La estrategia militar de Ucrania

Posted on: marzo 12th, 2022 by Laura Espinoza No Comments

 

 

_Ucrania no es Chechenia, ni Georgia donde Putin masacró impunemente porque están en Asia. Ucrania es Europa y lo que allí pasa es fundamental para los ciudadanos europeos lo que obliga a los gobiernos a actuar_

 

 

Cuando las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, Reino Unido y otros países invadieron Irak en el 2003, Saddam Hussein se equivocó al enfrentar convencionalmente a los invasores. No entendió que, a pesar del tamaño y poder de fuego de sus fuerzas, lo que venía era una guerra asimétrica. Enfrentar cara a cara al ejército más poderoso del mundo era suicida. En pocos días la aviación, los tanques y la artillería de Saddam fueron destruidas y sus tropas rendidas en masa. Los americanos y británicos alcanzaron Bagdad, capturaron a Husein y en unas cuantas semanas habían tomado control de un país de 430 mil Km2. La verdadera guerra en Irak vino después bajo formas irregulares con elevados costos para EEUU. ¿Qué habría ocurrido si Hussein hubiera transformado sus fuerzas armadas en un enorme ejército irregular desde el inicio?

 

 

En 1988 sostuve una reunión con Raúl Castro por encargo de su hermano Fidel. Raúl comenzó la reunión diciendo: “Si los americanos nos invadieran, nuestro poder de fuego convencional solo serviría en las primeras horas para causar la mayor cantidad posible de bajas antes de que desembarquen. Una vez en tierra sería imposible detenerlos. Por ello nos interesa mucho tu experiencia en la estrategia guerrillera en El Salvador”. La decisión de ir a una guerra irregular puede resultar luego de una derrota como los republicanos en España, pero también puede asumirse en un momento de fortaleza como estrategia para enfrentar a un enemigo muy superior. Los casos contemporáneos más notables serían Vietnam y Afganistán. En el primero fueron derrotados franceses y estadounidenses y, en el otro, Reino Unido, la Unión Soviética y Estados Unidos.

 

 

Las Fuerzas Armadas de Ucrania cuentan con 200 mil hombres activos y 900 mil reservistas, poseen tanques y vehículos blindados, artillería, cazas, helicópteros y drones. Pero en cantidades insuficientes para enfrentar convencionalmente a una potencia militar como Rusia. Por las noticias se puede deducir que el presidente Volodimir Zelensky y sus jefes militares asumieron que enfrentarían una guerra asimétrica y, planificado o, de hecho, adoptaron una estrategia de guerra irregular a gran escala. No ha habido en Ucrania batallas de tanques, duelos de artillería ni combates aéreos. No hay maniobras con grandes fuerzas que impliquen una guerra de movimientos y tampoco una guerra de posiciones generalizada, sin embargo, los ucranianos están causando numerosas bajas, destruyendo muchos tanques y derribando helicópteros y aviones.

 

 

La baja del general de división Andrei Sukhovetsky es una evidencia de que Putin está empezando a enfrentar un enemigo invisible. Eliminar un general implicaría una gran batalla convencional que no ha ocurrido. Las posibilidades son que el general fue eliminado por un francotirador, su transporte fue emboscado o su puesto de mando sufrió un golpe de mano. Todas estas son operaciones irregulares. Es un error interpretar la guerra en Ucrania como si se tratara de batallas de la segunda guerra mundial definiendo quien gana o pierde solo por las posiciones en el terreno. En la guerra de guerrillas el territorio tiene un valor relativo y los conceptos tiempo y desgaste son los fundamentales. El terreno se puede abandonar con o sin resistencia o ganarlo y mantenerlo de acuerdo con las circunstancias.

 

 

La invasión de Putin fue de manual comenzó con ataques aéreos a cuarteles, pero al no haber evidencias de bajas por estos ataques la conclusión es que las instalaciones ya estaban vacías. En otro orden, los invasores entraron sin resistencia y han sido los ucranianos quienes han estado definiendo cuando y donde se combate. Esto explica, en parte, el lento avance de Rusia. En guerra irregular un francotirador puede detener el avance de un batallón. Sobre las bajas la regla es que quien necesita avanzar y ocupar territorio sufre más muertos, porque la misión de una guerrilla es causar bajas sin aferrarse al terreno. Es bastante probable que las tropas de Putin hayan sufrido ya varios miles de muertos. El mando ruso reconoció 1600 heridos y 498 muertos en los primeros cinco días. Si suponemos que el primer día no hubo resistencia serían 125 muertos y 400 heridos diarios. Esos datos de Rusia son falsos, pero aun así muestran el desastre que están sufriendo.

 

 

Putin llamó a la invasión “operación especial”, esto supone acción limitada y no una guerra como la que está ocurriendo. En la guerra es un error creerse la propaganda propia y esto le pasó a Putin. Si nos atenemos al teórico militar más connotado, Carl von Clausewitz, el objetivo en una guerra no necesariamente es destruir físicamente a la fuerza enemiga sino quebrar su voluntad de combate. En Vietnam, por ejemplo, a Estados Unidos le sobraban hombres y medios para continuar, pero la situación política acabó con su voluntad de combate, es decir, el desgaste y tiempo se les vinieron encima. ¿Está la estrategia de Putin quebrando o multiplicando la voluntad de combate de los ucranianos?

 

 

Putin está arrasando las ciudades ucranianas con bombardeos para desmoralizar a los civiles, reducir la resistencia y evitar sufrir bajas. Algo parecido a los bombardeos norteamericanos en Vietnam. Cuando un ejercito profesional emplea fuego indiscriminado es por desesperación e impotencia, la misma lógica que desata el terrorismo. La victoria es compasiva y la sensación de derrota es salvaje. Putin quiere decapitar al mando matando al presidente Zelensky. Estando clara la elevada disposición de los ucranianos de resistir, la conclusión es que a mayor destrucción y víctimas civiles corresponderá más disposición combativa y sería igual si eliminan al presidente. Recordar la referencia de Clausewitz sobre el odio al enemigo. La causa moral de los ucranianos es más poderosa que la de los invasores.

 

 

En la guerra irregular, los mandos son autónomos, no hay una cabeza, sino muchas, el territorio es todo el país, se ataca al enemigo desde fuera y desde dentro de sus propias posiciones, en el campo y la ciudad, de día y de noche, cuando se mueve y cuando descansa, con combatientes uniformados o de civil. Se pueden incluso emplear medios convencionales en operaciones irregulares como hacía el General Vo Nguyen Giap en Vietnam. Con 42 millones de habitantes y 600 mil Km2 es imposible que 190 mil invasores puedan ocupar todo el país y derrotar a la resistencia ucraniana. Esta resistencia podría llegar a tener unos 400 mil hombres permanentes, cientos de miles de milicianos, el apoyo de toda la población, soporte material y de inteligencia de las naciones más ricas y tecnológicamente avanzadas del planeta y santuarios en países fronterizos enemigos de Putin. Ucrania no es Chechenia, ni Georgia donde Putin masacró impunemente porque están en Asia. Ucrania es Europa y lo que allí pasa es fundamental para los ciudadanos europeos lo que obliga a los gobiernos a actuar. Por ello la unidad en las decisiones de tantos países, la severidad de las sanciones, la rapidez de la movilización militar propia, la recepción sin contratiempos a los refugiados y el contundente primer apoyo a Ucrania con mil millones de dólares en armas incluidos miles de misiles portátiles antiaéreos y posiblemente aviones de combate.

 

 

Si no hay una negociación, la guerra en Ucrania puede durar muchos meses o muchos años. El problema para las fuerzas de Putin no era llegar, sino mantenerse. A futuro su mayor problema será cómo salir. Putin tiene en contra el tiempo, el presupuesto, las bajas constantes en sus fuerzas y los problemas en casa por la crisis económica generada por las sanciones y el aislamiento. Putin lucía como un líder fuerte frente a las democracias que deben lidiar con elecciones, independencia de poderes, medios de comunicación, opinión pública y derechos de sus ciudadanos. Pero Rusia es muy pobre y Europa es la región más rica del planeta. Putin despertó admiración en derechas populistas como Trump y en las izquierdas nostálgicas que lo ven como el sucesor de Lenin, pero no liderando el comunismo sino una autocracia oligárquica capitalista.

 

 

En la causa de Putin se juega la suerte de todos sus admiradores.

 
Joaquín Villalobos

Soberanía criminal

Posted on: septiembre 6th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

Venezuela es un espejo cuasiperfecto de lo que un país no puede hacer sin destruirse. O de lo que debe hacer si quiere destruirse. Uno de los errores graves en ambos sentidos es ver el crimen como una expresión de la pobreza y asumir que hay una relación causal entre uno y otra, de modo que el crimen no se reducirá mientras no se reduzca la pobreza, al tiempo que combatir el crimen es en cierto modo agravar la injusticia, ser insensible y ciego a las raíces sociales del crimen. • Joaquín Villalobos hace el recuento en este lúcido ensayo de la forma como Venezuela, partiendo de esta visión, empezó por no combatir al crimen, luego por combatirlo mal, quedando finalmente a su merced, en una extraña, cómplice y aberrante convivencia de soberanías: la soberanía del Estado y la soberanía criminal.

 

 

 

Venezuela padece quizás la peor crisis de seguridad en los conflictos entre Estado y delincuencia en la historia del continente. El caso venezolano incluye importantes lecciones para toda Latinoamérica en la lucha de los gobiernos por el control del territorio. Un problema que con distintos grados de gravedad existe en Brasil, Colombia, México, Centroamérica y casi todas nuestras naciones. Venezuela es un caso extremo de errores y, en ese sentido, es un manual perfecto sobre lo que no hay que hacer.

 

El primer derecho humano es la seguridad, porque ni la salud ni la educación ni las libertades más esenciales tienen sentido si se vive amenazado y con miedo. La primera responsabilidad del Estado es proteger la vida, la tranquilidad, las libertades y el patrimonio de todos los ciudadanos. El Estado nunca debe renunciar a su obligación de proteger a las personas y perseguir al crimen. Tolerar, pactar formalmente o de hecho con criminales, implica quitarles la paz a los ciudadanos para dar tranquilidad a los delincuentes. Esto significa que el Estado cede territorios, población y soberanía al crimen.

 

 

 

La política de seguridad de la Venezuela de hoy arrancó en 1999 con la siguiente declaración pública de Hugo Chávez: “Si yo fuera pobre, yo robaría”. Los delincuentes eran para él víctimas de la injusticia social. El problema es que esta idea derivó en tolerancia a los delincuentes y en indiferencia hacia las víctimas de los delitos, que eran gente pobre y de clase media. Chávez reformó la seguridad pública politizándola, desmantelándola y militarizándola. Los opositores políticos fueron considerados más peligrosos que los criminales. La oposición fue perseguida, la delincuencia tolerada y el Estado debilitado. Se produjo entonces un crecimiento exponencial de la delincuencia y ahora el gobierno lucha contra cientos de bandas criminales en todo el país que le han arrebatado extensos territorios rurales y urbanos de los cuales el Estado huyó y la delincuencia estableció su propia soberanía. La vida y la seguridad de millones de ciudadanos quedó en manos de criminales. El régimen venezolano pasó así de lo sublime a lo ridículo, transitando de la compasión con el delito a una guerra de exterminio contra los delincuentes que está perdiendo.

 

 

Antes de Chávez, Venezuela era un país relativamente seguro, durante años millones de colombianos se refugiaron allí para escapar de las violencias de su país. En 1990 Venezuela tenía una tasa de homicidios de 10 por 100?000 habitantes, para el 2002 llegó a 451 y en el 2018 a 81.4; desde entonces ocupa el primer lugar del continente y uno de los más altos del mundo.2 Lo curioso en el caso venezolano es que nadie “alborotó el avispero”, tampoco se fragmentaron cárteles que en realidad no existían. En este asunto hay una relación directa entre tolerancia al crimen, debilitamiento del Estado y pactos con los delincuentes, que derivaron en una explosión delictiva sin precedentes en el continente.

 

 

 

En el falso dilema entre reprimir o prevenir, Chávez optó por la prevención sin represión. Con el auge petrolero el Estado venezolano se fortaleció y, si se consideran tiempos de implementación y territorios intervenidos, es posible que el chavismo haya ejecutado los programas de gasto social más grandes de Latinoamérica. Aunque ese gasto social no respondía a una lógica preventiva sino electoral-clientelar, en esencia debió prevenir y reducir drásticamente la actividad criminal; sin embargo, el resultado fue totalmente opuesto: el Estado se debilitó y el crimen se expandió a niveles que el régimen jamás imaginó.

 

 

Esta historia podría resumirse en cuatro decisiones del gobierno: el desmantelamiento de las policías, los pactos con las pandillas urbanas, la administración de las prisiones por parte de los delincuentes y la política de dar refugio a las guerrillas colombianas. Estas medidas se tomaron con extrema ingenuidad y bajo el supuesto moral de que la maldad se definía principalmente por el origen de clase y la posición política-ideológica. Sobre esto un amigo brasileño de izquierda que trabajó en la seguridad de su país me dijo: “A nosotros nos tomó tiempo concluir que el mal existe, es universal y que independientemente de los programas preventivos, al crimen siempre se le debe perseguir”.

 

 

 

El partido original de Chávez se llamó Movimiento Quinta República, aludiendo a una refundación de Venezuela. Las tres primeras repúblicas terminan cuando muere Bolívar. La cuarta fue definida por Chávez como oligárquica, neoliberal, etcétera. Como todos los populistas, desconoció el pasado reciente y estableció que la nueva historia comenzaba con él y su Quinta República basada en un “nacionalismo revolucionario de izquierda” que traía consigo la “Revolución Bolivariana”. En lo que a la seguridad concierne, esta refundación implicó que todo lo anterior fuera desmantelado por razones políticas. La reforma policial chavista implicó así la disolución de todas las capacidades policiales preexistentes. Esto condujo a una desinstitucionalización de la seguridad que conllevó a la pérdida de experiencia, recursos, inteligencia y capacidades operacionales que no tenían nada que ver con ideología. El gobierno venezolano debilitó severamente su propio poder, del que disponía para proteger a los ciudadanos.

 

 

 

Chávez impulsó una reforma policial supuestamente civil para evitar violaciones a los derechos humanos, pero en la práctica entregó la seguridad a militares leales. Esto formó parte de un plan más global donde cientos de oficiales pasaron a realizar tareas civiles en el gobierno. Asegurar la lealtad de las Fuerzas Armadas se convirtió en un objetivo estratégico a través del enriquecimiento de los jefes, ya fuera por posiciones de poder o por corrupción. Dos mil oficiales fueron ascendidos a generales, superando a los novecientos de Estados Unidos. Fue en realidad un proceso de cooptación de militares y policías para integrarlos al proyecto partidario bolivariano. Esta politización destruyó la institucionalidad, la disciplina, la calidad de las evaluaciones, la escala de ascensos y todas las capacidades profesionales. El sistema de méritos fue sustituido por la lealtad política a la revolución. Como resultado final la seguridad fue desmantelada, desprofesionalizada, corrompida y reorientada a proteger al gobierno, y no a los ciudadanos. Los delincuentes pasaron a segundo plano porque la prioridad era espiar, controlar, perseguir, apresar y procesar judicialmente opositores, incluso dentro de las propias Fuerzas Armadas. Mientras esto ocurría se pactaba o toleraba a los delincuentes, que fueron creciendo sin control.

 

 

 

La política de pactos con las bandas tuvo como punto de partida un intento de aproximación social y política a los barrios pobres donde existía delincuencia. Primero con los que se llamaron círculos bolivarianos, que tenían ingredientes culturales e ideológicos; luego con los famosos “colectivos”, que han jugado un papel muy importante en la represión de las protestas opositoras; y, finalmente, cuando la inseguridad se agravó, intentaron pacificar los barrios creando las llamadas “zonas de paz”. La conexión de políticas sociales y la delincuencia ocurrió porque Chávez definió que su gobierno era una revolución armada que debía defenderse organizando milicias populares. Pero su gobierno tenía un origen electoral, nunca fue una revolución de verdad. El chavismo contaba con votantes, seguidores y simpatizantes, pero no había ocurrido una lucha que generara suficientes militantes ideológicos, no existía mística revolucionaria, sino dinero y clientelismo a gran escala. Así que, a la hora de organizar la defensa revolucionaria, el chavismo terminó reclutando en los barrios populares a personajes violentos y entre éstos a los peores delincuentes, que lógicamente terminaron de capos que controlaban sus comunidades en nombre de la revolución bolivariana. Chávez, a falta de unas Fuerzas Armadas revolucionarias, corrompió a los militares y, a falta de milicias populares, armó a delincuentes.

 

 

 

Todo lo que el chavismo se proponía hacer social y políticamente en las comunidades pasaba por los colectivos, que además fueron armados por el propio gobierno. Esto se masificó al punto de alcanzar decenas de miles de hombres que han terminado dirigidos por connotados delincuentes, antes amigos y ahora enemigos del gobierno. Finalmente, el chavismo perdió el control de su propio monstruo y tuvo una reacción represiva tardía que se ha convertido en una sangrienta guerra que las fuerzas de seguridad están perdiendo. En un intento por reducir la violencia el gobierno se ha visto forzado a pactar con los delincuentes entregándoles recursos, administración de servicios y territorios en los cuales el Estado renuncia a tener presencia y los delincuentes mandan.

 

 

 

La mezcla de política con delito no es exclusiva de Venezuela, ha tenido lugar en otros países, ya sea con definiciones de izquierda o de derecha. El paramilitarismo en Colombia derivó en delincuencia y narcotráfico al igual que las FARC y el ELN. En Nicaragua, después de la guerra contrarrevolucionaria, surgieron bandidos a los que se denominó “recompas”, “recontras” y revueltos. En México los Zetas surgieron de las Fuerzas Especiales del Alto Mando. En Argentina, militares de la dictadura se convirtieron en secuestradores. En Guatemala, los kaibiles que derrotaron a las guerrillas fueron reclutados por los narcos mexicanos. En los 90, guerrilleros suramericanos se dedicaron al secuestro como negocio en Brasil y México. El reclutamiento de delincuentes por grupos políticos no es nuevo, lo particular en Venezuela es la masividad y que fue el Estado quien los organizó, los armó y les dio poder.

 

 

 

Con cárceles superpobladas y frecuentes motines, el chavismo inventó un programa de rehabilitación para las prisiones sustentado en la misma idea del delincuente como víctima. Crearon así una especie de autogobierno de las prisiones que quedó a cargo de los propios presos. Es decir, que el Estado pondría los recursos para que los internos administraran las prisiones y éstos mantendrían el orden y evitarían la violencia y motines que generaban mala imagen a la revolución. El resultado del autogobierno ha sido lo que popularmente se conoce en Venezuela como “Pranato” que viene de PRAN, que es como se le llama al interno jefe de la prisión. PRAN es el acrónimo de: preso, rematado, asesino, nato. Es decir, las cárceles quedaron en manos de los peores y más violentos criminales porque ellos eran los más eficientes para imponerse y mantener el orden interno. Pero la violencia y los motines continuaron y las prisiones han terminado convertidas en infraestructuras y territorios bajo control criminal. Los presos están armados, planifican delitos, organizan fiestas, tienen piscinas y cajero automático para recibir dinero de extorsiones y secuestros. Hay hacinamiento, pero los pranes poseen muchas comodidades. El gobierno de Venezuela ha repetido a mayor escala lo que el gobierno de Colombia acordó en 1991 con Pablo Escobar, cuando éste construyó su propia prisión que se conoció como La Catedral.

 

 

 

Chávez, al igual que Raúl Castro, ayudaron a presionar a las FARC para que firmaran la paz en Colombia porque estaban ingenuamente convencidos de que la izquierda gobernaría eternamente ganando elecciones en Venezuela y todo el continente; las FARC y el ELN estorbaban en el camino electoral. Pero, tal como era previsible, la economía chavista hizo implosión, la administración ineficiente quebró a la industria petrolera y el gobierno de Maduro perdió las elecciones parlamentarias en diciembre del 2015; otros gobiernos de izquierda también perdieron el poder en Latinoamérica; Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, y el partido de Álvaro Uribe ganó las elecciones en Colombia.

 

 

 

En este nuevo contexto, el chavismo y el castrismo estimularon la división de las FARC y mantuvieron la protección al ELN para preservar su vieja política de desestabilizar a otros para defenderse. Es una historia larga, pero los efectos actuales de esto han sido muy graves para la seguridad de Venezuela. El problema fue que el chavismo le permitió al ELN y a los disidentes de las FARC hacer un mayor uso del territorio venezolano en el momento en que estos grupos ya no eran insurgencia política, sino narcotraficantes y crimen organizado. La ideología había sido sustituida por el dinero de la cocaína, la minería ilegal de oro, el tráfico de armas, las extorsiones y los secuestros. Los ideológicos de las FARC, con la paz, se volvieron partido político y los disidentes, que nunca renunciaron al narcotráfico, se fueron a Venezuela. La permisividad a estos grupos armados colombianos terminó abriendo la puerta a un crimen organizado de mayor escala, veterano en el combate, corruptor de autoridades y experimentado en el control territorial.

 

 

El chavismo, en cuanto a seguridad, transitó de la ingenuidad ideológica con los delincuentes a la guerra y el exterminio. Sin duda no todos pensaron que éste sería el resultado. Hubo dirigentes chavistas que denunciaron que no se debía pactar con mafias, pero ya era tarde; el problema no era si se debía o no, sino si se era capaz o no de ganar a los criminales. Hay centenares de noticias, ensayos y videos oficiales y no oficiales que hablan de la gran explosión criminal y la guerra que padece Venezuela. Intentaremos resumir algunos de los hechos más dramáticos que resultaron de la combinación de los cuatro factores descritos.

 

 

La cantidad de bandas existentes sin duda es una especulación, además de que éstas se fragmentan, reagrupan y cambian de cabecillas constantemente, como suele ocurrir con los grupos criminales en todas partes. Pero la evidencia de que son centenares es abrumadora. Existen, según lo reconoce la propia policía venezolana, en 18 de los 24 estados del país3 y están conectadas operacionalmente con los pranes que controlan las prisiones. Las bandas las integran decenas de miles de jóvenes de 25 años en promedio y también niños. Están armados con fusiles automáticos, lanzagranadas, pistolas, equipos de comunicación, drones y en algunos casos poseen armamento de mayor potencia, como lanzacohetes y ametralladoras pesadas.

 

 

La mayoría de las bandas usan nombres propios de grupos criminales como Cara de Perro, Culón, Los Morochos, Cara de Hulk, etcétera. Pero otras son una clara mezcla de crimen y política, una se volvió un partido político llamado Tupamaros y comenzaron a criticar a Maduro. Éste les quitó la legalidad y entonces los tupamaros realizaron un mitin armado y de inmediato les fue devuelta su legalidad, con puestos en la Asamblea Nacional incluidos. En uno de los casos los delincuentes crearon su propia moneda: el panal,4 que tiene el rostro de Chávez impreso. Los criminales organizan fiestas infantiles, se encargan de la vigilancia, asesinan a quienes roban en sus dominios, reparten los paquetes de comida que les entrega o roban al gobierno, organizan los funerales, los eventos deportivos y conciertos para los habitantes, pero al mismo tiempo realizan secuestros, asaltos, extorsiones, trafican droga y hacen la guerra a otras pandillas y a la policía si entra a sus territorios.

 

 

Un artículo de The New York Times habla de cómo “Maduro pronuncia discursos destinados a proyectar estabilidad mientras la nación colapsa”.5 Las bandas dominan el barrio 23 de Enero a sólo quince minutos del Palacio de Miraflores; allí Maduro hace todo tipo de concesiones para mantener una precaria paz. Desde el año 2015 las fuerzas de la policía han hecho intentos por capturar a un importante capo llamado Carlos Luis Revete, alias el Koki. Sus dominios están situados en la llamada Cota 905, a sólo 3 kilómetros del Palacio Presidencial, pero el Koki realiza alianzas con otras bandas para expandir su control a otros barrios de Caracas.6 Los operativos para contenerlo han fracasado y han dejado un saldo de muchos muertos, incluidos policías y civiles. En julio de este año, el Koki atacó un cuartel de la Guardia Nacional y los enfrentamientos en Caracas duraron tres días y alcanzaron importantes autopistas de la capital.7 En negociaciones anteriores con esta banda participó la vicepresidenta Delcy Rodríguez y los acuerdos fueron que la policía debía abstenerse de entrar a los dominios del Koki.

 

 

 

La frontera entre Venezuela y Colombia —en los estados de Táchira, Apure y Amazonas— se está convirtiendo en una especie de tercer país dominado por múltiples grupos criminales colombianos que manejan cuantiosas rentas del narcotráfico, el oro y otras actividades delictivas. Estos grupos se han expandido incluso al estado de Bolívar, en la frontera con Brasil.8 Igual que en las zonas urbanas, en estos lugares los capos mandan. Pero, como era de esperarse, los disidentes de las FARC se empezaron a dividir y a tener violentos conflictos por territorio y dinero. Maduro decidió tomar partido, recuperar el control y detener la violencia generada por sus amigos. Envió en marzo de este año a las Fuerzas Armadas con vehículos blindados y armamento pesado al estado de Apure, pero los delincuentes colombianos derrotaron a las tropas de Maduro de manera humillante. Los soldados cayeron en campos minados, los blindados fueron emboscados y destruidos; se contaron dieciséis muertos, numerosos heridos y ocho militares prisioneros. El resultado final fue una negociación con los criminales colombianos: liberaron a los prisioneros y las Fuerzas Armadas abandonaron su presencia y dejaron el territorio en manos de los disidentes de las FARC9 que están fundando allí su propia república conocida como Segunda Marquetalia.10

 

 

Con todo lo descrito, es evidente que la moral de los custodios de las prisiones, de los policías y de los militares venezolanos está severamente debilitada. No puede haber disposición combativa porque no tiene sentido arriesgar la vida para combatir criminales a los que el mismo gobierno dio la mano y apoyó. Por otro lado, los mandos que se volvieron corruptos y ricos quieren vivir bien sin complicarse la vida. Obviamente el resultado es que hay miles de deserciones. La solución de Maduro fue entonces crear una nueva policía llamada Fuerza de Acciones Especiales de la Policía Nacional Bolivariana, conocida públicamente como FAES. Estos policías “élite” cubren su rostro, no portan identificación, sólo una calavera en su uniforme, y son en realidad una fuerza de exterminio. Conforme a las cifras que el gobierno entregó al equipo de la alta comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Michelle Bachelet, cerca de 5300 personas murieron sólo en el 2018 por “resistirse a la autoridad”.11 Estos agentes cobran más dinero y están autorizados a robar y matar sin enfrentar consecuencias.

 

 

Sus víctimas son habitantes de los barrios pobres que antes apoyaban incondicionalmente al chavismo. La FAES está constituida en realidad por asesinos y ésta fue la única solución que encontró Maduro para intentar contener la explosión criminal que las políticas chavistas parieron. Pero la FAES no es para proteger a los ciudadanos, sino al gobierno, porque los delincuentes están secuestrando a familiares de militares o miembros de la élite chavista. El resultado final de la reforma policial de Chávez es que ahora tanto la policía como las bandas son moralmente iguales. Ambas están integradas por personas violentas y despiadadas. El 20 de noviembre de 2020, durante una entrevista transmitida por la televisión oficial, el fiscal general de Venezuela, Tarek William Saab, reconoció que los policías de la FAES en complicidad con delincuentes realizan atracos, roban vehículos y secuestran personas.12 Esto evidencia cómo una política de seguridad basada en la indulgencia con el crimen no sólo destruye la moral de los policías, sino que puede acabar convirtiéndolos en delincuentes.

 

 

 

Es posible que algunos piensen que esto no puede pasar en su país, pero mantener el control del territorio cuando éste es disputado por criminales es una tarea compleja que, si no se hace o se hace mal, puede terminar multiplicando el poder de éstos. Hay una enorme diferencia entre incursionar temporalmente una zona dominada por delincuentes y tener la capacidad de quedarse permanentemente en ésta y asegurar la presencia integral del Estado. Chile parecía un país altamente seguro y estable hasta las violentas protestas del 2019. La masividad de estas protestas se explica por indiscutibles y justas demandas populares, pero el nivel de vandalismo no encaja con la civilidad de la mayoría de los chilenos. ¿Cómo lograron pequeños grupos de extrema izquierda contar con suficiente gente para desplegar tanta violencia? La explicación es que la extrema izquierda reclutó grupos de delincuentes dedicados al narcomenudeo y múltiples delitos para que realizaran el vandalismo que los ciudadanos descontentos no estarían dispuestos a ejecutar. El fundamento ideológico fue que esos delincuentes son pobres y víctimas de la injusticia. Obviamente estos militantes delincuentes no tuvieron reparos en quemar iglesias de más de un siglo. Esa confrontación de meses en las calles empoderó más al crimen y ahora existen al menos diez zonas de Santiago de Chile consideradas conflictivas donde la presencia policial no existe o comienza a volverse simbólica.13

 

 

Seguramente, esto mismo está ocurriendo en las protestas de Colombia, donde la masividad tiene justificación social, pero el vandalismo no. En las protestas del 2019, los propios ciudadanos rechazaban y contenían los actos vandálicos, porque los colombianos están hartos de la violencia que han padecido de forma casi ininterrumpida por más de un siglo. Colombia fue un laboratorio positivo de recuperación del territorio, pero luego de la firma de la paz era frecuente el debate sobre quién iba a llenar los espacios vacíos que dejó la desmovilización de 10?000 combatientes de las FARC. Todo indica que no los ocupó el Estado, sino delincuentes y con ello hay riesgo de un nuevo ciclo de violencia.

 

 

Hace diez años publiqué un artículo sobre la seguridad en Venezuela titulado “La guerra que viene”14 y finalmente la guerra llegó. Restablecer la paz en Venezuela será doloroso, tomará muchos años, costará muchas vidas y requerirá invertir cuantiosos recursos. Lo que está ocurriendo era totalmente predecible e igual ahora se puede prever que en otros países de la región se están incubando las condiciones que podrían generar grandes explosiones de violencia y en algunos casos hay peligro de que se vuelvan endémicas (ojalá me equivoque).

 

 

 

Que la concentración de la riqueza provoque inseguridad puede resultar lógico, pero que ésta se multiplique cuando se está distribuyendo, como ocurrió en Venezuela, acaba con uno de los grandes mitos que relacionan pobreza con inseguridad. India tiene más pobres que Estados Unidos; sin embargo, hay más homicidios por habitante en Estados Unidos. La pobreza no genera mecánicamente inseguridad, lo que sí genera inseguridad son el empobrecimiento moral, la debilidad del Estado, la cultura de corrupción y la polarización política-social. Un largo periodo de inestabilidad política, de división interna o la distorsión o extinción de los valores cívicos pueden tener un efecto mucho más negativo en la seguridad que una severa inequidad. El caso más clásico y emblemático es Sicilia, en Italia, donde existe una relación directa entre la historia de guerras, inestabilidad y violencia con la cultura de rechazo al Estado y por lo tanto con el poder de la mafia.

 

 

Es común en el debate político preocuparse por la privatización de la salud, del agua, la educación, etcétera, pero muy pocos se preocupan por la privatización de la violencia, que debe ser un monopolio del Estado. La existencia de criminales dominando territorios es en última instancia privatización de la violencia. Si el Estado deja espacios vacíos de autoridad, los criminales los llenan. Cuando el crimen se desarrolla le quita al Estado tres monopolios esenciales: la violencia vía grupos armados, la justicia a través de ejecuciones y la tributación vía extorsiones. El crimen organizado alcanza su más alto nivel de desarrollo cuando cuenta con poder financiero, poder armado, autoridades cooptadas o infiltradas, territorio, base social, conexiones globales y una cultura criminal en expansión. La cultura criminal se manifiesta en la fase más avanzada de dominio territorial y arraigo social; en ésta el delincuente es el ejemplo de persona exitosa y su relación con la comunidad se vuelve normal. Los narcocorridos, el lenguaje oral y corporal de las maras centroamericanas, las impresionantes tumbas de los narcos en Culiacán,15 el culto a Pablo Escobar, al santo Malverde o las figuras de los miembros de la banda del Koki que se venden en Caracas son ejemplos de cultura criminal.

 

 

El dominio territorial le da al crimen ventaja para fortalecerse, reproducirse y multiplicarse. La estabilidad le garantiza reclutar, armar, entrenar, planificar y organizar redes de inteligencia. Cuando el Estado acepta que la delincuencia controle un territorio, está tolerando que los ciudadanos que viven en esos territorios puedan ser impunemente asesinados y extorsionados, que los niños puedan ser reclutados y las niñas violadas y que los negocios de gente trabajadora puedan ser apropiados por criminales. Cuando todo esto ocurre ya no se trata de un problema de seguridad pública, sino del camino a convertirse en Estado fallido.

 

 

Eso es Haití ahora y por ello la muerte del presidente Jovenel Moïse fue en realidad un asesinato anunciado. Conforme a datos de la Comisión Nacional de Desarme de Haití hay en este pequeño país al menos 77 grupos delictivos armados y la Red Nacional de los Derechos Humanos habla de una “gansterización” de la política.16 Gabriel Gaspar, exsubsecretario de Guerra del gobierno del expresidente Ricardo Lagos de Chile, señala que “las pandillas haitianas están fuertemente armadas, exhiben su poder y controlan territorios, especialmente en la capital. Las pandillas están agrupadas en una federación criminal conocida como G9, liderada por Jimmy Barbecue Cherizier, un expolicía que utiliza lenguaje populista criticando a los “oligarcas”. Sólo en junio estas bandas realizaron doscientos secuestros y asesinaron a treinta policías. Mucha pobreza, un Estado débil y una policía que no controla el territorio han derivado en un potente poder criminal”.17 En este contexto es inevitable que los criminales se conviertan en un instrumento del poder económico y político, y que a su vez el poder económico y político termine convertido en un instrumento de los criminales. En algunos lugares del continente la delincuencia ya es un poder fáctico que se está cruzando con la clase política.

 

 

Los pactos formales o de facto con delincuentes resultan de la debilidad del Estado o de la presión pública electoral por reducir los homicidios y la violencia. La indiferencia o el pacto aparecen como el camino más rápido para mostrar resultados, pero a costa de sufrir una explosión criminal mayor a futuro porque el Estado no resuelve su debilidad y el crimen gana condiciones para fortalecerse. La delincuencia no es fenómeno estático, sino expansivo, ya sean grandes cárteles o pandillas; por lo tanto, cuando no se le combate crece. No hay razones objetivas para suponer que los delincuentes limitarán su actividad por su propia voluntad, lo único que puede detenerlos es la fortaleza del Estado.

 

 

La visión ingenua del chavismo sobre la delincuencia nos recuerda la fábula del escorpión que le pide a la rana que le ayude a pasar el río. Ésta acepta con la condición de que no la vaya a picar. A mitad del río el escorpión picó a la rana, que pregunta sorprendida: “¿Por qué me picaste, los dos vamos a morir?”. El escorpión le responde: “Lo siento, es mi naturaleza”.

 

 

Joaquín Villalobos
Exjefe guerrillero salvadoreño, consultor en seguridad y resolución de conflictos. Asesor del gobierno de Colombia para el proceso de paz

 

Este artículo fue publicado originalmente en Nexos el 1 de septiembre de 2021

 

Cuba, reformar o matar es el dilema

Posted on: julio 17th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

Una unidad policial asalta sorpresivamente una casa en un apacible barrio de la capital estadounidense. El jefe de la unidad captura a Howard Marks mientras le dice: “Por mandato de la unidad de pre-crimen del distrito de Columbia está usted arrestado por el futuro asesinato de Sara Marks y Donald Dubin”. Es el año 2054 y esta es la primera escena de la película de ciencia ficción Sentencia Previa (Minority Report) de Steven Spielberg. Presenta el sistema de seguridad más eficaz del mundo, basado en actuar antes de que un crimen ocurra. Existe un viejo debate sobre por qué el régimen cubano ha sobrevivido en condiciones extremas ¿Por qué en Cuba no ocurrían protestas masivas a pesar del total fracaso económico, mientras sí las hay en Chile con una economía exitosa?; ¿por qué en Cuba el hambre y la escasez sistémica no generaba descontento y Gobiernos democráticos pierden el poder con un pequeño aumento de la inflación? Luego de 62 años, decir que los cubanos aman la revolución es comida para tontos.

 

 

Las protestas que están ocurriendo en Cuba no tienen precedentes, nunca habían sido masivas, simultáneas y a nivel nacional, nunca había habido saqueos, nunca habían destruido vehículos oficiales, nunca habían roto fotos de Fidel Castro y nunca habían demandado abiertamente el fin de la dictadura. La respuesta al debate acerca de la sobrevivencia del régimen no es el carisma Fidel, ni la salud subsidiada con dinero de otros. El castrismo, luego de consolidarse en el poder fusilando a muchos, logró construir un sistema de seguridad basado en el mismo principio de la película de Spielberg: enterarse antes, disuadir antes y actuar antes. Las dictaduras de la derecha latinoamericana tenían sistemas represivos que asesinaban y desaparecían abiertamente. La dictadura cubana es diferente, funciona con un sistema preventivo que reprime selectivamente a partir de la inteligencia que le proporciona un control social masivo.

 

 

Cuando los sandinistas derrocaron a Somoza sufrieron una gran frustración al encontrar los archivos de inteligencia. El supuesto es que existía un sistema muy sofisticado, pero lo que encontraron fueron fotos viejas, fichas mal escritas y escasa información seria. Los archivos de la antigua seguridad del Estado de la Alemania Oriental estaban compuestos por millones de documentos que 32 años después de la caída del muro de Berlín es muy poco lo que se ha estudiado. Casi todos los habitantes tenían una ficha. El documental Stasi, de Christian Gierke, muestra estos inmensos archivos y hace una excelente descripción histórica y conceptual sobre cómo funcionaba el sistema. Uno de sus principios era “evitar matar” y para ello necesitaba espiar masivamente. Los 15.000 efectivos de la temida Gestapo de los nazis fueron nada comparados con las más de 200 instalaciones y los cientos de miles de miembros de la Stasi, sin contar los informantes. La seguridad cubana fue construida a imagen y semejanza de la Stasi. Ambos países eran fronteras directas con su enemigo, además Berlín y La Habana eran vitrinas del comunismo.

 

 

En Cuba, los hijos espían a los padres y estos a sus hijos, los vigilantes de las prisiones espían a los presos y estos a los vigilantes, en fin, todo mundo espía a todo mundo hasta arraigar el principio central del sistema: “miedo y desconfianza”. El Partido Comunista de Cuba tiene cientos de miles de militantes y quienes integran los comités de defensa de la revolución son millones. Espiar asegura privilegios y ser descubierto como potencial opositor asegura castigos de exclusión en comida, salud y estudios. En Cuba no hay miles de desaparecidos como en la dictadura argentina ni masacres como las de los militares centroamericanos. Las capturas son selectivas, la tortura no debe dejar huella y algunos opositores, en vez de ser asesinados, mueren en “accidentes” o se “suicidan”. Las actuales protestas superaron a los grupos de choque que golpeaban a las damas de blanco y, lo más importante, han derrumbado el extenso sistema de espionaje y prevención. El Gobierno esta vez ni se enteró; se debilitó el miedo y su autoridad sobre los de abajo.

 

 

No hay solución posible a la crisis social porque nadie va a subsidiar al régimen, Rusia se cansó, China no regala y Venezuela está acabada. En 1980 no había hambruna y 10.000 cubanos pidieron asilo diplomático en la Embajada de Perú. El mayor caso de asilo en la historia del mundo. Luego más de 100.000 cubanos salieron de la Isla en el éxodo de Mariel. Las protestas de 1994 en el Malecón, que controló el propio Fidel Castro, demandaban igualmente que se les dejara salir de Cuba y la solución fue la crisis de los balseros que permitió que miles escaparan de la Isla. El problema para el régimen es que ahora las protestas no exigen escapar, sino quedarse y por eso demandan libertad. Expulsar gente es un negocio redondo para dictadores, se quitan presión interna, reciben remesas y utilizan la emigración como arma diplomática: “si me impones sanciones, millones emigrarán, dejarán de ser mi problema y se convertirán en el tuyo”. Lo que está ocurriendo en Cuba es un golpe a la política de chantaje migratorio cubana que también ha usado Venezuela.

 

 

El discurso de Díaz-Canel llamando a la represión masiva es una bofetada a la paciencia que europeos y canadienses han tenido con el régimen. Además, conlleva enormes riesgos internos porque es un cambio severo en su doctrina de seguridad basada en evitar matar. Hacen sentido las informaciones sobre policías que se niegan a reprimir o de otros que abandonan sus uniformes, algo que de alguna manera el Gramma reconoce cuando dice que hay revolucionarios confundidos en las protestas. Ya hay muertos y desaparecidos, la pregunta es entonces, ¿saldrán las Fuerzas Armadas a matar a cubanos hambrientos para defender un modelo que el propio Fidel Castro reconoció que no funciona? Las protestas han colocado a la dictadura frente al aparente dilema de: “matar o no matar”, si no matan crece la protesta y si matan el régimen se suicida.

 

 

La despedida del comunismo cubano ha sido demasiado larga y esto es peligroso. Quizá estas protestas no sean el final, pero sí pueden ser el principio del fin. La solución no es matar, sino reformar. Cuba no necesita una matanza de su pueblo ni un final trágico para quienes gobiernan. La salida debería ser negociar una apertura democrática, permitir partidos y medios de comunicación independientes, realizar elecciones, reconciliarse con el exilio, abrir la economía a la inversión externa y liberar las capacidades empresariales de los cubanos. En fin, construir una salida donde nadie necesite irse y todos puedan regresar. Los hermanos Castro perdieron la oportunidad de entenderse con Carter y Clinton y se burlaron de los acuerdos con Obama. Pero nunca es tarde para corregir. Pocos días antes de la caída del muro de Berlín, Erich Honecker, primer ministro de Alemania Oriental, rechazaba realizar reformas y pronunció un discurso donde presumió que su país era la 10ª economía del mundo. Mijaíl Gorbachov dijo entonces unas palabras proféticas: “La vida castiga a quienes la posponen”. Lo que vino después todos lo conocemos.

 

Joaquín Villalobos es consultor para la resolución de conflictos internacionales.

Este artículo se publicó originalmente en El País (España) el 14 de julio de 2021

 

 

 

Cuba: Defensa y agonía

Posted on: agosto 3rd, 2020 by Periodista dista No Comments

 

 

En la entrega pasada, Joaquín Villalobos se ocupó del régimen cubano como último refugio del modelo marxista y del desastre que fue Fidel Castro como jefe de Estado. En esta segunda y última parte del ensayo, detalla el efecto negativo que ha tenido la cercanía de Cuba con la izquierda en América Latina. • Para garantizar su fortaleza y control en el extranjero, el gobierno cubano entrenó y armó movimientos guerrilleros durante tres décadas; luego apoyó partidos políticos, elecciones y gobiernos, y en los últimos años ha sido solidario con movimientos sociales que aún lo toman como referente moral. • Es momento, dice Villalobos, de reconocer que no hay nada que agradecerle a Cuba, la dictadura más longeva, y de hacer que la izquierda deje de ser fiel a la religión marxista.

 

 

La estrategia fundamental del régimen cubano de defenderse fuera de sus fronteras ha tenido tres fases que corresponden a cambios en la realidad y en la situación de la izquierda en América Latina: los primeros treinta años con movimientos guerrilleros; a partir de 1990, con partidos políticos, elecciones y gobiernos; y de 2019 a la fecha, con movimientos sociales y violencia de calle.

 

 

Durante los sesenta, setenta y ochenta Cuba mantuvo una intensa política de entrenamiento, armamentización, influencia y control sobre los movimientos insurgentes. Mientras hubiera conflictos por todos lados, Cuba estaría segura. Hubo dos excepciones: en Costa Rica porque la democracia evitó que surgieran movimientos armados y en México, aunque hubo guerrillas, Cuba aparentemente no las apoyó por un acuerdo con los gobiernos del PRI. La Habana fue el centro de la actividad revolucionaria y Washington el centro de la actividad contrarrevolucionaria.

 

 

En enero de 1966 Fidel Castro fue el anfitrión de la Conferencia Tricontinental de movimientos revolucionarios de Asia, África y Latinoamérica. Asistieron 500 representantes de 82 países. En ese momento el propósito era: luchar por la vía armada contra el colonialismo, el imperialismo y las dictaduras para establecer gobiernos revolucionarios socialistas. La existencia de dictaduras le daba coherencia al plan. Pero no fue fácil controlar a los insurgentes. Las invasiones a Hungría en 1956 y a Checoslovaquia en 1968 generaron rechazo a la Unión Soviética y despertaron simpatías por el maoísmo en la izquierda. Se empezaron a conocer las matanzas de Stalin, pero todavía se desconocían las de Mao. Los debates sobre los proyectos comunistas se trasladaban a los revolucionarios configurando sectas ideológicas de castristas, trotskistas, marxistas-leninistas, maoístas, guevaristas, marxistas cristianos, prosoviéticos, etcétera.

 

 

Esta fragmentación afectaba el control de Cuba sobre las guerrillas en función de su defensa. La respuesta fue reclutar militantes, convertirlos en sus agentes, así como infiltrar, dividir y debilitar a los movimientos que Cuba no pudiera controlar. Esto algunas veces trajo choques con la CIA, que estaba haciendo el mismo trabajo pero con intenciones opuestas. Brian Latell exanalista de la CIA, en su libro Castro’s Secrets, cuenta cómo la deserción en 1964 del miembro de los servicios de inteligencia cubanos, Vladimir Rodríguez Lahera, condujo a la captura, interrogatorio y reclutamiento de 120 aspirantes a guerrilleros de una docena de países, entre éstos El Salvador.

 

 

Castro nunca aceptó que Cuba fuera tierra de asilo. No pocos revolucionarios fueron enviados a luchar en condiciones suicidas. El coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, líder de la resistencia a la invasión estadunidense a República Dominicana en 1965, desembarcó en su país en 1973 con un pequeño grupo de guerrilleros y todos fueron aniquilados. Asimismo, el argentino Jorge Masetti, amigo del Che, fundador de Prensa Latina, estableció una guerrilla en Salta, al norte de Argentina, en 1964. Masetti desapareció y algunos de sus combatientes murieron de hambre. El propio Guevara fue parte de las aventuras suicidas que Castro estimulaba para distraer a Estados Unidos.

 

 

En los años sesenta Castro intentó repetir su experiencia del foco guerrillero en Guatemala, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Haití, República Dominicana, Brasil y Argentina. También realizó incursiones militares con sus propias tropas. En el año 1959 militares cubanos desembarcaron junto a nacionales de cada país: en Panamá en abril; en República Dominicana y Honduras en junio, y en Haití en agosto. En Venezuela en 1966 Arnaldo Ochoa y quince cubanos desembarcaron en Falcón y en 1967 otros cubanos lo hicieron en Machurucuto. Con el Che en Bolivia hubo dieciséis cubanos que representaban la tercera parte de su guerrilla. En todos estos casos participaron cientos de militares cubanos, algunos murieron, otros huyeron, el resto fueron arrestados y deportados a Cuba.2

 

 

En la década de los setenta Castro apoyó, entrenó y armó insurgentes de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Venezuela, Brasil, Perú, Ecuador, República Dominicana, Argentina, Uruguay, Chile, Puerto Rico e incluso los Panteras Negras de Estados Unidos. Hay tres momentos culminantes con gran involucramiento cubano en esta etapa: los movimientos guerrilleros urbanos en Argentina y Uruguay, la victoria electoral y el derrocamiento de Salvador Allende en Chile (1970-73) y el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua en 1979.

 

 

Los Montoneros de Argentina secuestraron en 1975 a los empresarios Juan y Jorge Born que pagaron 60 millones de dólares, el rescate más grande de la historia de las guerrillas latinoamericanas, equivalente a unos 260 millones de dólares actuales. Este dinero llegó a Cuba y fue administrado por los cubanos.3 En noviembre de 1971 Fidel Castro viajó a Chile y permaneció allí veintitrés días. Realizó concentraciones públicas por todo el país. En ese momento había en la izquierda un conflicto entre lucha armada y revolución versus lucha electoral y reformismo. La estadía de Castro fue un sabotaje al proyecto electoral reformista de Allende. Castro quería una guerra y una revolución en Chile, para ello entrenó y armó a miles de chilenos. Esto desencadenó el pánico de los militares, el golpe de Estado y la muerte de Allende en 1973, quien, a diferencia de Guevara, no se rindió a pesar de que le ofrecieron una salida segura.

 

Ilustraciones: Alberto Caudillo

 

 

Muchos de los chilenos que fueron entrenados se convirtieron en oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba.4 En los setenta surgieron en México las guerrillas de Lucio Cabañas, Genaro Vázquez y la Liga Comunista 23 de Septiembre. En teoría Cuba no las apoyaba, pero para Fidel el PRI era de derecha.

 

 

El evento más destacado de esta década fue la Revolución Sandinista en Nicaragua en julio de 1979 que derrocó al dictador Anastasio Somoza. El componente más importante de esta victoria fue la insurrección popular en Managua y la mayor parte de las ciudades. El segundo componente fue el Frente Sur, en la frontera con Costa Rica. Fidel Castro envió a este Frente a militares cubanos armados con piezas de artillería y ametralladoras antiaéreas cuatro bocas. El Frente Sur no tuvo un avance territorial importante, pero amarró a las tropas élite de Somoza, neutralizó sus medios aéreos e hizo perder tiempo al dictador hasta volverle imposible controlar la insurrección en las ciudades. El primer jefe de la inteligencia sandinista fue un oficial cubano.

 

 

La guerra en Centroamérica en los ochenta fue lo más parecido a Vietnam para Latinoamérica. En Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Panamá participaron más de 300?000 hombres entre ejércitos, guerrillas y contrarrevolucionarios. En esos años Estados Unidos toleró un genocidio en Guatemala, gobernó El Salvador, ocupó militarmente Honduras, hizo la guerra a Nicaragua y terminó invadiendo Panamá en 1989. La base de Palmerola en Honduras la estableció Reagan en 1981 y se mantiene hasta la fecha. La guerra civil salvadoreña es, después de la Revolución mexicana, la experiencia militar insurgente latinoamericana más desarrollada del siglo XX. Controlamos la tercera parte de un país de apenas 20?000 km2, hicimos más de 10?000 bajas y capturamos más de 3000 prisioneros en combate, incluido el viceministro de Defensa; dimos de baja al principal jefe de las Fuerzas Armadas y a todos sus mandos, tomamos brigadas enteras, combatimos en la capital durante quince días y neutralizamos la fuerza aérea con misiles portátiles tierra-aire. Cuba entrenó cientos de guerrilleros salvadoreños. De mi grupo muchos menos, porque los cubanos destinaban demasiado tiempo al adoctrinamiento ideológico y porque podíamos entrenar en nuestros territorios. Pero el apoyo cubano fue vital en armas, dinero oportuno y entrenamiento de fuerzas especiales, artilleros, francotiradores y operadores de misiles antiaéreos.

 

 

Para Castro la guerra en Centroamérica no fue solidaridad, sino su primera línea de defensa frente a la agresiva política de Reagan contra Cuba, que incluyó un enfrentamiento directo entre tropas cubanas y estadunidenses cuando Reagan invadió la isla de Granada en octubre de 1983. Esto explica por qué Fidel mantuvo tanto interés en hablar conmigo. Su papel fue fundamental para unir a los grupos insurgentes y conseguirnos armas en Vietnam, Alemania Oriental y otros países. Éstas llegaban a Nicaragua y desde allí las trasladábamos a El Salvador. No hacen falta más detalles para destacar la importancia de la intervención cubana que fue reconocida públicamente por Castro, incluso con expresiones de admiración hacia los guerrilleros salvadoreños.

 

 

Desde finales de 1991 hasta inicios del nuevo siglo, Cuba vivió una situación muy difícil al terminar el subsidio soviético. En esos años, su estrategia de defensa en Latinoamérica tuvo una fase ofensiva cuya prioridad fueron los partidos, las elecciones y los gobiernos; y una fase defensiva que empieza en el año 2019, donde el principal interés han sido los movimientos populares y las protestas violentas de calle.

 

 

Cuando terminó la Unión Soviética, Fidel Castro creó lo que llamó “período especial”, un plan para evitar que el hambre de los cubanos lo derrumbara. Simultáneamente inventó el apartheid económico con inversiones de capitalistas extranjeros en hoteles y turismo. Los países comunistas se habían vuelto capitalistas, la democracia y los derechos humanos habían avanzado en Latinoamérica, los partidos de izquierda pudieron participar en elecciones libres. El apoyo a las guerrillas perdió sentido, lo principal en ese momento era tener un instrumento para influir sobre los partidos de izquierda que pronto serían gobiernos. Fue entonces cuando Fidel Castro junto con Lula da Silva fundaron en 1990 el Foro de São Paulo (FSP).

 

 

En esa fase, el paso más importante de Fidel fue “consagrar” a Hugo Chávez como revolucionario en 1994. Cuando éste se convirtió en presidente en 1999, inventó la Revolución Bolivariana y ocupó política, militar y económicamente Venezuela con miles de cubanos que incluían doctores, militares, profesores, policías, burócratas, entrenadores deportivos e instructores políticos. El extraordinario libro de Diego G. Maldonado La invasión consentida define la ocupación como la “sumisión voluntaria de una nación rica”5 a un país pobre en quiebra. Para evitar lo ocurrido en Chile, Fidel transformó las Fuerzas Armadas venezolanas al redefinir su doctrina, modificar su organización territorial, alentar el cambio de armamento y reorganizar la policía y la inteligencia. Entrenó oficiales, cooptó jefes y reclutó e infiltró agentes. En Venezuela, del 2015 a la fecha, la inteligencia cubana ha desbaratado catorce conspiraciones de militares patriotas y la Operación Gedeón, que fue dirigida por mercenarios.

 

 

Según las propias fuentes cubanas, hasta 2015 habían pasado por Venezuela 219?321 cubanos6 y, en 2019, Raúl Castro dijo que en ese momento había 23?000 apoyando a Maduro. Esto es la mitad de los que mantuvieron en la guerra de Angola. No creo que exista gobierno en el mundo que tenga desplegado tanto personal en otro país, a menos que se trate de una ocupación militar. Ni las misiones de la ONU son tan numerosas. Hay que ser muy ingenuo para creer que son misiones solidarias. Los cubanos que estaban en Granada eran unos “albañiles” que se convirtieron en militares al llegar los marines. El régimen cubano necesitaba el petróleo y el dinero de Venezuela desesperadamente. Para el 2007, gracias al subsidio venezolano, Cuba logró salir de la hambruna. Los regímenes cubano y venezolano son mutuamente dependientes: si uno se acaba, el otro también.

 

Con Chávez gobernando, Castro organizó la Alianza Bolivariana de los Pueblos (ALBA) y con el dinero venezolano inventó y financió Telesur, Unasur y a partidos de izquierda en todas partes. Para el 2009 la izquierda gobernaba en Venezuela, Ecuador, El Salvador, Honduras, Paraguay, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay y tenía influencia en Perú. La izquierda se volvió hegemónica, controló la OEA y levantó la exclusión de Cuba. El financiamiento venezolano a Podemos creó problemas de gobernabilidad en España. Al morir Hugo Chávez en el 2013, Castro escogió a Nicolás Maduro, el hombre más leal a Cuba, para que presidiera Venezuela. Es obvio que ni Chávez ni los actuales dirigentes venezolanos tenían suficiente cabeza para parir la estrategia descrita. Ésta resultó de la genialidad perversa de Castro. Su palabra era sagrada, todos le consultaban todo y murió en el 2016 como el Santo Padre de la extrema izquierda.

 

 

En diciembre del 2015 los chavistas perdieron las elecciones parlamentarias, resultado de la implosión de un modelo económico que había despilfarrado más de un millón de millones de dólares, quebrado la producción petrolera y expropiado y destruido miles de empresas industriales, comerciales y financieras. El chavismo perdió la mayoría en las calles y en las urnas. En democracia se pueden perder elecciones con un leve aumento de la inflación, pero el chavismo estaba mucho peor. Luego de dieciocho años de excesos estaba políticamente agotado y con el país en quiebra; podía convertirse en una fuerte oposición, pero ya no podía ganar un gobierno más en elecciones libres. En ese momento las relaciones de Venezuela con Europa y Latinoamérica eran normales y Estados Unidos seguía siendo su principal cliente. Maduro desconoció el poder del Parlamento, rechazó un referéndum revocatorio e incumplió acuerdos negociados frente al Vaticano en el 2016.

 

 

Fue así como en abril de 2017 ocurrieron en Venezuela las protestas más prolongadas, sostenidas y numerosas en la historia de Latinoamérica. Cuatro meses de lucha que dejaron más de cien muertos. Se intentaron negociaciones en República Dominicana, pero de nuevo el gobierno rechazó acordar elecciones libres. La crisis económica se transformó en emergencia humanitaria, empezaron a emigrar millones de venezolanos y, en ese contexto, aparecieron las sanciones y el aislamiento internacional a Maduro.

 

 

La explicación de la resistencia de Maduro es clara en la lógica que venimos exponiendo: si él perdía el poder, el régimen cubano también lo perdería. Para evitar esto, la democracia en Venezuela debía darse por terminada. Y no sólo allí. En marzo de 2018 la reducción de los subsidios venezolanos a Nicaragua generó en ese país una explosión social tan potente y prolongada como la de Venezuela, pero fue sofocada con una represión más brutal que la de la antigua dictadura de Somoza: centenares de presos y más de 400 muertos.

 

 

Cuba, Venezuela y Nicaragua conformaron para ese momento un eje de dictaduras que coordinaban su defensa e intentaban sumar a Bolivia al grupo. Camino a esa alianza, Evo Morales impuso ilegalmente su candidatura y realizó un fraude electoral, pero, al no contar con las Fuerzas Armadas, perdió el poder. Sin embargo, hizo una violenta resistencia que dejó decenas de muertos. El eje de las dictaduras se quedó sin Bolivia, pero éste es ahora un país dividido que podría vivir en conflicto permanente.

 

 

En la segunda década del 2000, la izquierda empezó a perder gobiernos en Latinoamérica y con ello el control de la OEA. Estados Unidos sancionó fuertemente a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Europa aplicó sanciones a Maduro y a Ortega, pero no a Cuba, que es el verdadero centro de gravedad del conflicto que se está gestando en el continente. Latinoamérica se ha quedado en las condenas diplomáticas y no se atreve a presionar a Cuba.

 

 

Fidel Castro decía que en los momentos críticos había que resistir y esperar. Eso hizo en el “período especial” en 1991: resistió hasta que apareció Chávez. Con el debilitamiento de Maduro y la salida del poder de gobiernos aliados, el régimen cubano reconoció que enfrentaba un gran peligro y pasó entonces a una fase defensiva, pero siempre con acciones ofensivas fuera de sus fronteras exacerbando conflictos y desestabilizando a otros países. En condiciones normales Maduro, Ortega y Morales deberían haber dejado el poder y pasado a ser oposiciones fuertes con opción de recuperarlo. Su resistencia no responde a una lógica normal, actúan coordinados por interés propio, pero necesitan defender a Cuba, porque creen que la pérdida del referente moral e ideológico podría debilitarlos políticamente.

 

 

El trío Cuba, Venezuela y Nicaragua no sólo debe resistir, necesita desestabilizar otros países, mientras espera que la izquierda recupere poder o que Donald Trump pierda las elecciones en Estados Unidos. Suponen que esto les permitiría seguir gobernando. Al cambiar el contexto Cuba cambió estrategia, la división de las FARC y el atentado terrorista que mató 22 cadetes de policía en Bogotá son acciones promovidas por Cuba y Venezuela para destruir el proceso de paz en Colombia. Por las graves implicaciones internacionales es imposible que éstas fueran decisiones autónomas.

 

 

El FSP estaba debilitado porque los partidos miembros habían perdido elecciones, pero fue resucitado con una nueva composición. En el 2019 convocó a sindicalistas, movimientos de indígenas, ecologistas, afrodescendientes, campesinos, estudiantes, islamistas radicales, feministas y a la comunidad LGTB de Estados Unidos, Latinoamérica, Europa, Medio Oriente, África y Asia. La Habana y Caracas fueron sede de muchos eventos con miles de participantes. Allí se decidió que las organizaciones sociales serían el instrumento; la violencia callejera, el medio; la lucha contra el neoliberalismo y el imperialismo, la bandera; y la defensa de Cuba, Venezuela y Nicaragua, el objetivo. Cuba estaría al mando, Venezuela pondría el dinero y cada país los muertos. En ese contexto Maduro anunció la violencia hablando de “Brisa Bolivariana”. En este plan Cuba asumió bajo perfil para evitar rupturas de relaciones y pérdida de embajadas. Éstas son sólo centros de coordinación con los extremistas, porque Cuba ni vende ni compra nada.

 

 

Pero el FSP es ahora una ensalada de intereses y posiciones incoherentes. Los extremistas iraníes y Hezbollah deben juntarse con sus enemigos: las feministas y la comunidad LGBT. Los trabajadores deben exigir salarios dignos al neoliberalismo, pero apoyar que Cuba pague 15 dólares al mes. Deben exigir respeto a los derechos humanos, pero callar los muertos, los presos y las torturas en Cuba, Nicaragua y Venezuela. Deben luchar por el comunismo en sus países, pero apoyar el capitalismo salvaje de China y el de los oligarcas rusos. Deben luchar contra el racismo en Estados Unidos, pero olvidar los campos de concentración en China y la ejecución de homosexuales en Irán. En la nueva realidad, la extrema izquierda perdió la ventaja moral que tuvo cuando enfrentaba dictaduras militares de derecha. A pesar de esto, Cuba decidió que sus creyentes debían pasar de la lucha revolucionaria al vandalismo callejero porque sólo la violencia generaría hechos mediáticos y políticos suficientemente potentes para su defensa.

 

 

Señalar a Cuba como la causa de los conflictos sería teoría conspirativa. Las protestas en Colombia, Ecuador y Chile en el 2019 tenían causas reales, justas y legítimas. Las mayorías se movilizaron pacíficamente por demandas internas, pero la violencia fue responsabilidad de minorías subordinadas a factores externos. El vandalismo fue premeditado, organizado, artificial, movido por intereses externos y no encaja con la forma en que evoluciona una protesta de calle. Aprendí sobre esto durante la década que precedió a la guerra civil en mi país; mi primera acción revolucionaria fue romper a pedradas los vidrios de una patrulla policial, después de que éstos habían masacrado gente a balazos.

 

 

Hay en la calle dos tipos de violencia: la espontánea y la organizada. La primera es esencialmente reactiva, nunca premeditada. Una protesta que es reprimida con uso desproporcional de la fuerza puede provocar violencia espontánea de los manifestantes. Con el tiempo, esa violencia espontánea puede transitar a violencia organizada si la represión es brutal y persistente. Por ejemplo, en Venezuela y Nicaragua lo masivo y pacífico duró muchos días hasta que los jóvenes se hartaron por los muertos y empezaron a responder con piedras, bombas molotov y a organizarse en pequeños grupos.

 

 

La violencia organizada supone que la represión se volvió mortal y cotidiana y esto exige un nivel de organización similar al de una guerra, requiere mando y control, coordinación entre grupos y medios para la defensa. En 1980, en Guatemala, los militares incendiaron la embajada de España porque unos campesinos que protestaban por la represión se habían refugiado allí: 37 personas murieron calcinadas incluido personal de la embajada. En 1979, en una de las numerosas masacres, los militares salvadoreños mantuvieron cercados a los manifestantes en una iglesia del centro capitalino durante varios días. Veintiún cadáveres quedaron enterrados en el interior de la iglesia. El entierro de san Arnulfo Romero fue atacado con francotiradores. Finalmente decidimos que grupos de autodefensa protegieran las protestas, pero en Centroamérica, a pesar de la salvaje represión, ni el saqueo ni el vandalismo tomaron fuerza. Cuando la represión es letal no hay tiempo para pensar en saqueos.

 

 

En el 2019, en los casos de Ecuador, Colombia y Chile no hubo represión letal que justificara la violencia. Esta no fue espontánea, lo masivo fue simultáneo con lo violento, no fue reactiva sino organizada, premeditada y dirigida. En Chile incendiaron puestos policiales y penetraron a instalaciones militares. Evidentemente buscaban que hubiera numerosas víctimas. Los extremistas provocaron la muerte de quince personas con los incendios, más del doble de los seis atribuidos a los policías.7 No hay explicación política racional al nivel de vandalismo en Chile. Los daños alcanzaron 4500 millones de dólares, incluyeron la destrucción de 70 de las 136 estaciones de metro, centenares de comercios, hoteles, estaciones de policía y hasta iglesias de valor histórico. De mis tiempos de guerrillero, sin haber recibido nunca instrucción militar, recuerdo cuánto nos costó aprender a derribar torres conductoras de energía. En Chile destruyeron locomotoras de acero en ataques sincronizados. Esto requiere instrucción, medios, planeación y mando centralizado. Ni durante la insurrección contra Somoza en Managua ni cuando los guerrilleros salvadoreños combatimos durante quince días en la capital hubo un nivel de destrucción siquiera cercano a lo que ocurrió en Chile.

 

 

Cuba es la dictadura más prolongada de la historia, pero la tragedia de los cubanos pareciera importar a pocos. El mar y los tiburones les impiden escapar en masa como los venezolanos y esto los ha convertido en víctimas de segunda clase olvidadas por el mundo. El régimen es un bandido que con el tiempo se volvió socialmente aceptable para académicos, intelectuales, actores, políticos, millonarios y turistas. Cada uno por distintas razones: arqueología política, excentricidad, inversiones sin sindicatos, burocracias corruptibles por nada, prostitución barata, drogas, etcétera. La mitología revolucionaria convirtió a los disidentes en gusanos y a los que viven en la isla en hormigas de laboratorio de creencias fallidas.

 

 

Ahora los cubanos se dividen en dos grupos: los que tienen fula (dólares) y los que no tienen. Es decir, que quienes tienen parientes “gusanos” viviendo en Yuma (Estados Unidos) viven mejor que el resto de los cubanos. Todo en la isla es ficción: el peso, los salarios, la educación, la salud y hasta el embargo. Estados Unidos es el quinto socio comercial de Cuba y el primer suministrador de alimentos de un país que debería ser potencia agrícola. Cuba importa azúcar porque ya no es capaz de producir ni para su propio consumo. Hasta los dirigentes viven en la ficción. Vicente Botín, en su libro Los funerales de Castro, proporciona una lista de parientes de altos dirigentes que viven bien en el exterior y pueden entrar y salir cuando quieren.8 Esta lista incluye a los hijos de Ramiro Valdés y Juan Almeida, comandantes y héroes de la Revolución compañeros de Fidel. Botín cuenta de “Ubre Blanca”, la vaca mágica del experimento de Fidel Castro que fracasó, así como fracasó la mayoría de los desatinos visionarios del comandante, entre ellos los planes arroceros, el plan fresa, el café caturra, las granjas de faisanes, las plantaciones de bambú, la presa Paso Seco, la zafra de los 10 millones o la producción de quesos que superaría a la de Francia.9 Fui testigo de ocurrencias con calamares o de meter percas del Nilo en los lagos de Nicaragua.

 

Oficialmente no existe una economía de mercado, pero hay un gran mercado negro en el que se encuentra de todo. Estos productos son robados de almacenes del gobierno con cadenas de corrupción que involucran a muchos funcionarios y trabajadores. Conocí de un ministro que aceptó una propina de 500 dólares y durante la guerra había funcionarios del partido que pedían a los salvadoreños productos estadunidenses. La mayor aspiración de los jóvenes es vivir en Estados Unidos, el enemigo mortal del castrismo. El régimen se sostiene por los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Existen en cada cuadra y su trabajo es fomentar el miedo a partir de que todos vigilen a todos. Alemania Oriental fue la matriz del modelo de seguridad cubano. Tony Judt en su libro Postguerra dice que la burocracia policial alemana tenía: 85?000 empleados, 60?000 colaboradores, 110?000 confidentes regulares y 500?000 a tiempo parcial. Seis millones de alemanes que correspondían a la tercera parte de la población tenían expedientes. En comparación la Gestapo nazi sólo contaba con 15?000 personas para toda Alemania.10 El Partido Comunista de Cuba tiene más de un millón de militantes que representan el 10?% de la población y los CDR están integrados por varios millones. Nada de esto es voluntario, porque en Cuba vivir fuera del sistema es morir.

 

 

Sin embargo, ahora los CDR se han vuelto igualmente corruptos, quieren dólares, consumir y huir al Imperio. Algunos ilusos, que jamás soportarían vivir en Cuba, creen que el régimen sobrevive porque tiene apoyo popular. Trujillo, Pinochet y el genocida Ríos Montt también tenían apoyo. Carolina Cox, izquierdista chilena procubana, hizo público su desengaño al quedar varada en La Habana por la pandemia. Cox describe en un video la ausencia de productos de higiene, la escasez de agua, las plagas en el hotel, el bloqueo al internet, etcétera.11

 

 

En 1987 se hubiera pensado que el derrumbe soviético era una ilusión, tres años después terminó. Quienes nacieron después de terminada la Unión Soviética tienen ahora treinta años, Raúl Castro tiene 89 y Ramiro Valdés 88. El “imperialismo yanki” como enemigo es ahora retórica de ancianos. Como en la desaparecida Unión Soviética, los nuevos dirigentes cubanos no dicen lo que piensan, ni piensan lo que dicen. En el 2009 el vicepresidente Carlos Lage y el ministro de Relaciones Exteriores Felipe Pérez Roque fueron destituidos luego de ser filmados secretamente burlándose de Castro. El cambio generacional es la mayor amenaza a la burocracia comunista. El régimen teme replicar el modelo chino porque esto implicaría aceptar inversión externa en todos los sectores, permitir cubanos ricos y, lo más difícil, asumir la reunificación de la Cuba rica de la Florida con la Cuba pobre de la isla.

 

 

En política es fundamental conocer el tamaño de la fiera que enfrentamos y el contexto que la parió. El modelo político, social, económico y diplomático de Cuba parte de su credo marxista, pero también de autodefinirse como un Estado en guerra y sus planes han estado en función de su defensa frente a Estados Unidos. Esto tiene bases reales en su historia pasada y reciente con la invasión de bahía de Cochinos en 1961, en la guerra contrarrevolucionaria en la sierra del Escambray, en las operaciones terroristas que han sufrido, en los intentos de atentados a Fidel Castro, en su involucramiento en la guerra de Angola para responder a una demanda soviética y en la crisis de los misiles de 1963, el momento en que el mundo ha estado más cerca de una hecatombe nuclear.

 

 

Cuba es el único país latinoamericano que ha necesitado llevar seguimiento de lo que pasa en nuestro continente y el mundo. Sólo hay dos salas situacionales globales en América, una en Washington y otra en La Habana. El régimen no hace elecciones, pero conoce cómo funcionan y hace proyecciones sobre los resultados de éstas en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica. Necesita prever si éstas afectarán o no su sobrevivencia. Sus servicios de inteligencia superan en capacidad, experiencia y cobertura a cualquier país latinoamericano, compiten con la CIA, el Mosad o el MI6. Cuando Cuba fue aislada del continente, fortaleció su diplomacia en África, Asia y el Caribe, logró el apoyo de muchos países y ganó posiciones en Naciones Unidas. Ha reclutado agentes en la izquierda y sabe manipular académicos, intelectuales, religiosos y políticos para integrarlos a sus redes, muchas veces sin que se den cuenta. Utilizan el sexo para chantaje, reclutamiento o inducción de posiciones políticas y saben realizar operaciones de todo tipo fuera de sus fronteras.

 

 

Jorge Masetti, hijo del guerrillero amigo del Che que murió en 1964, dedica cuatro capítulos de su libro El furor y el delirio a las operaciones encubiertas en México. Masetti se convirtió en un importante agente de los servicios cubanos y se describe a sí mismo como “hijo de la Revolución”. Las ejecuciones del general Ochoa y Tony de la Guardia lo hicieron romper con Cuba. Su testimonio revela que las actividades en México incluyeron ayuda a narcotraficantes colombianos y a diferentes grupos guerrilleros latinoamericanos para operaciones en territorio mexicano, que iban desde asaltos a bancos hasta joyerías. Cuenta además que la valija diplomática cubana se utilizaba para introducir armas o mover el dinero de las operaciones. Entre éstas menciona la recepción y traslado a Cuba de cuatro millones de dólares, fruto de un asalto de los Macheteros de Puerto Rico a un depósito de Wells Fargo en Connecticut en 1983. Masetti destaca que las operaciones encubiertas derivaron en “bandidaje revolucionario” y se extendieron a otros países del continente.12 En México suelen ocurrir secuestros de empresarios que no tienen explicación en la delincuencia local. Es difícil saber hasta dónde llega la actividad de las embajadas cubanas en su tarea de conspirar contra los gobiernos.

 

 

Dice también Masetti que uno de los objetivos que se planteaba el régimen era “hacer de la cordillera de los Andes la Sierra Maestra de América Latina”;13 recuerdo que Fidel siempre decía que una guerra allí se tragaría cientos de miles de hombres. Los políticos latinoamericanos y estadunidenses han cambiado en varias generaciones. Cuba tiene abundante experiencia acumulada y muchos de sus funcionarios han permanecido décadas en sus cargos. No hay capital del continente donde la inteligencia cubana no tenga agentes activos. Defenderse desestabilizando a otros es parte esencial de su política exterior y esto no es un invento cubano. Yuri Bezmenov, desertor de la KGB, decía que el 50?% de la actividad de la inteligencia soviética se concentraba en “subversión ideológica” y desestabilización de sus enemigos.14 Esta doctrina sigue vigente, basta recordar la injerencia rusa en la última elección estadounidense.

 

 

El artículo de Orlov que enojó a Fidel Castro en 1989 decía que Cuba es un “Estado militarizado” y sigue siéndolo. Esa afirmación da sentido a todo lo planteado sobre su estrategia de defensa. A esto agrego mi propia vivencia que describo con un viejo refrán que dice: “Si digo que la burra es parda, es porque tengo los pelos en la mano”.

 

 

Durante décadas ser de izquierda ha implicado no criticar al régimen cubano, aceptar que éste actúa por solidaridad y tenerle gratitud. Pero la verdad no hay nada que agradecerle, al contrario: ha instrumentalizado y sacrificado a las izquierdas nacionales por su propio interés. La muerte de Allende y la destrucción de Venezuela son algunas de las evidencias irrefutables. Nada ayuda más a las derechas que tener un competidor estúpido. Uno de mis objetivos en este ensayo es provocar a la izquierda para que deje de creer que el cielo existe, abandone la defensa de lo que no funciona, mande al infierno la religión marxista y a todos sus santos, y regrese a la tierra.

 

Joaquín Villalobos
Exjefe guerrillero salvadoreño, consultor en seguridad y resolución de conflictos. Asesor del gobierno de Colombia para el proceso de paz.

 

Venezuela, la intervención consentida

Posted on: julio 25th, 2020 by Periodista dista No Comments

 

 

El libro ‘La invasión consentida’ detalla con objetividad y abundante evidencia cómo ocurrió la ocupación cubana del país sudamericano.

 

 

Al leer libros, ensayos o artículos escritos por venezolanos sobre la situación de su país durante el régimen chavista, se percibe la frustración o la rabia de quienes escriben. Con el libro La invasión consentida, la experiencia es a la inversa. Usa pocos adjetivos y detalla con objetividad y abundante evidencia cómo ocurrió la ocupación cubana de Venezuela. Son los lectores quienes, al avanzar en el texto, pasan de la indignación a la rabia y son estos quienes terminan poniendo los adjetivos que ameritan la tremenda perversidad del régimen cubano y la extrema estupidez del régimen chavista.

 

 

El libro, firmado con el seudónimo de Diego G. Maldonado para proteger a los autores, arranca como novela con la confesión de amor de Hugo Chávez cuando afirmó que estaba feliz porque Fidel lo había hecho su hijo y declaró: “por Cuba estamos dispuestos a morir”. El texto prueba cómo con el paso del tiempo está frase se convirtió en una premonición, porque ahora efectivamente Venezuela está muriendo por Cuba.

 

 

Son muchos los hechos irónicos, paradójicos, trágicos e increíbles que el libro detalla. El 15 de diciembre de 2000, Vladimir Putin visitó la Habana y Fidel Castro no lo recibió en el aeropuerto porque estaba en un almuerzo con Guaicaipuro Lameda, presidente de la empresa de Petróleos de Venezuela (PDVSA). Este detalle habla por sí mismo para quienes piensan que en Venezuela predominan intereses de Rusia, Irán, China o Turquía. Estos países quieren fastidiar a Estados Unidos, pero solamente el régimen cubano se juega la vida en Venezuela.

 

 

El libro cuenta del puente aéreo nocturno y secreto, ingeniado por Fidel y celebrado por Chávez, mediante el cual se inició la llegada masiva a Caracas de decenas de miles de médicos, enfermeros, entrenadores deportivos, profesores, académicos universitarios, instructores políticos, ingenieros, constructores, informáticos, militares, policías, oficiales de inteligencia, asesores culturales, choferes, arquitectos, conductores de tractores, alfabetizadores, técnicos en agricultura, petróleo y energía eléctrica y hasta expertos en cultura venezolana graduados en cursos de dos semanas. En 2018, Julio César García Rodríguez, jefe de las misiones cubanas, dijo que 219.321 de sus compatriotas habían llegado a Venezuela.

 

 

El libro deja claro que la primera tarea de los cubanos fue la ocupación para establecer el control sobre el partido, el Gobierno, las Fuerzas Armadas y la economía. Una vez la dominación fue un hecho, la extracción fue la tarea fundamental. La investigación permite visualizar que lo que se presentó al inicio como “solidaridad” terminó destapándose como un cínico y brutal saqueo. El plan se compuso de 49 misiones, todas inventadas por Fidel de acuerdo con el propio Chávez. Estas comenzaron con objetivos sociales para mejorar electoralmente a Chávez, pero terminaron abarcando todo lo que necesitaba Cuba para controlar y extraer. La misión “Identidad” comenzó entregando cédulas a nuevos electores, pero continuó creciendo y ahora el régimen cubano tiene “pleno acceso a los datos de todos los venezolanos y los extranjeros residentes en el país, de todas las industrias, empresas y comercios…el Gobierno cubano sabe dónde vive cada uno de los 30 millones de venezolanos, si cambian de residencia, qué propiedades tienen, si se casan o se divorcian, qué transacciones hacen y cuándo entran o salen del país”.

 

 

Cuba envió a Venezuela, que posee la tercera represa más grande del mundo, ingenieros asesores que nunca habían visto una represa en su vida. Venezuela recibía expertos en agricultura de Cuba que importa el 70% de lo que consume. Un profesor de música cubano cuenta que aprendió a tocar el cuatro para dar clases a los venezolanos sobre el instrumento más popular del folklore venezolano. El control sobre las Fuerzas Armadas comenzó con una promoción de oficiales que se denominó “Fidel Castro”. Estos fueron invitados junto a sus familias a la isla, sus diplomas fueron firmados por Castro y en Cuba fueron seducidos por Fidel, Raúl y las capacidades de los militares cubanos. Desde allí Fidel avanzó a reorganizar el despliegue territorial, organizar milicias, entrenar oficiales, incorporar adoctrinamiento ideológico, cambiar la matriz logística, introducir la preparación para guerra asimétrica, establecer redes de inteligencia y contrainteligencia y asegurarse de purgar a quienes se opusieran al control cubano sobre las Fuerzas Armadas. Por ello hay ahora más de 200 oficiales venezolanos en prisión.

 

 

Nada de esto fue gratis, los cubanos mantenían el discurso de solidaridad socialista, pero cobraban como capitalistas. Además del subsidio petrolero que llegó hasta los 100.000 barriles diarios, cada médico, cada supuesto experto era pagado a Cuba en cifras que superaban los salarios de los profesionales venezolanos; el trabajo de los ingenieros informáticos era cobrado por hora. Cuba se asumió como una empresa de exportación de servicios profesionales que obtenía decenas de miles de millones de dólares anuales. A esto se sumó algo inaudito, en vez de realizar compras directas Venezuela usaba a Cuba como intermediaria para que esta ganara comisiones o sobreprecios en la adquisición de los equipos técnicos de los programas de “cooperación”.

 

 

Los abusos fueron de tal magnitud que el Gobierno cubano vendió a Venezuela centrales azucareras, que eran chatarra, en 95 millones de dólares, cuando nuevas cuestan 50 millones. Este saqueo continuó sin ninguna compasión incluso cuando los venezolanos empezaron a sufrir la más grave emergencia humanitaria que haya existido en Latinoamérica, bastante más grave que el “periodo especial” cubano. A finales de 2018 las reservas internacionales de Cuba eran superiores a las Venezuela. Sin embargo, la isla le cobró deudas tomando como pago el control total de la refinería de Cienfuegos. Pero a estas alturas, el destino de ambos regímenes estaba amarrado, el 6 de junio de 2019 La Habana declaró que “la Revolución bolivariana y chavista no era negociable”.

 

 

Este nivel de ofrenda religiosa a Fidel y Cuba no tiene precedentes en Latinoamérica. Chávez dijo en una ocasión: “Padre nuestro que estás en la tierra, en el agua y en el aire, Fidel en esta inmensa latitud que te quiere”. Delcy Rodríguez llamó a los cubanos “invasores del amor”. No recuerdo semejante subordinación y pérdida de dignidad en la izquierda. Al contrario, recuerdo algunas irreverencias. Una vez un miembro de la dirección del Frente Sandinista, aburrido por lo mucho que hablaba Fidel, se acostó a dormir en el piso, Castro no dijo nada y, para mí, contener la risa fue una hazaña. La relación de los chavistas con Cuba es como la que tiene Kenneth Copeland, un pastor evangélico norteamericano, que en medio de la pandemia exige a sus feligreses seguir dando dinero a su Iglesia, aunque hayan perdido el empleo.

 

 

La invasión consentida es una extraordinaria investigación periodística que cuenta cómo un país rico se sometió voluntariamente a un país que el propio Castro definía como “pobrecito”. Este texto sería de gran utilidad para las cancillerías y presidencias de Latinoamérica y Europa que suelen sostener posiciones ingenuas sobre Cuba. Hace 25 años, un profesor de la Universidad de Oxford me dijo que la opción de Fidel Castro por la violencia tenía orígenes en la cultura mafiosa que existía en Cuba en los cincuenta. En aquel momento me pareció una afirmación exagerada, después de leer La invasión consentida concluyo que el profesor tenía razón y que quizás se quedó corto.

 

 

 

Joaquin Villalobos

Diario El País

 

 

Venezuela, ¿negociar o no negociar?

Posted on: mayo 9th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

Las negociaciones han fracasado porque suponen que es un conflicto entre venezolanos cuando, en realidad, se trata de un país intervenido por Cuba

 

 

En febrero de 1985, durante la guerra civil en El Salvador, una tregua permitió que cientos de miles de niños pudieran ser vacunados. En octubre de 1986 un terremoto dejó más de 2000 muertos y 200.000 damnificados y los guerrilleros decretamos un cese de fuego para que el gobierno pudiera concentrarse en rescatar víctimas. En El Salvador la guerra dejó 80.000 muertos que incluyeron dirigentes políticos, sacerdotes, monjas, empresarios, ministros, mandos militares, jefes guerrilleros, miles de civiles y combatientes de ambos bandos y numerosas masacres. A pesar de los muertos, las atrocidades y los agravios, hubo gestos humanitarios y políticos y dos años de negociaciones que transformaron y pacificaron el país. La negociación no es un camino alternativo a la guerra, sino un instrumento de esta. Ese camino jamás debe cerrarse porque se puede negociar bajo las balas o incluso desde la prisión como Mandela.

 

 

Hubo negociaciones entre Vietnam y Estados Unidos; en Sudáfrica, a pesar del apartheid; en el complejo conflicto de Irlanda del Norte y en Guatemala, donde hubo un genocidio. Las hay ahora en Afganistán entre Estados Unidos y los talibanes, a pesar del 11 de septiembre; y en Birmania donde hay un genocidio. Donald Trump se reunió a negociar con Kim Jong-un; el Gobierno de Colombia negoció con las FARC a pesar del terrorismo y el narcotráfico y, recientemente, se firmó un acuerdo de paz en Mozambique donde, en 15 años, hubo un millón de muertos. Estos casos bastan para preguntarse ¿por qué razón, después de tantos años con un conflicto en Venezuela, que no es guerra, no ha habido una solución negociada, mientras, en casos más graves y complejos, esta ha sido posible?

 

 

Todos los conflictos involucran intereses regionales y globales; así fue en Centroamérica, Sudáfrica, Colombia, Mozambique, etc. Sin considerar el contexto internacional, la solución doméstica es imposible. Las negociaciones en Venezuela han fracasado porque suponen que es un conflicto entre venezolanos cuando, en realidad, se trata de un país intervenido por Cuba. En el 2016 y 2018 Maduro pudo negociar unas elecciones en las que su partido hubiese salido bien, pero esto no convenía a Cuba. Erradamente se enfatizan los intereses de China y Rusia, pero el apoyo de estos gobiernos a Maduro se ha reducido significativamente y si la democracia retornara a Venezuela sus intereses no se verían afectados. Los regímenes de Cuba y Venezuela son mutuamente dependientes. Sin Maduro el régimen cubano termina y sin el apoyo cubano Maduro termina. Cuba controla apoyos en la ONU y el Caribe y es la autoridad sobre las FARC, el ELN, el Foro de Sao Paulo y toda la extrema izquierda. El castrismo tiene larga experiencia sobre cómo conservar el poder en condiciones extremas. Sus servicios de inteligencia han desmantelado decenas de conspiraciones dentro de las Fuerzas Armadas Bolivarianas contra Maduro.

 

 

La intervención cubana en Venezuela se construyó durante años, asegurándose la extracción de petróleo y dólares, diseñando políticas sociales, organizando la inteligencia, redefiniendo la doctrina de las Fuerzas Armadas, entrenando a miles de profesionales civiles, militares, policías y militantes partidarios. En El Salvador la comunidad internacional aceptaba, sin discutir, que el país estaba intervenido por Estados Unidos y solo había cien asesores. Raúl Castro reconoció en abril del 2019 que había 20.000 cubanos apoyando a Maduro. Casi la mitad de los que enviaron a la guerra de Angola. Sin embargo, los gobiernos europeos y latinoamericanos no toman en serio el control cubano sobre Venezuela. La guerra psicológica de Donald Trump ha sido la excusa para no aceptar la realidad y también el miedo a que la extrema izquierda procubana genere violencia como lo hizo recientemente en Chile, Ecuador y Colombia. En privado, todos reconocen que en Venezuela el castrismo se juega la vida, pero solo Estados Unidos presiona a Cuba. Ni siquiera la propia oposición venezolana asume la liberación de su país como una bandera central.

 

 

Rusia sostuvo a Bachar el-Asad a sangre y fuego sin importarle la destrucción de Siria porque esta es su principal frontera geopolítica en Medio Oriente. Europa y Estados Unidos fueron derrotados y millones de refugiados sirios se convirtieron en un problema europeo. En América, Venezuela es para Cuba lo que Siria es para Rusia. No es casual que Siria y Venezuela sean las crisis migratorias más grandes del mundo. Al castrismo, mientras pueda obtener petróleo, no le importa el desastre humanitario, ni la emigración de millones de venezolanos y las consecuencias que esto tiene para Colombia, Perú, Ecuador y todo el continente. Los cubanos son el poder real en Venezuela y sin señalar su responsabilidad, sin presionarlos, sin exigirles su retirada y sin sentarlos en la mesa no es posible una negociación. La solución es que Cuba transite a la democracia y al capitalismo de una vez por todas.

 

 

 

Comparado con conflictos realmente cruentos en Venezuela la violencia verbal es más extrema y esto afecta una posible negociación. Un empresario nicaragüense preguntó a un dirigente sandinista por qué Chávez insultaba tanto, la respuesta fue: “es que en Venezuela no ha habido 50.000 muertos”. La violencia verbal, sin haber una guerra, debilita el pragmatismo. La negociación es traición para algunos opositores y propaganda para el gobierno. El dilema no es negociar o no, sino qué, cómo y con qué garantías internacionales. Los guerrilleros salvadoreños empezamos negociando con un Gobierno apoyado por Estados Unidos que nos pedía la rendición. Dos años después estábamos reformando la Constitución, disolviendo las policías y creando una nueva, depurando a jefes militares de alto rango y dando independencia al poder judicial. En un conflicto negociar no es rendirse sino luchar en otro terreno que demanda paciencia, persistencia y pragmatismo. Las negociaciones no son entre amigos, sino entre enemigos que no se reconocen ni política ni moralmente, por lo tanto, no parten de la confianza, sino de la desconfianza. La presión, la debilidad y el aislamiento del contrario son oportunidad para negociar y no momento para esperar su final.

 

 

La negociación en Venezuela es para recuperar la democracia no para limitarla, porque solo esta puede salvar a Venezuela de la destrucción que padece y de la catástrofe mayor que generará la covid-19. Frente a esto seguramente muchos chavistas y militares deben estar convencidos de que es urgente regresar a la democracia. El consenso internacional sobre esto es abrumador, incluso a Rusia y China les conviene. Pero Cuba no quiere una negociación, el chavismo teme a una negociación. Estados Unidos está negociando con mensajes públicos y la oposición no está unida en este tema. Algunos opositores creen que el Gobierno puede caerse solo, otros consideran que la solución es una intervención militar que podría ocurrir, pero que no depende de ellos y los más desesperados piensan que contratando un Rambo pueden salir de Maduro.

 

 

Las crisis económicas hacen perder elecciones a gobiernos democráticos, pero las dictaduras no caen por desajustes macroeconómicos. Zimbabue, con 40 años de dictadura, es un Estado fallido con el 80% de sus habitantes viviendo con dos dólares diarios y Cuba lleva 60 años con una economía parásita en bancarrota. Toda crisis es una oportunidad y en un conflicto los gestos son una obligación ética y una necesidad política. Ambas cosas son parte de la batalla por la legitimidad moral. El verdadero reto que tiene la oposición venezolana es cómo ser oposición frente a una dictadura en el momento que un virus amenaza la vida y la supervivencia económica de los venezolanos y de todos los habitantes del planeta.

 

Joaquin Villalobos

Quién va ganando en Venezuela?

Posted on: julio 28th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

El régimen venezolano está herido de muerte en un contexto de decadencia global de la extrema izquierda

 

 

El chavismo siempre fue un proyecto dictatorial, tal como lo predijo Carlos Andrés Pérez en 1997 antes de que Hugo Chávez fuera presidente. Sin embargo, esto no implicaba que para enfrentarlo había que partir de esa predicción. No se debía confrontar radicalmente a Chávez en su momento de mayor popularidad ni denunciar fraudes cuando ganaba elecciones, tampoco imaginarlo débil con el petróleo a $100 dólares por barril o pretender que la comunidad internacional lo aislara cuando había sido legalmente electo y casi todo el continente era gobernado por sus aliados. No bastaba tener razón, era necesario tener paciencia, acumular fuerzas, unir a la oposición y preservar los espacios de poder. El fracaso del llamado “socialismo del siglo XXI”era previsible y esto ocurrió a partir del año 2015.

 

 

La trampa del tiempo es un error muy común en estrategia; la experiencia enseña que para obtener resultados a corto plazo se necesita un plan de largo plazo. El golpe del 2002, la huelga de PDVSA en ese mismo año y el retiro de las elecciones en el 2005 fueron errores de la oposición que le facilitaron a los cubanos controlar el país y al chavismo afianzar el poder militar, el petróleo, la justicia, el sistema electoral y todas las instituciones. Así creció el fenómeno populista más poderoso que haya existido en Latinoamérica. Para enfrentar una dictadura la regla general es que se debe romper la cohesión del adversario, mientras se asegura la unidad en las filas propias, lo primero requiere pragmatismo y lo segundo madurez.

 

 

Finalmente, la situación se modificó a favor de la oposición con la victoria electoral de diciembre de 2015. A partir del 2016 comenzó la decadencia política del chavismo, el destape pleno de su carácter dictatorial, la implosión de su modelo económico, la pérdida irreversible de su hegemonía social y el aislamiento internacional de su gobierno. Es hasta entonces que la oposición tomó ventaja estratégica. Es decir que son apenas 43 meses de lucha con ventaja y eso es poco tiempo para hablar de final. En el análisis estratégico es un error juzgar eventos y perder de vista el proceso. Los eventos no se deben juzgar por lo que ocurrió en un día, sino por el rumbo que estos marcan. Una victoria puede resultar de una sucesión de intentos supuestamente “fallidos” que van debilitando al adversario.

 

 

La oposición está ahora unida, tiene liderazgo, es mayoría en las calles y ha construido una dualidad de poderes sin precedentes en la historia de la lucha contra las dictaduras en el continente. Maduro viene retrocediendo en todos los terrenos, la corrupción ha creado una tragedia humanitaria, sufre rupturas internas constantes, intentos de golpes de Estado, deserciones masivas de sus militares y un severo aislamiento internacional. Maduro no tiene futuro, su estrategia es solo sobrevivir, sin embargo, la visión de corto plazo termina afectando a los opositores porque al presentar todas sus batallas como finales no logran ver las derrotas que le propinan a Maduro y esto le ayuda al régimen a presentar los días que sobrevive como victorias. La oposición va ganando y tiene el tiempo a su favor, aunque tenga un problema táctico de administración de expectativas. Maduro, por el contrario, tiene un problema de inviabilidad estratégica.

 

 

Se argumenta que los venezolanos están desmoralizados y que ya no van a las protestas. La lucha de calle contra las dictaduras es siempre cíclica porque es imposible que sea permanente, tiene altos y bajos y esto es normal. Basta hacer memoria de los últimos tres o veinte años y se verán claramente los ascensos y descensos. La pregunta principal es si la dictadura de Maduro puede consolidarse, recuperar el apoyo de la gente, reconstruir la economía y permanecer. La respuesta es que eso es imposible. La estrategia de “resistir y esperar” que ahora está aplicando Maduro y también Ortega en Nicaragua fue un diseño de Fidel Castro. El supuesto es que con el tiempo se pueden producir cambios que les permitan permanecer. Los Castro inventaron el período especial con la esperanza de que se revirtieran los cambios en Moscú y estos no ocurrieron, pero llegó Chávez y se salvaron.

 

 

Ahora están resistiendo a la espera de los resultados electorales en Argentina en octubre de este año; de la elección del secretario general de la OEA en marzo de 2020 y de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y de la Asamblea Nacional en Venezuela en diciembre de ese mismo año. Puede ganar el Kirchnerismo en Argentina, Almagro puede dejar de ser secretario de la OEA, los demócratas pueden ganar la presidencia de Estados Unidos y Maduro puede imponer con fraude su propia Asamblea. Sin embargo, nada de eso cambiaría la suerte de Maduro porque su permanencia solo sirve para agravar el sufrimiento de los venezolanos. Es en extremo ingenuo pensar que un gobierno demócrata en Estados Unidos levantaría las sanciones y aceptaría convivir con la dictadura de Maduro. Esto mismo vale para los gobiernos que cuentan para reconstruir Venezuela.

 

 

Venezuela no es Cuba, ni Haití, ni Zimbabue, ni Libia. La dictadura cubana pudo sobrevivir décadas gracias al subsidio soviético y su economía parásita depende ahora del petróleo venezolano. El problema es que los chavistas destruyeron la economía venezolana y ahora ambos regímenes son parásitos y no existe quien los subsidie. Haití es un Estado fallido que genera sufrimiento a su gente al igual que Zimbabue, pero son países poco importantes que sobreviven en el olvido y la indiferencia. Venezuela no es una isla, es un país rico, está en el corazón de América y su degradación es una amenaza para todo el continente que no puede quedar en la indiferencia. Se equivoca Putin cuando compara a Venezuela con Libia. Venezuela no es un país tribal, los venezolanos han votado durante generaciones, el proyecto revolucionario fracasó, ha destruido a Venezuela y jamás podrá estabilizarse, la democracia liberal es por lo tanto una necesidad no un asunto ideológico.

 

 

El régimen venezolano está herido de muerte en un contexto de decadencia global de la extrema izquierda. Cómo caerá es asunto de adivinos, pero pase lo que pase la oposición no desaparecerá; mientras haya descontento habrá protestas, intentos de golpes, deserciones militares, sanciones internacionales y conflictos permanentes en las filas chavistas y esto no hay régimen que lo aguante. Como dice un viejo refrán “tantas veces va el cántaro a la fuente que al final se rompe”.

 

Joaquín Villalobos 

El País  

 

El oso de papel en Venezuela

Posted on: abril 4th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

La presencia militar rusa en Venezuela es un acto de propaganda dirigido a curar el orgullo herido de la antigua superpotencia

 

 

 

En los 90 algunos definían a Rusia como “Haití con bombas atómicas” y se decía que los submarinos nucleares rusos no eran una amenaza militar, sino un peligro medioambiental. El fracaso de la Unión Soviética fue una gran humillación para el nacionalismo ruso. Putin ha hecho esfuerzos por recuperar la imagen de Rusia como superpotencia. La prensa rusa destaca la presencia de sus militares en Caracas como una demostración de fuerza en una región lejana que evidencia que puede competir con Estados Unidos. Pero 99 soldados y dos aviones son en realidad un acto de propaganda dirigido a curar el orgullo herido de Rusia que Maduro trata de utilizar para asustar a la oposición venezolana.

 

 

Tener armas atómicas como las tiene India, Pakistán o Corea del Norte no convierte a Rusia en una superpotencia. Se trata de un país pobre que está cometiendo el mismo error de la era soviética gastando en armas a costa del desarrollo económico y de la calidad de vida de sus habitantes. Actualmente tiene un conjunto de conflictos que le demandan proporcionar ayuda o despliegue militar en Ucrania, Abkhazia, South Ossetia, Transnistria y Siria. Este último es el más lejano, pero todos están dentro de lo que sería su cordón de seguridad es decir en sus fronteras o en las proximidades de estas.

 

 

 

Librar guerras lejanas es muy caro, mandar dos aviones y 99 soldados es barato como inversión en propaganda. El gasto militar de Rusia equivale al 5,4% de su PIB con solo 66.000 millones de dólares. El gasto militar de Estados unidos es de 610.000 millones que representan solo el 3,2% de su PIB. La credencial de superpotencia no la da el poder de fuego, sino el poder económico. Los países comunistas de Europa del Este antes de la caída del muro de Berlín superaban abrumadoramente en tanques, aviones, cañones y tropas a las fuerzas de la OTAN, pero se derrumbaron porque no podían competir económicamente.

 

 

 

La única potencia con capacidad de librar guerras lejanas de forma simultánea sigue siendo Estados Unidos. Su gasto militar supera al de China, Rusia, Arabia Saudita, India, Reino Unido, Francia y Japón juntos. Rusia es ahora un país fabricante y vendedor de las armas que regalaba cuando se llamaba Unión Soviética y gastaba más de lo que producía. Rusia es objetivamente un país pobre, dominado por oligarcas corruptos y corruptores con aspiraciones de grandeza. Su economía es del tamaño de la de España, pero tiene el triple de población distribuida en un territorio 33 veces más grande, es decir con unas necesidades de servicios enormes.

 

 

 

Los venezolanos no deben confundir una acción de propaganda de rusos vendedores de armas con un cambio en la correlación geopolítica de fuerzas. Si Rusia fuera una superpotencia deberían poder resolver la crisis de energía eléctrica, la hambruna o la falta de medicinas, pero eso es caro y los rusos son pobres. La verdadera presencia militar en Venezuela la tiene Cuba con miles de efectivos que controlan a las Fuerzas Armadas. Hay razones objetivas para esto porque la economía cubana es un parásito del petróleo venezolano y los castristas saben perfectamente que si se acaba Maduro se acaban ellos.

 

 

 

Joaquín Villalobos fue guerrillero salvadoreño y es consultor para la resolución de conflictos internacionales.

Cubanos go home

Posted on: marzo 22nd, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

En julio de 1968 terminaba mi bachillerato en un colegio católico con un profesor que fue soldado del dictador Francisco Franco. Los alumnos tuvimos que ir a recibir a Lyndon Johnson, presidente de Estados Unidos, que visitaba el país. Fue la primera vez que escuché gritar “yankee go home” a unos estudiantes universitarios. La guerra de Vietnam estaba en su peor momento, la Revolución Cubana tenía solo nueve años, los militares con apoyo norteamericano gobernaban mi país y casi todo el continente. Quienes luchaban contra el colonialismo demandaban la no intervención y la autodeterminación de los pueblos. Medio siglo después todo cambió, terminaron los dictadores de derecha, las utopías comunistas se derrumbaron, las elecciones derrotaron a la lucha armada y ahora, al ver lo que está pasando en Venezuela y Nicaragua, la maldad parece haber cambiado de bando ideológico.

 

 

 

A partir del año 2000, en Latinoamérica cayeron gobiernos en Perú, Argentina, Bolivia, Ecuador, Honduras, Paraguay, Brasil y Guatemala. Estos se derrumbaron con presión cívica moderada, escasa presión internacional, sin presos, sin exiliados y con poca violencia; lo más grave fueron 50 muertos en Bolivia. En todos estos casos las instituciones jugaron algún un papel en las crisis, incluso en Honduras el golpe militar fue ordenado por el Congreso, finalmente las elecciones permitieron preservar la democracia. El juicio sobre lo justo o injusto de estos hechos es un amplio debate, pero comparado con lo que ocurría en el siglo XX, objetivamente parecía que, con imperfecciones, estábamos en otra edad cívica.

 

 

 

Los casos de Venezuela y Nicaragua han roto las reglas del juego establecidas en el año 2000, cuando se firmó la Carta Democrática en Lima. Maduro y Ortega acumulan más de 700 muertos, 800 presos políticos, miles de exiliados y utilizan sistemáticamente la tortura. Los refugiados venezolanos suman millones y los nicaragüenses van en ascenso. Ambos han reprimido brutalmente las protestas cívicas más grandes y prolongadas de la historia latinoamericana y ambos están resistiendo un aislamiento y sanciones internacionales sin precedentes en nuestro continente. La comunidad internacional y los propios venezolanos vienen haciendo previsiones a partir de las premisas establecidas en el 2000 y piensan que en algún momento Maduro y Ortega negociarán su salida. Sin embargo, si esto fuera correcto, ya deberían haberse derrumbado. ¿Por qué esto no ha ocurrido? La respuesta es que el obstáculo no está Venezuela o Nicaragua, sino en Cuba.

 

 

El colonialismo básicamente consiste en control político, militar y cultural, gobierno títere y una economía extractiva. Los británicos dominaron durante casi un siglo con unos miles de ingleses a India, que tenía 300 millones de habitantes y más de tres millones de kilómetros cuadrados. Fidel Castro, instrumentando a Chávez, logró conquistar Venezuela. Definió el modelo de gobierno; alineó al país ideológicamente con el socialismo del siglo XXI; reorganizó, entrenó y definió la doctrina de las Fuerzas Armadas; asumió el control de los organismos de inteligencia y seguridad; envió cientos de miles de militares, maestros y médicos para consolidar su dominio político; estableció la Alianza Bolivariana de los pueblos de América (ALBA) para la defensa geopolítica de su colonia; escogió a Maduro como el títere sucesor de Chávez y estableció una economía extractiva que le permitía obtener hasta 100.000 barriles de petróleo al día para sostener su régimen. En los últimos 15 años Cuba ha recibido más de 35.000 millones de dólares. En la actualidad Maduro entrega el 80% del petróleo destinado a la cooperación a Cuba y el 15% a Nicaragua. Cualquier necesidad del régimen cubano tiene prioridad sobre la emergencia humanitaria que padecen los venezolanos.

 

 

En Venezuela se juega la vida la religión revolucionaria izquierdista que tiene a Cuba como su Vaticano. La transición de Cuba a la democracia y a la economía de mercado es para Latinoamérica un cambio gigantesco, comparable con lo que representó la caída del muro de Berlín para Europa. Cuando el derrumbe de la Unión Soviética era evidentemente ineludible, la aspiración de sus envejecidos dirigentes era morir en la cama, tal como lo logró Fidel Castro en Cuba. Los intereses políticos, económicos, ideológicos y sobre todo personales de miles de dirigentes y burócratas cubanos son el obstáculo principal en esta crisis. Esto explica la feroz resistencia y elevada disposición a matar y torturar de Ortega y Maduro. El régimen cubano ha optado porque Venezuela y Nicaragua se destruyan en una inútil estrategia de contención para evitar su propio inevitable final. Cuba lleva veinte años resistiéndose a una transición mientras sus ciudadanos sufren hambre y miseria. No hay una emigración visible como la venezolana porque es una isla, pero la matanza más brutal del castrismo son los más cien mil cubanos devorados por los tiburones intentando cruzar el estrecho de la Florida desde que los Castro tomaron el poder.

 

 

 

Cuba, el país que se consideraba líder en la lucha contra el colonialismo, acabó convertido en colonizador. Sus lideres están arrastrando a toda la izquierda a un precipicio moral que podría dejar una larga hegemonía conservadora. Salvar al inservible e insalvable fracasado modelo cubano implica ahora defender matanzas, torturas y una corrupción descomunal. No hace sentido defender a Maduro por una intervención hipotética de Estados Unidos cuando Venezuela es un país intervenido por Cuba. Le guste o no a la “izquierda” en Venezuela, hay una lucha de liberación nacional y el dilema no es escoger entre Nicolás Maduro o Donald Trump, sino entre dictadura o democracia. Frente a esta realidad, no alinearse con la democracia es alinearse con la dictadura.

 

 

Es imposible prever si puede o no haber una intervención militar en Venezuela. Estados Unidos hará sus propios cálculos frente a la absurda resistencia de Maduro. Es comprensible el rechazo reactivo a una intervención, pero más allá de los deseos, lo principal es considerar pragmáticamente lo que puede pasar si ocurriera. En Venezuela nunca hubo una revolución de verdad, al chavismo no lo cohesionaba la mística revolucionaria, sino el clientelismo y la ambición monetaria. Venezuela no puede convertirse en un Vietnam y tampoco puede haber una guerra civil. Los venezolanos han rechazado persistentemente a la violencia desde Chávez, que se rindió dos veces, hasta la oposición que se ha resistido durante 18 años a tomar las armas.

 

 

 

Dada la extrema impopularidad de Maduro, la profunda división en las fuerzas armadas y unas milicias decorativas a las que los militares no se atreven armar de forma permanente; el escenario más probable frente una intervención sería el de Panamá en 1989 o el de Serbia en 1999, pero con tecnología 20 años más avanzada. En Panamá quedaron abandonados miles de fusiles nuevos destinados a milicianos que nunca existieron. En Venezuela llevan años hablando de una fábrica de fusiles que seguramente nunca ha existido porque alguien se robó el dinero. En conclusión una intervención sería contundente, rápida, exitosa y ampliamente celebrada por millones de venezolanos y latinoamericanos. Decir esto no es apoyar una salida militar, sino prever una realidad política. Por lo tanto, si se quiere evitar una intervención y resolver la crisis políticamente, lo correcto no es enfrentar a Trump, sino exigir que Cuba saque sus manos de Venezuela.

 

 

 

Joaquín Villalobos fue guerrillero salvadoreño y es consultor para la resolución de conflictos internacionales.

 

 

El País

Cubanos go home

Posted on: febrero 22nd, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

En julio de 1968 terminaba mi bachillerato en un colegio católico con un profesor que fue soldado del dictador Francisco Franco. Los alumnos tuvimos que ir a recibir a Lyndon Johnson, presidente de Estados Unidos, que visitaba el país. Fue la primera vez que escuché gritar “yankee go home” a unos estudiantes universitarios. La guerra de Vietnam estaba en su peor momento, la Revolución Cubana tenía solo nueve años, los militares con apoyo norteamericano gobernaban mi país y casi todo el continente. Quienes luchaban contra el colonialismo demandaban la no intervención y la autodeterminación de los pueblos. Medio siglo después todo cambió, terminaron los dictadores de derecha, las utopías comunistas se derrumbaron, las elecciones derrotaron a la lucha armada y ahora, al ver lo que está pasando en Venezuela y Nicaragua, la maldad parece haber cambiado de bando ideológico.

 

 

A partir del año 2000, en Latinoamérica cayeron gobiernos en Perú, Argentina, Bolivia, Ecuador, Honduras, Paraguay, Brasil y Guatemala. Estos se derrumbaron con presión cívica moderada, escasa presión internacional, sin presos, sin exiliados y con poca violencia; lo más grave fueron 50 muertos en Bolivia. En todos estos casos las instituciones jugaron algún un papel en las crisis, incluso en Honduras el golpe militar fue ordenado por el Congreso, finalmente las elecciones permitieron preservar la democracia. El juicio sobre lo justo o injusto de estos hechos es un amplio debate, pero comparado con lo que ocurría en el siglo XX, objetivamente parecía que, con imperfecciones, estábamos en otra edad cívica.

 

 

Los casos de Venezuela y Nicaragua han roto las reglas del juego establecidas en el año 2000, cuando se firmó la Carta Democrática en Lima. Maduro y Ortega acumulan más de 700 muertos, 800 presos políticos, miles de exiliados y utilizan sistemáticamente la tortura. Los refugiados venezolanos suman millones y los nicaragüenses van en ascenso. Ambos han reprimido brutalmente las protestas cívicas más grandes y prolongadas de la historia latinoamericana y ambos están resistiendo un aislamiento y sanciones internacionales sin precedentes en nuestro continente. La comunidad internacional y los propios venezolanos vienen haciendo previsiones a partir de las premisas establecidas en el 2000 y piensan que en algún momento Maduro y Ortega negociarán su salida. Sin embargo, si esto fuera correcto, ya deberían haberse derrumbado. ¿Por qué esto no ha ocurrido? La respuesta es que el obstáculo no está Venezuela o Nicaragua, sino en Cuba.

 

 

El colonialismo básicamente consiste en control político, militar y cultural, gobierno títere y una economía extractiva. Los británicos dominaron durante casi un siglo con unos miles de ingleses a India, que tenía 300 millones de habitantes y más de tres millones de kilómetros cuadrados. Fidel Castro, instrumentando a Chávez, logró conquistar Venezuela. Definió el modelo de gobierno; alineó al país ideológicamente con el socialismo del siglo XXI; reorganizó, entrenó y definió la doctrina de las Fuerzas Armadas; asumió el control de los organismos de inteligencia y seguridad; envió cientos de miles de militares, maestros y médicos para consolidar su dominio político; estableció la Alianza Bolivariana de los pueblos de América (ALBA) para la defensa geopolítica de su colonia; escogió a Maduro como el títere sucesor de Chávez y estableció una economía extractiva que le permitía obtener hasta 100.000 barriles de petróleo al día para sostener su régimen. En los últimos 15 años Cuba ha recibido más de 35.000 millones de dólares. En la actualidad Maduro entrega el 80% del petróleo destinado a la cooperación a Cuba y el 15% a Nicaragua. Cualquier necesidad del régimen cubano tiene prioridad sobre la emergencia humanitaria que padecen los venezolanos.

 

 

En Venezuela se juega la vida la religión revolucionaria izquierdista que tiene a Cuba como su Vaticano. La transición de Cuba a la democracia y a la economía de mercado es para Latinoamérica un cambio gigantesco, comparable con lo que representó la caída del muro de Berlín para Europa. Cuando el derrumbe de la Unión Soviética era evidentemente ineludible, la aspiración de sus envejecidos dirigentes era morir en la cama, tal como lo logró Fidel Castro en Cuba. Los intereses políticos, económicos, ideológicos y sobre todo personales de miles de dirigentes y burócratas cubanos son el obstáculo principal en esta crisis. Esto explica la feroz resistencia y elevada disposición a matar y torturar de Ortega y Maduro. El régimen cubano ha optado porque Venezuela y Nicaragua se destruyan en una inútil estrategia de contención para evitar su propio inevitable final. Cuba lleva veinte años resistiéndose a una transición mientras sus ciudadanos sufren hambre y miseria. No hay una emigración visible como la venezolana porque es una isla, pero la matanza más brutal del castrismo son los más cien mil cubanos devorados por los tiburones intentando cruzar el estrecho de la Florida desde que los Castro tomaron el poder.

 

 

Cuba, el país que se consideraba líder en la lucha contra el colonialismo, acabó convertido en colonizador. Sus lideres están arrastrando a toda la izquierda a un precipicio moral que podría dejar una larga hegemonía conservadora. Salvar al inservible e insalvable fracasado modelo cubano implica ahora defender matanzas, torturas y una corrupción descomunal. No hace sentido defender a Maduro por una intervención hipotética de Estados Unidos cuando Venezuela es un país intervenido por Cuba. Le guste o no a la “izquierda” en Venezuela, hay una lucha de liberación nacional y el dilema no es escoger entre Nicolás Maduro o Donald Trump, sino entre dictadura o democracia. Frente a esta realidad, no alinearse con la democracia es alinearse con la dictadura.

 

 

Es imposible prever si puede o no haber una intervención militar en Venezuela. Estados Unidos hará sus propios cálculos frente a la absurda resistencia de Maduro. Es comprensible el rechazo reactivo a una intervención, pero más allá de los deseos, lo principal es considerar pragmáticamente lo que puede pasar si ocurriera. En Venezuela nunca hubo una revolución de verdad, al chavismo no lo cohesionaba la mística revolucionaria, sino el clientelismo y la ambición monetaria. Venezuela no puede convertirse en un Vietnam y tampoco puede haber una guerra civil. Los venezolanos han rechazado persistentemente a la violencia desde Chávez, que se rindió dos veces, hasta la oposición que se ha resistido durante 18 años a tomar las armas.

 

 

Dada la extrema impopularidad de Maduro, la profunda división en las fuerzas armadas y unas milicias decorativas a las que los militares no se atreven armar de forma permanente; el escenario más probable frente una intervención sería el de Panamá en 1989 o el de Serbia en 1999, pero con tecnología 20 años más avanzada. En Panamá quedaron abandonados miles de fusiles nuevos destinados a milicianos que nunca existieron. En Venezuela llevan años hablando de una fábrica de fusiles que seguramente nunca ha existido porque alguien se robó el dinero. En conclusión una intervención sería contundente, rápida, exitosa y ampliamente celebrada por millones de venezolanos y latinoamericanos. Decir esto no es apoyar una salida militar, sino prever una realidad política. Por lo tanto, si se quiere evitar una intervención y resolver la crisis políticamente, lo correcto no es enfrentar a Trump, sino exigir que Cuba saque sus manos de Venezuela.

 

 

 

Joaquín Villalobos fue guerrillero salvadoreño y es consultor para la resolución de conflictos internacionales.