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Cuestión de tempo

Posted on: octubre 3rd, 2020 by Laura Espinoza No Comments

Venezuela sigue siendo noticia diaria. Cuando no es porque no hay gasolina, es porque las manos de la diplomacia internacional quieren hacerse con parte del botín del otrora país democrático.

 

 

Son tempos, como si de música se tratara. Están los de la ‘revolución bonita’ que, de linda se ha convertido en esperpento. La han ido maquillando, la subieron a tacones, paseado por tantos bulevares de países amigos que, ha quedado la pobre revolución convertida en eso, en un saludo agrio y lánguido a la bandera de las ocho estrellas.

 

 

Otro tempo es el de Henrique Capriles Radonski que, con ganas de hacerse con la silla de Miraflores por tercera vez, se trataba de medirse con Maduro el seis de diciembre. Iba, coqueteaba un rato con el mandatario del bigote, le decía que sí, vamos a darle a una justa medición de fuerzas en las urnas y, de pronto, con el tempo internacional en su contra, se rajó.

 

 

El tempo de los 250 exmandatarios, diputados, senadores y demás señorías se ve truncado por las acciones diplomáticas erráticas y cómplices de Josep Borrell que, por lo visto también se ha convertido en lacayo de las asesorías al país caribeño por parte de los amigos y mentores de la revolución: los de Podemos y los demás partidos de la coalición de Sánchez.

 

 

Los tempos de los demás opositores van y vienen. Están los de María Corina, los de Borges, los de Guaidó. Son unos tempos tan largos en la orquesta que adereza la vida de los venezolanos que pueden ir a cambiarse de ropa, dar una vuelta y volver a tocar su instrumento con el ceño fruncido, con las ganas de aparecer otra vez en la palestra nacional que, ya harta de oír pendejadas se cala sus colas para comprar gasolina o cualquier otra cosa. Lo que sí es cierto es que Venezuela necesita urgentemente que se ocupen de ella. Boquea al lado de la carretera, moribunda de merma, desangrada de tanto sacarle todo lo que se pueda que, no queda prácticamente nada. Las empresas, que ocupaban brillantes naves industriales en polígonos industriales, hoy son un paisaje al estilo de Mad Max. Los centros comerciales que lucían mercancías del mundo entero son espacios que lucen sus miserias en los aparadores de cristal. Eso sí, los bodegones de importación que nutren las fantasías de quienes vivieron esa Venezuela y, la pretenden con sus múltiples formas de negociación con la maltrecha revolución, están abarrotados de comidas traídas de lugares lejanos. Una realidad paralela la que vive el trabajador común y corriente, el que tiene un salario de risa o dos que son carcajada y que, de tanto buscar qué comer se ajusta el cinturón que debe agujerear una vez más al final de cada mes, el otro tempo, el que llevan los venezolanos.

 

 

 

Max Romer Pieretti

Con-fina-cierto

Posted on: marzo 28th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

 

En días de confinamiento pensar es uno de los placeres redescubiertos. Otro es leer los posts en Facebook, esos escritos sencillos que muestran que en los cajones y armarios se esconden tesoros acumulados y que, de estar en reposo, se activan de pronto, como si fuesen un resorte escondido en una caja.
De improviso, nos hacemos sensibles, mucho más que de ordinario. Vemos cómo cosas que son cotidianas adoptan una magia insólita. Ver freír, esperar a que hierva el agua, observar con deleite que la espuma del jabón son miles de diminutas pompas.

 

Me veo a mí mismo, como si estuviera sentado sobre mi hombro, hurgando en no sé qué para darle sentido a esto que sale de la punta de mis dedos que, de simple no sé si valga para mí o para alguien, pero es eso, un escrito, un ejercicio que busca en los rincones de la casa esos vestigios de estarla viviendo más que nunca.
Me asomo al balcón. Veo que la gente está en lo mismo que yo. Ni mejores, ni peores, ni superiores, ni influencers, son gente puesta ahí, en sus casas como si de un enorme panal se tratara, ellas ocupan su celda poliédrica, su espacio con sus huellas, con sus aromas, con sus cosas, esos discos que, de pronto hacen que Bruce Springsteen viva en el vecindario, sólo un poco, sin cansar, lo suficiente para hacernos sonreír de que ese disco lo escuchamos alguna vez, como esta, gracias a las ventanas abiertas de todos.

 

El silencio que dejan los coches aparcados deja oír a los pájaros, inclusive a veces creo que escucho crecer mi barba, así como a las flores que están emergiendo de sus capullos que se van calentando a medida que avanza esta primavera que llegó sin darnos mucha cuenta porque desde el invierno estamos guardados, así como estas cosas que voy sacando de los cajones y que, de pronto, me han hecho recordar que el agua ya hierve y que debo seguir en la cocina si queremos comer, o no, simplemente estar frente a la hornilla viendo la intensidad del rojo bajo la olla y el vapor que sale presuroso de ella.

 

 

Max Römer Pieretti

Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad de La Laguna.

 

 

El muro de las lecciones

Posted on: noviembre 14th, 2014 by Lina Romero No Comments

zu meiner Großmutter gewidmet

 

Un muro se levantó como una cicatriz y dejó a cada lado las ilusiones de ver crecer a los nietos juntos

 

Una buena lección dejó al mundo entero las dos Alemanias. Eran el símbolo del fin de una guerra, el inicio de otra –la fría, la división moral y política de un pueblo que, por seguir al líder equivocado tuvo que ser castigado por los delitos cometidos así, en dos tajadas, en dos bloques.

 

Berlín es el ejemplo más aterrador de ese castigo. Un muro se levantó como una cicatriz y dejó a cada lado las ilusiones de ver crecer a los nietos juntos. Los hermanos del Oeste crecían bajo el ala de los aliados. Los del Este bajo el hierro del comunismo soviético. Casi tres décadas de división, casi tres décadas sin verse, sin saberse los unos de los otros. Los cuentos de las amigas, se quedaron truncados, los partidos de fútbol de la cuadra se quedaron pendientes, con los balones desinflados.

 

La política y la ideología habían triunfado, habían hecho de las suyas, se habían vengado de los hombres y mujeres. Se ocuparon de que darle su merecido a los seguidores y detractores de un demente político.

 

Afortunadamente, el hormigón de la pared que sirvió para el telón de acero cayó, el pueblo alemán pudo volver a abrazarse, se ocupó el Oeste de darle al Este el lustre necesario para impulsarse como un pueblo unido. El Este supo acomodarse a las demandas crecientes del Oeste y juntos alemanes al fin, decidieron empujar a la locomotora de su patria unida, hacerse parte de Europa.

 

Muchos países no han sabido leer en las lecciones del horror de las ideologías. Sus nacionales no necesitan muros que los dividan. Los tienen sembrados en el horizonte de sus sentimientos. Se odian entre sí. No hacen falta países que intermedien la arquitectura de una pared para dividir a los hermanos. Ellos mismos se separan. Ellos mismos se han hecho bandos.

 

Max Römer

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