Experimento Venezuela: una advertencia al mundo democrático

Posted on: noviembre 5th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

Pocos gobiernos en la historia de Venezuela han sido tan integral y sistemáticamente crueles, despiadados, violadores de derechos y de las reglas de los juegos democráticos, torvos y misántropos, como la saga del chavismo. Pienso incluso en el gomecismo y el perezjimenismo.

 

 

 

Por eso, aunque la documentación y los testimonios acumulados son lo suficientemente amplios y contundentes, es necesario proceder a su sistematización para que los venezolanos del presente y del futuro nunca lo olvidemos.

 

 

 

Y, sobre todo, para que las naciones democráticas contemporáneas entiendan lo que nosotros comprendimos tardíamente: que ninguna democracia por más sólida que parezca está blindada contra las amenaza de retorno de los autoritarismos, militarismos y totalitarismos que en el siglo XXI lo hacen en hombros de las más variadas formas de populismos.

 

 

No es fácil comunicarlo ni entenderlo. Especialmente en Europa. Primero, porque a diferencia del aparato propagandístico chavista que tiene un solo discurso y lo repite con el talento de los loros, rumiado una y otra vez los monemas excretados por las maquinarias de opinión, el discurso de la resistencia democrática tiene tantas versiones como interpretaciones tenemos del fenómeno que unos llaman dictadura, otros neoautoritarismo, otros totalitarismo del siglo XXI.

 

 

 

Si a esto le agregamos el hecho que existe en este continente lo que podríamos llamar un eurocentrismo de izquierda, un tipo de ideología política todavía enamorada del mito del “buen revolucionario”, correspondencia histórica –como bien lo explicara Carlos Rangel– del “buen salvaje” russoniano, que –en nombre de la injusticia y la desigualdad reinante en los “países atrasados”– justifica en América Latina las prácticas autoritarias que jamás aceptarían en sus propios países, entonces las cosas se nos complican.

 

 

 

El capitán general del eurocentrismo de izquierda, para que entendamos de lo que hablo, es Ignacio Ramonet, amo y señor de esa agencia de publicidad del anacronismo rojo llamada Le Monde Diplomatique.

 

 

 

Ramonet es un severo crítico de los horrores de la prensa occidental, las agencias de noticias, las grandes empresas de comunicación, pero celebra como necesarios el monopolio de los medios que sempiternamente ejerció Fidel Castro y la bestial operación de creación del mayor aparato de manipulación comunicacional de inspiración goebbeliana hecho en nuestros predios. Jamás propondría para su España natal o su adoptiva Francia lo que justifica para los hijos del subdesarrollo.

 

 

 

Sin embargo, en el extranjero se comprende cada vez más la amenaza del totalitarismo del siglo XXI que llegó como una esperanza política de masas y naufraga ahora devenido en tragedia humanitaria. A extremos maniqueos.

 

 

 

El experimento Venezuela se ha convertido en un coco electoral. A López Obrador, en México, lo quebraron haciendo analogías visuales entre su retórica y la de Hugo Chávez. Ollanta Humala perdió su primer intento de llegar a la Presidencia del Perú por razones similares. Y a Podemos, la franquicia ibérica del PSUV, cada vez que Iglesias trata con desprecio machista a una diputada de otra bancada, esta le recuerda que tiene sus manos excrementadas con el gobierno de Maduro.

 

 

 

Ahora viene en picada.

 

 

 

Hay otro elemento más. Europa se siente protegida por la institucionalidad que le confiere la pertenencia a la Unión Europea. La gente debe creer que esas pestes que periódicamente azotan a América Latina nunca les van a volver a ocurrir a ellos que ya pagaron con creces, en el siglo XX, el horror del nazismo, el fascismo, el comunismo o la Guerra civil española. Creen que esa es una vacuna suficiente como para nunca volver atrás.

 

 

 

Pero nosotros conocemos otra historia. Por eso la idea de convertirnos en predicadores de una alerta sobre las fragilidades de la democracia. Más que una manera de curarnos en salud, es un deber. Hay países que dicen: “Nosotros no somos Venezuela”. Recuerdo cuando nosotros decíamos: “Venezuela no es Cuba”. En la casa de al lado un guerrillero, terrorista, secuestrador, asesino cruel, podría ser presidente. Son los riesgos de la paz negociada

 

 

Tulio Hernández

@tulioehernandez

Autobiografía del hambre

Posted on: marzo 12th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

 

I.  La primera vez que conocí de cerca el hambre colectiva fue en La Habana. Corría el llamado período especial. El bloque soviético, al igual que el Muro de Berlín, se había derrumbado. El embargo de Estados Unidos arreciaba. Así que, sin combustible y sin la mesada que el Imperio comunista le asignaba para sobrevivir, al gobierno cubano no le quedó otra que ajustarse el cinturón de manera dramática.

 

 

Muchas cosas me impactaron en aquella visita. Los millares de personas que viajaban colgando como racimos de plátanos en puertas y ventanas del transporte. La evidente multiplicación de la prostitución a cambio de productos, alimentos y bebidas que solo los turistas podían comprar en las tiendas “diplomáticas”. La delgadez casi famélica de amigos a quienes, luego de un año, cuando íbamos al Festival de Cine, volvíamos a encontrar con cinco o diez kilos menos.

 

 

Pero lo que más me impactaba era un cierto rictus en el labio superior, una especie de encogimiento producto de la desnutrición, que dejaba la boca permanentemente semiabierta y afectaba a la mayoría por igual. El sello facial del hambre comunista.

 

 

 

Y, sin embargo, no vi nunca a nadie, en la calle, comiendo directamente de las bolsas de basura. Ni siquiera recuerdo haber visto en dónde se depositaba la basura.

 

 

 

II. En cambio, ahora que el hambre colectiva está tocando a nuestras puertas. Que se ha convertido en parte del paisaje urbano de las ciudades venezolanas. Lo que más dolor y tristeza, desasosiego e impotencia, desesperanza y pesar me genera es ver todos los días, primero frente a mi casa, luego en la breve ruta que tomo hacía la oficina, la cantidad de personas, agachadas unas, en cuclillas algunas, incluso sentadas como si se tratara de un picnic algunas, sacando desechos orgánicos de las bolsas de basuras y llevándolas a la boca con cierta desesperación.

 

 

Es una escena muy agresiva para cualquiera que no haya perdido la sensibilidad y los mínimos sentimientos de piedad y solidaridad con nuestros congéneres.

 

 

Aparte de los emocionales, de su aporte a la desesperanza que corroe al país democrático como una epidemia voraz, los efectos de este nuevo ritual son diversos. Primero, obviamente, para los comensales. El impacto moral: el hambre pulveriza la dignidad. Segundo, para su salud. Algún día se sabrá qué tipo de enfermedades han contraído y contagiado por este medio. Luego, para la salubridad de las zonas donde ocurre, toda vez que los comensales generalmente dejan esparcidos otros desechos en los alrededores de las bolsas que no son recogidos por el servicio de aseo urbano. En algunas casas se despiertan muy de madrugada para literalmente entregar personalmente las bolsas al camión recolector.

 

 

 

III. Lo más triste es que en Venezuela hay, efectivamente, una escasez de productos básicos y una inflación asfixiante, pero no hay hambruna alguna por catástrofe natural o por situación de guerra. Hay una política económica tercamente suicida. Pero el hambre es selectiva. Clasista. No azota a todos por igual.

 

 

Quienes tienen dólares suficientes convertidos en bolívares –diplomáticos-jerarcas rojos, empresarios exitosos, gente común que ahorró honestamente– pueden ir a un supermercado y comprar literalmente lo que quieran. Pero, eso sí, importado. Las clases medias y otros trabajadores sobrevivimos pagando los productos regulados o importados a precios escandalosos o, los menos afortunados, haciendo extensas colas para obtener alimentos regulados. Algunos, muy pocos, militantes del PSUV reciben las bolsas Clap. Todos nos las arreglamos para sobrevivir.

 

 

 

Menos aquel grupo, cada vez más grande, que se alimenta de la basura o mendiga desesperadamente por las calles un trozo de cualquier cosa que aminore el hambre. Los nuevos parias. El otro exilio. Vagan en familias, con niños y bebés en brazos. La mirada anestesiada por el desamparo. La ropa raída. Incluso, lo acabo de ver antes de sentarme a escribir esta nota, los pies descalzos.

 

 

Por ahora, Venezuela es también el plató de Los olvidados. Pero los adolescentes granujas de aquella impactante película, siglo XIX de Buñuel, lucen mejor vestido y alimentados que los olvidados del socialismo del siglo XXI.

 

 

Tulio Hernández

@tulioehernandez

Lepage, ¡libra por todos!

Posted on: enero 15th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

Desde 2008, cuando cumplió 85 años de edad, hasta el momento de su muerte a los 93, cuando el gobierno no pudo impedir su partida, Octavio Lepage estuvo sometido a prohibición de salida del país. Un tribunal del interior, por obvio ensañamiento, abrió un juicio en el que se le atribuían responsabilidades en lo que se conoció como “la masacre de Yumare”. Una operación en la que murieron nueve guerrilleros, de acuerdo con la versión oficial nueve jóvenes inocentes, según el puñado de ultraizquierdistas que todavía –estamos ya en la presidencia de Lusinchi y Lepage es ministro del Interior– se negaba a abandonar la lucha armada, a pesar de que sus principales líderes y partidos lo habían hecho a finales de los años 1960. El juicio nunca prosperó. Pero tampoco se levantó la prohibición.

 

 

 

Lepage, sin embargo, así me lo contó su hija Gabriela, a pesar de las limitaciones y disgustos que la medida le causaba, llevó con absoluta dignidad y respeto a las leyes el exabrupto jurídico. Se lo tomó con sangre fría. Y, podría uno pensar que como compensación, al momento de su muerte física le correspondió ser –simbólicamente hablando– el primer demócrata en liberar el Palacio Federal, sede de la Asamblea Nacional, del secuestro que durante casi dos décadas, desde 1999 hasta el pasado domingo 8 de enero de 2017, practicó el grupo rojo en el poder reservándose el derecho de rendir honores posmortem en la sede del Poder Legislativo solo a figuras afectas al llamado socialismo del siglo XXI.

 

 

 

Durante ese tiempo, producto de su sectarismo, petulancia, irrespeto a las leyes y desprecio por el país que no piensa como ellos, los chavistas solo permitieron el acceso al recinto de los restos mortales de figuras como Robert Serra, Eliécer Otaiza, Lina Ron o Danilo  Anderson.

 

 

 

Pero le fueron negados los legítimos honores del país y del Estado, cuya expresión más acabada es el Parlamento, a los ex presidentes Caldera, Lusinchi, Herrera Campins, Pérez y Velásquez. O a figuras emblemáticas de la literatura y la política, como Arturo Uslar Pietri, o del cariño popular, como Simón Díaz.

 

 

 

En la era democrática, en el Parlamento se le rindieron honores por igual a ex presidentes, como Betancourt o Leoni; a figuras del Partido Comunista de Venezuela, como Gustavo Machado, Cruz Villegas; o a ídolos populares como Billo Frómeta o Amador Bendayán. No importa cuáles fuesen sus posiciones políticas.

 

 

 

A Octavio Lepage la historia le reservó siempre momentos como este. Apenas a la edad de 26 años, cuando la dictadura militar había enviado al exilio a sus más altos dirigentes –Betancourt, Gallegos, Andrés Eloy Blanco, entre otros– le correspondió la tarea de ser el primer secretario general de Acción Democrática en la clandestinidad. Lo sucedería Leonardo Ruiz Pineda. Asesinado Leonardo, Lepage sufrió cuatro años de cárcel perezjimenista y luego el exilio.

 

 

 

En 1993, cuando una élite irresponsable manipuló el sistema judicial para condenar a Pérez, dando inició al derrumbe moral de las últimas tres décadas venezolanas, a Lepage, en su condición de presidente del Congreso, le correspondió asumir constitucionalmente la Presidencia de la República mientras se decidía quién sería el hombre que conduciría el resto del  período.

 

 

 

Y ahora, después de muerto, le ha correspondido “librar por todos”, como se dice en un juego infantil venezolano, y recibir el homenaje del Poder Legislativo –el representante de la pluralidad ideológica de una nación– que el chavismo le negó sistemáticamente a tantos otros constructores de la democracia que, como él, pagaron con sus vidas, prisiones o destierros, el atreverse a enfrentar los poderes militares que por tanto tiempo controlaron, y otra vez controlan, el poder político en Venezuela.

 

 

 

Fue un político y servidor público a tiempo completo. Ministro, diputado, senador, embajador, secretario general en dos oportunidades de su partido y en los últimos días, de nuevo, perseguido político. Desde el país plural, el no militarista, incluyendo a quienes en algún momento fuimos sus adversarios ideológicos, lo despedimos de pie.

 

 

 

Tulio Hernánde

z@tulioehernandez

Revocatorio o vida

Posted on: mayo 22nd, 2016 by Laura Espinoza No Comments

 
1. Como Fidel ante los millares de cubanos que le aplaudían en la Plaza de la Revolución, Hugo Chávez, en sus máximos momentos de euforia, cuando se daba baños de multitudes seducidas por su presencia, solía gritar con la fuerza potente de un dios Thor: “Paaaaaaaaatriiiiiia o muerrrrrrrte”. Entonces las multitudes poseídas se convertían en gigantesco megáfono, y contestaban con fuerza atronadora: “¡Venceremos!”. El grito de guerra resonaba por todo el territorio nacional

 

 

 

2. No fue buena idea. Más temprano que tarde la muerte, esa que los ilustradores todavía suelen representar como un espectro con capucha y guadaña, lo persiguió hasta un hospital de La Habana y allí volvió a ejercer su eterno oficio de segadora de vidas. La segadora logró lo que la actividad opositora no había logrado: sacarlo de la Presidencia de la República. La patria siguió con vida, pero el teniente coronel la dejó en terapia intensiva. El sucesor no ha logrado rescatarla. Sigue entubada.

 

 

 

3. La fascinación por la muerte y por los muertos, la necrofilia, ha sido una tentación recurrente de las lógicas totalitarias. El chavismo no es la excepción. La teoría, parece que construida por algunos historiadores y un cineasta merideño, de que Bolívar no había muerto por enfermedad natural sino envenenado obsesionó tanto a Hugo Chávez que importó –a dólar regulado– un equipo de científicos e hizo que, en un espectáculo de TV en vivo, con invitados VIP, abrieran el sarcófago con sus restos para determinar “científicamente”, primero, si esos eran realmente los de Bolívar y, segundo, las causas reales de su muerte. Nada nuevo se descubrió. Dólares a la basura.

 

 

 

4. Ya desde entonces, dicen que bajo las orientaciones de un sabio arquitecto de palacio llamado Francisco Sesto, se venía diseñando un mausoleo para que albergara, juntos hasta la eternidad, los restos de Bolívar y de Hugo Chávez.

 

 

 

La edificación, en realidad el adefesio, se terminó, ¡y a qué costo!, pero –dicen los rumores peseuvistas ahora convertidos en leyenda urbana– que cuando Hugo Chávez, ya desahuciado, fue a ver el lugar adonde reposaría eternamente, exclamó: “Esa cosa está bien como tumba de Michael Jackson, pero no como residencia final de un estadista y un guerrero”. Fue, cuentan, cuando decidió que sus restos irían, como fueron, al Cuartel de la Montaña y ordenó que fuese el arquitecto Fruto Vivas quien se encargara del nuevo monumento.

 

 

5. La muerte exalta en el chavismo su creencia de que la política es guerra a muerte. Para el chavismo no hay muertos, hay mártires. No importa que alguien haya muerto de gripe, por una sobredosis, o por un asesinato pasional, si es un dirigente conocido las pompas fúnebres se convocarán multitudinarias, con rituales heroicos, como aquellos entierros de la época de la confrontación entre democracia incipiente y guerrilla marxista, que culminaban siempre con la consigna: “Camarada, tu muerte será vengada”. Por eso, aunque no tan grandes como los de Chávez y Kirchner, Robert Serra y Lina Ron tienen sus respectivos mausoleos heroicos en el Cementerio General del Sur.

 

 

 

6. Viene todo esto al caso porque recientemente, a propósito de la negativa de la élite obcecada que nos gobierna a convocar el referéndum revocatorio, escuché a una dama entrada en años confesar, convencida, que si era necesario estaba dispuesta a dar su vida en la calles, protestando, para que los rojos no se salieran con la suya. La señora me explicó que le había propuesto a la MUD una gran marcha donde adelante fuese solo gente de la tercera edad, en el medio lo que llaman adultos contemporáneos, y atrás, protegidos, porque ellos se encargarán de la reconstrucción, los más jóvenes.

 

 

 

Me pareció bien la idea. Pero en el fondo, le dije, la conducta es chavista. Los demócratas tenemos que hacer lo posible porque en esta lucha, que efectivamente se dirimirá en la calle, no muera nadie. La consigna tiene que ser tolo lo contrario: “Revocatorio o vida”. El encanto por la rodilla en tierra dejémoselos a los mitómanos de la muerte.

 

 

Tulio Hernández

El supercoronel Lugo

Posted on: mayo 15th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

 

Si el gobierno rojo actúa como es previsible, el 11 de mayo podría ser declarado festivo. Algo así como el Día del Militar Revolucionario. Porque en el transcurso del miércoles un coronel (aunque otros dicen que es un comandante) de la Guardia Nacional, el coronel Lugo se supone, escenificó lo que mirado inocentemente no pasa de una rabieta arrogante de un guapo y apoyado; desde el fanatismo propio de los rojos puede considerarse un acto heroico y desde una análisis político serio, un gesto preocupante de indisciplina militar.

 

 

 

El miércoles fue un día de manifestaciones de protesta en todo el país para exigirle al Consejo Nacional Electoral que cumpla con el mandato de convocar el referendo revocatorio. También de vejaciones y violencia oficial. En Caracas un grupo de manifestantes, entre quienes se encontraba Diego Hernández, fue confrontado por un piquete de efectivos de la Guardia Nacional que le impidió el paso en los alrededores de la Plaza Venezuela. Pero los activistas no se amilanaron y, en un ardid genial, tomaron por un vado verde y lograron llegar a la autopista Francisco Fajardo. Allí los detuvo otro piquete, esta vez más numeroso, y les impidió continuar.

 

 

 

Fue entonces cuando Diego Hernández decidió adelantarse hasta llegar a las puertas de la sede del Consejo Nacional Electoral. Allí se apostó, solo, con un pequeño cartel que rezaba: “¡Revocatorio ya!”. El coronel (o comandante) Lugo lo avistó y como un Superman tercermundista voló hacia el joven. Le arrebató de sus manos el cartel. Lo rompió con ira, como Savonarola ante un pecado mortal. Les ordenó a los guardias nacionales presentes que levantaran un informe y lo acusaran de agredir a un uniformado y de resistirse a la autoridad. Y así Diego, el anatema, terminó esposado y bajo custodia en los predios del CNE.

 

 

 

Eso fue lo que contó al día siguiente en el programa de radio conducido por César Miguel Rondón, un pana “duro de callar”, como dice un vecino. Si fuese una película oficialista, hecha en la Villa del Cine, la escena terminaría con el coronel Lugo subiendo marcialmente por las conocidas rampas del CNE, mientras Así habló Zaratustra de Strauss suena al fondo, camino de la oficina de esa dama de la imparcialidad llamada Tibisay Lucena, la presidenta del organismo electoral, a quien le entrega como trofeo de guerra los restos mortales del cartelito traidor a la patria.

 

 

 

El coronel dice: “Misión cumplida”, saluda militarmente a la comandante, gira 180 grados, levanta la pierna derecha y se retira con una sonrisa de satisfacción. Piensa para sí mismo que él sólo, con sus propias manos, arriesgando su vida ante la ferocidad de un representante de la oligarquía, ha salvado a la nación de una amenaza.

 

 

 

Aunque no es para reírse. Este tipo de “héroes” abundan en este período amargo de nuestra historia. Recordemos la oficial aquella que aporreaba una y otra vez con su casco, hasta fracturarle los pómulos, a una manifestante en los sucesos de febrero de 2014. O aquella otra que tomó por el cabello a otra manifestante en enero de 2003 debajo del elevado de la avenida Libertador, la lanzó al piso y estuvo pateándola por minutos permitiendo varias grabaciones que se hicieron virales. O el general Acosta Carleés eructando desafiante frente a las cámaras de televisión luego de beberse a lo bestia un refresco en el allanamiento a un depósito de Empresas Polar cuando el paro cívico de 2002-2003.

 

 

 

¿De dónde el plus de iracundia y desprecio? ¿Por qué un oficial tiene que degradar sus funciones actuando como un malandro poseído por el crack? ¿Se trata de una estrategia cubana para amedrentar? ¿Están tan rabiosos, odian tanto a los demócratas, que no pueden contenerse? ¿O será solo un asunto de ganar puntos para el ascenso pendiente?

 

 

 

Lo interesante es que Diego, al final de la entrevista, le confesó a Rondón que los guardias nacionales rasos lo habían tratado muy bien, incluso le habían dado comida y lo había felicitado por su protesta cívica. “Parece que los malos son los jefes”, concluyó.

 

 

 

Tulio Hernández

 

 

El Festival de la Prótesis

Posted on: abril 24th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

 

Dan pena. Pero no lástima. Son un club de ochentones víctimas de una de las adicciones más dañinas a la humanidad. La adicción al poder político absoluto. Lo ejercen, sin relevo ni escrúpulos, sin generosidad ni piedad, desde la madrugada del 1° de enero de 1959 cuando el primer comando de barbudos insurrectos entró triunfante en La Habana de Batista.

 

 

 

Entonces eran jóvenes y fuertes. Sin canas ni chaqueticas deportivas gringas. Crearon una de las más seductoras, enfermizas e hipócritas mitologías de la política latinoamericana: la del guerrillero heroico. La operación simbólica de siglos quedó resumida de manera brillante por el escritor venezolano Carlos Rangel cuando tituló su libro Del buen salvaje al buen revolucionario.

 

 

 

Son un club de viejecillos manchados de sangre. Desde que tomaron el poder partieron a la isla en dos. Los expatriados y los presos. Los expatriados salieron primero en masa, en el cruce de la década de 1950 a la de 1960, dejando atrás sus propiedades y sus historias personales, tratando de salvar sus vidas de los fusilamientos que conducían y oficiaban gozosamente Fidel, el Che y Raúl.

 

 

 

Y desde entonces no ha pasado una sola semana sin que al menos un cubano intente saltar, arriesgando su vida, las 90 millas que separan a la isla de la costa de Florida. En un balsa. Un lanchón. Un neumático. Incluso como lo vimos en una foto espectacular hace una década, en un automóvil convertido en objeto flotante.

 

 

 

Los presos, que no son sólo los que están en la cárcel por oponerse al régimen, sino todos los habitantes de la isla barbuda, se dividen también en dos. Los carceleros, que igual están presos en la gran cárcel de 110.000 kilómetros cuadrados, rodeada de agua por todas partes. Y los encarcelados.

 

 

 

Los primeros son presos de sus propias ideas. De su fanatismo ciego. Aplica para ellos el título de un ensayo de Germán Carrera Damas, “El dominador cautivo”. Los segundos, salvo excepciones –siempre hay excepciones– por ser habitantes de uno de lo pocos lugares del mundo en donde una persona no puede irse al aeropuerto con su pasaporte y tomar un avión al país que desee.

 

 

 

El Comunista Cubano ya no es realmente un partido político. Es un geriátrico. Quedó claro la semana que hoy concluye con la realización de su VII Congreso. El primer secretario del partido, Raúl Castro, ratificado, tiene 84 años de edad. El segundo de a bordo, Machado Ventura, 85. Más que un congreso ideológico las fotos del evento insinúan un festival de la prótesis, un rosario de columnas vertebrales encorvadas, un apartheid a los menores de 70 años.

 

 

 

Tampoco en esta oportunidad hubo renovación de los cuadros. Ni de las consignas. Mucho menos de las ideas. Más bien hubo retroceso. Se cuestionó la visita de Barack Obama. Y, por supuesto, se volvió a elegir a un Castro como jefe mayor.

 

 

 

Hay consenso entre los críticos en que, de nuevo, se obviaron los temas básicos que le importan a la gente común. Qué hacer con las dificultades de alimentación de la población. Qué con las desigualdades sociales que genera la circulación de dos tipos de moneda. Cómo avanzar en las experiencias aún precarias de economía privada y en los tímidos avances institucionales. Nada. Sólo la monótona cortina musical de la lucha contra el Imperio.

 

 

 

La isla sigue secuestrada por los Castro. Detenida en el tiempo decimonónico comunista. Expulsada del siglo XX. Y del XXI. Sobreviviendo a un fracaso histórico y el capricho de par de hermanitos tiranos abotagados de poder.

 

 

 

Miriam Celaya, historiadora del arte y disidente, en un escrito titulado “Epitafio para un partido”, definió el VII Congreso como el sepelio del PCC. Concluyó: “Si quedara algún comunista honesto en Cuba –en el caso imaginario de que tal condición existiera– debe estar sumido en el más profundo duelo. De haber sido otra nuestra historia del último medio siglo, quizás el difunto partido merecería un compasivo minuto de silencio. Pero no hay que ser hipócritas. En todo caso los cubanos hemos estado en silencio por demasiado tiempo”.

 

 

Tulio Hernández

El método Fujicapone

Posted on: enero 17th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

1. No importa con cuánta diplomacia se hubiese comportado la bancada democrática en el inicio de sus funciones, el resultado final hubiese sido el mismo. Nada se hubiese alterado si Henry Ramos Allup, como un rey mago, llegaba al acto de instalación de la nueva Asamblea Nacional ofreciendo presentes a los jefes rojos. Una corbata para Carreño. Un fular para Flores. Un mazo de alabastro para Cabello. Lo mismo si al final de la sesión Julio Borges invita a la bancada roja a depositar a cuatro manos una ofrenda floral ante las imágenes de su comandante eterno. Diosdado Cabello se hubiese declarado en rebeldía denunciando que se trataba de un intento de soborno. Carreño subiría atropelladamente al presidio calificando la invitación de Borges como un ardid para apropiarse de un símbolo sagrado. Y Maduro, en cadena nacional, amenazaría con volverse loco y convocar al pueblo armado a impedir que las “cochinas” flores del imperialismo y la oligarquía mancillaran la pureza del hijo predilecto del Libertador.

 

 

2. Porque lo que está en juego, desde mucho antes de la realización de las elecciones del 6-D, cuando la cúpula militar-cívico que controla el país tomó conciencia de su inminente derrota, es la aplicación del mismo guión que desde hace poco más de una década ejecuta el oficialismo cada vez que sufre una derrota electoral. Lo llamaremos de ahora en adelante el “método Fujicapone”, una técnica de gobierno que consiste en actuar de manera explícita e intencionalmente delictiva pero intentando mantener al máximo y por el mayor tiempo posible la sensación de legalidad. Una suma de los aportes del ítalo de Brooklyn y el nipón de Lima. Chávez era un maestro en la aplicación del método. Reconoció el triunfo aplastante de Antonio Ledezma sobre Aristóbulo Istúriz, pero convirtió a la Alcaldía Metropolitana en un cascarón casi vacío, le arrebató su sede y propiedades, más buena parte de sus competencias. Creó por decreto un gobierno paralelo nombrado a dedo desde el trono de Miraflores. Maduro cerró el círculo secuestrando al alcalde con un comando armado y enviándolo a prisión hasta el día de hoy. Reconoció también el triunfo de Henrique Capriles sobre Elías Jaua, el homófobo ejemplar, pero le creo al perdedor otro aparato de gobierno paralelo que recibía tantos o más recursos del gobierno central que la propia gobernación.

 

 

Aceptó los triunfos renovados de Leopoldo López en la Alcaldía de Chacao, pero terminó inhabilitándolo políticamente por 12 años a través de un contralor apellidado Russián. Maduro entró en escena y ahora Leopoldo, desde febrero de 2014, es otro preso de conciencia privado de sus derechos.

 

 

3. No había, por tanto, que esperar un actuar diferente en el caso de la Asamblea Nacional. Cabello exhibió el plan en noviembre del 2015. “Si no obtenemos la mayoría en las elecciones de diciembre, aquí va a haber un conflicto de poderes”, declaró. El 15 de diciembre, ya recuperado del knock out fulminante del 6-D, Maduro lo ratifica. Lo dijo en público: “Esto no se va a quedar así, nosotros vamos a cambiar esta situación”. El 30 de diciembre la amenaza se hizo realidad, una sala del Tribunal Supremo, asestó un golpe directo a la voluntad popular impidiendo a tres legisladores electos asumir las curules para los que ya habían sido proclamados por el árbitro electoral.

 

 

4. Hay dos maneras de ir al matadero sin proceso legal. Aceptándolo sumisamente, a ver si en el camino, por bien portados, se logra el perdón. O, pataleando, protestando y denunciando el abuso, que si no te puede salvar la vida deja constancia histórica del abuso. Es, a mi juicio lo que bien viene haciendo la bancada mayoritaria.

 

 

En algún lugar lo leí y con gusto lo cito: “Nadie puede llegar a una cárcel de alta peligrosidad con un Manual de Carreño como guía”. Tampoco, agregaría Mandela que hizo las dos cosas bien, sin capacidad para negociar y replegarse cuando sea necesario.

 

 

Al final Capone se descuidó con los impuestos y Fujimori paga una pena de 25 años en una cárcel peruana. También los métodos delictivos tienen fecha de vencimiento.

 

 

Tulio Hermámdez

Disparen al inmigrante

Posted on: septiembre 20th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Aunque no hay acuerdo sobre la cantidad de víctimas, se calcula que no bajan de un millar de muertos. Bajo el pretexto de que los haitianos inmigrantes les quitaban sus empleos a los dominicanos y robaban ganado y cosechas en la frontera, Rafael Leónidas Trujillo, el dictador que sometió por más de 30 años a República Dominicana, ordenó erradicarlos a lo bestia –sin procedimiento legal alguno– y asesinar a quienes se considerara necesario.

 

 

La matanza ocurrió en 1937 y se conoció como “La masacre del perejil”. Se llamó así porque dada la dificultad para discriminar entre haitianos y dominicanos de la frontera, idénticos en su aspecto físico y color de piel, los funcionarios dominicanos conminaban a los sospechosos a pronunciar en español la palabra “perejil”. Y como en creole, el habla popular haitiana descendiente del francés, la pronunciación suave de la “R” no existe, quien respondiera algo comopersil de inmediato se ganaba un boleto al otro mundo o de retorno forzoso hacia Haití.

 

 

Algo más o menos parecido ocurrió en 1969 en Honduras cuando se expulsó masivamente a millares de salvadoreños. El conflicto tuvo su origen en la propiedad de las tierras cultivables. Unos 300.000 inmigrantes salvadoreños explotaban parcelas que los hondureños asediados por la pobreza reclamaban para sí. Para calmar los ánimos, el gobierno, presidio por el militar golpista Oswaldo López Arellano, decidió actuar y, sin tocar las de los terratenientes locales ni las de las empresas bananeras estadounidenses, decidió expropiar las tierras de los salvadoreños y deportarlos salvajemente.

 

 

El ejército salvadoreño invadió Honduras con el propósito de defender a sus connacionales víctimas de la deportación, los maltratos y la violencia. El incidente se conoció como “La guerra del fútbol” porque el detonante fue un partido entre los seleccionados de ambos países para la clasificación al mundial que se celebraría en México al año siguiente. Las 100 horas que duró la guerra dejaron aproximadamente 6.000 muertos.

 

 

La deportación masiva de inmigrantes de países limítrofes, incluso su asesinato a mansalva, son ardides a los que han recurrido gobiernos totalitarios de la región con el propósito de crear un enemigo común intentando recuperar la popularidad perdida o la unidad nacional fracturada. El objetivo es siempre el mismo: movilizar dos sentimientos tan comunes como bajos y primarios, el chovinismo y la xenofobia.

 

 

Es lo que ha ocurrido esta vez en la frontera con Colombia. No hubo asesinatos a mansalva, ni se les pidió a los colombianos que pronunciaran la palabra “mamón”, pero los métodos utilizados en las deportaciones masivas, la violación de incontables derechos fundamentales, la inolvidable imagen fascista de soldados marcando con una letra casas que horas más tarde serían derribadas, las fotografías de las familias pobres atravesando la línea limítrofe con sus pertenencias –incluyendo colchones y gallinas– a cuestas, las denuncias de abusos sexuales cometidos por funcionarios venezolanos y esa evidencia incontestable que significan los campos de refugiados del otro lado de la frontera, serán imágenes que perdurarán por décadas y definirán en el imaginario colectivo el fuerte componente militarista y totalitario del chavismo-madurismo. Quizá se recuerde como “La noche de los violadores rojos”.

 

 

Nada nuevo bajo el cielo. Salvo dos hechos. Uno: estos métodos propios de dictaduras militares los ha aplicado ahora un gobierno que se autocalifica de democrático. Dos: luego de pasar casi quince años sin hacer un solo gesto que pusiera orden en una frontera plagada por todas las formas imaginables de delincuencia organizada, el gobierno toma la acción a tres meses apenas de un decisivo proceso electoral.

 

 

El generalísimo Trujillo, el general López y el bachiller Maduro prefirieron, con todos sus riesgos, el camino de la violencia, antes que el del diálogo y la negociación. De los dos primeros ya supimos las consecuencias; del tercero, están por verse.

 

Tulio Hernández

Solo los imbéciles

Posted on: abril 26th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Las tres cosas son muy simbólicas. Que el Premio Ortega y Gasset en su edición 2015 y en la mención “Trayectoria profesional” recaiga sobre un venezolano. Que ese venezolano sea Teodoro Petkoff. Y que, en razón de la intimidación judicial de la que es víctima por parte del gobierno rojo, no vaya a poder asistir a recibirlo en Madrid.

 

 

El jurado, que tomó la decisión por unanimidad, dice que está premiando “la extraordinaria evolución personal que le ha llevado (a Petkoff) desde sus inicios como guerrillero a convertirse en un símbolo de la resistencia democrática a través del diario que dirige”.

 

 

Dos reconocimientos en uno. De una parte, el jurado celebra la capacidad y el valor intelectual y ético de alguien que fue capaz de reconocer el equívoco histórico de intentar tomar el poder por vías no democráticas –por la vía guerrillera, que tanto dolor y muerte ha traído a países vecinos como Colombia–, para adherirse luego de manera convencida a la convivencia pacífica y democrática. Y, de la otra, está dejando sentado que en Venezuela la democracia está amenazada y que Petkoff, a travs. ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽cialismo europeo como lo es El Paario de filicionesrgaemocracia esta amenazada, que teodoro és de Tal Cual, se ha convertido en un “símbolo” de los demócratas que la defienden.

 

 

El Ortega y Gasset es un premio de gran prestigio internacional. Entre otras razones porque lo otorga El País, un diario de filiaciones abiertamente progresistas que algunos consideran el mejor entre todos los escritos en español. En segundo lugar, por la calidad del jurado. El de este año lo integraron, entre otras figuras, el conocido escritor Félix de Azúa; Carmen Iglesias, la directora de la Real Academia de la Historia; y Juan Luis Cebrián, el propio presidente de El País. Y, en tercer lugar, por sus antecedentes. El año pasado en el mismo renglón que ha obtenido Petkoff, el premio le fue asignado a Alan Rusbridger, el director de The Guardian, en reconocimiento a su trabajo frente al diario británico, al que ha logrado convertir en uno de los líderes mundiales en Internet, y en particular, declaró el jurado de entonces, por “su lucha por la defensa del periodismo y de la información al ciudadano, ejemplificada en la publicación de la exclusiva de las filtraciones de Edward Snowden, una información que cambiará la forma de relacionarse entre los gobiernos y los ciudadanos”

 

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La gestión de Tal Cual en estos quince años hay que calificarla de heroica. Ha recibido multas, intimidaciones de todo tipo, y en esta semana se prepara a enfrentar la séptima demanda por parte del sistema judicial venezolano. Un asunto de libro Guinness. En estas condiciones llega el premio.

 

 

No podía ser más oportuno. Se anuncia, además, en un momento cuando la opinión pública española, su dirigencia política y su Parlamento se va convenciendo cada vez más de la naturaleza autoritaria del modelo rojo venezolano. Incluso El País, un diario que en un comienzo trataba con guante de seda al presidente Chávez, se ha hecho severamente crítico del gobierno de Maduro. Con más fuerza aún luego de que el mismo reuniera a un grupo de directivos de empresas españolas que operan en Venezuela intentando chantajearles para que intercedieran ante los diarios madrileños y lograran bajarle el tono crítico hacia su gestión.

 

 

Que una institución de prestigio celebre la capacidad de cambio de Petkoff es como para alegrarse. Porque hay en Venezuela dos tipos de extremos ortodoxos que se tocan. El de quienes no le perdonan jamás su pasado comunista. Y el de quienes no le perdonan lo contrario, que haya dejado de serlo. De los primeros hay muchos en el ala más radical de la oposición. De los segundos, en el gobierno, que a un mismo tiempo le odian, le persiguen pero le respetan. Por eso siempre me resultó altamente revelador que el libro de Alonso Moleiro sobre Petkoff se titulara Solo los estúpidos no cambian de opinión.

 

 

Hay una frase de Ortega y Gasset que podría suscribir Teodoro: “Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión”.

 

 

Tulio Hernández

Las muñecas también lloran

Posted on: marzo 22nd, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

A la entrada de nuestro apartamento cuelga discretamente un enigmático retrato a color de una de las legendarias muñecas de Armando Reverón, el gran pintor del siglo XX venezolano. Las muñecas han alimentado grandemente la leyenda de exotismo y locura que se tejió alrededor del artista que se hizo ermitaño y austero en su Castillete de Macuto mucho antes de que los hippies entraran en escena. No son, por supuesto, muñecas “bonitas”, como esas industriales con las que juegan las niñas urbanas. Son extrañas figuras de tamaño natural, hechas con telas de desecho, que acompañaban a Reverón en la intimidad de su hogar.

 

El autor de este retrato a color es Luis Brito, “El Gusano”, como le conocíamos sus amigos, uno de los más grandes y prolíficos fotógrafos de la Venezuela contemporánea quien, para dolor de muchos, partió de este mundo dos semanas atrás víctima de un infarto fulminante.

 

El retrato tiene algo de aparición. De dulce fantasmagoría. La mirada del fotógrafo ha cortado la figura a la altura del torso. No vemos su cabeza, sus hombros, ni sus senos. Vemos la muñeca sentada, solitaria, como suspendida en el aire sobre un fondo absolutamente negro. Las manos y las piernas hechas de telas y formas toscas tienen el gesto de quien está a la espera o se dispone a levantarse. Una transparente falda de liencillo color ladrillo le confiere un no sé qué de bailarina y se vuelve el corazón cromático de la composición.

 

El retrato corresponde a una serie de muñecas de Reverón que El Gusano registró para una exposición en la Galería de Arte Nacional. Como sol el encierro era objetp de inquietud.. del Museo ía hacerlo, se encerró con el grupo de muñecas a trabajar por varias semanas en el auditorio del Museo de Bellas Artes. Aquel encierro generaba inquietud y curiosidad. Brito estaba sumido en su mundo. Angustiado. Las muñecas –decía– no le daban nada a su cámara y él las quería vivas, no muertas. Más tarde contaría que comenzó a colocarlas sobre una tela negra y las muñecas, como si hubieran entendido su propósito, ahora se arreglaban, adoptaban formas y miraban frontalmente a la lente. Como cuenta Alexis Trujillo, en el catálogo de la exposición Están allí, habían aceptado que Brito las fotografiara y posaban para él. Como retándolo.

 

El resultado no fue un registro técnico de las muñecas hecho con la mayor fidelidad posible para el catálogo de una exposición. Todo lo contrario. Los retratos que Brito presentó luego eran una nueva creación. Otras muñecas. Brito, las había interrogado una a una, leído como un psiquiatra las huellas de violencia en sus cuerpos, mirado sin miedo en su extraña y trémula belleza y había entrado en su mundo de tinieblas tal vez persiguiendo las brumas de Reverón. Había logrado el milagro de revivirlas, de crear sobre la obra del creador de Macuto, aquel que aprendió a mirar el sol del trópico sin pestañear.

 

Porque, en definitiva, esa es la constante de la obra de Brito. No hay espacio para lo bonito en el sentido decorativo del término. La monja de hábito negro que mira severamente a la cámara no es una monja, es la institución eclesiástica de siglos. El hombre de lentes oscuros en la procesión de Semana Santa en Caracas no es él, es la condensación de los misterios de la religiosidad popular. Sus ángeles nunca aparecen completos como en la iconografía religiosa oficial, son retazos de ángeles, fragmentos de ángeles, puestos a dialogar con el vacío del cielo y la textura de las nubes, como si tuvieran dudas de su propia condición.

 

Porque en el fondo, sin saberlo, Brito era un gran etnógrafo de lo invisible. Fotografiaba lo no evidente para escarbar a fondo en la condición humana. Tal vez su aporte mayor era la capacidad de sacar el objeto fotografiado de la rutina para llevarlo a la condición de símbolo arquetipal.

 

La mañana de domingo cuando nos avisaron del adiós, Marianella Montenegro, mi esposa, bajó el cuadro y me mostró para que leyera lo que allí estaba escrito. Decía: “Esto es un acto de amor para esta familia, Tulio mi hermano, Marianella mi hermana. Certifico que los amo. Gusano. Caracas, 4/27/2003.”. No pudimos evitar las lágrimas. La muñeca tampoco.

 

Tulio Hernández