Llegué a una peluquería de dos pisos en Las Mercedes y saqué una libreta. Para ese momento había decidido hacer mi indagación entre “la gente” (y no entre especialistas). La pregunta no era muy sencilla: ¿Qué le hizo pensar que vivía usted en la modernidad y cuál fue el hecho –o conjunto de hechos- que luego le convenció de que eso no era del todo cierto?
-Mi madre pensaba –dijo la odontóloga Magaly R- que la modernidad le había llegado con la harina precocida, la lavadora automática y mi ingreso a la universidad, que para ella era el equivalente a la liberación definitiva de todas las tareas domésticas, es decir, el colmo de lo moderno. Y yo crecí convencida de lo mismo. Pero la realidad me ha demostrado que no era tan fácil zafarme de las obligaciones de la casa y, encima, trabajo en la calle. Quiere decir que tengo el doble de los deberes de mi madre, con el añadido de que tengo que estar perfecta todo el tiempo. Y aquí me ves (esperando que haga efecto una crema para teñir el cabello). En realidad, soy lo más parecido a una esclava.
-Para mí, moderno era todo lo que se distinguía del pasado –afirma María Teresa E., profesora de inglés de secundaria-, los cajeros automáticos, el teléfono celular, internet y los viajes en avión. Ahora me parece que lo moderno es poder pagar todo eso con tu sueldo; y no es mi caso, porque si tengo dinero para una cosa no lo tengo para la otra. Será, entonces, que la modernidad es una ilusión que uno se crea leyendo revistas y viendo televisión por cable, que, por cierto, cada mes pienso que lo voy a tener que cancelar. No se puede ser moderno con tres lochas en la cartera.
-La modernidad es poder ser gay –dice Richard G., uno de los peluqueros-. Mi tío lo ha sido toda la vida, pero se tuvo que casar. Ahora yo puedo vestirme como quiera, ser gay y vivir como gay. Claro que no es lo mismo ser gay en el Teresa Carreño y en los bares del San Ignacio, que ser gay en mi barrio y subir las escaleras con este pelo (tres tonos perfectamente diferenciados) y esta camiseta (anaranjada y sin mangas). Ahí es donde pienso que sólo se puede ser moderno en el extranjero o en las urbanizaciones.
-La modernidad es lo contrario de la religión y las supersticiones –dice la psicóloga Ana Cecilia S., quien acaba de escuchar a Richard, consultado mientras le secaba el cabello a ella-. Muchos creímos que Venezuela había llegado a la modernidad al comprobar que la gente, hasta en los pueblos más remotos, llevaba a sus hijos al pediatra, en vez de limitarse a ponerle una pulsera contra el mal de ojo. Pero resulta que ahora vemos el país invadido por la religión bolivariana, a la que no se le pide hechos tangibles sino que se la ve con fanatismo a favor y en contra.
-Lo moderno es tener todos los novios que quiera –tercia Yoleida A., joven manicurista. Pero eso es lo que pienso yo y otra cosa es lo que piensan los hombres. En Venezuela las mujeres somos modernas pero los tipos no, porque muchos siguen creyendo que uno les va a lavar y a planchar, y también a pagar las cervezas.
El equipo de la Universidad Católica Andrés Bello, que realizó un estudio para comprender –y dar pautas para superar- nuestro principal problema social, que se conoce como el Proyecto Pobreza y es autor de un volumen ya convertido en best seller (Detrás de la pobreza, Caracas, 2004), utilizó la noción de modernidad, según su percepción individual, para elaborar una tipología cultural que permitiera medir las concepciones que acercan o alejan a los venezolanos de la posibilidad de salir de la pobreza o mantener la situación de prosperidad, para los no pobres.
Lo que el Proyecto Pobreza considera modernidad a escala individual es:
La convicción de poder intervenir sobre nuestro entorno;
La confianza en los otros y en las instituciones;
Un conjunto de valores que orientan las acciones hacia el universalismo, la neutralidad afectiva, la valoración del otro por el desempeño; la especificidad y la orientación hacia la colectividad.
“Cuando afirmamos que una sociedad que legitima el éxito material debe incorporar creencias que facilitan la consecución de ese objetivo, es porque son cierto tipo de creencias las que facilitan la satisfacción de las aspiraciones individuales y grupales. Esas creencias son las que normalmente calificamos como modernas”.
-Para nuestro estudio –prosiguen los miembros del Proyecto Pobreza- el control que tengan los individuos sobre su existencia y su propia realidad (locus de control); la propensión a actuar en los ámbitos públicos bajo la regulación de normas universalistas, roles específicos y orientados hacia la colectividad; así como la capacidad de posponer gratificaciones de corto plazo y de evaluar a sus semejantes en relación a lo que hacen y no a lo que son; la confianza en las personas y las instituciones sociales, forman parte de la material prima cultural que resulta en comportamientos productivos capaces de liberar a las comunidades de una vida material precaria y de subsistencia dentro de arreglos institucionales modernos.
Enla presentación de un libro, persisto en mi encuesta.
-En Venezuela creímos que habíamos llegado a la modernidad –me responde Enrique C., arquitecto- cuando le ofrecimos al mundo el arte cinético, que no tenía nada que ver con “lo antropológico”, ni estaba apegado a lo anecdótico ni a lo local. Era universal y pasaba por lo tecnológico. No transcurrirían muchas décadas para que viéramos destrozadas las obras de arte cinético que están en el espacio público y que viniera un gobernante a demoler a mandarriazos lo que jurábamos que era el colmo de lo moderno y que constituía una forma de dialogar con el mundo en condiciones de igualdad. En este momento, hay muchas ciudades y museos del extranjero que exhiben con orgullo las obras de Alejandro Otero, Cruz Diez y Jesús Soto, y nosotros vemos las nuestras convertidas en chatarra y desmanteladas por los indigentes.
-Lo moderno era que no hubiera pobres –completa la socióloga Alba R., que ha escuchado lo anterior- y que una inmensa clase media tuviera acceso a todas las formas estéticas, que las consumiera y las hiciera parte de su vida. Lo que pasó fue que la clase media se redujo a lo mínimo y aquellos pobres que quisimos ver desaparecidos se acercan al arte… para vender las obras por pedazos en el mercado negro.
-Modernidad es democracia, chica –remata Rosita M. ex agente inmobiliaria-. Cada vez que ocurre algo que nos hace sospechar que la democracia está en pico de zamuro, nos ponemos más lejos del sueño de ser modernos.
Ser modernos, es, según la perspectiva delproyecto pobreza, tener el control de la propia vida y conducta, con un rol activo y autónomo; participar en la vida pública a partir de normas que priven para todos mediante un pacto que no deje a nadie por fuera; evaluar a los demás por lo que hacen y no por la familia o clase social a la que permanecen; y la confianza que tengamos en los otros así como en las instituciones que nos regulan. Salta a la vista que en un contexto político de autoritarismo, paternalismo y Estado asistencial, la modernidad es una condición tan cuesta arriba como la misma democracia. Un país donde la ciudadanía se restringe al voto, que a su vez se convierte en instrumento para que alguien gobierne según su voluntad y sin cuestionamiento ni escrutinio alguno, no es, precisamente, un país que marche en la senda de la modernidad. Curiosamente, la operación simbólica que ha hecho el poder en Venezuela podría resumirse en estos términos: para llegar al siglo XXI tenemos que hundirnos en el XIX y pretender que el XX no existió; y para ello se exalta la guerra de Independencia en forma acrítica y mitológica, y se desacredita toda la producción intelectual del XX (que la política ya estaba suficientemente desacreditada). Y cuando la devaluación de ese siglo XX no es suficiente en lo discursivo, se procede a su demolición física, acto vandálico que es travestido en reivindicación de lo local y rechazo a lo “corporativo-capitalista-extranjero”, como dicen los voceros-empuñadores de la mandarria aludida por uno de los encuestados.
El Metro de Caracas se ha vuelto lento. Y, cuando al fin llega el vagón, algunos pasajeros optan por quedarse en el andén a la espera de uno que venga menos repleto. Me acerco a algunos, libreta en mano. La pregunta es la misma.
-Moderno es que las cosas cambien, a cada rato, y siempre para mejor, para hacer la vida menos dura y más agradable –dice Víctor R., mesonero en un restaurant de La Candelaria. En Caracas nos olvidamos de eso. Aquí todo el mundo piensa que mañana será más difícil que hoy.
-Yo antes creía que la modernidad era la tecnología, las máquinas que hacían lo que nadie quiere hacer y que todas las cosas de la vida implicaran el uso de un aparato chévere, con lucecitas, y cada vez más pequeño –es la visión de Edson Ch., graduado en una escuela técnica en busca de trabajo. Pero después he visto que la tecnología cuesta mucho y también se pone vieja, se echa a perder y se ensucia. Mire el Metro…
-Moderno es todo lo que uno no puede tener –chasquea una señora vestida de enfermera antes de dar la espalda.
Al intervenir en la discusión sobre modernización y modernidad, Massimo Desiato escribió en El Nacional, mayo de 2001, que: “un país es moderno cuando asume, por ejemplo, los valores propios de la producción: el orden, la disciplina, la iniciativa, la responsabilidad, la planificación, la eficiencia, la optimización de recursos y todo aquello que a muy grandes rasgos podríamos denominar ‘ética del trabajo’. Estos valores distan mucho de ser neutrales. Representan, de hecho, el modo de ser de culturas orientadas hacia la producción que pueden entrar en conflicto con identidades culturales cuyos valores se centran más en la convivencia y, más en general, en lo lúdico. Intuitivamente diré que los sectores populares y no tan populares del país se muestran muy receptivos a la lógica del consumo, pero reacios a asumir la lógica de la producción que corresponde a tal consumo. En otras palabras, desde el punto de vista del consumo, Venezuela es sin lugar a dudas un país moderno; aún no lo es desde el punto de vista de la producción”.
Esto, en lo que tiene que ver con lo económico, en lo político dejemos la palabra al Proyecto Pobreza: “La modernidad aspira a que esta vida en sociedad se traduzca en bienestar y libertad para las personas, razón por la cual es en la modernidad donde se busca conciliar la libertad de los proyectos individuales con la vida social. Las ideas que, tras un velo de crítica, le huyen a la modernidad y a la institucionalización de la vida social, finalizan por esconder también las pretensiones colectivistas y, en ocasiones, totalitarias de algunos proyectos”.
-Modernidad –dijo un hombre en la cola para entrar al cine- es no saber cómo se llaman los militares de un país.
Fuente: Milagros Socorro
Por Milagros Socorro