El economista venezolano Emeterio Gómez, autor de una extensa e influyente obra económica y filosófica, falleció este lunes 20 de abril en un hospital de Barcelona, España, luego de padecer prolongados problemas de salud.

 

 

Gómez fue una de las voces económicas más polémicas de finales del Siglo XX en Venezuela, cuya honestidad intelectual fue reconocida por quienes lo siguieron y lo adversaron. Con una visión filosófica de los hechos económicos, dejó un legado intelectual profundo, por ejemplo a partir de su actividad en el Cedice.

 

 

Profesor en diversas universidades del país, pero su actividad más prolífica en la Universidad Central de Venezuela (UCV) donde dictó cátedra durante décadas. Escribó alrededor de 15 libros, donde tocó temas de economía, sociología y filosofía con profundad entidad intelectual, pero además fue un analista certero de la actualidad de su país.

 

 

Gómez fue uno de los economistas venezolanos que más claramente advirtió sobre las consecuencias que podrían tener las decisiones políticas de sus compatriotas, y un fervoroso crítico del estatismo y el populismo, siempre con argumentos y sin importar a quiénes pudiera disgustar.

 

 

Seguramente, por esa angustia existencial sobre las circunstancias políticas y económicas de su país, centro sus estudios en la ética, en el «deber ser» de las decisiones humanas.

 

 

Emeterio Gómez, además de un intelectual de estilo renacentista por la amplitud de sus intereses, fue un hombre comprometido con sus ideas y su tiempo. Participó en la lucha armada en los años ´60, y luego hizo un tránsito, no exento de dolorosos costos personales, desde el marxismo al liberalismo, pero sin olvidar que la economía es una ciencia de carne y hueso, cuyo sentido último es la generación sostenible de prosperidad social.

 

 

En los años ´70 se deshizo de sus raíces marxistas por la calle del medio, luego de hacer un análisis desapasionado de la obra de Carlos Marx. Sobre «El Capital» llegó a afirmar: «En El Capital lo que hay es una sarta de tonterías. Es muy abstruso, y la gente creía que era una cosa muy profunda aunque no se entendiera. Pretender que el trabajo es la fuente exclusiva del valor de todas las cosas es absurdo».

 

 

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