Estrategia y táctica

Posted on: julio 7th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Ya lo sé. Sé que digo y escribo cosas que incordian a muchos que se sienten más cómodos en posiciones blanco y negro. Esta situación que vivimos hace que algunas retinas pierdan la capacidad para distinguir tonalidades y colores. La rabia y la indignación también hace su aporte a lo que llamo ceguera política, enfermedad de la que cualquiera de nosotros es paciente potencial. Pero yo no digo o escribo para la alabanza. Lo hago a pesar del aplauso y también del chorro de insultos que me obsequian. Creo que ambos, halago y denuesto, vienen con el territorio del oficio. Y nunca en toda mi vida le he temido a la controversia. Antes bien, le doy la bienvenida.

 

 

 

Digo y escribo -y lo sostengo-  que confundir chavismo y madurismo es un error de análisis, que nos aleja de las decisiones inteligentes. Que viene a ser lo mismo que creer que fueron iguales Trotsky y Stalin, Cristina y Perón, Ho Chi Min y Pol Pot. Al igual que ellos, el chavismo y el madurismo son «animales políticos» que lucen de la misma especie pero son diferentes. ¿Qué tienen en común Maduro y Nicmer Evans? En los pueblos se diría coloquialmente que no son iguales ni en el blanco de la pepa del ojo. Pero para algunos de corta y confundida visión, son chavistas y ya. Así despachan el asunto. Pero es simplismo y reduccionismo de los que nada productivo surge.

 

 

 

A Maduro y su combo, por ejemplo, no le interesa en lo absoluto el favor del pueblo. Ni ganar por elecciones. Chávez fue un caudillo. Uno más en la densa historia latinoamericana. Al que me opuse desde el 4 de febrero de 1992. Maduro es como la madre de Enrique VII de Inglaterra. Para él todo vale. Esta constituyente que está montando es su más clara metáfora. Maduro es un ser sin méritos, sin logros, sin esfuerzos. Es un «coleado» en la fiesta de poder que se montó alrededor de la hoguera de pasiones y disparates en que se nos convirtió el país. ¿Estoy defendiendo al finado o alabando su obra? No. Voy más allá de la frase corta de la que nos socorremos para sentirnos más cómodos en una circunstancia tan complicada. El chavismo sabe que cometió graves errores, cuya lista es larga. Y sabe también que pudo evitar el desastre. Y en cierto modo, está aceptando su responsabilidad, quizás sin desgarrarse las vestiduras ni hacer actos públicos de mea culpa y, afortunadamente, sin dar robustez al patético asuntillo del «tarde piaste, pajarito». Rodea su discurso político de «sí, pero…». Es cierto. Sin embargo, ahí está, de a poco poniéndose de pie. No para rescatar la cuarta república sino para evitar que Maduro mate a la quinta y lleve a la horca a la constitución que -hay que repetir- fue aprobada en 1999 y refrendada en 2007 con lo cual se hizo pacto social compartido.

 

 

 

Dije y escribí que hay hoy tres toletes en la escena política: el chavismo, la oposición y el madurismo.  ¿Qué tamaño tiene el chavismo? Difícil calcularlo. Pero uno puede asomarse a ciertos datos duros como, por ejemplo, la enorme diferencia de votos que tuvo Chávez en su última elección y el número de sufragios que obtuvo Maduro cuando fue candidato presidencial. Otro dato duro es la pérdida de las parlamentarias. Si las presidenciales las ganó Maduro por un pelito de la nariz (si acaso las ganó), las legislativas las perdió por varios cuerpos. Por cierto, el gran perdedor en esos comicios fue Diosdado quien en lugar de ser destronado por Maduro fue temido por éste, acaso uno de sus más torpes errores. No tiene conciencia plena el señor Maduro de cuánto daño le ha hecho y le sigue haciendo Diosdado.

 

 

 

El chavismo sabe que cometió serísimos yerros en política y en gestión pública. Y está dispuesto a pagarlos. ¿Cómo? Pues como se pagan los errores en política, con poder y votos. Pasando a ser oposición, lo cual creo harán muy bien. Suponer que está en sus estertores es cuanto menos una tontería. Cambiarán el eslogan de «no volverán» por un «volveremos». Un giro de lenguaje que pasa de la defensiva del uso de la tercera persona del plural y conjuga el verbo en primera persona del plural.

 

 

 

No van a dejar de ser chavistas. Pero confundirlos con los maduristas y, peor aún, con los diosdaditas es un craso error que debemos evitar en estrategia y táctica.

 

 

 

soledadmorillobelloso@gmail.com

@solmorillob

Horrendos errores ortográficos

Posted on: junio 9th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

Pobre «comandanteeterno». Allá en el Cuartel de la Montaña el eco de sus gritos rebota en las paredes. Furioso. Revolcándose en la tumba. Dando de patadas al féretro. Nadie lo escucha. Es ignorado. Tanto que habló. Tanto que escribió. Tanta explicadera en infinitas horas de alocuciones. Tanta discutidera en reuniones a puerta cerrada. Y nada. No aprendieron nada. Nadita de nada. Y están hundiendo su revolución bonita. No comprendieron ni la «o» por lo redondo. ¿Qué parte de «sin pueblo no hay revolución» no entendieron? El pueblo que aplaude y que acepta esperar, esperar y esperar, hasta que la rana críe pelos o San Juan agache el dedo. Su última elección la ganó por varias cabezas. Y eso que ya estaba pidiendo pista. Pero el pueblo le creía sus promesas. Y la plata abundaba.

 

 

Y ahora Maduro le cae a patadas a la revolución y a su hija predilecta, la Constitución. Ahora hay tres pedazos: el chavismo, la oposición y el madurismo. No hay encuesta o consulta que le dé al madurismo ni una cuarta parte de apoyo. Y si los verdaderos chavistas no se separan, pues correrán con la suerte del cantante que perdió la voz. Off the record se acercan a la oposición, no para rendirse sino precisamente para no ser confundidos con esos que el pueblo ya detectó como billetes de treinta.

 

 

Siempre he creído que Chávez estaba persuadido que sobreviviría a la última intervención quirúrgica. Que no tenía sobre sí una sentencia de muerte. No pensó que Nicolás sería algo más que un emergente al bate en el juego. Hasta quizás su último respiro consciente estuvo convencido que se levantaría de su lecho de enfermo y seguiría siendo presidente. Entonces puso al que podría desalojar sin problemas. Los otros lucían como Gómez con El Cabito.

 

 

Y entonces nos dejó a Nicolás. El mayor derrochador de capital político que haya existido en toda la historia de Venezuela. Un presidente sin conocimientos, sin ingenio, sin liderazgo, sin capacidad de generar consensos, sin carisma, sin escrúpulos. Un presidente que mientras mueren venezolanos baila salsa. Un presidente sin compasión. Sin piedad. Un presidente hueco. Un presidente sin pueblo.

 

 

Mientras escribo estas líneas, cae la tarde. Hoy el país sufrió más. Lloró más y, también, se enfureció más. El pueblo tiene miedo, pero le puede la indignación. Los niños flacos de respeto y alimentos deambulan por los pueblos y ciudades. Ven una película. Eso que les dijeron, que los hombres de uniforme son héroes, se ha convertido en una fea mentira. Escuchan. Ven. Sienten. No es un videojuego. Hay balas, bombas, chorros de agua. Armas que hieren, que matan. Que desfiguran el país.

 

 

No sé en qué momento los guardias nacionales y los policías dejaron de ser venezolanos. No sé qué piensa ese PNB que veo en una foto mientras dispara el arma contra un muchacho. ¿En qué momento espantoso se convirtió en bestia feroz que anda en cacería de presas? ¿Cuándo aprendió a odiar de modo tan penetrante?

 

 

Maduro grita «Constituyente o guerra». Dios. Qué significa esa frase. Qué clase de amenaza contra el pueblo. No. Mil veces no. Ni constituyente ni guerra. Que la constituyente es precisamente es una declaración de guerra. En Argentina hace un montón de años un dictador inventó una guerra contra el Reino Unido. Es una historia triste de estupidez. Aún hoy hay veteranos de esa guerra pagando los platos rotos.

 

 

El país tiene hambre. Y sed. Acumula muertos, heridos, detenidos, perseguidos, presos. Y miseria y desempleo y destrucción. Las Santamarías se cierran. Y hay fantasmas que registran la basura. Las palabras no alcanzan para describir el absurdo. El gobierno le declara la guerra a los venezolanos. Y en televisión, dos hermanos de sangre se pelean en vivo y en directo. El chiquito, que ya no tiene edad para tamañas malcriadeces, hace la majadería de batuquear carpetas sobre la mesa. El mayor se queda atónito. No sabe qué hacer para ponerle freno a la patética escena. Se le inunda el rostro de tristeza. De pesar. De vergüenza.

 

 

El asfalto y la tierra se pintan de sangre. Las pieles se llenan de moretones. Y lo que no vemos es el alma de todos, esa tiene heridas abiertas. La historia se escribe. Con horrendos errores ortográficos.

 

 

soledadmorillobelloso@gmail.com

@solmorillob

Invencibles

Posted on: junio 2nd, 2017 by Laura Espinoza No Comments

De siempre, incluso antes de la emancipación de España, en Venezuela ha habido aprovechadores de oficio, sinvergüenzas oportunistas que han sabido acercarse al poder o montarse en él y ganar muchos cuartos a partir de asuntos fraudulentos. La diferencia entre la situación actual y anteriores épocas está en la clase de Estado/Gobierno. La Corona Española y sus provincias extra peninsulares tenían un elaborado concepto de estado. Con estructura. Leyes. Códigos. Que de tan inflexibles hacían que el sistema no tuviera la elasticidad necesaria y por consecuencia generara espacios paralelos que eran colonizados por astutos vagabundos avezados en las artes del embaucamiento. Pero el objetivo principal del estado español no fue la fortuna, aunque la tuviera en abundancia.

 

 

 

El régimen autocrático de Maduro no es un gobierno como definen los libros de Ciencias Políticas. Es un negocio. Codicioso. Obsceno. Procaz. Prosaico. Que fue extraordinariamente próspero y que aún en esta economía recesiva sigue siéndolo. Concebido entonces como un negocio, todo es estructura en torno al poder para propiciar la frondosidad del negocio. Leyes, decretos, acciones, decisiones y ahora el derrocamiento de la Constitución vía una salvaje Constituyente que banaliza todos los preceptos democráticos es el entramado creado para garantizar que este gobierno, que es un negocio, siga produciendo espacios seguros para que las mafias dominantes continúen en el poder y puedan enriquecerse aún más. La motivación de la élite actualmente aposentada en palacios y cuarteles, ese protoplasma viscoso y extraño que tanto nos ha costado entender, no es el país, o la Patria, o los valores cívicos, o el bienestar social, o la prosperidad de la ciudadanía, o hacer algo para sofocar la miríada de calamidades que hacen sufrir a millones de venezolanos. No es tampoco el placer orgásmico del poder como tal, cómo pudo sentir un hombre como Stalin; tampoco un asunto ideológico, como ese que marcó la vida política de hombres como Mao o Krushov.  El estupro que se perpetra día con día contra los venezolanos decentes tiene signo de dólar, de euro, de bitcoin. Buscaron el poder para alcanzar el dinero. El pueblo, ingenuo, ha sido un utensilio. Se le ha engañado con vileza. Se le ha sobado las emociones. Ha sido narcotizado con promesas y mentiras perfectamente perfiladas. Es un ejercicio de cinismo perfumado de altruismo, cuya trama se desarrolla con un lenguaje a ratos violento y a ratos almibarado que disfraza el verdadero objetivo: el negocio. Esa enorme falsedad le fue vendida con notable eficiencia no sólo a la masa popular sino, también, a miles de dirigentes políticos y sociales que creyeron sinceramente en un discurso exaltado de reivindicación y justicia social con el cual se armó una narrativa seductora explayada sin miramientos en todos los medios. El país, incluso el país opositor, cayó en la trampa. Las discusiones por años han girado alrededor de temas políticos, sociales y económicos que distrajeron a todos de los verdaderos asuntos que se tramaban en las trastiendas, en las mullidas butacas de los vuelos privados, en los pasillos de países cómplices que se montaron en las trapisondas.

 

 

 

Hoy Venezuela ya no es un país. Ni una nación. Ni una patria. Es un ente. Saqueado. Magreado. Estropeado en su más íntimo ser. Lo que vemos es los restos, lo que queda tras la criminal actuación de piratas. Un espacio geográfico contagiado de un odio que se coló por todas rendijas, un sentimiento decadente y perverso que para quienes lo inocularon fue el medio y para los inoculados el fin. El poder de los palacios y cuarteles no tiene tan solo en su haber los muertos por las protestas. Tiene manchadas las manos y el alma de miles de muertos, víctimas de una conveniente inseguridad no evitada y muy fomentada. Tiene sobre sus hombros la destrucción de  cientos de miles de industrias y comercios; la conversión de la educación en un escenario de trifulcas en el cual el conocimiento y la formación no tienen cabida; la trivialización de los sufrimientos causados por la insalubridad producida por las enfermedades de la corrupción y la negligencia. Pesa sobre ese poder apoltronado el haber convertido a Venezuela en un corporativo entramado de franquicias de El Pez que Fuma.

 

 

 

Pero (siempre hay un pero) una nueva élite de pensamiento republicano se pone de pie. Inteligente. Corajuda. Decente. Élite no es el grupo que tiene dinero. Élite es el deportista de primer nivel que avanza a pesar de los pesares. Élite es el educador que a sus alumnos dice «déjenme explicarles» aunque reciba un salario anoréxico. Élite es el entusiasta empresario que no se rinde y busca modos de sobrevivir a sabiendas que esto va a pasar. Élite es la familia que así sea en derredor de una sopa aguada encuentra espacio emocional para estar junta. Élite es el científico que sigue pensando, el escritor que no acepta la mediocridad, el periodista que se planta frente al palangrismo, el estudiante que consigue tiempo para protestar y estudiar, el agricultor que ara su tierra y no permite que sus verduras mueran aunque tenga que fertilizarlas con ingenio. Élite es el político con visión de futuro para quien lo importante no es el poder sino lograr la autoridad. Todos esos, y muchos más, son élites. Invencibles. En su cínica soberbia, el poder apoltronado no las ve.

 

 

 

soledadmorillobelloso@gmail.com

@solmorillob

La Constitución y el chuzo constituyente

Posted on: mayo 26th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

Venezuela es un país de plebeyos; nos dimos, a costa de ríos de sangre y una larga historia de pólvora y obituarios, un sistema republicano que marca que nadie es superior a nadie. Nos llamamos «ciudadanos». Sin adjetivos. Sin títulos nobiliarios. Ser una república de iguales nos costó años y la votación directa, secreta y universal fue una meta más difícil que cruzar a nado y en noche de tempestad el Mar Caribe. Los escollos fue­ron abundantes. Hubo en nuestra corta y tan estra­fa­la­ria historia republicana desde el voto prefe­ren­cial hasta la negación del sufragio a los iletrados y las mujeres.

 

 

 

El voto es piedra angular de la democracia. De la república. Los venezolanos decidimos que el voto como había sido definido en otras latitudes no era suficiente, que el nuestro debía ser universal, directo y secreto. Sin él no habría igualdad y la democracia como la quería­mos sería imposible. Ese voto así definido lo hemos metabolizado e integrado a nuestro ADN. Fuimos más allá. Quisimos que nuestra democracia diera el ejercicio del poder a las mayorías, pero obligándolas a respetar a las minorías. Tan claro teníamos ese concepto de balances que en raras veces se dio la circunstancia de parlamentos totalmente oficialistas, o un máximo tribu­nal de justicia gobiernero, o la parcialización del orga­nis­mo electoral. Por años, hubo un acuerdo no escrito, pero respetado que establecía que el ente contralor fuere encabezado por la oposición.

 

 

 

Los votos exclusivos, preferentes o privilegiados, eso que mientan sectorizados, garantizan el hacerse del poder aun siendo minoría. Y atornillarse en él. Va un par de ejemplos. El consejo comunal de El Cardón (Nueva Esparta) recibe recursos del gobierno. Sin esos cobres está condenado a la extinción. Entonces, ¿mor­de­rá la mano que le da de comer? Se cacarea que el voto de ese consejo es libre y autónomo. ¿Lo es?

 

 

 

La cooperativa de bordadoras de pañitos de Tucuciapón del Medio recibió reales para la compra de telas de pi­qué, agujas, bastidores, lágrimas de San Pedro, lente­jue­las, canutillo, sedalina, bolsitas para empaque y elabo­ra­­ción de tarjeticas de identificación de cada pieza bor­dada. Esos reales vienen de un fondo especial del gobier­no para cooperativas y comunas. A las borda­do­ras de pañitos de Tucuciapón del Medio la vida se les haría imposible y su cooperativa vería cerradas sus puertas sin esos aportes. Su voto, ¿será libre y autó­nomo?

 

 

 

¿Qué dirían los oficialistas que promueven una Cons­ti­tu­yente sin referendo previo y con bases comicia­les «acomodadas a conveniencia de parte interesada» si ésta fuera convocada por la oposición convertida en poder? Pondrían el grito en el cielo y ya habrían «candelizado» la calle. Dirían que eso es inaceptable. Y tendrían razón. No se puede aceptar que los poderosos nos pinten a los ciudadanos en la pared y que las comunidades sean chantajeadas.

 

 

 

Pero, ahora, en medio de este atroz sofocón, con la concupiscencia de otros poderes y en contra de los mi­llo­nes de ciudadanos que votaríamos No a una Cons­ti­tuyente mal parida, todo indica (o no hay evidencia en contrario) que el régimen nos va a montar en la olla. Claro, la Constituyente, hija de unas elecciones amañadas que darán al régimen mayoría absoluta, será el tribunal del Santo Oficio, el sepulturero de la constitución. Chao al sistema republicano y a cualquier olorcito a democracia. Chao a la prosperidad posible y a la Venezuela libre. La ANC comandará el ejército de ocupación que ejecutará la «solución final». Y, para quienes votaron por Chávez, adiós a su legado.

 

 

 

Es muy probable que con la nueva Venezuela que surja a partir del mamarracho de nueva constitución, buena parte de las naciones del planeta rompan relaciones diplomáticas o comerciales con nosotros, salvo algunas impresentables. Las sanciones serán titulares de todos los días. Mucho más que sacar la alfombra o no atender el teléfono. Quienes crean que Venezuela es «clave para el concierto continental y mundial» que lo repiensen. Dirán afuera que mucho intentaron ayudar para que el colapso no se produjese, que todo fue inútil. En los pasillos vaticanos se moverán las cabezas de un lado a otro y se santiguarán.

 

El petróleo, elemento ya piche de negociación (Venezuela es un productor menor y hay tecnologías en desarrollo que lo harán económicamente sustituible), dejará de ser la pistola cargada que se pone sobre la mesa de juego. El Presidente será el reyezuelo de una republiqueta; tendremos como vecino al nuevo Kuwait, Guyana, a la cual, como una fina cortesía, este régimen sin nuestro permiso le regaló la fuente de la juventud por los próximos 20 años, suficientes como para que con los inmensos recursos que recibirán inviertan en nuevas y productivas fuentes de empleo y progreso, ese desarrollo que este régimen obeso de poder e ingreso petrolero nos negó. En este país de pobres que armaron, ellos se hicieron los potentados reyes del sigo XXI venezolano.

 

¿Se puede evitar esto? Pregunta errada. La correcta es: ¿vamos a permitirlo o lucharemos para impedirlo? No me refiero a puntiagudas frases publicitarias. Hablo de decirle a todos los ciudadanos, en lenguaje facilito, la verdad de lo que va a pasar si Maduro nos clava el chuzo de la Constituyente. Ese debe ser el foco del Frente de Defensa de la Constitución. La Constitución contiene los anticuerpos para el virus que con el chuzo constituyente nos quiere inocular. Maduro viola la Constitución. Nosotros la defendemos.

 

 

 

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