“Estoy brava con Dios”

Posted on: febrero 17th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

“Estoy brava con Dios. No sabes cuánto he rezado para que derrame su compasión y luz sobre Venezuela. He orado, le he suplicado que interceda por nosotros. Mis plegarias limitan con la desesperación. Pero, no ocurre el milagro. Mi fe, que era sólida, se resquebraja. No entiendo cuánto más tenemos que sufrir. Esta ha sido la más larga y dura penitencia que hemos pagado. Me duele el sufrimiento que veo en las calles. El maltrato que recibimos los venezolanos, sin distingo de edades; porque, ni mis canas se salvan de los abusos. Y, ¿sabes qué es lo peor? Estoy perdiendo la esperanza. Cuba tiene 60 años con su dictadura. Nosotros vamos a tener 20 años con este desastre. Y ahora veo a esa gente fortalecida, muy segura y atornillada: total, ellos no saben de carencias. ¡Qué les importa si tenemos poca comida o no nos alcanza para comprar la medicina! A ellos no les falta nada. Bueno, sí. Les falta algo: no tienen moral. Y sin moral, pueden cometer sus pecados sin temor a Dios. Sin miedo a sus represalias por todo el mal que nos han hecho. Tampoco tienen nada que perder. ¿Crees que les importa que los sancionen? ¿Crees que les importa que no los dejen entrar a Estados Unidos o a Europa? Con todo lo que han robado, pueden hacer de Venezuela su bunker. Ellos no padecerán el bloqueo. Y nosotros, secuestrados. Presos y moribundos en nuestro propio país. Yo estoy en esa edad en la que estoy viviendo los años de gracia. Es más: no me quedan ganas de seguir adelante. Estoy demasiado triste; pero, más que triste, estoy brava, muy brava. Estoy brava con Dios”.

 

 

El pasado día 13 no solo fue el día de san Valentín. También fue miércoles de ceniza. Y como suelo hacer cuando se inicia la cuaresma, llamé a una tía muy querida, con sus 80 años de edad bien vividos, que siempre fue dulce, cariñosa, alegre: la imagen de la solidaridad y la compasión. Hasta el miércoles cuando, por primera vez, la sentí malhumorada, triste y muy desesperanzada. Intenté hacerla reír, a pesar de que no es mucho el repertorio del que puedo echar mano. Quise decirle palabras alentadoras. Busqué distraerla pidiéndole los nombres de aquellos familiares que no me venían a la memoria. Le pregunté por algunos de sus trucos de cocina, porque siempre fue una excelente cocinera. Pero mis esfuerzos para sacarla de ese estado de desolación, solo tuvieron éxitos fugaces. Hubo incluso un momento en el que me sorprendió diciéndome que no iría a misa. Ella, que nunca había faltado a su cita con la Iglesia, con Dios y con la cruz de ceniza.

 

 

“Cuando las situaciones son adversas, la fe fortalece el alma”. Así le escuché decir a mi tía en más de una ocasión. Recuerdo que, según sus palabras, en Dios encontrábamos el asidero y la fortaleza para superar cualquier obstáculo. Por eso me sorprendieron sus palabras el miércoles de ceniza. Me asombró su enorme disgusto con Dios, como si él fuese el responsable directo de la terrible situación política, económica, social y moral que vive Venezuela. Le reclamaba su falta de solidaridad y misericordia. Cuando las salidas democráticas y constitucionales se agotan, solo la religión es capaz de venir en auxilio de la esperanza. Pero, ¿cómo rescatar la esperanza cuando, como pueblo, como nación, sentimos que estamos próximos a recibir la extremaunción?

 

 

Reconozco que no es fácil ser optimista en momentos tan aciagos como los que atravesamos. Si hasta los más fieles al optimismo lo han dejado de lado para comenzar a profesar una nueva fe. Una más realista y más acorde con estos tiempos. Una donde las metas son más tangibles, y menos ambiciosas; pero, con cierto grado de dificultad: sacar 5.000 bolívares del banco, conseguir pan, comprar aceite para el carro, encontrar el antibiótico para combatir la bronquitis, hacer que la quincena no se escabulla apenas la depositan. Metas de corto plazo, que nos mantienen muy ocupados y nos hacen sentir victoriosos cuando las logramos. Es mi nuevo consejo para quienes me preguntan cómo podemos surfear este tsunami: es una época que, para superarla, tenemos que vivir “un día a la vez”.

 

 

Para mezclar la política, con la religión y la cuaresma, le digo a mi tía que la situación venezolana –sin duda, una catástrofe sin referentes similares en la historia del país– es quizá la prueba que nos envió Dios para probar nuestra fe inquebrantable ante sus designios. Ella, tan molesta como al principio de nuestra conversación, me asegura que más que una prueba de fe, es el castigo más duro y equitativo que nos ha prodigado. “Ahora nos viene una nueva penitencia: tendremos elecciones, Mingo. El drama que estamos viviendo, se deja de lado para que empiece la campaña electoral. Todos se engolosinarán con sus aspiraciones presidenciales, como si estos comicios fueran válidos o no supiéramos cuáles serán los resultados. Ya ni eso me hace recobrar la esperanza; porque cuando el 23 de abril vuelvan a imponerle la banda presidencial a Nicolás, la esperanza –que es lo último que se pierde– la habré perdido”.

 

 

José Domingo Blanco

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Venezuela 2018

Posted on: febrero 10th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

 

 

Un zamuro espera su turno frente a la bolsa de desperdicios que revisa una familia desesperada por comer. Con una paciencia inusual el ave aguarda su momento de festín, sin miedo a los manotazos o pedradas que recibe cuando intenta acercarse antes de tiempo al envoltorio negro vuelto trizas que escupe desechos malolientes, los cuales son devorados sin reparar en su avanzado estado de descomposición. Sin asco a los gusanos o moscas que incuban su prole en cada trozo de carne podrida o de fruta fermentada. Ahora, a eso se le llama sustento.

 

 

 

La escena, aunque escabrosa, dolorosa y repugnante, se repite como la domesticación de un ave, que ya no les teme a los humanos y para la que se ha vuelto normal encontrar más competencia hurgando entre los desechos y la carroña. Ahora no son otros zamuros o perros sarnosos con los que comparte las sobras: son hombres, mujeres y niños famélicos, que se suman como legiones al oficio que antes solo pertenecía a los animales que se alimentan de la basura.

 

 

 

¿Cuánto falta para que zamuros, palomas, perros o gatos callejeros sean las proteínas que los venezolanos llevarán a sus mesas? ¿A cuántos más les arrebatará la vida la desnutrición severa antes de que este régimen acepte ese cargo de conciencia? ¿En qué momento decir “muero de hambre” dejó de ser una metáfora para convertirse en una frase auténtica?

 

 

 

La ciudad muestra un espectáculo doloroso y sin precedentes. Hambre, delincuencia, pobreza, enfermedades y deterioro son los atributos con los que se describe este destino turístico solo apto para aventureros y viajeros osados. Retrocedemos con cada día que pasa. Bajamos un peldaño, hora tras hora, para acercarnos más a la depauperación. Me cuesta encontrar una cara alegre. Solo veo rostros desencajados, caras afligidas y cuerpos enflaquecidos de personas que se creen sentenciadas a muerte. El venezolano, aquel que era pretencioso y bullanguero, ya no vive en este país. Los que quedamos, somos diferentes. Nos arrancaron nuestros hábitos, para imponernos nuevas rutinas impregnadas de desconsuelo. Nos confinaron a la soledad de nuestras casas, abandonadas prematuramente por los hijos y nietos que decidieron irse de Venezuela.

 

 

 

Veo a mis compatriotas devolver sus medicinas en la caja de la farmacia cuando el precio multiplica por mucho el saldo que tienen en sus carteras. Los encuentro arrastrando el ánimo y deambulando en busca de una comida que, en sus lugares habituales de compra, no llega. Veo gente caminando sin rumbo para hacer de su día un día más, sin mayores secuelas. Recorriendo calles grises, solitarias, vacías… muertas. Venezolanos que esperan en las paradas de autobuses un transporte que nunca llega. Negocios que luchaban contra el cierre y que hoy decidieron no abrir nunca más sus puertas. Veo muchos sueños rotos. Percibo demasiada tristeza.

 

 

 

Venezuela tiene otros aromas y otros colores. La fetidez es su nuevo perfume. La suciedad, su mejor fachada. La violencia, su mejor oferta. Para nadie es un secreto que el país está hundido en la pobreza extrema. Este es el verdadero legado de un gigante que, en cualquier otra nación, es motivo de risas y pena ajena. El sinónimo del fracaso. El ejemplo palpable de cómo es posible llevar a un país rico a la miseria. La fórmula de la ruina de la que otros países se alejan. Veinte años y este régimen sigue en su afán de destruir, aún más, mi amada tierra.

 

 

 

Descoloridos, fantasmales, deteriorados, los edificios y casas albergan almas en pena. Se nota la redistribución de los ingresos, destinados ahora solo para poner algo de comida en las mesas. Ascensores dañados, rejas corroídas, inmuebles cuyas paredes lucen desteñidas, descascaradas, mostrando sin reparos sus manchas de humedad, filtraciones u otras huellas. Lámparas sin bombillos o con pocos alumbrando a duras penas. Jardines luciendo monte. Desfile de aguas negras. Alcantarillas rotas. Semáforos que hace mucho dejaron de hacer sus señas. Carros abandonados, vueltos chatarras, oxidados y sin ruedas… calles cada vez más solas. Abandonadas como si nadie existiera.

 

 

 

¿Cuándo nos volvimos Cuba, Siria, Uganda o Haití? ¿Por qué dejamos que esto sucediera? Veinte años, señores, veinte años y este régimen, muy astutamente, nos enredó en su trama, secuestró nuestros derechos y nos hundió muy hábilmente en esta tragedia. Este régimen ha sido muy audaz. Y mientras más arrinconado se siente, más radicaliza su perversión, maldad e indolencia. Afina su plan para la distribución equitativa de la pobreza. Su mejor aliada. Su jugada maestra. Pero no tardarán en presentarse rebeliones en las que el hambre hará que las miradas de los empobrecidos no se dirijan hacia las bolsas de basura negras sino, salivando, hacia las robustas figuras de quienes hoy los someten a la miseria.

 

 

 

José Domingo Blanco

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Incitatus

Posted on: febrero 2nd, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

 

Las clases de Historia Universal que nos daba el padre José Antonio, en el Colegio Cristo Rey, tenían la particularidad de atornillarse en la memoria de quienes cursábamos la materia con ese profesor. No sólo por lo estricto que era, sino, además, cada clase se convertía en una especie de programa de televisión en vivo, en el cual él era el moderador y nosotros, divididos en dos bandos, debatíamos el tema que ponía en el tapete. El asunto es que teníamos que argumentar – a favor o en contra- y el padre José Antonio intervenía cuando la discusión se acaloraba o para aportar más información. Y esa metodología, muy utilizada en los debates de los modelos de las Naciones Unidas, la Asamblea Nacional o Tribunales de Justicia (civilizados y democráticos, valga destacar) contribuía a que la información nos quedara como cultura general, para siempre.

 

 

 

De estos relatos de historia del padre José Antonio, jamás pude olvidar uno en particular: el día que nos contó de Incitatus, el caballo consentido de Calígula; su purasangre de carreras favorito al que el cruel emperador hizo cónsul. Así como están leyendo: le otorgó un cargo público de mucha importancia para que lo acompañara a regir el destino del Antiguo Imperio Romano.

 

 

 

Era tanta la devoción –y locura- de Calígula por su caballo que no escatimó en rodearlo de lujos y mimos. Tanto así que, algunos historiadores aseguran que Incitatus tenía reservada no una yegua, sino una hermosa mujer de la alta sociedad, para los momentos en los que se le antojase copular. Así de retorcido era Calígula. A ese nivel llegaron las extravagancias y excesos del Emperador. Pero, no deberíamos sorprendernos porque la historia está repleta de locos con delirio de grandeza, que llegan a creerse dioses -y hasta reencarnaciones de héroes patrios- que han vuelto a nacer para cumplir con una nueva misión en la tierra. Maniáticos a los que nunca les han faltado los aduladores de oficio que se hacen eco de las excentricidades con tal de gozar de los beneficios que pueda proporcionarle el perturbado que tiene el poder.

 

 

 

El asunto es que Incitatus, la mascota amada de Calígula, obtuvo su cargo público con el consentimiento del Senado del Imperio Romano que, supongo, estaba fascinado por el hecho de que un “animal” formara parte del gabinete. A esos extremos llegan los serviles con tal de permanecer dentro del círculo de autoridad. La historia está llena de casos similares o parecidos. Es más, sin irnos tan lejos, aquí en nuestro país, hubo una época en que una morrocoya era noticia. Siempre hay fanáticos, sin sentido del ridículo, para quienes aplaudir las insolencias de su gobernante en jefe es garantía de gracias.

 

 

 

Pero, no se quedaba allí el padre José Antonio cuando hablaba de Incitatus: recuerdo que decía que era tan mimado que su comida era rociada con escamas de oro, lo vestían con mantos púrpura –el color exclusivo de la corte imperial- y le adornaban con collares repletos de piedras preciosas. Sin importar que el pueblo romano estuviese padeciendo carencias y pobreza producto de la malversación de Calígula, quien agotó las reservas financieras del Imperio para satisfacer ese y otros caprichos.

 

 

 

¿Qué tiene el poder que encumbra a quien lo posee? ¿Por qué atrae, como la luz a las polillas, a los aprovechadores? ¿Llega a enviciar de tal manera que genera delirios de grandeza y supremacía? ¿Puede el poder corromper incluso al más recto y decente de los ciudadanos? ¿Cuántos Incitatus están en la nómina de la nación?

 

 

 

Me cuenta un amigo venezolano, que arribó hace poco al país que, en días pasados, tuvo que hacer unos trámites en un organismo público, en pleno centro de Caracas, en lo que definió como “el corazón del Poder Mismo”. Su primera impresión, luego de mucho tiempo sin venir a Venezuela, y menos aún ir a los confines de la Plaza Caracas, fue reencontrarse con un trozo de ciudad que suponía impecable y preservado por el simple hecho de ser el punto donde convergen los organismos del régimen; pero, no. Todo lo contrario: chocó de frente con la inmundicia, el deterioro y la fetidez de las calles. Incluso la delincuencia en el terminal de Río Tuy, donde la oscuridad que reina en las entrañas de las Torres de El Silencio, es la mejor cómplice de las fechorías y arrebatos de carteras. Superada la primera impresión, se armó de valor y se echó a la aventura de ir de una oficina a otra, buscando una solución a su sencillo problema que, en cualquier otro país normal, hubiera resuelto por internet. Sin embargo, le tocó enfrentarse a la furia, desprecio y altanería de funcionarios públicos sin mayor rango; pero, que, en sus micro feudos, son la máxima autoridad. Fue de puerta en puerta, de cola en cola, de grito en grito, hasta que al final, en un pequeño despacho, con una humildad y amabilidad inusual en un funcionario público, un muchacho muy educado, “sin duda, profesional” según mi amigo, se sentó en la computadora, colocó el número de su cédula, escribió algunas cosas y le resolvió el problema. “Así es cómo deberían trabajar los servidores públicos, no como los otros que se comportaron como animales” –enfatiza para descargar su rabia… Y yo, irremediablemente, en cuestión de segundos, recordé a Incitatus.

 

 

José Domingo Blanco

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Loli era rica…y no lo sabía

Posted on: enero 26th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

“Yo no sabía que era rica señor Mingo” me dice Loli mientras sigue quitando el polvo del escritorio frente al que estoy sentado. “Antes, yo compraba la harina, la pasta y el arroz por bulto: ahora no puedo comprar ni un paquetico. Perdí 25 kilos. Se ha vuelto normal que me acueste en las noches sin comer… yo antes era rica, señor Mingo, y no lo sabía”.

 

 

 

Loli se gana la vida limpiando casas o apartamentos. Y cada vez que ajusta su tarifa porque el dinero no le alcanza ni para comprar yuca, pierde un día de trabajo o “la patrona” le pide que mejor vaya cada quince días y no semanalmente. Para surfear el Tsunami de la hiperinflación la mayoría de los venezolanos nos hemos visto en la necesidad de hacer ajustes, cambiar hábitos y reducir servicios. Una mayoría que mira con asombro –con rabia, y hasta con odio- cómo sobreviven los parásitos del régimen que siguen chupando lo mucho o poco que pueda quedar en las arcas de la nación.

 

 

 

La canasta alimentaria familiar de diciembre, según el reporte del Cendas, llegó a Bs. 16.501.362,78. No hay salario u honorarios capaces de cubrir esos gastos de comida. Aún no termina enero, y el dólar paralelo pulverizó el último aumento salarial decretado por Nicolás. No sólo Loli es pobre: es que ahora todos los venezolanos estamos entrando en esa categoría. Somos testigos de la desaparición de la clase media, bien sea porque emigró o porque ha perdido aceleradamente su capacidad de compra. Hacer malabares con los ingresos para cubrir las necesidades básicas, se ha vuelto el oficio común de las familias que intentan no morir sepultadas ante el peso de una hiperinflación que las asfixia con saña. Todo ocurre en cuestión de horas. Somos testigos, dolientes y víctimas de la pérdida de la calidad de vida. La pobreza está tocando la puerta de cada vez más hogares y hospedándose con ánimos de quedarse para siempre.

 

 

 

El problema es complejo. Muy complejo. Por eso, algunos economistas plantean que la solución tiene que asestarse como quien propina un golpe que noquea al oponente. Y aunque el régimen insista, a través de sus medios gobierneros, que esta situación la provocó la Guerra Económica, lo cierto es que su tesis, desde cualquier punto de vista, refleja el enorme fracaso de sus políticas económicas. El país está en la ruina, y la recuperación no la provocarán las mentiras del nuevo presidente de PDVSA -quien garantizó que aumentará la producción de barriles de petróleo- o el Noticiario de la Patria anunciando que, para finales de 2018, las bóvedas del Banco Central, rebozarán con las toneladas de oro que están extrayendo del Arco Minero.

 

 

 

Por eso, en estos momentos, sin que sea una medida decretada por la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente, o una sentencia emanada por el Tribunal que preside el sancionado Maikel Moreno, nuestra economía está dolarizada. Se dolarizó sola. Se transa en dólares, aunque la moneda de curso legal sea el Bolívar; uno que, por cierto, hace mucho dejó de ser Fuerte y que hoy luce tan raquítico como los afectados por la desnutrición crónica que diezma a la población de nuestro país. Quizá, por eso, los comerciantes para no espantar a los clientes, y obligados a realizar sus operaciones en la moneda de curso legal, aplican una versión expres de la reconversión –como la que nos impuso el difunto intergaláctico en el 2008- para quitarle ceros a los precios, en un último intento desesperado por lograr la venta. Porque, para quienes tenemos buena memoria, que hoy los costos de los productos y servicios superen el millón de bolívares, inevitablemente recordamos que esos millones actuales perdieron hace diez años unos ceros y, si no se los hubiesen quitado, estaríamos hablando de millardos. ¡Qué nadie ponga en duda el éxito que ha tenido este régimen al repartir equitativamente la pobreza entre todos los venezolanos!

 

 

 

Ávidos de soluciones, después de los escenarios desoladores y desesperanzadores que plantean los expertos en la materia, la pregunta obligada es ¿qué podemos hacer para salir de este proceso hiperinflacionario, para el que no estábamos preparados y que amenaza con aniquilarnos? ¿Cuánto puede durar este período? ¿Cómo podemos blindarnos para salir lo más ilesos posible? Las experiencias en otros países que atravesaron por una situación similar varían; la duración de los períodos hiperinflacionarios, también. Algunos lograron vencerla sacando de circulación la moneda devaluada y generando una nueva. En Venezuela, además, tenemos un Control de Cambio que ha sido la génesis de todos los vicios que empoderan a este régimen. ¿El Bolívar tiene sus horas contadas? ¿Qué pasó con las rupias, los yenes y las otras monedas con las que el régimen quería hacerle frente a la dolarización tácita de la que ellos se quejan; pero de las que extraen sus jugosas ganancias? Las respuestas son acertijos. Y, las soluciones, como los medicamentos en etapa experimental: nadie sabe cuáles serán los efectos, si curarán los males o si será “peor el remedio que la enfermedad”.

 

 

José Domingo Blanco 

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Mártir

Posted on: enero 19th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

La revolución creó un mártir. Un emblema para la Resistencia. Pero, también, muy probablemente, este nuevo desatino del régimen marcó en el calendario la fecha definitiva en la que tendrá que presentarse ante el Tribunal de la Haya.  ¿Para Maduro y sus secuaces Oscar Pérez valía más vivo o muerto? ¿Por qué lo acribillaron cuando ya era un prisionero? ¿Fue un error o el acatamiento de una orden? ¿Qué buscaban? ¿Quién ordena dispararle un misil ruso? ¿A quiénes querían atemorizar con esta acción desastrosa? ¿El operativo contra Pérez fue ideado para librarse también del cabecilla del colectivo Tres Raíces? ¿En el mundo entero habrán comprendido la gravedad de lo que ocurrió el pasado lunes en El Junquito?

 

 

Aun cuando pudiéramos estar o no de acuerdo con la forma y el histrionismo que les imprimía a sus acciones, asesinar al ex funcionario del CICPC –y a sus compañeros de lucha- cuando había manifestado su deseo de entregarse y negociar, es un delito muy grave que no puede tardar en traerle consecuencias al desgobierno. Los venezolanos, salvo los cercanos y partidarios de la revolución, coincidimos en que fue un acto criminal del que, para desgracia de quienes quisieran borrar todo rastro de Oscar Pérez, quedó registro. Quiero pensar que las últimas transmisiones que hiciera Pérez serán, entre otras, las pruebas irrefutables con las que los tribunales demostrarán la culpabilidad de Maduro y sus cómplices. Abrigo la esperanza de que los videos de Pérez dispuesto a rendirse ayudarán a acelerar la comparecencia del régimen ante las Cortes Internacionales.

 

 

Las atrocidades se penalizan. Y Maduro suma demasiadas. Pesan sobre él las muertes de los jóvenes que protestaron en 2014 y 2017 también, en su momento, reconocidos como mártires. Las de los niños que, en sus cortísimas vidas, solo conocieron el hambre. Las de los enfermos sin tratamiento. Las de las víctimas de la violencia, asesinados por los hombres nuevos que parió esta “revolución”. Maduro sentenció al exterminio a cada uno de los venezolanos que se le oponen. Y el exterminio es un delito de lesa humanidad.

 

 

 

Quienes se han narcotizado por el poder, demostraron hasta donde están dispuestos a llegar con tal de no perder aquello que los envicia. El objetivo es mantener el control absoluto. Secuestrar el Estado, y que los venezolanos seamos los rehenes, eliminando lo que en las sociedades civilizadas y democráticas neutraliza las violaciones de Derechos Humanos, frena la barbarie y evita las ejecuciones.

 

 

 

Cuando la repulsión por lo que vivimos me desborda, me aferro a las historias de los más oscuros y crueles dictadores de la humanidad, para quienes sus abusos terminaron revirtiéndoseles y sellando sus destinos. Cada crimen que comete el régimen se suma al prontuario obsceno que exhibe, producto de estos innumerables años acaparando el poder. Y ese monopolio que defienden les ha llevado a implantar prácticas –por demás exitosas- con las que han logrado apagar cada intento de insurrección o sublevación a lo largo de estos casi 20 años.

 

 

El régimen ajustició a Oscar Pérez, un venezolano que se ganó la admiración de muchos que vieron en él los atributos propios de un héroe. Lo sentenciaron sin importar que en Venezuela no existe la pena de muerte. ¡Cómo si eso fuera un impedimento para quienes están acostumbrados a hacer su voluntad y retorcer la justicia hasta que le obedezca! Pero con esto, lo convirtieron en un mártir. Uno que recibirá las oraciones de quienes creyeron en la honestidad, valentía, bondad y humildad de sus acciones. Para este régimen, no hay ley que valga; tampoco, moral. Salvajismo, crueldad, muerte, hambre, miseria y horror son los sinónimos adecuados para el actual gobierno. Asesinaron al ex funcionario del CICPC haciendo caso omiso a su deseo expreso de entregarse: rendirse y deponer las armas, como en su momento hizo el difunto intergaláctico. ¿Qué hubiera pasado si en el 92, cuando Chávez se entregó, los cuerpos de seguridad del Estado hubieran actuando como hoy lo han hecho Maduro, Diosdado, Bernal y el resto de la banda? Esta misma pregunta la formulé en las redes sociales. Y hubo consenso en la repuesta: “Hoy Venezuela sería otra…No hubiéramos conocido esta desgracia”.

 

 

 

Quienes hoy se congracian con el dictadorzuelo -complaciéndole los caprichos y eliminándole las amenazas que encuentra en su camino hacia la perpetuidad en el poder- no estarán exentos de culpas. Tan cómplice es quien idea el crimen, como quien lo ejecuta. Los ajusticiamientos podrán ser hoy la ley con la que el régimen garantiza su permanencia en el gobierno, o el método con el que saca del camino a quien le resulta un estorbo. Pero estos crímenes, como no me cansaré de repetir, no prescriben. Y, poco a poco, el momento de rendir cuentas en el juicio final se aproxima.

 

 

José Domingo Blanco

@mingo_1

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Expolio

Posted on: diciembre 15th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

Cuando escuchas a un venezolano decir que “no importa si los políticos roban y son corruptos, si dan algún tipo de respuesta o resuelven los problemas de la comunidad”, sabes cuán profundo ha calado la corrupción en el tuétano del país. Ratificas lo que ya sabes: lo normal que se ha vuelto para el común de los ciudadanos que el político robe; que el guardia nacional extorsione; que el policía, secuestre; que el funcionario público te pida un pago extra para sacar un documento por el que no deberían cobrarte y que los fiscales sugieran no ponerte la multa si les das “alguito pal fresco”.

 

 

 

Porque, cuando las trampas, las coimas, las comisiones, “la persona contacto” y la descomposición pasan a ser parte del acervo histórico de una nación, se asumen como la identidad natural del país. Una vergonzosa identidad que se transmite de generación en generación. Una idiosincrasia que se asume como esencia del venezolano; pese a no ser la más virtuosa. Porque, de continuar por este camino, no tardaremos en ver como el régimen edifica un “Hall de la Fama de la Corrupción” en donde se expondrá con orgullo las fotos o estatuas de los insignes delincuentes de los dineros públicos que lograron, gracias a su codicia desbocada, el enorme desfalco de Venezuela, éste que condujo a nuestro noble y destruido país a su más grave y profunda crisis.

 

 

 

Porque, cuando un venezolano “perdona” la corrupción del funcionario público, gracias a que asfaltó uno de los tantos huecos que había en su calle o destapó alcantarillas de aguas negras, avala, quizá inconscientemente, que solo con los corruptos en el poder un país puede solucionar sus problemas. Y se conforma. Se conforma con lo malo del sistema que “medio funciona”. Es ese dilema moral como el que alguna vez se debatió en Medellín con Pablo Escobar: todos sabían que era narcotraficante; pero, recibían con gusto y elogiaban sus actos de Robin Hood, con los que beneficiaba a los más desposeídos.

 

 

Pero, nunca como hoy. Nunca como en la Venezuela del Siglo XXI: la del hombre nuevo de Chávez, la que sufre los rigores de un engendro de dictadura –originaria y caribeña- que no logramos superar, la de los motores productivos fundidos, la de los bonos “por hacer nada” que esperan los que se acostumbraron a las dádivas, la de las cajas Clap cada vez más chucutas y los carnets de la Patria que racionan; la de los programas educativos reformulados para que los muchachos hagan más deporte y reciban menos matemática. La de los médicos integrales, graduados en tiempo record, que no saben si la cefalea es un dolor de barriga. La de la PDVSA expoliada, saqueada y reducida a su más mínima capacidad productiva, como el resto de las empresas básicas que, en fila detrás de la Estatal Petrolera, esperan su turno para develar las corruptelas que esconden sus entrañas.

 

 

 

Estamos en la quiebra. Y no sólo económica. Históricamente, arrastramos la corrupción y apoderamiento de los dineros públicos como si, el hecho de que sea público lo hace patrimonio exclusivo –peculio particular- del mandatario de turno. “Nómbrame un gobernante que no haya robado”, me han retado en más de una ocasión. Y, confieso, me ha costado dar respuesta. Incluso he tenido que soportar comentarios sobre adecos y copeyanos, con los que quedan calificados como “niños de pecho”. Es que, ante los desmanes de los delincuentes que tienen secuestrada a Venezuela desde hace casi 20 años, los delitos cometidos por los gobernantes anteriores lucen inocentes y extraídos de cuentos de hadas. “Los adecos y copeyanos robaban el cambur; pero, lanzaban las conchas”, me han dicho para describir las dimensiones que, con este régimen, ha adquirido la corrupción en el país. Y el comentario me parece tan infeliz como el que escuché y abre este artículo.

 

 

 

Y aunque algunos ven con buenos ojos las actuaciones del “Poeta de la Revolución”, quien arrancó esta especie de cacería de brujas contra exministros, exfuncionarios y exhombres fuertes del chavismo enriquecidos ilícitamente; aún me cuesta concederle el beneficio de la duda a esta especie de limpieza moral y justicia vengadora, hasta tanto no vea tras las rejas, juzgados y condenados, a los responsables del desangramiento del país. Pero si, además, los millardos de euros y dólares que se robaron -con descaro y el aval de quienes hoy siguen rigiendo los destinos de la nación- son repatriados, manejados con transparencia e invertidos para la reconstrucción de Venezuela, recobraría la esperanza en los hombres probos, íntegros, impolutos e incólumes que se requieren para salir de este atolladero nauseabundo en el que nos hundió el chavismo/madurismo.

 

 

 

Así que, espero que “todo el peso de la ley” o el “caiga quien caiga” no sean, una vez más, unas frases acomodaticias con las que se les pretenda dar un viso de rectitud a un régimen que, de todas todas, ha demostrado desde sus orígenes, lo contrario.

 

 

 

 

Ruego para que, en 2018, pese a los terribles escenarios y perspectivas que se vislumbran, logremos empinarnos y superar las adversidades para hacer de ellas lecciones aprendidas que nos ayuden a superar los escollos y sacar al país adelante. Queridos amigos: me despido hasta el próximo año, que está a la vuelta de los días, deseándoles una Navidad lo más feliz posible.

 

 

 

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Maduro, doctor Zhivago y el Niño Jesús

Posted on: diciembre 1st, 2017 by Laura Espinoza No Comments

¿Por qué el régimen que encabeza Maduro, se ha puesto tan puritano de repente? ¿Qué habrá detrás de estos “arrebatos” de saneamiento y “frenesí” de razzia que está llevando adelante el Fiscal designado por la ilegítima ANC? ¿Tendrá algo que ver la cercanía de la Navidad y la Carta al Niño Jesús que escribirá Nicolás? “Querido Niño Jesús, durante este año 2017 me he portado muy bien. No he robado, ni he dicho groserías. Ayudo a Cilia con las tareas del hogar, saco la basura todas las noches y, antes de acostarme, rezo una oración por sus sobrinos y un rosario para que te acuerdes de los niñitos, como tú, pero que están muriéndose porque no tienen medicinas, ni qué comer, ni dónde dormir…no sé por culpa de quién. Pero, te juro, que, por mi culpa, no es. Es por culpa de los ladrones que estamos descubriendo en PDVSA”.

 

 

 

Me cuesta creer en la honestidad de unos actos de justicia -anhelados desde hace mucho tiempo por los venezolanos que clamamos por la aplicación de todo el peso de la Ley contra los responsables de la miseria y destrucción que vivimos- e imaginar que es ahora, y no durante los casi 4 lustros que llevan enquistados en el poder, que se dan cuenta de que PDVSA fue defalcada, quebrada, destruida y ¡pulverizada! por quienes han tenido la responsabilidad de conducir sus destinos en los últimos años.

 

 

 

PDVSA, como nunca antes en toda su historia, ha sido la meretriz maltratada de estos chulos, que han hecho de ella una piltrafa de la que, ni con las medidas extremas de rescate como las que han anunciado –como, por ejemplo, no más vuelos de sus directivos en los aviones de la empresa o no más boletos en primera clase para viajar a los encuentros en Viena- podrán levantarla de las ruinas en las que la hundieron. Pero resulta que, como Petróleos de Venezuela siempre ha sido la chequera en blanco del régimen y como ahora no tienen de dónde más arañar para seguir llenando las arcas personales, están cortando las cabezas de quienes, guapos y apoyados, dirigieron la petrolera como un conuco expropiado y sin dolientes, del que extrajeron todo lo que pudieron, hasta dejarlo yermo.

 

 

 

Porque para nadie es un secreto –aunque parece que ahora es cuando Nicolás y Tarek William lo descubren- que “gracias” a algunos personeros de este régimen, la corrupción en PDVSA se exacerbó y pasó a ser un modelo replicado en algunas empresas del Estado o en cada una de las industrias del país expropiadas y destruidas por la Revolución. No dudo que, en este momento, los directores de estas empresas rojas-rojitas estén mirándose en el espejo de Eulogio del Pino, o en el del mismo Rafael Ramírez, y en este instante estén poniendo sus bardas en remojo. O anotando en un papelito los nombres de otros implicados, para entregárselo al Sebin y buscar la reducción de la pena, si es que acaso esto no es un teatro del Poder Judicial y Moral, para dar la falsa impresión de probidad.

 

 

 

El asunto es que siempre, por más apegados a la Ley que quieran actuar, por más correctos, impolutos e inmaculados que quieran lucir, me cuesta creer en este acto de rectitud y decencia en el que las cabezas de los corruptos, los corruptos más corruptos de todos los tiempos, están comenzando a rodar, sin importar cuánto amor y fidelidad le declaren en sus perfiles de Twitter a Chávez, el padre de toda la tragedia actual. Porque Chávez, el difunto interplanetario, ya no podrá hacer nada por quienes aseguran que, en su lecho de muerto, antes de exhalar su último respiro, les llamó para ungirlos como los elegidos de su legado y los guardianes de sus secretos.

 

 

 

¿Hasta dónde llegará la depuración encomendada a Tarek, el Fiscalillo? ¿Cuál es la verdadera finalidad de esta cacería de brujos y ladrones? Hay malpensados que aseguran que, como no hay más dólares para robar, necesitan despojar a otros de lo que mal usufructuaron para terminar de raspar la olla antes de que haga implosión el hambre y la extrema pobreza que está matando a los venezolanos y así, poder garantizarse los fondos necesarios por si acaso, alguna vez, tienen que pagar los honorarios de abogados que trataran de demostrar su inocencia ante el Tribunal de La Haya.

 

 

 

Para desconectarme por unas horas de la situación del país, compró una entrada para ver un clásico del cine: Doctor Zhivago. Me siento en la butaca, recordando que, en esencia, la película recrea una historia de amor. Pero, Venezuela y su drama actual, van apareciendo en la medida que se proyecta el film. De pronto, me doy cuenta que el Dr. Zhivago es como una premonición de lo que nos espera. Es la involución que viviremos en 2018 de continuar esta “revolución bolchevique caribeña” que, ahora, solo en apariencia, pretende hacernos creer que, con la depuración de PDVSA están aplicando los correctivos que nos salvarán de la catastrófica situación de hambre, pobreza, miseria y muerte que nos espera…como en la Unión Soviética de la película.

 

 

 

José Domingo Blanco

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El futuro ya no es como antes

Posted on: noviembre 24th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

“El futuro ya no es como antes” dijo el economista Víctor Álvarez en una de sus intervenciones durante el evento“Hacia una Venezuela Industrializada: La Ruta”, organizado por Conindustria, un encuentro que puso sobre el mismo escenario las visiones optimistas de un país posible, con planes a corto, mediano y largo plazo, en el que la reactivación económica puede producirse y que podrá medirse gracias a unos indicadores de gestión exigentes, enunciados como para no darle espacio ni a la mediocridad, ni al conformismo, ni a la holgazanería.

 

 

Ese futuro de Víctor Álvarez que, supongo, es aún más difícil de descifrar porque se construirá sobre las ruinas, la miseria y el destrozo que han dejado estos años del régimen en el poder. Un futuro que ya no se adorna con palabras bonitas; pero, que –espero- tampoco exculpará a los responsables de nuestra situación actual. Los venezolanos estamos ante un modelo político sin precedentes, del que no existen referencias y, por tanto, no logramos atinar en las estrategias para producir el viraje que se requiere en estos momentos críticos. Y por eso, no deja de ser meritorio que haya profesionales abocados al diseño de planes para la reconstrucción.

 

 

Por eso, celebro las oportunidades en las que los gremios se muestran al país, no sólo con el diagnóstico del lamentable estado en el que se encuentra nuestra nación, sino con las posibles soluciones; en una apuesta por la Venezuela que aún no han abandonado y en la que siguen creyendo. Una Venezuela que debe ofrecer oportunidades para que ese talento humano que hace posible el florecimiento de un país, encuentre en su suelo patrio, la vía hacia la prosperidad que hoy le ofrecen otras regiones.

 

 

Esta Ruta Industrial 2025 que propone Conindustria parte de la premisa de que es necesaria una gran alianza nacional, que será la que permitirá construir un futuro de bienestar y prosperidad, sobre la base de la industrialización como vía para combatir la pobreza, fomentar la igualdad y el respeto a la ley. Para ello se requieren políticas públicas, acuerdos institucionales y un marco jurídico justo. Y es en “la gran alianza nacional” donde quiero poner toda mi atención. Porque lograr este consenso requiere de madurez –política- y desapego –al poder. La “gran alianza nacional” pasa por apartar las ambiciones que no construyen ciudadanía y, como he insistido, es con ciudadanía cohesionada como lograremos producir los cambios que nos urgen. Cambios que además deberán generar la ruptura de los nuevos paradigmas, de los “hombres nuevos” de esta revolución, para quienes las míseras dádivas -y no las remuneraciones producto del esfuerzo, trabajo y ansias de prosperar- son el máximo bienestar al que quieren aspirar.

 

 

 

Conindustria, y no dudo que muchos otros gremios coinciden, propone una serie de reformas que, aseguran, deberían ejecutarse de forma inmediata para alcanzar en, diferentes lapsos, unos logros que producirían un cambio importante: la transformación que podría encaminarnos hacia un porvenir mucho más esperanzador.

 

 

 

No puedo dejar de comentar la crítica constructiva que hizo Imelda Cisneros -exministra de Fomento durante el segundo mandato de Pérez- a la propuesta que este gremio le hace al país y algunos de los actores que podrían ser los ejecutores del plan. Cisneros comentó que, luego de leerse todo el documento, sólo sintió que faltaba un capítulo: el de la viabilidad política. Y su comentario, me hizo recordar otro foro al que asistí hace muchos años atrás, en el que se analizó si el otro paquete de reformas económicas que se planteaba al inicio del segundo mandato de Caldera “era un proyecto político sin viabilidad económica o un plan económico sin viabilidad política”.

 

 

Y aunque a muchos, en estos tiempos, la palabra política puede provocarles desconfianza, escozor y náuseas, todo producto de los desaciertos y errores que comenten sus actores, no es menos cierto que la política, en su estado más puro y originario, es una herramienta que permite a las sociedades civilizadas, organización y orden. Solo que, en los países caribeños como el nuestro, política es sinónimo de poder, corrupción e impunidad.

 

 

Ese es uno de los grandes retos que tiene Conindustria: difundir su propuesta para lograr la cohesión de los ciudadanos en torno a su modelo de desarrollo para la Venezuela futura. Un gremio que está consciente del rol protagónico que tienen los industriales en este proceso de cambio, y que los obliga a ser los garantes de los espacios donde el talento humano puede poner en marcha al país que todos anhelamos. Una Conindustria que sólo tendrá que incluir en su propuesta, por sugerencia de Imelda Cisneros, el capítulo de la viabilidad política de su modelo –pasando primero por el “saneamiento” de la palabra política; pero, que cuenta con el suficiente Know How y centenares de lecciones aprendidas como para reflotar y reactivar el aparato productivo del país –hoy expropiado y en bancarrota gracias a este régimen- y pensar en él como la vía que pondrá fin a nuestros problemas actuales.

 

 

A modo de reflexión, justo en el momento de poner punto y final a estas líneas, constato que somos muchos los venezolanos que no estamos de brazos cruzados esperando un milagro reparador ni un mesías salvador. Que, como tantas otras iniciativas de las que tengo conocimiento, existen gremios, grupos y ONGs que, sin afán político, son parte de esta tercera vía que podría capitalizar nuestras preferencias a la hora de brindar apoyos. Entonces me pregunto:

 

 

¿Serán los gremios los encargados de la transición? ¿Será esa la tarea que le tocará asumir a Conindustria?

 

 

José Domingo Blanco

@mingo_1
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El emprendimiento del año

Posted on: octubre 19th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

Por las colas que vi en las puertas de los bancos, y por las edades de quienes las hacían, me imagino que es el día en el que pagan la pensión. Una pensión que, si los viejitos corren con la suerte de que se las entreguen completica, y en billetes de la más alta denominación, se acabará en cuestión de horas con tan solo una entrada al mercado o la farmacia. Lo comenté hace poco, en un artículo anterior: los pensionados se debaten entre comer o sanarse; pero, cumplir con las dos necesidades, al mismo tiempo, es casi imposible.

 

 

 

También recordé el cuento de una amiga que, como sus padres no viven en el país, es la persona autorizada por el Seguro Social para cobrarles la pensión; con la poca suerte de que, para hacerlo, tiene que visitar dos bancos distintos. Con el agravante, además, de que uno de los bancos –que pertenece al Estado- le impone un límite de retiro diario por la falta de billetes, por exceso de los de baja denominación o por cualquier otra excusa que “por órdenes superiores” se les ocurra dar. El asunto es que, los días como el de hoy, cuando los viejitos cobran lo que por derecho le corresponde, ella, mi amiga, debe armarse de paciencia, pedir permiso en el trabajo y justificar que durante una semana estará ausente por dos o más horas porque tiene que ir a cobrar la pensión de su papá al banco “rojo rojito” del régimen donde, sentada, refunfuñando, observa con rabia el cartel donde aparece el Difunto ex presidente burlándose de cada uno de los que esperan su ración de billetes de Bs. 10.

 

 

 

No hay efectivo en el país. ¡Quién lo diría! Y por eso, los cajeros automáticos y las agencias bancarias están imponiendo un límite diario de retiro. A algunos bancos, tengo entendido, les están enviando la remesa completa para que los jubilados se lleven todo su dinerito de una sola vez. Porque, a pesar de que estas cuentas también pueden tener tarjetas de débito asociadas; lo cierto es que, muchos de estos adultos mayores, por la razón que sea, se niegan a utilizar los ATM y los puntos de venta para hacer sus transacciones.

 

 

 

Nuestra crisis, para que no dudemos de que es en absolutamente todos los órdenes, tenía que empeorarse con la falta de papel moneda. Como si las cosas no fueran ya en extremo difíciles, la falta de efectivo también hace su aporte. Y pongamos un ejemplo sencillo: los estacionamientos de Caracas. La mayoría, solo acepta efectivo. Por más que los usuarios supliquemos, roguemos e imploremos que pongan en las taquillas de cobro un punto de venta, no hay forma de sacar el carro del estacionamiento sin los dos mil bolívares, ¡en efectivo! reglamentarios. Pero, la misma queja la formulan quienes tienen que abordar una camionetica de transporte público suburbano. El pasaje les cuesta más de lo que ellos logran sacar del cajero, después de hacer una cola larguísima, en la que corren el riesgo de que, cuando les llegue el turno, aparezca en la pantalla la temida frase “Fuera de Servicio”.

 

 

 

Los venezolanos que insistimos en permanecer en el país, estamos sometidos, constantemente, a unas pruebas de resistencia que se asemejan más a las competencias de sobrevivencia de los reality show que a la vida normal que debería llevar un ciudadano común, en un país normal, donde todo funcione como debe ser. Cosas tan simples como pagar el pasaje de la camionetica o el ticket del estacionamiento, se vuelven una odisea si, por mala suerte, a la hora de pagar, abrimos la cartera y descubrimos que solo tenemos 10 billetes de cien.

 

 

 

Es verdad que incluso ahora, en el mundo entero, muchas operaciones se están haciendo en Bitcoin, una criptomoneda electrónica que jamás será impresa por la Casa de la Moneda y que está volviéndose tan apetecible como el dólar o el euro. Pero, el asunto es que, en nuestro país, con el incuestionable retraso y deterioro que sufrimos, para pagar dependemos de unos puntos de venta cada vez más obsoletos y dañados; o de las transferencias electrónicas que no siempre podemos hacer porque no hay internet; o de las aplicaciones de los bancos que descargamos en nuestros teléfonos celulares, que necesitan, a su vez, la tecnología que puedan ofrecer unas operadoras que hacen maromas para brindar un servicio medianamente decentes y que cobran unas tarifas con las que no pueden hacer inversiones porque el gobierno no les permite aumentar.

 

 

 

Como verán, es tan solo una de las aristas de este gran problema económico que nos asfixia. Quizá, ante la falta de efectivo en los bancos, no estemos afrontando el problema con creatividad. Mientras espero para pagar el ticket del estacionamiento, con los 20 billetes de 100 –sí de 100, ese al que Maduro le ha prorrogado la vigencia el mismo número de veces de su denominación- se me ocurrió un emprendimiento: ¿qué tal si los estacionamientos, camioneticas que cubren las rutas suburbanas, los bomberos de las estaciones de gasolina y hasta los empaquetadores de los automercados (cuyas propinas son en efectivo y nada despreciables) se transforman en las nuevas agencias de los principales bancos del país? ¡Tal vez a la gente de la Sudeban no se le ha ocurrido y mi idea termine recibiendo un premio como el emprendimiento del año!

 

 

 

José Domingo Blanco

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Disidencias y coincidencias

Posted on: septiembre 29th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Todavía en Venezuela, en estos momentos, a pesar del éxodo de compatriotas, hay personas entregadas a la búsqueda de soluciones. Venezolanos que no se han dado por vencidos y que piensan que existen salidas viables. Hoy, en nuestro país, todavía hay muchísima gente, con muy buenas intenciones, preocupada por la muy dolorosa y grave crisis por la que atraviesa nuestra nación. Y esto no es reciente. Esto lleva tiempo gestándose y consolidándose. Hay gente valiosa, comprometida y apasionada, que ha conformado grupos de debate para la búsqueda de la fórmula ganadora. Gente perteneciente a diferentes comunidades, ONG, gremios y universidades, entre otros, que se han dado a la tarea de dibujar el mapa de Venezuela, diagnosticarlo en profundidad, detectar las raíces de sus males y ofrecer un conjunto de soluciones que nos permitan salir de esta vergonzosa, lamentable y repudiable situación país.

 

 

 

Incluso en ocasiones, antes de que la tormenta arreciara tanto, asistí a varios encuentros de esos grupos multidisciplinarios, integrados por personas talentosas y destacadas en sus áreas de conocimiento; aunque no todos con el tiempo y el hábito que se necesita para cumplir, religiosamente, con estos encuentros. Agruparse, bajo el mismo paraguas de ideas, requiere rigor y disciplina. Arranca con la necesidad de despojarse de los personalismos, de dejar de pensar en lo individual, para pensar en el interés colectivo. De esas reuniones, o por lo menos en las de los grupos a los cuales asistí, se produjeron interesantes debates que culminaron en muy buenos papeles de trabajo. Clasificados por sectores. Hojas en las que se describían los problemas y se planteaban las soluciones. Al final, muchos de esos documentos quedaron engavetados. Otros, por causa de los intereses particulares y lucha de egos, se diluyeron.

 

 

 

Pero, lo interesante de todo esto es que hace falta que esos grupos, con sus diferentes “proyectos país”, se den a la tarea de sintonizarse porque, en esencia comparten el mismo objetivo. Estos grupos necesitan su punto de encuentro donde, sin duda, verán que tienen ideas comunes, aun cuando puedan diferir en otras. Les puedo asegurar que deben existir sorprendentes bocetos; pero que, lamentablemente, en la mayoría de las oportunidades se estrellan contra las apetencias políticas de grupos que se consideran conductores de la sociedad total y es eso lo que, para poder salir adelante, debe superarse.

 

 

 

Veo con preocupación que muchos venezolanos, tendemos a descalificarnos a priori.  No sé hasta qué punto estaremos enterados del impresionante trabajo que han hecho muchísimas ONG, que han dejado el pellejo en estos senderos empedrados, sonando campanadas para alertarnos -sobre la base de sus investigaciones- no sólo que llegaríamos a esta situación actual, sino que, al mismo tiempo, solicitan desesperadamente que las tomemos en cuenta porque tienen mucho que aportar. Y junto a esas ONG, debo colocar a los gremios, que se han jugado el todo por el todo y no siempre con el viento a favor.

 

 

 

Siento que es nefasto que muchos partidos políticos pretendan adueñarse de las ideas de estos movimientos que, en la mayoría de los casos, son puros y auténticos en sus modos de actuar y conducirse. Desde siempre, esos partidos han querido penetrar los gremios, los organismos no gubernamentales o los movimientos estudiantiles. Reconozco que, históricamente, los partidos políticos le han dado soporte al concepto de Estado. Pero, en estos momentos, necesitamos ir mucho más allá. Necesitamos lograr una empatía comunicacional que nos permita insertar, monolíticamente, un ente que no sea solo una plataforma electoral, sino que se convierta en un sólido bastión sobre el que comience a levantarse el país que deseamos. Venezuela está despedazada. Y todos tenemos que bregar para comenzar a unirla. Tenemos que nacionalizar la disidencia. Es el momento de nacionalizar los desencuentros para deslastrarnos de ellos y caminar hacia la reconstrucción.

 

 

 

En este instante, es obligatorio dejar de pensar en el yo y comenzar a pensar en el nosotros. En ningún momento pretendo ser un tratadista, filósofo o profeta. Hay que apelar a la humildad de los sabios. Estamos en un momento en el que necesitamos sabios, y no sabiondos. Necesitamos políticos y no politiqueros. La discusión, incluso, tiene que ir más allá de la diatriba que pueda formarse entre votar o no votar; dialogar o no dialogar. En este momento la discusión, probablemente, sea la necesidad de depurar.

 

 

 

La misma sociedad tiene que hacerle entender a su clase dirigente que llegó la hora –a punta de ciudadanía- de dejar de lado el anhelo de poder. Porque ya está bueno, y está demostrado, que quienes han pensado “tengo que llegar al poder para cambiar las cosas”, pierden las buenas intenciones en las escalinatas que los conducen a ese ansiado poder.

 

 

 

No hacen falta tantos ejemplos, ni buscar referencias en otras latitudes. La realidad venezolana es nuestra realidad actual. Lo que hagamos nosotros mismos, en estos momentos, con nuestras propias herramientas, será lo que determinará que nos transformemos en referencia de otras naciones.

 

 

 

Y no se trata de tener sólo un espíritu de crítica. Hoy más que nunca estamos convocados a saber mercadear la política porque todos los venezolanos sentimos una gran incertidumbre. Estamos hastiados de la falta de un liderazgo que sepa, con exactitud, qué es lo que debemos hacer y qué es lo más conveniente, para el momento país que vivimos. Y no precisamente con visión cortoplacista ni electorera.

 

 

 

José Domingo Blanco

@mingo_1

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