La hora del sentimiento

Posted on: marzo 10th, 2013 by lina 3 Comments

Mis compatriotas de todas las tendencias han decidido que esta sea la hora de la subjetividad. Todos defienden el derecho a estar tristes, confundidos e incluso aliviados (mientras no se exteriorice). Algunos han optado por dar sabana a una franca estulticia, porque, como es la ocasión de conectar con el sentimiento dándole un rodeo a la reflexión, no hay freno que reprima la estampida de tonterías.

Me montaré a ese carro. Comienzo con una declaración personal para dejar muy claro dónde me emplazo, desde dónde percibo los hechos: considero que el carisma es algo que está en los ojos del seducido y no de la figura de la que emana el encantamiento

Pues bien, nunca, en ninguna circunstancia percibí ningún atractivo en la figura de Chávez, jamás experimenté la sensación de estar escuchando una persona inteligente, articulada, sensible ni mucho menos formada.

Por el contrario, en todo evento y sin variación tuve la desoladora certeza de que Venezuela había caído en manos de un individuo primitivo, errático, tosco y insondablemente ignorante.

Quizá por eso mi divergencia con su conducta y discurso no fue de carácter ideológico, puesto que todas las tendencias pueden entenderse si se expresan en el campo común de la responsabilidad y el sentido del decoro, sino porque siempre pensé que Chávez era una entidad nebulosa en la que cada sector veía la concreción de sus fantasías. Y que cuando él mismo advirtió que un fenómeno tan inexplicable podía ocurrir, dio rienda suelta a sus inclinaciones, que desafortunadamente se orientaban al exceso, la contradicción, el autoritarismo, así como a un pacto endeble con la realidad y ya no digamos con la legalidad.

Nunca me resultó hipnótico. No me explicó el mundo ni me reveló una arista insospechada de su funcionamiento. Tampoco me atizó ninguna malquerencia ni logró convencerme de la conveniencia de una justicia fuera de la Justicia, o de que la expropiación, el arrebatarle a otro lo que hubiera construido con su esfuerzo o el de sus mayores, fuera algo distinto al crimen.

Ni por un instante me hizo titubear en mi convicción de que Fidel Castro es un sátrapa que ha destrozado a Cuba; y que los irregulares colombianos, la ETA y los narcotraficantes con disfraz de redentores son otra cosa que delincuentes.

Ni una sola vez, en esta eternidad de 14 años con su ubicuidad y brutal verborrea, consideré que tal o cual salida fuera ingeniosa o digna de celebración. No hubo una sola oportunidad en que me sintiera vengada o remotamente acorde con sus insultos a cualquier persona, lo que no excluye las vapuleadas por televisión a sus propios colaboradores de cuyo proceder y actitud deploro.

Desde mi perspectiva, Chávez deja los problemas que teníamos a su llegada, más otros muy pesados con los que el país habrá de lidiar por varias generaciones. No haré el inventario. Todo el mundo sabe cuáles son.

Baste decir que a las pocas horas de anunciarse su deceso, el ministro de la Defensa compareció ante el país para amenazar a la mitad opositora con las armas de la república y un lenguaje tabernario que la cubre de vergüenza. Eso no se explica sin el paso de Hugo Chávez.

Como no soy candidata a ningún cargo de elección popular y tengo una profunda aversión a la condescendencia, no desbarraré hacia la adulación a las masas.

Precisamente por respeto a mis compatriotas, no respondo a la tentación de dorarle la píldora y tratarlos como menores de edad, incapaces de captar la real dimensión del desastre que Chávez nos ha legado.

Los cambios fundamentales en la vida de cada individuo requieren rituales que funcionen como bisagras: es necesario cerrar los ciclos, llorar las pérdidas, celebrar los logros, darle la llave de la casa al adolescente que ha dejado de ser niño y necesita un hito que demarque el tránsito, refundir en la última gaveta las cartas del amante fugitivo.

La era de Chávez es una sucesión de desastres. Dicen que se preocupó por los pobres, pero no se sabe de algún porcentaje, aunque mínimo, que haya salido de esa condición para engrosar la clase media.

Sin embargo, muchos lloran. Y sus lágrimas, con las excepciones escandalosamente evidentes, son genuinas. Tengo para mí que esas lágrimas son provocadas por el dolor del crecimiento. No nos quedará más remedio que madurar y ponernos al frente de nuestro destino. Sin coartadas.

Sin un polo magnético que concentre todas las decisiones y todas las culpas.

Nos hemos quedado solos en un paisaje humeante y sin un tutor a quien cargar con nuestros deberes. Qué duro es ser adulto.

Milagros Socorro

La península del miedo

Posted on: marzo 3rd, 2013 by lina No Comments

El vicepresidente de Refinación de Pdvsa, Asdrúbal Chávez, jura que la empresa no está importando gasolina, “sino sólo alquilatos y MTBE” (metil ter-butil-éter, aditivo para la elaboración de gasolinas sin plomo); e insiste en que las denuncias sobre fallas de sistema en las refinerías de Venezuela son falsas.

 

Pero resulta que, tal como publicó en este diario el periodista Andrés Rojas, el Departamento de Energía de Estados Unidos ha presentado cifras según las cuales después de agosto pasado, cuando se produjo la explosión en la refinería de Amuay, “se cuadriplicaron los despachos de combustibles a Venezuela: pasaron de un promedio de 27.000 a 108.000 barriles por día, entre otras razones, porque ahora no sólo despacha MTBE, sino también gasolina convencional para vehículos”.

 

Esto significa que, aunque el Gobierno lo niegue, tras la tragedia de Paraguaná, a Pdvsa no le ha quedado más que importar productos refinados terminados, cosa que antes de agosto de 2012 hacía en pequeños volúmenes y ante déficits eventuales.

 

Ya en marzo de este año, la agencia de noticias Reuters había advertido que la refinería de Amuay estaba trabajando a 57% de su capacidad; y citaba una fuente “que prefirió el anonimato”, según la cual “la estatal ha adquirido en el mercado abierto casi todo tipo de productos, incluidos derivados terminados”.

 

Por otra parte, son muchas –y muy autorizadas– las voces que coinciden en señalar que la politización de Pdvsa ha redundado en el descuido de sus tradicionales protocolos de operación y, particularmente, de mantenimiento. El siniestro de Amuay no sólo es el más grave en toda su historia sino que estuvo precedido por una seguidilla de accidentes que configuran un cuadro de lenidad e incompetencia criminal.

 

La mentira es flagrante. La ligereza con que el propio Presidente enfrentó los hechos es proverbial. Fresco tiene el país el recuerdo de Chávez llegando el domingo 26 a las inmediaciones de la refinería para declarar: “Algún filósofo dijo, no me acuerdo quién: la función debe continuar”. Una cosa de locos, por decir lo menos.

 

Un disparate demencial (y no porque atribuya a un filósofo la conseja, común en el ambiente del espectáculo, que apunta a que, incluso en presencia de problemas e imponderables, el telón debe subir), puesto que en ese mismo momento había montones de cadáveres bajo los escombros y no se sabe cuántas decenas de heridos gimiendo por falta de ayuda coordinada y eficiente.

 

No contento con eso, un día después, el lunes 27, en visita al hospital Rafael Calles Sierra, en cuya morgue se apilaban los cuerpos chamuscados, lo que Chávez tuvo para decir fue: “Se respira un calor patrio”. Como no podía pelar la ocasión para subir el monto de los embustes anunció, con toda seriedad, que había un equipo “de psicólogos y psiquiatras disponibles para atender el impacto de las víctimas”. Desde luego, todavía los están esperando.

Transcurrido un semestre, más de la mitad de los afectados no han recibido indemnización de Pdvsa. Muchas viviendas han sido reparadas por sus dueños, con sus manos y a sus expensas; incluso el tráiler que la compañía habilitó para atender a las víctimas desapareció una madrugada sin dejar alternativa.

Y, sin embargo, la protesta es susurrada. No hay comités de víctimas. Los deudos de la familia Delgado Llanos, desaparecida en el siniestro, suplican en solitario una respuesta de las autoridades. Los pocos propietarios de locales destruidos que se atreven a reclamar ocultan su identidad.

—Hay mucho miedo –explican–. La refinería es la única fuente de trabajo en Paraguaná. A quien le tomen una foto en situación de protesta pierde el empleo y las esperanzas de conseguirlo. Y todo el tiempo hay agentes haciendo fotos y grabaciones. Si se sabe que has hecho una crítica, te trancan todo:

desde sacar un permiso en la alcaldía hasta un negocito que tengas. Esto se aplica también a las contratistas, que están controladas por el PSUV, que regula quién entra en Pdvsa o tiene tratos con ésta.

Tras mucho buscar quién diera un testimonio con su nombre y apellido, topo con Marcelino Sangroni, campesino devenido chofer. “Me cansé de que me dijeran ‘vení mañana’ para darme los materiales con que arreglar mi casa dañada por la explosión. Este bigote blanco no es pa’ que me mamen gallo”.

En todo el país hay ese mismo miedo… y esas excepciones de valentía y dignidad.

Milagros Socorro