El premio Nobel de Economía Paul Krugman publicó semanas atrás en su columna en The New York Times que los problemas de Argentina y Venezuela se debían fundamentalmente al “populismo macroeconómico” que aplicaban sus gobiernos, un término acuñado por Sebastián Edwards y Rudiger “Rudi” Dornbusch en 1989. El trabajo académico de estos dos economistas analiza el gobierno del chileno Salvador Allende (1970-73) y la primera presidencia de Alan García en Perú (1985-90). Concluye que los populismos macroeconómicos, a pesar de que en sus orígenes buscan ayudar a los sectores más desprotegidos, “siempre terminan mal” y acaban perjudicando a quienes pretendían beneficiar. Edwards, chileno, hoy consultor internacional y profesor de la cátedra Henry Ford II en la Anderson Graduate School of Management de la Universidad de California (UCLA), conversó con Clarín sobre la teoría que desarrolló hace décadas y que hoy vuelve a discutirse.
¿Qué es el populismo macroeconómico?
Es un enfoque de la política económica basado en no respetar los equilibrios fiscales monetarios y cambiarios de un país para obtener beneficios de corto plazo con objetivos electorales. Es un proceso como el maníaco-depresivo, en el que hay una fase de alegría, felicidad y euforia, seguida por una fase depresiva que es la crisis. La fase inicial de euforia depende de una serie de circunstancias, incluyendo el precio de las materias primas que el país exporta.
¿Cuáles son las características de estos programas?
En general, el populismo nace luego de una gran crisis. Esto produce una reacción política que hace que surja un líder populista, con una retórica incendiaria, nacionalista, que divide al mundo entre “nosotros” y “ellos”. “Ellos” son los culpables de la penuria de “nosotros”, el pueblo. “Ellos” son el Fondo Monetario Internacional, la banca internacional, las multinacionales, el sector privado, las grandes empresas nacionales aliadas con la banca internacional.
¿Es una reacción al monetarismo?
Es una reacción a una crisis que puede ser creada por neoliberales o por un dictador. Es lo que está pasando ahora por ejemplo en Grecia. El FMI le impone a los griegos austeridad. Eso causa penuria y aparece el líder retórico. Entonces adoptan un programa sin restricciones monetarias, fiscales o cambiarias. Esto produce euforia, porque si uno empieza a gastar fuertemente hay una recuperación de la economía. Pero el gasto es financiado con las escasas reservas internacionales y se acaban. Y cuando se acaban vienen las restricciones, la corrupción, el tipo de cambio negro, la escasez de ciertos productos, de insumos importados para la industria y eso empieza a producir la crisis que es la última fase del populismo. Que trata de ser reprimida con controles de precios, con una agudización de la retórica del “ellos” y “nosotros”, de llevar presos o a juicios a “acaparadores” y “especuladores”. Finalmente viene la gran crisis en la que hay devaluar, la inflación o una hiperinflación y el país termina peor que como empezó.
¿Cuándo comenzó el período de euforia en la Argentina?
En 2003, con el fin del corralito. Ya para el 2005 el precio de los commodities está elevadísimo y por eso en el caso de la Argentina la euforia ha sido particularmente duradera. Pero con la caída del precio de la soja el año pasado la situación se complicó mucho. Y la paradoja es que la Argentina estaba a punto de zafar. Y estaba todo bien hasta que la Corte de Estados Unidos tiró un balde de agua fría (por el fallo que obliga al país a pagar a los fondos buitres). El gobierno había tomado todos los pasos para volver a tener acceso a los mercados de capital internacional que le iban a dar un desahogo, un espacio para gradualmente reducir el estímulo no sostenible que tenía hasta ese momento. A finales del 2013 y la primera mitad de 2014 acuerda con el Club de París, tiene conversaciones con bancos de inversiones para hacer una nueva emisión, arregla los laudos del CIADI, incluso hubo un acercamiento con el FMI.
¿Cree que a esta altura puede haber correcciones en el modelo argentino o se puede agudizar?
Uno puede corregir a tiempo. Esto es una cuestión política y de público, a quién quiere la Presidenta halagar, si al kirchnerismo duro o a toda la gente. Pero hay que llegar a algún acuerdo con los fondos buitres porque si la Argentina tuviera una política creíble podría pedir dinero. Hay que hacer un ajuste, porque con el precio de la soja a la mitad no se puede vivir en el nivel que se vivía antes. Pero para que funcione tiene que hacerse con gradualidad y eso se logra con financiamiento puente. Para conseguirlo se precisa un acuerdo con los acreedores.
El populismo, que busca beneficiar a los más pobres, ¿al final termina perjudicando a aquellos que supuestamente quería ayudar?
El populismo siempre termina mal. Los salarios caen, la inflación sube, hay que hacer igual un ajuste al final.
Copyright Clarín, 2015.
Diálogos a fondo: Sebastián Edwards, economista.Paula Lugones
Sebastián Edwards es Economista, chileno. Autor de más de 200 artículos académicos y 20 libros sobre economía internacional, macroeconomía y desarrollo económico, fue también economista jefe para América latina y el Caribe del Banco Mundial y es investigador asociado del National Bureau of Economic Research (NBER)