oficialismo ha terminado estrujando y desechando la última y frágil instancia de legitimidad institucional que tenía: el voto popular.

 

 

 

De esta manera, ganar las elecciones significó perder uno de sus principales argumentos a nivel internacional. Si antes había alguna duda, ya las elecciones en Venezuela no ofrecen ninguna garantía. Pero tampoco a lo interno el triunfo del oficialismo representa una gran victoria. De cara a la crisis y en el contexto de un Estado fallido, de cara a sus propios seguidores y a las expectativas populares, el horizonte chavista parece un precipicio. El oficialismo decidió deliberadamente trivializar la política. Sus candidatos se apartaron de Miraflores como si Maduro fuera un apestado. Sustituyeron el socorrido debate ideológico por una carrucha y un burro, por unos guantes de boxeo. Eligieron esconder a Chávez y frivolizar la revolución. Es la confirmación de la derrota final del proyecto. La izquierda convertida en una payasada. Para llegar al socialismo bolivariano solo hay que bailar la burriquita.

 

 

 

Del otro lado, el liderazgo de la oposición repitió una característica que ya empieza a resultar genéticamente trágica: la falta de previsión, la ausencia de plan B. La realidad siempre los sorprende. Siempre los agarra movidos entre tercera y home. Siempre terminan desbordados por lo que finalmente ocurre. Y entran entonces en un breve espasmo de congelamiento que produce aun más confusión y desconcierto. Tanto que, en algún momento, Andrés Velásquez parecía un huérfano en el estado Bolívar, un valiente pero solitario David enfrentado a ese Goliat de cuatro cabezas que es el CNE.

 

 

 

Todos sabemos que no es fácil ser político de oposición. Que en este trance, además, el liderazgo estaba condenado a pelear electoralmente, que no podía cedérsele así sin más todos los espacios de poder regional al oficialismo. Pero eso no salva a la dirigencia de sus debilidades y errores. Las divisiones, los intereses particulares, la falta de un proyecto común más allá de la salida inmediata de Maduro, las maniobras pre electorales de algunos partidos, la alianzas ocultas con el poder… al final, terminan favoreciendo al oficialismo. Todavía, después de tanto, hay quienes siguen sin entender que conspirar contra la unidad política es una forma de suicidio colectivo.

 

 

 

Los abstencionistas tampoco han obtenido un triunfo. En términos reales, muchos de ellos han perdido territorialmente, ahora estarán bajo el gobierno regional del PSUV. Un “se los dije” puede dar una fugaz gratificación personal pero obviamente no es una victoria política. Los radicales siguen estando igual. En rigor no pueden hacer otra cosa. No tienen hacia dónde moverse. La abstención es su propio techo. Lo otro es tomar las armas e ir a las montañas de Villanueva, en el pie de monte entre Lara y Trujillo, a comenzar desde ahí la rebelión. Porque no se puede convocar a una rebelión desde una oficina en Caracas y luego dar una entrevista a CNN. Los radicales perdieron su discurso. De aquí en adelante, ya solo pueden repetirse. La abstención no es un proyecto. Es una resignación, un sin remedio.

 

 

 

Pero también el CNE salió totalmente derrotado. La jugada de la reubicación de electores a última hora los ha dejado ya sin posibilidad de disfraz. Es imposible mantener una leve duda. Ya no se puede ni siquiera hablar de parcialidad. Hasta en la última galaxia, ya es evidente que las rectoras del CNE son simples y prescindibles fichitas del oficialismo. El disimulo de la institucionalidad quedó arruinado. Son segundonas. Están ahí para hacer el trabajo sucio. Y las preguntas también salpican a Luis Emilio Rondón: ¿Qué hace ahí? ¿Qué hizo mientras todo esto ocurría? ¿Qué papel jugó? ¿A quién realmente representa?… El CNE es un chiste doloroso. Perdió cualquier posibilidad de representar algo. Perdió incluso su futuro. Ya no hay chance de que haya en Venezuela unas elecciones –reconocidas y aceptadas, nacional e internacionalmente– mientras el árbitro siga siendo el mismo.

 

 

El domingo pasado se selló una larga y triste derrota. Fue un duro golpe contra la verdad, contra la confianza colectiva, contra el voto, esa experiencia que nos hacía comunes, que nos hacía país. Poco importa ya que los nuevos gobernadores se juramenten o no ante la ANC. Ya no hay adornos. Todo es chantaje. El delito es la nueva forma de la política. La democracia ya ni siquiera sirve como espectáculo.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

Volver a la calle

Posted on: octubre 8th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

Quizás hay que empezar reconociendo que las elecciones del próximo domingo provocan, en la mayoría de los ciudadanos, algo parecido a un cortocircuito interior, un breve mareo en la conciencia, un beriberi emocional por lo menos. Juntos llevamos casi 2 años haciendo todo lo correcto, todo lo posible, todo lo democráticamente correcto y posible, para ejercer nuestro voto y expresar de manera participativa y protagónica nuestra opinión. Y juntos fracasamos. El oficialismo, de forma tramposa, cobarde y violenta, hizo lo imposible por impedir que hubiera votaciones libres y universales. Peor aún: organizó su propio bingo de los animales para estafar electoralmente al pueblo venezolano. Sí. Así pasó. Y es una historia que genera una frustración enorme, una indignación infinita.

 

 

 

Hay que reconocer y aceptar que duele. Todavía, cada vez que veo y escucho a Tibisay Lucena, me crujen todas las vocales. Se me atasca una rabia en el origen de la lengua. Hasta mi cédula de identidad echa humo. No es fácil pensar en votar, ir a votar de nuevo, después de todo lo que ha pasado, con este mismo CNE, con este mismo gobierno fraudulento. No es nada fácil. Pero esto no es un gobierno democrático. Y las luchas contra los gobiernos no democráticos nunca han sido fáciles. Exigen superar la radicalidad instantánea, manejarse con mayor inteligencia ante el poder del adversario. La indignación es un sentimiento legítimo pero no es una estrategia política. La emoción no es una forma de pensamiento. No es una maniobra. A veces, por el contrario, es un lujo que no podemos darnos.

 

 

 

Después de todo este tiempo de batallas, desde el inicio de la nueva Asamblea Nacional hasta las marchas en la calle de este año, el oficialismo apura unas elecciones regionales. Sabe que es el momento, su mejor oportunidad, para intentar derrotar a la oposición y lograr recuperar un poco de legitimidad internacional. Su mejor aliado, curiosamente, está del otro lado. Para los comicios del próximo domingo, el gobierno depende más de las bases de la oposición que de las bases del chavismo. Por eso promueven la confusión, distribuyen el desánimo, alientan la abstención. Si todos los pensáramos con el miocardio, nadie iría a votar el 15 de octubre. Luchar contra una dictadura obliga pensar de otra manera.

 

 

 

No deja de ser sorprendente la cantidad de artículos, mensajes, tuits… que están circulando, tratando con ansia de convencer a los futuros abstencionistas del domingo. Es un gran desgaste realizar una campaña donde tú mismo eres tu adversario. Quienes sentencian que votar es claudicar, que votar es “negociar con el régimen”, suelen basar sus feroces críticas en el referendo organizado por la propia oposición. Dicen, repiten, agitan la idea de que “el mandato del pueblo el 16 de julio” fue otro. Que no hay que salir de la calle hasta que Maduro se vaya y se acabó. Que no se hable más. Que cada quien coja su esquina y así resolvemos esto rapidito. Los radicales creen que la magia mueve la historia.

 

 

 

El 16 de julio del año 2017 yo solo vi a un pueblo que quería votar. Más aun: un pueblo que se volcó a votar, incluso con la desautorización institucional. Con un CNE opuesto, con un gobierno amenazante, aun con todo esto, una mayoría abrumadora salió a votar. Ese día, el pueblo mismo se convirtió en institución. En una acción inédita le quitó el poder y la legitimidad al oficialismo. Gracias a eso, en gran parte, la Constituyente se convirtió en una parodia que desconocieron demasiados países en el planeta. El mandato del 16 de julio tiene que ver precisamente con eso. Con un pueblo que, a pesar de su frustración y con todas las sospechas sobre el proceso, insiste en el voto. Quiere pronunciarse. Necesita nombrarse y reconocerse como la mayoría.

 

 

 

Es muy fácil ser un súper héroe en Twitter. Pero la vida real es mucho más compleja. Los ciudadanos de Venezuela tenemos demasiados adversarios: la crisis económica, el proyecto totalitario del gobierno, las divisiones del liderazgo opositor, el cansancio, la impotencia, el desespero… No es fácil. No es nada fácil. Pero es lo que toca. Así son las guerras. Y el Estado nos está haciendo la guerra. El Estado nos quiere arrinconar. Callar. Invisibilizar. Paralizar.

 

 

 

Hay que reconocer y aceptar que cuesta. Pero no es una invitación a una rumba. No se trata de decir: vente a votar, qué gozadera. No. El 15 de octubre forma parte de una misma, larga y difícil, jornada ¿Quieres calle? Ahí está. Los métodos de lucha cambian. El próximo domingo hay una gran marcha. Votar también es volver a la calle.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

Por qué hay que dialogar con los militares en Venezuela

Posted on: octubre 2nd, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

El pasado 26 de septiembre, el presidente Nicolás Maduro fue condecorado con la Cruz del Comando Estratégico Operacional. El acto militar se realizó en una base aérea cercana a Caracas y, al momento de hablar, el Presidente de Venezuela dijo que “hoy la patria sustenta su unión en la cohesión de esta Fuerza Armada Nacional Bolivariana”. No solo se refería a una cuestión de orden y represión de las protestas públicas. Maduro se refería, sobre todo, a una sociedad cuyo principal protagonista es la fuerza armada. Finalmente, Maduro ha cumplido el sueño de Chávez: los militares son el motor de la historia venezolana. Así lo reseña nytimes.com

 

 

 

Es necesario recordar que, hace un poco más de un año, obligado finalmente a reconocer la terrible crisis económica y social por la que pasa el pueblo venezolano, el presidente decidió crear un orden mayor, la Gran Misión Abastecimiento Soberano y Seguro, con más poder que todos los ministerios, dedicado a combatir el desabastecimiento de comida y de medicinas. Al frente de esta nueva misión designó al ministro de la Defensa, General en Jefe Vladimir Padrino López. Fue un paso definitivo en la creciente militarización de la gestión administrativa del Estado. Esa ha sido la constante más clara del gobierno de Maduro: cederle la economía y la política a la fuerza armada. En la famosa “unión cívico militar” que tanto pregona el oficialismo, los civiles son cada vez más un adorno. La historia ahora se viste de uniforme.

 

 

 

 

El avatar de Twitter de Padrino López es una foto en la que aparece vestido en traje de campaña, con el uniforme lleno de polvo, cargando un fusil y trotando hacia adelante. Hay algo cinematográfico y heroico en esta imagen del general Padrino López. Aunque su discurso invoque insistentemente la paz, su carta de presentación es un fusil. Hace pocos días, en un foro público, volvió a repetir que las marchas populares que se dieron en Venezuela entre abril y julio no eran “manifestaciones pacíficas” sino “operaciones subversivas”. Es curioso ver cómo los supuestos revolucionarios de izquierda del siglo XXI utilizan los mismos argumentos que los gorilas derechistas del siglo XX.

 

 

 

 

El informe de la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, sin embargo, tiene otra versión. Señala el uso sistemático de la fuerza y la utilización de armas letales por parte de las Guardia Nacional Bolivariana en contra de los manifestantes, dando por resultado denuncias sobre 5051 personas detenidas arbitrariamente, allanamientos ilegales, tortura, uso de tribunales militares para juzgar a civiles, así como el registro de más de 100 asesinatos. Para cualquier venezolano, la imagen del general Padrino apretando un arma entre sus manos es lo contrario de una metáfora de la paz.

 

 

 

 

Pero al ministro le gusta filmarse y promoverse en las redes sociales. No es ninguna novedad. Twitter es un método express de banalización del discurso. Gracias a esta red social, todos podremos ser líderes políticos, aunque solo sea por unos segundos. Hace unos meses, en julio de este año, Padrino López colgó en su cuenta un video donde aparecía en una práctica militar, agazapándose y disparando a algunas siluetas, corriendo, saltando entre neumáticos, ocultándose, volviendo a disparar. Es una secuencia de entrenamiento bastante común en algunas películas o series de tv. Al final, un tanto jadeante, mirando a cámara, el ministro ofrece un mensaje a propósito de la soberanía y la independencia.

 

 

 

 

El esquema del guion siempre es igual: Padrino López le habla a la cámara. Como si tuviera la fantasía secreta de ser un youtuber.
No es su única pieza fílmica. Ya en otras oportunidades, y en otros contextos, ha producido y actuado en otros breves capítulos: el general entrando a su oficina y hablando de la patria y la unidad nacional. El general en un cuartel recibiendo su ración de comida como cualquier otro soldado, y conversando amenamente con algunos compañeros. El general en el campo sosteniendo en sus manos dos frutos, mientras comenta algunos detalles sobre las posibilidades de reposicionar al cacao dentro de la producción agrícola nacional. El esquema del guion siempre es igual: Padrino López le habla a la cámara. Como si tuviera la fantasía secreta de ser un youtuber.

 

 

 

Nada de esto es casual ni aislado. Es otra expresión simbólica de un proceso que viene desarrollándose en Venezuela desde hace años. En 1999, cuando asumió por primera vez la presidencia, Hugo Chávez sabía claramente cuál era su proyecto, cómo y con quien pensaba gobernar. “Yo no creo en los partidos políticos. Ni siquiera en el mío. Yo creo en los militares”, le dijo a Luis Ugalde, rector para ese entonces de la Universidad Católica Andrés Bello. Casi veinte años después, Venezuela más que un país es un derrumbe, un caos que desafía cualquier pronóstico y demuestra que no hay límites, que siempre se puede estar peor.

 

 

 

La inflación se calcula en un 700 por ciento, la población se encuentra al borde de una crisis humanitaria en todos los sentidos, la práctica política está casi paralizada, la represión es cada vez mayor y la libertad de expresión es cada vez menor, la independencia de poderes no existe. La única institución que parece haber sobrevivido es la fuerza armada. Ese es el verdadero logro de la autoproclamada “Revolución Bolivariana”. El socialismo del siglo XXI es, en el fondo, una rentable empresa militar.

 

 

 

Los ciudadanos, no obstante, conocemos muy poco del mundo militar. No sabemos nada de sus reglas internas, de sus protocolos y de sus acuerdos. No manejamos sus códigos. La dirigencia política de la oposición tampoco sabe qué pasa en el interior de la fuerza armada. Los militares de Venezuela son un enigma que se presta a muchas especulaciones.

 

 

 

Más de una vez, tanto nacional como internacionalmente, algunos han creído que los militares actuarían decididamente en contra del gobierno y, sin embargo, la historia ha demostrado lo contrario. Incluso cuando de manera más evidente el gobierno ha violado la Constitución o actuado al margen de las instituciones, la fuerza armada siempre se ha puesto de su lado. Y, de hecho, se ha definido como chavista adoptando la misma marca que el partido de gobierno. Al igual que el liberalismo, también el socialismo puede ser salvaje y privatizar hasta el orden público y la defensa de la patria.

 

 

 

Suelen esgrimirse dos argumentos para explicar esta sumisión. El primero tiene que ver con el soporte económico y los privilegios que el oficialismo le ha otorgado durante estos años a la fuerza armada. El segundo con el proceso de ideologización que, también desde hace años, mantiene el chavismo sobre la institución. Ambos pueden ser ciertos. Sin embargo, hay que considerar otra hipótesis: que en realidad el oficialismo no controla al estamento militar. Que la Fuerza Armada Bolivariana ya es un poder independiente, una gran corporación, con sus propias peleas internas pero también con mayor sentido de cuerpo y de respeto a las jerarquías. Y que, por el contrario, Maduro quizás solo sea la fachada civil de un gobierno militar.

 

 

 

Durante estos últimos años, la fuerza armada se ha consolidado como un importante holding económico del país. Aparte de ocupar puestos fundamentales en la gestión pública, los militares tienen 20 empresas en sectores estratégicos claves que van desde la producción de armamento hasta la distribución de agua y alimentos, pasando por la explotación de hidrocarburos y minería. Poseen y manejan medios de comunicación, compañías de seguros, compañías constructoras, empresas de transporte y una entidad bancaria. Todo esto sin contar las denuncias que existen sobre la estrecha relación con el narcotráfico y con otras ramas del crimen organizado.

 

 

 

Un ejemplo de la fragilidad del Estado y de los ciudadanos ante el poder militar en Venezuela es el Servicio Bolivariano de Inteligencia Militar, dirigido por otro general, Gustavo González López. Este cuerpo actúa con absoluta independencia e impunidad. Tan es así que varios detenidos del SEBIN siguen presos, a pesar de las órdenes de liberación emitidas por tribunales civiles. Es una prueba palpable y grotesca de que la justicia, en Venezuela, no depende de los jueces sino de los militares.

 

 

 

 

Chávez diseñó y desarrolló un modelo donde los civiles cuentan para darle al gobierno una escenografía democrática, pero donde el poder real debe ser ejercido por los militares. Sin embargo, en la mesas de diálogo y en la negociaciones, nunca participan directamente. ¿Quién habla por ellos? ¿Acaso realmente Maduro y el oficialismo los representan? Cualquier salida a la crisis de Venezuela pasa necesariamente por responder estas preguntas. Es indispensable sincerar la situación, aceptar que los militares son un poder de facto que debe incorporarse de manera independiente a cualquier negociación.

 

 

 

Alberto Barrera Tyszka